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parte única

WonWoo frunció el ceño sin comprender.

—No lo entiendo, a ti ni siquiera te gustan los gatos.

—Pero eso es ahora, quizás en unos años aprenda a quererlos —sugirió optimista.

—¿Y qué tal si no?

—Lo haré.

Últimamente, la actividad favorita de JeongHan era soñar despierto. Habían muchos temas y temáticas que rondaban por su mente, algunas eran protagónicos de su tiempo y otros solo pasajeros. En la mayoría de ellas estaba junto a su amigo de la infancia, WonWoo. Imaginaba un sinfín de escenarios con él, y no es porque esté obsesionado (tal vez un poco), sino que en los últimos días todo le recordaba al de lentes.

Era su escape de la realidad, y de la soledad por decirlo de alguna manera.

—¿Qué te parece Busan? —pregunta de repente el azabache, rompiendo ese cómodo silencio que se había formado entre ambos.

—¿Perdona?

—Si vas a desposarme cuando cumpla treinta y cinco, no quiero vivir mi vida de casado en un edificio, me gustaría tener una casa para que nuestros hijos puedan crecer felices y jugatear por ahí sin limitaciones —explicó—. Y como a ti te gusta la playa, ¿por qué no tener una casa cerca de la costa?

—Primero: yo nunca dije que te desposaría. Y segundo: tú apenas puedes soportar el cambio de clima, no creo que Busan sea un lugar adecuado para tu salud.

—Tal como tú quieres verme feliz, yo quiero verte feliz. Si vamos a planear nuestro futuro juntos debemos hacerlo bien, ¿o no?

JeongHan rió ante aquello, tenía razón.

No solían verse muy amenudo, desde que cada uno dejó la casa de sus padres tomaron caminos diferentes y bueno, tenían sus vidas hechas. WonWoo trabajaba en una empresa minera y JeongHan como profesor de letras. Ambos tenían vidas laborales y económicas estables, sociales no tanto, y románticas un desastre.

El azabache, relación tóxica tras relaciones tóxica, rompió su compromiso y relación de cuatro años unos días antes de la boda, ya harto de una vida tan inestable y llena de incertidumbre, decidiendo que era demasiado para su pobre corazón y que necesitaba un poco de paz. Y JeongHan, quien apenas había tenido dos parejas a lo largo de sus veintinueve años, no estaba interesado en el amor; pensaba que en esa vida tal vez no esté destinado a experimentar tal cosa, y no dudaría del destino.

WonWoo tomó la mano de JeongHan y la alzó para después soltarla y abrirla, indicándole que el rubio también lo hiciera. Acostumbrados a la oscuridad y a la vaga iluminación que proporcionaba la luz de la ciudad, preguntó:

—¿No crees que unos anillos se verían bien en nuestras manos?

—Tal vez…

JeongHan encontraba un tanto masoquista esa pregunta. Cuando eran niños, le prometió al azabache que cuando tuviera un divorcio doloroso se casaría con él y que le haría feliz sin importar qué. WonWoo desde ese día, inconscientemente, comenzó a soñar con su vida de casado, y no fue hasta que se vieron después de la ruptura que recordó esa tonta promesa.

Entre risas y copas, aliviado por ser aconsejado por una alma tan sabia y bondadosa, lo escuchó decir: «Si en seis años te veo igual de miserable que ahora, te sacaré de esta ciudad y comenzaremos una nueva vida desde cero». Juntos. WonWoo no anhelaba nada más que eso, empezar de cero con alguien a su lado, y su amigo lo sabía.

—¿Quieres que nuestra boda sea aquí, o en Busan? —cuestiona JeongHan.

—Tenemos que comprar de cualquier modo un buen terreno, y con lo caros que están dudo que sea después de la boda.

—Deberíamos señarlo ahora. Cosa de que si llega alguien a tu vida antes de lo prometido, tengas tu casita en la costa.

—Nuestra casita de costa —corrige—. Tal vez me divorcie, o la relación no se de.

—¿Tanto te emociona casarte conmigo?

El azabache asiente, con una amplia sonrisa.

—Me emociona saber que pase lo que pase no me espera un futuro tan trágico. Tendré hijos, un bonito hogar y un esposo maravilloso.

—Oh, pero hay un problema —interrumpe el rubio preocupado.

—¿Cuál?

—Yo no cocino muy bien, y no creo que te guste llegar del trabajo y encontrarte con comida comprada.

—No hay problema. Mientras tú estés conmigo, siempre habrá una solución.

Ambos rieron, acurrucados el uno con el otro tal como lo hacían de jóvenes; JeongHan abrazado al torso del menor con su cabeza apoyada en el pecho contrario, y WonWoo envolviendo con sus brazos el delgado cuerpo del mayor. Pese a los años, siempre dejaban las formalidades de lado y se acostaban juntos, la presencia del otro resultaba reconfortante y era como hundirse en las nubes de la melancolía y el pasado. Un sentimiento que no podían experimentar con nadie más.

JeongHan nunca fue fan de las relaciones fugaces, rápidas y cortas. No les hallaba otro sentido que no fuera una pérdida de tiempo. Le gustaba saber que aunque pasen los años tendría alguien a quien acudir, alguien que a pesar de los cambios seguiría encajando con él; no es una persona que se encariñe fácil con los demás, y por ello se encargó de cuidar sus relaciones como oro, sin insistir y dejando ir a quienes decidieran lo contrario. WonWoo no es muy diferente, él también disfruta de las amistades que se crean a través de los años pero a diferencia de JeongHan, él no sabe cuidar de ellas, siendo una de las razones por las que todos sus romances acabaron fatal.

—Si comenzamos a pagar el terreno desde ahora, probablemente en seis años ya la tengamos —habla el mayor.

—Si es así, creo que me gustaría una boda en la playa.

—Eso suena bien. La ceremonia en el atardecer y la fiesta durante la noche.

—Ó, ¿qué tal si alquilamos un yate? —propone WonWoo— Haremos la ceremonia y la fiesta allí.

—¡Eso es demasiado caro! —JeongHan jadea, aterrado por la idea—. Mejor en la playa, sabes que no me gustan las cosas extravagantes.

—Muy bien, en la playa será. No es como que tenga tampoco tanto dinero para gastar —acepta convencido.

—Debes pensar en tus hijos también, si alquilamos ese yate nos iremos bancarrota y viviremos a base de sopa de pescado.

—Imagina si nos fuéramos a una Luna de miel. Ni para el pescado nos alcanzaría.

—Oh, no, no, no. No puedo permitir eso.

—No, pero por algo estamos fantaseando —ríe, girando para enfrentar al otro—. ¿A dónde te gustaría ir de Luna de miel?

JeongHan hace una mueca pensativa. No era alguien que disfrute mucho de los viajes, menos de aquellos largos, pero ya que su futuro esposo preguntaba iba a pensarlo.

—¿Qué te parece… —intentó hacer memoria, WonWoo cuando era pequeño siempre decía que algún día visitaría Estocolmo— Suecia?

—¿Suecia?

—Síp.

—Me hace frío de imaginarlo —ríe ante el gesto de desaprobación de su amigo— pero me agrada. Aprovechamos y hacemos un recorrido en tren por Europa.

—¿Sólo nosotros dos?

—Nosotros dos. Tal vez me robe algún gato para los nuestros, pero seremos nosotros dos. Nadie más.

JeongHan tararea feliz y WonWoo sonríe por presenciar escena tan tierna. Ambos se ocultaban ciertas cosas, buenas y malas, lo hacían. Sin embargo, había una en particular que incluso el azabache negaba para sí mismo, y eso era el sentimiento de ser protegido por el mayor. Es un hecho que no supiera cuidar de los demás, pero tampoco sabía cuidar de sí mismo; todo lo que sabía se lo enseñó JeongHan, y todavía estaba aprendiendo sobre el autocuidado. Él le enseñó que está bien equivocarse, que está bien sentirse desanimado y llorar, le enseñó a validar sus emociones y respetar su cuerpo y consciencia. Es una persona tan sabia y madura que le es a veces inevitable no tenerle envidia.

Tarde comprendió que tanto como él le tenía envidia, de seguro el mayor también. Debido a su frágil salud y distinta perspectiva de la vida no tuvo la oportunidad de disfrutar muchas cosas que él sí pudo, todo le resultaba monótono y sin sentido, cuando sólo se trata de disfrutar del momento. WonWoo quería darle algo a cambio. Algo que pudiera disfrutar sin sentirse egoísta.

Observó en silencio al hombre de en frente. Había cerrado los ojos y tenía la cabeza apoyada sobre la almohada, sus comisuras aún estaban un poquito levantadas indicando que había sonreído. Su largo cabello caía sobre su lado de la cama y unos cuantos mechones sobre su frente. Con delicadeza, corrió los mechones detrás de su oreja y apoyo la mano en su mejilla, llamando su atención.

—¿Pasa algo? —pregunta, y él niega en respuesta.

El silencio vuelve, y cierra de nuevo los ojos con cansancio, sin cuestionar el accionar del menor. WonWoo por su parte se queda viéndole con cariño, cariño y tristeza. Esos pequeños momentos simples tenían mucha carga en su corazón, se sentían íntimos y cálidos, un mimo a su alma. Y él, tan tonto, necesitaba un guía que le enseñe cómo responder a ellos.

Tímido, se acercó con cautela al contrario, bajando su cabeza para quedar a la misma altura. Acunó el otro rostro entre sus manos, y sin pedir permiso, besó a su amigo de toda la vida. Jamás imaginó que fuera a corresponderle, aquello era uno de sus actos impulsivos que cometía sin detenerse a analizar las consecuencias, pero JeongHan le permitía experimentar y equivocarse.

Unas manos se colocaron en su pecho, ascendiendo por su cuello y acabando enredadas en su cabello. Fue un beso suave, cuidadoso y lento. WonWoo nunca imaginó que un beso podría sentirse así de irreal, cálido, cuando sus anteriores experiencias fueron violentas y bruscas. El mayor fue el primero en separarse, casi con miedo o rechazo, pero WonWoo no lo dejó ir. Aprisionó el cuerpo contrario y unió sus labios una vez más, con un agarre firme en su cintura para evitar que se escapara lejos de su alcance. Era doloroso, y le gustaba; los fríos labios del rubio, su cálido cuerpo y un húmedo beso.

Separado a la fuerza, JeongHan sonrió cansino.

—Te recuerdo que aún no estamos casados, debes esperar antes de continuar.

Era su amigo quién le hacía sentirse así al final de todo. Su amigo, su guía, aquél que tiene el control de su vida.

No lo dejaría ir.

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