Capítulo 22
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Freen se despertó en el sofá de su apartamento, con el brazo extendido hacia la pequeña mesa de café donde reposaba su teléfono. La luz suave del amanecer se colaba por las cortinas, y a su lado, una taza de té ya frío mostraba que había estado allí hasta tarde, sumida en sus pensamientos.
La lesión había sido un susto más que una verdadera amenaza. El último diagnóstico que había recibido del médico había sido claro: una torcedura en el tobillo que iba disminuyendo conforme a su reposo y los ejercicios brindados, lo que requería seguir con el reposo, y después de ello podría volver a sus ensayos dentro de unas semanas más. Para cualquier otra persona, aquello habría sido un respiro, pero para Freen, quien vivía por y para la danza, fue una pequeña sacudida que la dejó con una sensación de inseguridad que no había experimentado en mucho tiempo.
Freen exhaló, su mirada se perdía en el horizonte mientras intentaba despejar su mente. No le gustaba encontrarse sola en su hogar, porque eran los momentos donde los pensamientos intrusivos la asaltaban y lograban desesperarla, pero trataba de combatirlos lo mejor posible.
En medio de su autorreflexión, el sonido de un mensaje entrante rompió el silencio. Era Rebecca, preguntando si podía pasar a verla. Freen sonrió, sintiendo el calor de la preocupación en esas palabras. Sin pensarlo dos veces, respondió afirmativamente, asegurándole que ni siquiera era necesario preguntar, la respuesta siempre sería "sí".
Minutos después, el sonido de la puerta anunciaba la llegada de Rebecca. Cuando abrió, encontró a la General sosteniendo una pequeña bolsa en una mano y con una sonrisa cálida en el rostro.
—¿Cómo estás?
Preguntó Rebecca al entrar, sus ojos recorriendo la figura de Freen con una mezcla de preocupación y cariño.
—Mejor.—Respondió Freen, dando un paso hacia atrás para dejarlo pasar.—El nuevo diagnóstico del médico me da esperanza de que a estas alturas se trate solo de una torcedura. Unas semanas de reposo y estaré bien, podré volver a dar clases como si nada de esto hubiera ocurrido.
Rebecca dejó la bolsa sobre la mesa y se sentó junto a ella. Había traído comida y un par de películas, una evidente excusa para asegurarse de que Freen descansara y no intentara sobre exigirse.
—Me alegra saber que podrás volver a tu rutina, sé que es lo que más adoras hacer.—Dijo, exhalando con alivio.—Aunque sé lo frustrante que debe ser para ti, pero ahora tienes mayor esperanza.
Freen asintió, dejando caer la cabeza hacia atrás, su mirada perdida en el techo.
—Sin embargo, aún hay algo que te sigue molestando con todo este asunto.—Murmuró ante la obviedad del rostro de la pelinegra, queriendo escuchar la razón.
—Es solo que... me siento tonta por haberme descuidado. No quería perder la temporada por algo tan pequeño. Y aunque sé que no es grave, no puedo evitar sentirme impotente porque estuve trabajando y preparándome para ello, además de no poder impartir clases por tanto tiempo también me frustra porque el itinerario que tenía programado se fue por la borda, y siento que no es justo para ninguno de mis estudiantes.
Rebecca se inclinó hacia ella, posando una mano en su rodilla. Ese simple gesto transmitía el apoyo silencioso que siempre le había ofrecido.
—Te entiendo, Saro. Pero esto no define lo increíble que eres. Si algo sé de ti, es que siempre demuestras lo dedicada que estás a lo que amas. Esta es solo una pequeña pausa, no una derrota. Solo tienes que ser paciente para volver hacer lo que más te apasiona, tómalo como un pequeño descanso.
El tono tranquilizador de Rebecca le arrancó una sonrisa. De alguna forma, las palabras de su General siempre lograban deshacer los nudos de sus pensamientos, recordándole que no tenía que llevar todo el peso solo.
—Gracias, Bec.—Susurró la pelinegra, su voz teñida de gratitud.—Siempre sabes qué decir, pero lamento que tengas que escucharme quejarme siempre en estos últimos días. Debo de tenerte harta, ¿No es así?
Rebecca sonrió de vuelta, inclinándose hacia ella para besarla suavemente en la frente.
—Es porque te conozco bien. Y jamás podrías hartarme, me gusta sentir de que algún modo puedo ayudarte a sobrepasar esto, a que puedas desahogarte y que esto sea más fácil de sobrellevar.
Pasaron las siguientes horas conversando, riendo y viendo las películas que Rebecca había traído. El ambiente era cálido y relajado, una especie de alivio después de los últimos días de tensión. Pero, a medida que avanzaba el día, Rebecca notó que, aunque Freen parecía más animada, aún había una sombra de preocupación en sus ojos.
Fue entonces cuando Rebecca decidió que era el momento perfecto para implementar su plan.
—Tengo una idea.—Dijo de repente, su tono misterioso captando la atención de Freen.
—¿Una idea? ¿Qué tipo de idea?—Preguntó Freen, levantando una ceja con curiosidad.
—Vamos a dar un paseo. No muy lejos, lo prometo. Solo quiero mostrarte algo que te animará.
Freen la miró con escepticismo, pero finalmente aceptó, confiando en que Rebecca sabía lo que hacía.
Salieron juntas del apartamento, con Rebecca caminando a su lado con cuidado, asegurándose de que Freen no forzara demasiado el tobillo. Tras unos minutos de caminata ligera, llegaron a un parque cercano. En medio de las flores y los árboles, había un pequeño banco apartado, donde Rebecca había preparado una sorpresa con ayuda de su amigo, agradeciendo internamente que todo estuviera acomodado justo como planeó con detalle.
—¿Qué es esto?
Preguntó la pelinegra, su rostro iluminándose al ver una manta extendida con una pequeña cesta de picnic.
—Quería que tuvieras un descanso adecuado y pudieras distraerte por un momento de todo esto.—Respondió Rebecca con una sonrisa.—A veces, estar al aire libre y respirar profundamente ayuda más de lo que creemos, es una manera de recordar en dónde estamos y por qué estamos ahí.
Se sentaron juntas en el banco, el sol del atardecer tiñendo el cielo de colores suaves. La brisa era refrescante, y Freen se sintió agradecida por el esfuerzo de Rebecca. El ambiente era perfecto, relajado, y por primera vez en días, Freen sintió que la tensión comenzaba a desvanecerse.
—Esto es perfecto.—Susurró Freen, recostándose contra el hombro de Rebecca.—Realmente necesitaba esto.
—Lo sé.—Respondió el contrario, acariciando suavemente su cabello.—Y estoy aquí para recordarte que no tienes que llevar todo sola. Somos un equipo, Freen. Pase lo que pase. Y trataré de recordártelo las veces que sean necesarias.
Freen la miró a los ojos, sintiendo una ola de emoción. Sabía que, con Rebecca a su lado, cualquier obstáculo sería más fácil de superar. Y en ese momento, bajo el cielo teñido de naranja, supo que, más allá de cualquier pequeña prueba, siempre saldrían adelante juntas.
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Después de semanas fuera, Freen finalmente se encontraba de nuevo en su lugar favorito: la sala de prácticas. El eco suave de sus pasos resonaba en las paredes, el brillo de los espejos reflejando su figura mientras caminaba lentamente hacia el centro de la sala, intentando reconectar con el espacio que había sido su refugio durante tanto tiempo.
Respiró profundamente. El aroma a madera pulida y a sudor acumulado de viejas jornadas la recibió como un abrazo familiar. A pesar de estar sola, Freen sentía como si el salón la esperara, aguardando el momento en que volviera a darle vida con sus movimientos. Cerró los ojos por un instante, buscando el ritmo en su mente, ese latido interno que siempre la guiaba en sus danzas.
Rebecca, que había llegado poco después de ella, observaba en silencio desde la puerta entreabierta. Había querido sorprenderla, pero al verla tan absorta en su propia concentración, decidió que no debía interrumpirla. Se apoyó contra el marco, cruzando los brazos mientras sonreía levemente. Verla allí, en su elemento, era algo que siempre lo fascinaba. Freen tenía una forma única de llenar cualquier espacio con su energía.
Freen comenzó a moverse lentamente, pequeños pasos, probando el suelo bajo sus pies, estirando sus brazos como si estuviera recordando cómo era tener control total sobre su cuerpo. La música aún no sonaba, pero su mente ya la recreaba. Se dejó llevar por esa familiaridad, por esa conexión que había temido perder.
Rebecca seguía observándola, y algo en su pecho se apretó al verla tan concentrada. Sabía lo importante que era ese momento para ella, cuánto había anhelado Freen volver aquí, a este lugar que le daba tanto sentido. Y ahora, verla redescubrirse en esos movimientos suaves pero precisos la hacían admirarla aún más.
Finalmente, Freen decidió poner algo de música. El sonido suave llenó la sala, y su cuerpo, casi instintivamente, empezó a seguir el ritmo. Sus movimientos eran al principio cautelosos, como si temiera sobrepasar sus propios límites, pero a medida que avanzaba, se iba soltando más, sus pies deslizándose con mayor fluidez sobre el suelo.
Cada paso parecía devolverle algo de confianza. Cada giro, cada alzamiento de brazos, la acercaba más a esa sensación de control que había perdido. Aunque su cuerpo aún estaba resentido, su mente estaba más decidida que nunca.
Rebecca sonrió al verla girar sobre sí misma, con el rostro ligeramente iluminado por la satisfacción de reencontrarse con su pasión. No pudo evitar entrar finalmente al salón, sus pasos apenas eran audibles entre la música y los movimientos de Freen. No dijo nada, simplemente se sentó en el banco al lado de la ventana, observando cómo su compañera, ahora más segura, se sumergía completamente en su arte.
Freen, al sentir una presencia, giró la cabeza y la vio. Su respiración se detuvo por un momento, pero luego, una sonrisa tímida se formó en sus labios.
—¿Cuánto llevas ahí?—Preguntó, con un toque de vergüenza.
—El tiempo suficiente para ver lo increíble que sigues siendo.
Respondió Rebecca con una sonrisa. Freen suspiró, aliviado y aún un poco agitada por el esfuerzo.
—Es extraño estar de vuelta. Siento que todavía estoy recordando cómo moverme... pero es bueno estar aquí.—Dijo, mirando el espacio a su alrededor con gratitud.
—Tienes todo el tiempo del mundo para volver a hacerlo tuyo.—Respondió de vuelta, levantándose del banco y caminando hacia ella.—Y por lo que veo, lo estás haciendo muy bien.
La pelinegra bajó la mirada, un poco ruborizada.
—Gracias por venir. No pensé que te encontrarías aquí tan pronto.
—No me lo perdería por nada.—Dijo Rebecca, envolviéndola en un abrazo suave, apoyando su cabeza en el hombro de Freen.—Estoy orgullosa de ti, y me alegra que hayas podido volver a lo que más te apasiona.
Freen cerró los ojos, permitiéndose relajarse por completo en los brazos de Rebecca. Por un momento, todos los miedos, las dudas, desaparecieron. Aquí, con ella, en este salón que tanto amaba, el mundo parecía estar en equilibrio nuevamente.
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