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1. Un balón

Si tratara de dejar de mentirse a sí mismo, diría que eso que le dijo a Ryo Uchinaga no fue más que una fachada para ocultar que, en efecto, no quería desafiar las leyes de su familia. Había querido retar al muchacho a él mismo pedir el cambio de equipos mediante palabras que lo hacían ver como un tipo de cabeza hueca.

Así que le sorprendió entrar la mañana siguiente a su clase de Historia Contemporánea con sus amigos al lado y notar que, en efecto, las listas de los equipos, que ahora permanecían en el tablero de madera del lado derecho del salón, seguían exactamente iguales que el día anterior.

—Bro, ¿estás seguro de que así está bien el equipo? —preguntó a su lado Kai, mientras hacía una mueca y escudriñaba el papel que tenía en frente. Sus grandes y oscuros ojos parecían dudosos—. Podríamos intercambiar equipos.

—No te preocupes Kai, estoy bien así —dijo en contestación y le sonrió a la chica. Su amiga asintió y se volteó para hablar con Leo y Yian, que forcejeaban por un baguette.

Eran las ocho de la mañana.

Mas allá de eso, la clase estaba vacía; era demasiado temprano para que los demás alumnos llegaran. Jean miró hacia adelante, su mirada chocando cierto japonés, que se encontraba volteado hacia la mesa de sus amigos y recargado en esta. Uchinaga parecía más enfocado en la Nintendo en sus manos que en la plática que tenían Roy Bonnet y Allan Foster.

Este pareció sentir la mirada del más alto, pues alzó su rostro, y sus ojos estuvieron sobre la del otro durante un par de segundos. Hasta sus amigos se percataron de la mala forma en que ambos chicos se miraban fijamente, con obvias caras de molestia.

—¿Se puede saber que te pasa, Uchinaga? —Jean se levantó, aprovechando que el aula estaba casi vacía, y caminó directamente hacia su lugar—. ¿Decidiste no decirle nada al profesor sobre los equipos, aún sabiendo que no podemos estar en el mismo?

Afuera del salón, parecían comenzar a llegar los demás alumnos, pero nadie más se animaba a entrar por la escena que había dentro. Percibía los murmullos desde su lugar.

—Tú me dijiste que te daba lo mismo si decidía o no cambiar los equipos —contesto el pelinegro, alzando una ceja—. Así que no te quejes. Te ves muy inmaduro haciéndolo.

Sintió su sangre hervir, y lo miró con enojo. Con rapidez, alzó su mano y agarró su recién planchada corbata, sin hacerse esperar. Corsair pudo sentir lo tibia que estaba todavía la prenda.

—Sabes, no pensé que fueras a tomar esa decisión, conociéndote por lo mínimo —dijo en respuesta. Ryo se había visto obligado a levantar el rostro ante el jaloneo del otro—. No eres tan tontito como creía.

—Lo que asumes sobre mí no me va ni me viene. Como dije, si quieres un cambio díselo al profesor, no tarda en llegar, ¿sabes? —lo miro aún más fastidiado, su nariz comenzando a arrugarse como si estuviera oliendo algo desagradable y colocando su mano sobre el agarre del contrario para que lo soltase, escupió—: Y quítame tu puta mano de mierda de encima.

Finalmente se resignó, Jean sentía sus mejillas ardiendo y sus propios dientes ya chocaban en exceso contra los otros de toda la frustración que sentía. Dejó caer la prenda con fuerza sobre el contrario y se alejó del asiento.

No se había percatado que su grupo de amigos había estado todo el tiempo detrás de él, mirando mal a los dos amigos del japonés como si estuvieran involucrados igualmente.

Después de eso, los demás alumnos comenzaron a entrar a la sala de clases, tratando de verse normales y no excesivamente chismosos, pero todos sabían que esta iba a ser la charla del momento al menos todo el día.

El profesor, completamente ignorante de lo que había ocurrido un par de minutos antes, entro al aula y comenzó a dictar la lección del momento.

—Bro, la verdad es que no te entiendo —entornó un poco los ojos Yian—. ¿No le habías dicho tú que el eligiera?

El rubio suspiró, pasando su mano por su cabello y despeinándose más de lo que ya estaba. Los cuatro amigos oían el cuchicheo proveniente de todos lados, pero veían a la tercia de amigos murmurar entre ellos.

—La verdad ni el mismo se entiende —agrego Kai, buscando uno de sus plumones en su bolsa. Los rulos negros de la chica inundaban todo su rostro cuando esta bajaba la vista—. Solo odia a Uchinaga y no sabe cómo expresarlo. Hombres.

Los demás se quedaron en silencio, más que acostumbrados a que la única del grupo soltase los comentarios mordaces que todos los demás pensaban, pero no querían comentar.

—Déjame en paz ¿sí? —pidió Corsair, mirándola mal, pero con un deje de risa en la boca. La mayor lo miró con desapruebo—. Estoy chiquito y me siento frustrado.

—Considero que es imposible pelear con ese porque tiene un IQ como de mil quinientos y no hay forma de ganarle —suspiró otro de sus amigos, Leo, que trataba de comprender lo que el profesor había puesto en la pizarra con su letra de doctor—. Dice que vamos a acomodarnos en rueda con nuestros equipos veinte minutos antes de que acabe la clase.

Leo, o Leonel, era otro de los chicos cuyo nombre resonaba en el colegio. Vicecapitán del equipo de rugby, pero también uno de los más inteligentes —aunque, sus calificaciones eran promedio gracias a su indisciplina—, de cabellos rojos y rostro pecoso, pero muy musculoso y de estatura promedio. Llevaba puestos sus lentes circulares en la clase, que después cambiaba por lentillas, cuando ya no podía usarlos.

—Eso es porque tú eres malísimo argumentando Leo —comentó la chica. El contraste entre sus pieles siempre resultaba curioso para Jean: Kai era afrodescendiente y Leo era sumamente blanco, por lo que eran completamente diferentes de aspecto—. No entiendo por qué entraste en el club de debate el año pasado.

—Eso es porque era el club que más créditos daba —rio Jean, mordiendo uno sus bolígrafos, el cual tenía impreso un logo. Los demás muchachos rieron igualmente, procurando hacerlo en voz bajita.

—Los odio a ambos, no tienen que meterse en ningún estúpido club por los créditos —suspiro Yian, observando su cuaderno en blanco. El chico, de cabello largo y peinado en una cola de caballo, era el que más problemas tenía con la escuela—. Y consiguen los créditos haciendo lo que les gusta, que es peor. Solo Kai y yo entendemos lo que es el dolor de estar en el club de ecología.

La chica soltó una ligera risa, probablemente era la más seria del grupo, por lo que era algo sorprendente. Era extraño escucharla carcajear por alguna de las tonterías de sus amigos.

—No es que no me guste estudiar sobre los arrecifes marinos —agregó la chica—, es que preferiría hacerlo en persona y no sentada en una silla.

Siguieron charlando hasta que el profesor los mandó a callar, aunque trataban de no hacer tanto ruido, parecía inevitable para ellos el llamar la atención de los otros estudiantes.

—Como escribí en la pizarra, necesito que se formen en círculos de acuerdo con los equipos que les tocaron. Anoté igualmente todo lo que tiene que traer su exposición y ensayo que me van a presentar en un mes y medio —el profesor acomodo sus gafas circulares y miró a su alumnado—. Se trata de un tema relacionado al impacto de distintas guerras en los países afectados, que serán asignados a ustedes una vez se coloquen en círculos el día de hoy. Necesito que hagan un ensayo de más o menos siete mil palabras, con  un máximo de cinco imágenes, en las que redacten los antecedentes, causas, desarrollo y si hubo una, resolución, al igual que el cambio que produjo esta en los lugares donde hubo el mayor conflicto.

—Siete mil palabras... —susurró Leo, tomando nota—. Su puta madre... ¿no querrá también que hagamos una obra de teatro?

—En su exposición, quiero notar que son expertos en el tema, es decir, que han leído y consultado las distintas fuentes existentes y la mayor cantidad de estas, por eso es por lo que además de su exposición les haré preguntas —pronunció el profesor—. No quiero ver nada pegado y copiado, ¿me oyeron? Se llevan un cero directo —sentenció—. Es por eso por lo que necesito que hagan el trabajo en conjunto de forma personal, si pueden juntarse en la casa de uno de ustedes, estaría bien porque pueden consultar con el otro.

La clase se quedó en silencio, tomando en cuenta que tenían mucho más trabajo por parte de otras materias, no sabían cómo se las iban a arreglar a encontrarse en la casa de alguien una vez por semana más o menos. Cada uno de los presentes tenía materias diferentes y no coincidían en todas, por lo que no se conocían lo suficientemente bien.

Jean se quedó pensando, ¿eso quería decir que un día él iba a tener que invitar a Ryo Uchinaga a su casa?

Le sonaron mil alarmas y alertas en su cabeza que le gritaban que, en efecto, había tomado una decisión terrible. Le punzó la sien solo de pensaren sus futuras y estúpidas estrategias.

—Ahora, por favor, acomoden sus asientos —indicó el hombre, haciendo una señal con la mano.

No se hizo esperar el sonido de las sillas arrastrarse por todo el suelo, que era molesto y la cantidad de charlas que se habían producido en el lugar volvían al sonido indistinguible. Después de unos segundos, por fin hubo silencio, aunque este estuvo acompañado de una tensión palpable, especialmente para el equipo de Uchinaga y Corsair, que trataban de no incomodar a sus demás compañeros de equipo, cosa que era difícil de evitar.

No tuvieron muchos problemas, pues no estaban viéndose directamente ni estaban al lado del otro; pero no dejaban de pensar en que pasaría cuando tuvieran que verse en la casa de alguien, fuera de las aulas y en un ambiente distinto.

—Entonces... —habló una de las chicas del equipo, Ryo recordó que se llamaba algo así como Mia—, ¿en casa de quien nos vemos para empezar a trabajar?

Se quedaron en silencio: ninguno de los dos realmente quería ofrecerse, a pesar de que tuvieran que hacerlo eventualmente. Todavía tenían que formular estrategias para evitar una posible catástrofe.

—Pueden venir a mi casa este viernes, si desean —se ofreció una de las chicas del equipo. Ambos muchachos suspiraron de alivio—. Si quieren intercambiamos números así les mando la dirección, ¿les parece?

Todos asintieron, en señal de que estaban de acuerdo y notaron que el profesor ya estaba repartiendo los temas. Este pasó por su círculo y Jean pudo notar que los miraba con algo de duda todavía. Forzó una sonrisa y el profesor pareció resignarse, pues simplemente les otorgó una hoja y se fue.

El resto de la clase paso sin mayor inconveniente, los integrantes de su equipo parecían ser personas tranquilas y en general bastante trabajadoras, por la forma en que notaba que se organizaban.

(...)

—¿Quieren ir a mi casa hoy? —les preguntó Allan, observando a sus amigos guardar sus cosas.

El reloj de la pared marcaba las 3 en punto, lo que significaba que las clases habían terminado oficialmente.

—Yo si voy —le sonrió Roy—. Vamos a jugar Halo mientras comemos comida basura.

—Los alcanzo después, tenemos junta hoy —contestó Ryo, colgando su mochila en sus hombros. Sus amigos lo observaron con recelo y duda evidente—. Es en serio, les prometo que voy a ir.

—Bueno... —entrecerró los ojos el más bajito de los tres y entrelazó su brazo con el del rubio—. Entonces nos vamos.

Roy se despidió de él con la mano, y ambos de sus amigos le dieron la espalda. De esa forma, el pelinegro caminó en la dirección opuesta a la que ellos se habían ido.

Cuando dio la vuelta en el pasillo, no esperaba encontrarse al grupo de amigos de cierto rubio, que estaban recargados en una de las paredes en silencio.

Parecen un grupo de bullys.

Por un momento se preguntó si Jean los había mandado a golpearlo y no dejar rastro. Se preparó mentalmente en caso de alguna confrontación.

Cuando pasó en frente de ellos, ninguno de ellos dijo una palabra, simplemente lo dejaron cruzar, y una vez les había dado la espalda, no se hicieron esperar los susurros.

Prefirió no preguntarse que estaban diciendo.

La reunión del consejo de ese día estuvo orientada al área de deportes: aparentemente tenían que hablar con los integrantes de los equipos de la escuela con el propósito de evaluar su experiencia con lo que la escuela les ofrecía como instalaciones y materiales.

Así fue como terminó sentado en las gradas de la cancha de futbol, observando hombres sudados empujarse los unos a los otros y correr detrás de un balón en formaciones de filas que no parecía comprender en momentos.

¿Qué carajos es pivote?

Su padre era un aficionado de los deportes, al punto de haber adquirido un club de futbol, y siempre había querido que Ryo fuera un jugador profesional. Por su parte, el muchacho había decidido que los deportes no eran lo suyo después de un par de accidentes.

Para fortuna del padre de los Uchinaga, Misumi, su segunda hija, si que estaba interesada en el futbol y era parte del club. Misumi había sido ingresada en las categorías inferiores desde el momento en que pisaron la ciudad, antes incluso de que el equipo fuera comprado por su padre. Esto le había dado el pase a Ryo escabullirse de las garras de Kuta y, en su lugar, dedicarse a aprender sobre el manejo de las finanzas y economía empresarial.

—Uchinaga, te traje las respuestas de los jugadores —interrumpió su hilo de pensamientos uno de sus compañeros, Christopher, mientras le pasaba un cuaderno—. Para que las grafiques, creo que las tenemos que entregar en dos días.

Asintió, observando al chico retirarse y volver a la cancha. Bajó la vista para leer las respuestas, escuchando de pronto un par de gritos que provenían de debajo, que lo obligaron a mirar en esa dirección en confusión.

De un momento, a otro, notó que todo a su alrededor se ponía negro y un intenso calor en su rostro se hizo presente, seguido de una presión que lo hizo perder un poco el equilibrio en el lugar donde estaba sentado.

Le habían dado con un balón en la cara.

El objeto rodo por las bancas al haber rebotado y, en su borrosa visión, vio que algunas personas se acercaban a el lugar donde estaba. Todo el rostro se adormeció por fragmentos de segundos, y le lagrimearon muy ligeramente los ojos.

—¿¡Estás bien, Ryo?! —le preguntó el presidente, que se había acercado desde el otro lado de la cancha.

No supo quien le paso un papel, pero simplemente se vio a si mismo tomándolo y colocándolo en su nariz. No había procesado que su frágil nariz estaba sangrando.

—Estoy bien, no se preocupen —dijo, recuperando la compostura y alejando el cuaderno para no mancharlo. Trató de colocar lo mejor posible el papel para que abarcar bien su fosa nasal—. Sigan con lo que estábamos haciendo, no hay tiempo que perder.

Notó que estaban algo dudosos, por lo que les hizo un par de señales con las manos y estos obedecieron, finalmente marchándose.

No fue gran cosa. 

El flujo no se hacía menos, y comenzaba a irritarse. Su físico jamás había sido amable con él.

Después de un lapso, finalmente dejó de sentir la sangre bajar y se permitió mover el rostro, viendo que sus manos se encontraban ligeramente teñidas de color de rojo.

Se acercó a él un muchacho de cabellos igual que los suyos, que llevaba un par de cosas en sus manos. El chico parecía ser del mismo equipo de futbol, a juzgar por su vestimenta.

Sin decir mucha palabra, el otro extendió hacia una bolsa con hielos y un pañuelo de una tela que se veía muy suave, si se permitía decirlo.

—Eh, gracias... —le dijo con una confusión notable en el rostro. El contrario solo hizo una reverencia y se marchó.

Ryo se quedó calculando lo que acababa de pasar.

(...)

La señora Quinn pareció sorprendida al verlo entrar, abriendo los ojos en grande al analizar su rostro.

—¿Ryo, estás bien? ¿Qué te pasó? —exclamó la castaña—. Quédate aquí, traeré mi botiquín.

—No se preocupe, yo estoy bien —negó con la cabeza—. Solo subiré al cuarto de Allan.

—Está bien, pero iré a llevarte el botiquín en un minuto. Pasa, estás en tu casa.

Cuando entró a la habitación de su amigo, todavía con rastros de sangre en el rostro y la mano, no le extrañó que sus amigos, que, en efecto, estaban jugando en la consola tirados sobre unos pufs se alarmaran.

—¿¡Que te pasó, Ryosito?! —brincó de su lugar el más bajito, tomando sus manos entre las ajenas y siendo seguido por un chico más alto. El pelinegro se apartó.

—No me digas Ryosito, y estoy bien, me dieron con un balón en la cara —dijo—. ¿Puedo pasar a tu baño?

—No tienes que pedirme permiso, pero pasa —asintió, volviendo a sentarse a su lugar mientras este pasaba.

Cuando volvió, los chicos trataban de pretender que no estaban muertos de curiosidad.

—¿Y te sientes bien? —trató de hacerse el desinteresado Roy. En el videojuego, un montón de hombres caminaban a través de un bosque, apuntando sus armas.

Tomó una chip de la mesita y se sentó en la cama de su amigo, de edredón con estampado de cohetes. Inmediatamente se sintió mareado a la hora de sentarse y culpó a su baja condición física.

—Estoy algo mareado, pero en un rato se me pasa —respondió, dejándose finalmente caer en la cama—. Un tipo llegó y me dio una bolsa con hielo y un pañuelo bonito, lástima que terminase todo manchado. Después me hizo una reverencia sin razón alguna y se fue.

Roy se rio ligeramente.

—¿Una reverencia? ¿O sea que es asiático también?

—Supongo —respondió—. No somos una parte de la sociedad muy exótica, sabes.

—¿Qué tal que le gustas? —se incorporó a la charla Allan. Ryo no podía ver lo que ellos estaban haciendo, únicamente podía observar el techo.

Lo dicho por su amigo lo dejó un poco descolocado. No había considerado para nada esa opción.

Un par de toques se hicieron presentes en la puerta, y la madre de Foster asomó el rostro por la puerta con una pequeña sonrisa.

—¿Todo bien aquí? —preguntó la mujer—. ¿Necesitan algo? Ryo, te traigo el botiquín.

Uchinaga se levantó de su lugar y se acercó a esta, agradeciéndole en el proceso por su amabilidad.

—Estamos bien, ma —aseguró su hijo. La mujer asintió antes de cerrar la puerta y marcharse. Sus sandalias hicieron ruido contra las escaleras de madera mientras Ryo se sentaba en la cama de su amigo, comenzando a desinfectarse la herida.

—En fin... ¿en qué estábamos? —Bonnet dijo.

—No lo reconozco, no entiendo por qué le gustaría si nonos hemos visto literalmente de nada. 

—Puede que solo no lo hayas visto tu a el —comentó Roy—. ¿Qué rasgos tenía?

—¿Saben? —se incorporó y tomó uno de los mandos de la mesita de delante—. Incorpórenme a la partida. Como decía, no hay mucho de lo que investigar, tenía cabello negro y era relativamente alto, y ya.

—¿Más que tu? —Foster cuestionó.

—Un poquito.

—Voy a investigar a partir de ahora. Lo siento, mi espíritu chismoso me gana —se alzó de hombros el más alto de los tres, sacando una risita por parte del más bajito. Uchinaga solo suspiró, estando más que acostumbrado a la personalidad de su amigo.

Aun así, el mismo se cuestionó un poco la identidad de la persona.

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