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Prólogo

La oscuridad llegaba a toda la habitación mientras David se encontraba sentado en su silla favorita serca de la ventana. Su rostro agachado estaba oculto por las sombras de la noche.

Sus piernas se encontraban cruzadas como casí siempre lo hacía cuando pensaba. Esa noche estaba sufriendo por todo lo que había echo, pues jamás imagino hacer ese tipo de cosas.

David se había quedó toda la noche en esa posición incomoda, quería de alguna forma castigarse por su actitud tan... tan egocéntrico.

La puerta se habría de manera lenta, como si la persona detrás de esta tuviese miedo de entrar y recibir un buen golpe.

Al ver que no sucedía nada, como gritos o zapatos volando, él decidió entrar sigilosamente.

—¿Como estás? —. Preguntaba el hombre en un susurro.

David ni siquiera lo había escuchado, estaba abstraído de todo.

Gabriel tocaba su hombro con algo de temor.

David tuvo una reacción negativa al sentirse tocado, se irguió sobre la silla y lo observaba con recelo.

—No puedes... tocarme. No si yo no lo autorizó ¿Comprendes? —. Manifestaba David de forma afligido.

—Lo siento, no te tocare más. David —. Afirmaba Gabriel quitando su mano de su hombro.

David volvió a la posición que estaba anteriormente, perdido entre aquella oscuridad. Su vida había dado muchas vueltas, estaba sólo.

O por lo menos en ese momento se sentía así. Ignoro a Gabriel cuando se fue de su cuarto.  Entonces comenzaba desmoronarse llorando como un niño, se dejaba llevar por toda la pena que sentía en su corazón. Siempre había sido así dejándose llevar por sus emociones.

Al amanecer David se puso de pie como si nada hubiera ocurrido, se dispuso a cambiarse de ropa y se colocó sus adoradas gafas negras. Salió de su habitación caminando hacia el comedor y ahí lo vio con una agradable sonrisa sentado tomando su jugó de naranja.

—Buenos días —. Saludo David.

—Buen día.

—Y ¿Como estas? —. Preguntaba Gabriel preocupado.

—Normal como siempre. Listo para la acción, me conoces bien y esto no me detendrá... ¡Todos se pueden ir al demonio! ¡Todos!

—Lo se, debemos irnos —. Informaba Gabriel levantándose y con él David.

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David tocoba su guitarra electrica de forma magistral con sonidos nuevos que él mismo había creado, al mismo tiempo su voz sonaba al ritmo y sólo en ese momento se sintió poderoso, sentía que podía ser él mismo sin prejuicios ni nada parecido; se sentía libre.

Pero aquí no comienza, ni termina su historia, iremos al inicio de todo.

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