1.Destino o casualidad
Dos personas que huyen de un mismo sentimiento, huyen en la misma dirección.
Pero jamás pensé en que llegaría a encontrarte de manera tan inesperada, ni que tú ya me hubieras notado.
Esa tarde era gris y lluviosa en la estación. Llegué sacudiéndome los zapatos. Las personas caminaban apresuradas y yo las veía, parecían tener demasiada prisa. El ritmo monótono del traqueteo me llevó a un estado de ensoñación que me resultaba muy familiar, casi como un refugio. Pero en ese momento, la sensación no me reconfortaba como solía hacerlo. Al contrario, me sentía atrapada en mis pensamientos, muy perdida, como si el mundo se hubiera detenido y yo hubiera quedado a la deriva en un océano de emociones que me superaban.
Subí al tren y me senté en uno de los asientos de la ventanilla. Miré por la ventana mientras el tren se alejaba de la estación. Me sentía nerviosa y emocionada a la vez. Estaba en camino a visitar a mi padre después de tanto tiempo. No podía creer que finalmente iba a verlo después de estar separados como nunca.
Mi padre y mi madre se divorciaron el año pasado. Fue un divorcio amargo, lleno de discusiones y peleas; cada uno buscaba culpar al otro de lo ocurrido. Mientras se olvidaban de que todavía tenían una hija a la que atender. Mi madre, que era alcohólica, no se llevaba bien con mi padre y no quería que lo visitara. Así que, no lo vi en persona desde entonces.
Pero ahora, finalmente tenía la oportunidad de verlo de nuevo. No estaba segura de qué esperar, pero estaba dispuesta a darle una oportunidad a mi padre. Después de todo, él era mi familia.
El tren comenzó a moverse por los campos verdes y ondulados, que ahora lucían más oscuros. La brisa, que se sentía fresca, entraba por la ventana y agitaba mi cabello. Cerré los ojos y respiré profundamente, había leído que eso ayudaba a calamar las ansias. Abrí los ojos y vi la ciudad, que parecía más un pueblo, pasar a toda velocidad. Gente iba y venía, coches y camiones circulaban por las carreteras. Me pregunté si mi padre estaría esperándome en la estación o si tendría que tomar un taxi para llegar a su casa. Eso aún no lo sabía. Revisé mis bolsillos con la esperanza de encontrar algunas monedas para por lo menos el transporte público.
Quizás él no tendría tantas consideraciones conmigo como mi madre. Me apoyé en la mesa fría y jugaba con mis dedos, moviendo los anillos, pero luego de arquear la ceja decidí a ver a quien me acompañaba en este viaje. No tenía nada que perder, casi siempre ignoraba a las personas a mi alrededor y esta vez iba a ser más curiosa, pero tampoco quería lucir como una acosadora.
La gente hablaba, reía y hacía todo tipo de ruido; en cambio yo simplemente no podía relajarme. Y lo qué pasó justo después tampoco ayudó.
De repente, el tren frenó de manera brusca y me sacó de mis pensamientos.
¿Algo malo habría pasado?
Me asomé por la ventana otra vez y vi que estábamos en un pequeño pueblo, rodeado de árboles y con una estación de tren abandonada.
Cuando mis ojos subieron de mi burbuja a la otra esquina del vagón de tren, me encontré con la imagen de una bonita playera de color naranja que mostraba la pintura de los hermosos girasoles de Van Gogh. Recordaba esa pintura, por alguna razón desconocida. Se sentía bien reconocerla, las pinturas me encantaban, pero siempre las veía como fotos; pasando de una en una sin mucho interés.
Inspeccioné el cuerpo de quien la llevaba puesta, y que arribaba al tren, hasta llegar al rostro de un chico cuyos rizos castaños cubrían su frente y el cual era iluminado parcialmente por la luz de la ventana a su izquierda. Tenía un semblante despreocupado y confiado.
Continué viéndolo. Lo conocía.
Eso creía. Aunque la pregunta sobre cuál sería su nombre no podía ser respondida con ese mismo presentimiento.
Su rostro estaba lleno de pecas en la zona de su nariz y mejillas, tan notorias que creía que podía contarlas desde mi posición. Era peculiar él para mí. Viniendo de un pueblito donde sus habitantes me parecían todos grises, él era un arcoíris. Tomó asiento y acomodó sus pertenencias en su lugar. Usaba unos lentes redondos de orilla dorada y en su mano sostenía un lápiz negro, sin borrador en el otro extremo y de punta muy afilada, que deslizaba sobre una libreta de tamaño mediano.
Dibujaba. Sí, eso hacía.
Intenté detallarlo. Sin notarlo pasaron varios segundos desde que comencé a prestarle tanta atención. Los colores de su ropa eran tan llamativos que sería extraño pensar en que pudiera pasar desapercibido para los demás, tenía grandes cejas pobladas que de alguna extraña manera mantenían una forma perfecta y pulcra.
Como si lo hubiera pedido, sus ojos se fueron a los míos. Tan repentinamente que giré mi cuello y me volví a mi postura anterior, apartando la vista en un segundo a la mesa frente a mí, sin embargo, volví a observarlo cuando me aseguré de que ya había desviado la mirada.
Estuvo cerca, ¿qué me sucede?
El tren se detuvo en una pequeña estación. Bajé del tren con mi mochila en la espalda y me dirigí hacia la salida. Miré a mi alrededor, tratando de encontrar a mi padre entre la multitud de personas que se apiñaban en la estación.
Vi a un hombre alto y delgado, con una barba corta y cabello castaño claro. Llevaba una camisa blanca y pantalones vaqueros. Estaba mirando hacia la puerta de salida, buscando a alguien. Me di cuenta de que era mi padre.
Caminé hacia él y lo saludé con una sonrisa, pero noté que él no parecía muy feliz de verme.
—Papá —dije mientras lo abrazaba.
—Hola —dijo él, sin mucho entusiasmo.
Nos separamos y mi padre me miró a los ojos.
No pude evitar sentirme incómoda por su actitud.
—¿Cómo has estado? —pregunté.
—Bien, gracias —respondió él con frialdad.
Caminamos hacia la salida y salimos de la estación. Mi padre me llevó a su coche y comenzamos el viaje hacia su casa.
Durante el viaje, mi padre y yo hablamos sobre todo lo que había sucedido en nuestras vidas desde la última vez que nos vimos. Le conté sobre mis planes para la universidad y él me contó sobre su trabajo. Pero a pesar de intentar mantener una conversación, no podía evitar sentir la tensión en el aire.
Finalmente, llegamos a su casa. Era una pequeña casa con un jardín descuidado. Mi padre me llevó adentro y me mostró mi habitación. Era pequeña, pero acogedora.
Me senté en la cama y miré a mi alrededor. No podía evitar sentirme un poco decepcionada.
Esperaba que mi padre hubiera preparado algo especial para mi llegada, pero la casa parecía estar igual que la última vez que lo vi, hace años.
Mi padre me preguntó si quería tomar algo y le dije que sí. Fuimos a la cocina y me ofreció un vaso de agua. Me senté en la mesa de la cocina y comencé a hablar de nuevo, tratando de mantener la conversación.
—Papá, ¿por qué no viniste a verme antes? —le pregunté.
—Ya sabes que tu madre y yo no nos llevamos bien —respondió él con un suspiro—. Además, no quería causar problemas entre ustedes dos.
—No entiendo por qué no podías hacer un
esfuerzo para verme. Necesitaba a mi padre —le dije, sintiéndome un poco frustrada.
—Lo sé, lo siento —dijo él, su voz sonaba triste—. Pero ahora estoy aquí y quiero intentar arreglar las cosas contigo.
No estaba segura de si creía en sus palabras, pero decidí darle el beneficio de la duda. Tal vez mi padre estaba tratando de cambiar y hacer lo correcto. Decidí darle una oportunidad y pasar un buen rato con él.
Durante los siguientes días, mi padre y yo pasamos tiempo juntos. Fuimos a caminar por el bosque, comimos juntos en restaurantes locales y vimos películas en su casa. Traté de disfrutar de mi tiempo con él, pero todavía sentía que algo estaba mal.
Cada vez que intentaba hablar con él sobre cosas personales, él parecía retraerse y no quería hablar. Traté de preguntarle sobre su vida, pero siempre respondía con respuestas cortas y evasivas.
Una noche, después de cenar, le pregunté a mi padre sobre su vida amorosa. Quería saber si estaba saliendo con alguien o si tenía algún interés amoroso.
—No —respondió él, su voz sonaba tensa—. No tengo tiempo para eso.
—No entiendo —le dije, tratando de sonar comprensiva—. ¿Por qué no tienes tiempo?
Mi padre suspiró y se encogió de hombros.
—Simplemente estoy ocupado con el trabajo y otros asuntos. No tengo tiempo para salir y
conocer gente nueva.
Podía sentir la tensión en el aire. Sabía que mi padre estaba ocultando algo, pero no estaba segura de qué era. Decidí no presionarlo más y cambiar de tema. Pero a pesar de mi esfuerzo por tener una relación con mi padre, seguía sintiéndome incómoda en su presencia. No podía evitar sentir que algo estaba mal, algo que él no estaba dispuesto a compartir conmigo.
Finalmente, llegó el momento de regresar a casa. Me despedí de mi padre y subí al tren de regreso a casa. Miré por la ventana, viendo los campos verdes y los pueblos pasar a toda velocidad. Pensé en mi tiempo con mi padre y traté de encontrar un sentido en todo lo que había sucedido. El tren iba avanzando rápidamente, pero mi mente seguía estancada en mis pensamientos. Me sentía confundida y un poco decepcionada. No había logrado tener la relación que siempre había deseado con mi padre.
De repente, sentí una mano en mi hombro. Me sobresalté y me di la vuelta para ver quién era.
Era una mujer mayor, sentada en el asiento detrás de mí. La reconocí como la señora de la florería, la señora Maveli. Me sonrió amablemente y dijo:
—No pude evitar notar que pareces preocupada. ¿Todo está bien?
Le respondí con una sonrisa forzada. Jamás había hablado con ella.
—Sí, todo está bien. Sólo estoy un poco cansada.
—Comprendo —dijo ella, asintiendo con la cabeza—.
A veces, los viajes pueden ser agotadores.
Empezamos a conversar y me sorprendió lo fácil que me resultó hablar con ella; me interrumpía y olvidaba muchas veces de lo que estaba hablándome, pero no por eso me molesté. Me contó sobre su vida, sus hijos y sus nietos; en especial de uno.
—Deberías venir un día a mi negocio, no como compradora. Quiero mostrarte algo que creo que te puede ayudar —me dijo. Era una persona cálida y amable, y su compañía me ayudó a olvidar mi incomodidad con mi padre. Me dio una clase completa de floristería y luego me dijo que yo sería una flor de la cual no recordaba el nombre.
Me pareció muy gracioso nuestro encuentro.
Después de un rato, llegamos a mi estación. Me despedí de la mujer y bajé del tren. Caminé hacia la salida y vi a mi madre esperándome en el andén. Desde lejos pude ver su cabello estaba despeinado y apostaba a que olía a alcohol.
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