UNA REUNION CUALQUIERA
Como todas las tardes, Ruso se sienta en la orilla del techo. Este hábito, adquirido desde cachorro, lo heredó de su padre, quien hacía lo mismo todas las tardes para contemplar el sol del ocaso, solía decir que: "Le ayudaba a pensar sobre el futuro de la familia". El pelaje gris de Ruso se mueve suave con el viento vespertino; su postura y el tono de su pelo hacen que, visto desde la calle, parezca una escultura, quizá una gárgola estilizada o un dios egipcio, a pesar de ser un simple gato callejero.
Perdido en sus pensamientos, Ruso no nota la aproximación de un joven gato pardo, quien se acerca con pasos silenciosos hasta que está a solo unos centímetros.
—Padre —rompe el silencio el recién llegado—, ya estoy listo para la reunión.
Ruso gira lento, su rostro se endurece al ver a Bigotes. Una expresión desgano se dibuja en los ojos del felino.
—Bien, hijo mío —responde con voz grave—, veamos en qué nuevo problema se han metido esos inútiles como para tener que llamarnos.
Con un pequeño salto, Ruso baja de la cornisa para ponerse a la par del joven gato. Ambos descienden con gracia felina por las desgastadas escaleras de la vieja vecindad. En su camino se cruzan con un par de humanos, uno de los cuales se inclina para acariciar a Ruso. Este, con un leve arqueo de la espalda, satisface un poco el ego del hombre.
Las calles del barrio están tranquilas a esta hora de la tarde. Algunos humanos, visiblemente cansados, comienzan a regresar a sus casas. Son los primeros de muchos, aunque la mayoría llegará más tarde. Sin embargo, como cada noche, tan solo un par de horas después, las calles volverán a quedar libres, momento que los gatos y otros animales nocturnos aprovechan para ser más activos.
La reunión de las familias felinas convocadas, se celebrará en el kiosco del parque, un lugar neutral donde incluso los gatos sin familia pueden dormir o buscar alimento. Sin embargo, cuando se lleva a cabo una junta, el lugar debe quedar despejado para garantizar privacidad.
Mientras caminan hacia su destino, Ruso le recita los mismos consejos de siempre a su hijo.
—Hijo, presta atención en esta y en futuras reuniones. Este invierno te anunciaré como nuevo padre. Lo que digas y opines desde ahora, esté bien o mal, lo apoyaré. También recuerda siempre, una parte importante de tu permanencia como padre será cuidar de las camadas que están naciendo. Te pido como macho que protejas a mis últimos hijos. Sabes que ese par es muy especial, y cuando tu madre y yo no estemos, te necesitarán.
Bigotes, atento a cada palabra, asiente en silencio. Aunque su padre le ha dado las mismas recomendaciones antes, el joven gato no hace más que escuchar con respeto durante todo lo que resta del camino.
Al llegar al viejo kiosco de piedra gris y tejas rojas desgastadas, encuentran a la mayoría de los padres de familia ya reunidos. Tanto Ruso como Bigotes se acercan para realizar la formalidad del saludo: tocan nariz con nariz, rozando sus mejillas y emiten un leve ronroneo, aceptando el mismo ritual de los últimos en llegar.
Con todos los gatos presentes, la reunión comienza.
—¡Saludos a todos y que haya prosperidad en sus familias! —levanta la voz un gato pardo, el más viejo del grupo. Su pelaje desgastado, orejas rotas y la falta de dientes evidencian una vida larga y dura—. Lamento tener que convocarlos en esta penosa situación, como todos saben tengo como costumbre ayudar a algunas familias de la periferia, por lo que hace un par de días, se me solicitó ayuda un tanto de forma urgente. Nada fuera de lo común en esas terribles zonas; tenían problemas con la comida. No dudé en socorrerlos, y mis hijos comenzaron a recolectar alimento para esos desdichados. Sin embargo, al llegar al sitio, nos encontramos con una desagradable situación. Toda la familia había sido masacrada.
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —interrumpe un joven gato naranja, con impaciencia—. La periferia es un territorio que tiene pocas leyes y a veces incluso no son respetadas. No es la primera vez que pasa algo así, y seguro no será la última.
Con molestia, el viejo gato continúa.
—¡Oh sí, eso mismo pensé al ver el lugar! Machos, hembras, cachorros —hace una pausa para lanzar un suspiro lleno de tristeza —Un total de veinte gatos muertos, la mayoría pequeños. Qué desgracia para ellos, ya nada se podía hacer. Pero lo que de verdad nos alertó fue una marca de garras, estaba puesta como sí el que la hizo quería que fuera vista. Tal vez me equivoqué, pero para mí que la ví en más de una ocasión me pareció inconfundible, era la marca de Mocho —al escuchar ese nombre un viento frío surca por el sitio y los lomos de la mayoría de los gatos presentes se erizan dejando un macabro ambiente.
—¡No, no puede ser, tío está muerto! —rompe el silencio Bigotes—. ¡Lo condenaron a muerte! ¡Nos dijeron que lo vieron morir! ¡La familia le guardó luto! Y ahora nos dicen que sigue con vida.
El joven gato intenta dar un paso al frente, pero Ruso lo detiene con una mirada serena y una voz calmada.
—Calma, hijo. Levantar la voz así no solucionará nada.
Una vez calmado Bigotes, el grisáceo felino se vuelve hacia los demás asistentes. Su mirada serena se transforma en una de desprecio. Sus ojos color miel, ahora afilados como dagas, buscan una explicación.
—Como bien dijo mi hijo, mi familia exige una explicación. Nos dijeron cómo fue la muerte de mi hermano y por qué no se pudo recuperar su cuerpo. Incluso yo participé en el juicio y lo condené por sus actos, aunque sé que muchos de ustedes lo veían como una amenaza. A veces pienso que él pudo tener razón en lo que hizo.
—No se les mintió —responde de forma altanera un delgado siamés—. Fue atropellado en la carretera mientras huía como el cobarde que era. Ningún gato sobrevive a un golpe como ese. Quedó tendido en el camino, y no se verificó su condición porque era obvia y nadie iba a arriesgar su vida para estar en medio de una carretera tan transitada.
—Y aún así, parece ser que sobrevivió —interviene el gato que comenzó la reunión—. Además, creo que la palabra cobarde no aplica a un gato que mató a cuatro y dejó graves a dos de sus ocho ejecutores.
—¿Ocho gatos contra uno solo? ¿En serio cometieron tal injusticia Panza? —agrega Ruso, ahora impaciente ante la revelación dirigiéndose al gato que preside la reunión—. Y aún así lo llamaron cobarde. Los únicos cobardes son ustedes. Si mi hermano está vivo y ha regresado, no duden que quiere venganza, incluso contra mí, por haberlo abandonado cuando más me necesitaba.
—Ruso, querido amigo, bien sabes que tú eras el único rival digno de Mocho. Apenas estuviste en su juicio y te negaste a participar en su ejecución, lo que nos obligó a tomar esa deshonrosa decisión y a mentir sobre lo que pasó esa noche.
—Pues entonces, alégrense de que no soy como Mocho y siempre busco una solución pacífica. Porque de lo contrario, ahora mismo estaría luchando contra cada uno de ustedes solo al enterarme de lo que hicieron.
Con la mandíbula tensa y una mirada que podría detener a un perro de pelea, Ruso vuelve a su sitio. Mientras Bigotes, en alerta, alista sus garras por si es necesario.
—Padre, estoy listo —susurra Bigotes.
—No, hijo —responde Ruso, conteniendo su creciente odio y desprecio—. Nos necesitan, y por ahora, nosotros también los necesitamos. De lo contrario, no estaríamos aquí.
—Querido amigo —se dirige Panza a Ruso, quien solo escupe al suelo—. Necesito que confirmes mis sospechas. Si las marcas son de Mocho, tal vez podamos llegar a un acuerdo. Si no lo son, enfrentamos un peligro desconocido.
—¿Quieres que vaya al lugar y, si es Mocho, pida misericordia? ¿Y si no lo es, ponga en riesgo mi vida?
—No quiero que lo veas así. por lo que yo mismo te acompañaré, y cualquiera que desee ir es bienvenido.
Sin embargo, ninguno de los demás gatos asistentes se ofrece a acompañarlos. Ruso solo gira la cabeza para encontrar rostros temerosos y les ofrece una mirada de desdén.
Con un movimiento de su pata, Panza da por terminada la reunión. No hay despedidas, solo silencio y colas agachadas mientras los gatos se retiran.
—Hijo —rompe el silencio Ruso—, ve e informa a tu madre de lo sucedido.
—Pero padre —trata de replicar el felino.
—¡Dije, informa a tu madre! —corta Ruso, firme. Ante la orden, Bigotes agacha la cola en señal de sumisión y se dirige hacia la gatera, donde seguramente su madre lo espera.
De esta forma, Ruso y Panza se encaminan hacia el lugar indicado, decididos a enfrentar sea lo que sea que encuentren en ese lugar. Sin embargo, durante toda la reunión, nadie se percató de la presencia de unos atentos ojillos rojos. Escondido en una viga bajo el amparo de la oscuridad. Un cuervo alza el vuelo, listo para informar a su jefe de cada detalle.
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