7. Paraíso
La vida se divierte jugando, Dayker lo había llamado destino, tal vez porque a él tampoco le parecía una buena idea que siguiéramos encontrándonos. Se veía bastante relajado, no se inmutó al reconocerme y su comentario, más que ser incómodo, me resultó cómico.
—Pues supón tú —dije en voz baja, todavía de pie a unos metros de su cuerpo tendido. No me creía que estuviera frente a mí—, no tenía idea de que volvería a verte nunca.
Verlo, todavía se sentía como un sueño y no en el buen sentido de la palabra. Él negó con la cabeza, daba la impresión de no creerlo, pero no dijo nada como haría cualquier persona a la que no le importa.
—¿Qué haces aquí? —la pregunta salió de mí sin querer. Encontrarse con un chico, lleno de pasto seco y dormido, no era cosa de todos los días. Dayker alzó una de sus cejas, tenía un ojo cerrado en señal de que el sol le molestaba—, ¿por qué no entraste?
Aclaré mi pregunta, le costó responder.
—¿Qué te dice que asisto a tu escuela y que no soy solo un idiota al que le gusta fingir ser interesante?
Fruncí el entrecejo.
—¿Te gusta fingir serlo?
—Lo soy —me corrigió, orgulloso.
Reí, más al no saber que responder. Para mí era alguien intrigante, claro, pues saber que solía dibujar en el tren a personas desconocidas y después obsequiarles el retrato era otro detalle poco común en él. Aún me preguntaba por qué había huido luego de conocernos.
—Supongo que si te gusta dibujar en silencio a gente desconocida... cuál protagonista de película —murmuré, llamando su atención—. Pero tienes una mochila —le señalé con mi dedo, sus ojos siguieron la dirección de este— y estoy segura de que esa sudadera es del equipo de futbol.
Para ese momento él había imitado mi gesto, tenía los ojos entornados.
Touché, supuse que no le quedaba más que responder a mi pregunta.
—Te vi —dijo, devolviendo su vista al frente y luego a sus manos. Su gesto denotaba ser de evasión y no me convencía, sonaba como excusa, sin embargo, no me debía explicaciones—. No quería que me pusieras una orden de restricción o algo. Supuse que eres el tipo de chica paranoica.
Sí, lo soy.
Pero me ofende muchísimo que tú lo digas.
—Y, por cierto, no suelo dibujar a cualquiera —mencionó como si mi comentario lo hubiera ofendido. Se giró a coger algo del césped, que después identifiqué; se trataba de una libreta con hojas sueltas—. Puedes decir gracias.
Así que dibujaba en todas partes.
—¿Gracias?
—De nada, Umay —sonrió, achicando los ojos. Me quedé viéndolo recoger sus cosas y meterlas en su mochila, recordaba mi nombre. Qué sorpresa. La mayoría de las personas no lograban hacerlo—. Ahora me voy.
Uh-oh, se iba, de nuevo. Estaba en pie, sacudiendo su ropa y dispuesto a dejarme en ese lugar.
—¿Te vas?
—Sí, estarás más cómoda —musitó resignado a dejarme sola, pasó por mi lado.
—¡No! —dije de repente en voz alta, sacándolo de su órbita y haciendo que retrocediera, sus ojos bajaron y entonces me di cuenta de que tenía mis manos delante de su pecho. El asunto era que no quería que huyera otra vez, me hacía sentir mal pensar que la persona que lo incomodara fuera yo y, a pesar de no tener a donde ir, mentí—. Es decir, yo ya me iba. A mí no le molesta tu presencia, pero a ti puede que sí el que yo esté aquí, así que lo mejor es que me vaya. Además, tú llegaste aquí primero, estabas durmiendo.
O dibujando... tal vez se durmió dibujando.
—No me molestas, Umay —dijo formando una mueca de desagrado—, ¿qué te hace pensar eso?
Que soy el tipo de persona molesta, pensé y por suerte no dije.
¿Por dónde empezamos?, ¿mi aniñada voz ruidosa?
—Que estás huyendo —murmuré apenada. La imagen de su cabello castaño agitándose mientras se alejaba apareció en mis recuerdos, cuando se perdía en la gente—, por segunda vez.
Nuestras miradas conectaron y solo me gustaba imaginar lo que pasaba por su cabeza cuando dejó caer su mochila. Los dos nos quedamos viéndola en el césped, no por los mismos motivos, claramente, pero sí como si fuesen a salirle patas para huir.
—Entonces... —Dayker señaló el pasto para que me sentara a su lado—, acompáñame —se encogió de hombros. No sabía que decir—. Anda, te invito a ser mi cómplice el día de hoy.
Dudé unos segundos, asumí que volver a su lugar era señal suficiente de que no bromeaba, creía que acercarme a él sería demasiado extraño, pero al final cedí tímidamente y me senté junto a él. Nuestros hombros rozaron por un instante, así que me alejé un poco para no invadir su espacio con el contacto innecesario. Pude ver su libreta mientras dejaba caer la espalda, ya que volvió a lo que hacía antes, no dormir, estaba trazando líneas sin sentido a manera de boceto. Dibujaba algo que para mí no tenía sentido, pero era una persona creativa y creía haber escuchado del arte abstracto en clase de historia; lo que me ayudó a no me preocuparme por su salud mental.
Pero si por la mía cuando los rayones comenzaron a tomar forma, ahora identificaba el árbol, todo el paisaje verde frente a nosotros y los edificios que se perdían entre ellos.
—Eres realmente bueno —dije en voz baja, casi esperando que no lo escuchara.
—Uhm, no como quisiera —respondió con una pequeña risa. Yo no conocía ni un poco del tema, quizá existía toda una ciencia detrás de lo que hacía y por eso se burlaba de mi ingenuidad.
Decidí quedarme callada, siempre terminaba por arruinar los momentos con mi miedo al silencio y es que este me dejaba en la compañía de mis pensamientos y últimamente, no existía uno bueno.
—Solo debí decir: gracias —le oí decir después—. Qué idiota.
—Créeme que prefiero que digas lo que piensas a que mientas, no tienes que dar una buena impresión conmigo. Soy la persona menos indicada para pedírtelo.
Dayker soltó una risa, como si mis palabras le recordaran algo.
—Ah, ¿sí? —siguió dibujando— ¿por qué escapaste de la escuela, Umay?
No sé estar cerca de las personas.
Bueno, pensándolo bien... había sido una mala idea, ya que esto me dejaba sin razones para quejarme de mis malas calificaciones. Lo más seguro era que él no quisiera saberlo, pero mi boca sí iba a contárselo.
—Me lo pregunto yo también, solo puedo decir que... quería hacer algo diferente.
—Dijo el último asesino serial —murmuró—, debes tener cuidado.
—¿Qué?, ¡no!, algo como...
—Estoy bromeando contigo, May —interrumpió su concentración para verme, su rostro estaba peligrosamente cerca del mío, demostrando que ese hecho no lo ponía tan nervioso como a mí—. Hazme un favor y ríete.
La sorpresa de que estuviera viéndome me dejó sin palabras, agaché la cabeza.
—¿Sabes qué necesitas?
—Si dices que drogas —respondí, viendo mis pulgares—, te lanzo al agua.
—Dejar de asumir cosas de las personas —dijo en un tono más autoritario—, por ahí puedes comenzar.
—Lo siento.
Sentir su mano en mi brazo hizo que volviera a mirarlo.
—También dejar de pedir disculpas cada que nos vemos, eso estaría bien.
Reí.
—Hum, de acuerdo —dije.
—Pero... si quieres salir de la rutina y hacer algo diferente, nos vemos aquí, luego de la escuela.
—No salgo con extraños... —dije en voz baja.
No salgo, a secas...
—¡Perfecto! —sonrió—, yo tampoco. Ambos nos arriesgamos a ser secuestrador el uno por el otro.
Su sarcasmo cuando mis comentarios eran sin sentido no faltaban.
La idea era un rotundo no en mi cabeza, pero otra parte de mí tenía curiosidad por saber lo que sucedería si aceptaba. La Umay que conocía, procuraba limitar las opciones de que su vida se descarrilara para controlar el resultado de cada situación, por eso dudaba que se tratara de la misma que se encogió de hombros y no paró de reírse junto a un desconocido hasta que su teléfono le recordó a una chica rubia y su cordial invitación.
Te esperamos en la cafetería, ¿dónde estás?
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