II
El salón de fiestas estaba arreglado muy bonito, con adornos florales de color pastel en cada esquina del lugar y también pequeñas copias de estos sobre las mesas de los invitados. La mesa donde se sentaban los novios y la familia de cada uno era mucho más hermosa y resaltaba por encima de todo lo demás. Era lo único que los invitados mencionaban cada que Jungkook se acercaba a saludar a sus conocidos, la hermosa decoración y la linda pareja que hacían su hermano y esposa. Jungkook estaba de acuerdo y asentía a todo con su mejor sonrisa que su lastimado corazón le permitía fingir.
Fingir se había vuelto un trabajo a tiempo completo en el que se había vuelto un profesional. Nadie sospechaba que detrás de esos tiernos ojos y sonrisa de conejo se escondiera un chico de cristal a punto de romperse. Ni siquiera sus progenitores lo sospechaban, para ellos el joven que sonreía y saludaba amablemente a todos los invitados lo hacía con sinceridad. Solo había un pequeño detalle que su perfeccionista madre no pudo dejar pasar.
Dejó a su esposo para acercarse a su hijo menor. Su cara era de disgusto total.
—Hola madre, te ves hermosa con ese vestido –mencionó con una sonrisa.
—Ojalá pudiera decir lo mismo de ti. Ese traje es el mismo que utilizaste en la fiesta de fin de año. –Miró el traje de su hijo como si de un harapo se tratara–. ¿Tienes idea de lo que dirán de ti los invitados?
Jungkook rodó los ojos sin perder su sonrisa.
—No dirán nada por qué dudo que haya alguien que se fije en esas cosas –habló mientras tomaba con cariño a su madre por los hombros y los acariciaba–. Mejor olvídate de esas tonterías y disfruta de la fiesta.
—Niño, que are contigo –le dijo tomando su mejilla y mirando con cansancio a su hijo menor–. Deberías imitar a tu hermano, él sí entiende la importancia de tener una buena imagen ante la sociedad. –Suspiro mirando con orgullo a su otro hijo. Una mirada que Jungkook jamás recibió–. Ojalá fueras igual que él: perfecto.
A pesar de que el nudo en su garganta se apretó, ninguna lágrima logró desbordarse de sus ojos. No podía decir que estaba acostumbrado a que todo el tiempo lo compraran con su hermano, pero sí había logrado desarrollar la habilidad de ocultar todo rastro de las heridas que esas palabras le causaban.
—Sí, yo también desearía tener todo lo que él tiene.
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