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capítulo veintitrés | ★


Muy a mi pesar me vi buscándola con la mirada. Nada más poner un pie en los jardines, seguido por mi madre, mis hermanas menores y un contingente de guardias que velaban por nuestra —mi— seguridad, me había enfundado en mi papel —aquél que llevaba representando desde que apenas era un niño que no entendía cómo funcionaba el mundo— y me había entregado de buena gana al primer acto de aquel teatro en el que mi vida se había transformado desde que mi padre me hiciera el anuncio en privado de lo que esperaba de mí.

Pronto estuve rodeado de rostros desconocidos y otros vagamente reconocibles. Me vi en la obligación de sonreír y estrechar miles de manos, de aguantar las miradas que rozaban la adoración mientras muchas de las jóvenes que se afanaban por presentarse, por llamar mi atención y dar los primeros pasos hacia la victoria; muchas de ellas casi imaginándose a sí mismas convertidas ya en Emperatriz.

Tras la primera ronda de saludos, cuando la euforia inicial disminuyó levemente, traté de buscar un lugar mucho menos congestionado y relativamente tranquilo donde empezar a conocer a algunas de ellas. Un pequeño séquito de jóvenes entusiastas no tardó en seguir mi estela, emocionadas; sus expresiones, no obstante, pronto mudaron cuando sentí la presencia de alguien a mi lado y su brazo rodeó al mío con familiaridad. Un intenso perfume inundó mis fosas nasales al mismo tiempo que, por el rabillo del ojo, distinguí la silueta de una joven de piel oscura. Alguien a quien conocía del pasado y que siempre solía ser la comidilla de la corte.

Viktoriya Pavlovna.

La única hija de Nicanor Pavlovich había sido una presencia intermitente en mi vida, al menos al principio. Al menos hasta que la amenaza de los brujos, propiciada por el genocidio del Zakat Krovi, se hizo un hecho imposible de obviar y el miedo de mi padre a que llegaran hasta nosotros —hasta , su futuro. El futuro de todo Zakovek— le obligó a tomar medidas drásticas.

Igual que yo.

—Mi príncipe —dijo la sedosa voz de Viktoriya cerca de mi oído, devolviéndome al presente.

Noté sus dedos acariciando mi brazo por encima de la tela del uniforme que llevaba. Cuando la miré, vi en sus labios una comedida sonrisa, perfectamente ensayada para la ocasión; el resto de jóvenes que aún continuaban congregadas a nuestro alrededor, ahora que Viktoriya estaba a mi lado, parecían más apagadas que antes. Aquello no hizo más que aumentar la confianza de la hija de Nicanor Pavlovich, que pegó su cuerpo al mío en un gesto visiblemente amenazador.

Después, sin mediar palabra, tiró de mí para llevarme hacia una de las mesas que había en la otra orilla de la carpa. Durante el corto trayecto no pude evitar pasear mi mirada por la multitud, quizá buscando a alguien en concreto...

La chica del bosque estaba al otro lado, junto a las otras mesas. Mis ojos recorrieron el vestido, de un color naranja intenso y un ajustado corpiño con perlas y cuentas cosidas en forma de flores; su apariencia nada tenía que ver con la joven que había resbalado de una de las ramas y había caído sobre mi primo. Y no podía negar lo atrayente que resultaba con aquella prenda, como un enorme foco que no paraba de clamar por mi atención. Pero ella permanecía en un segundo lugar, sin aparentes intenciones de querer acercarse a nosotros... a mí.

—Sois todo un enigma, Dragmar —la voz de Viktoriya volvió a colarse en mis oídos, provocando que tuviera que apartar la mirada de la chica. Malysheva Vavilova.

Con una deslumbrante sonrisa me obligué a concentrarme en mi inesperada acompañante y el resto de jóvenes que parecían haberse tragado su temor por Viktoriya y continuaban allí, dispuestas a todo.

—Eso es todo un incentivo, ¿no? —respondí.

La sonrisa de Viktoriya abandonó su tamaño comedido para extenderse un poco más mientras pegaba su costado al mío con discreción, consciente de los pares de ojos que teníamos encima.

Su mirada castaña relució con aire travieso y su uña arañó la tela de mi uniforme de manera provocativa. Un agradable cosquilleo me recorrió de pies a cabeza ante la expectativa de aquel juego entre ambos; debido a la sobreprotección de mi padre, a su miedo, mis interacciones fueron controladas al milímetro, llegando a un punto en que me sentí asfixiado. Por eso mismo —por el hecho de tener la sensación de estar atrapado en una lujosa jaula, siendo vigilado cada segundo de mi vida— había encontrado el modo de escabullirme a la ciudad junto a Ilya y algunos viejos amigos, a lugares donde nadie sabía quién era en realidad y podía ser libre, al menos por unas horas.

De haber estado en otro escenario, en otro lugar distinto a aquella vigilada carpa, donde era el centro de atención, quizá habría buscado un rincón mucho más privado en el que poder...

Perdí el hilo de mis pensamientos al distinguir la inconfundible figura de mi primo zigzagueando entre la multitud, dirigiéndose al rincón apartado donde Malysheva Vavilova continuaba refugiada; mantuve mi atención en Ilya... pero también en ella. La chica parecía ajena a la presencia de mi primo, con la vista clavada en un punto cualquiera de la multitud de personas allí reunidas; no fue hasta que él dijo algo cuando Malysheva se giró en su dirección, sorprendida por su repentina aparición.

Aunque mi primo no me había dicho nada al respecto, sospechaba que el suceso del bosque no era su primer encuentro. Recordé la noche que acudí a su dormitorio, después de su regreso de la última fiesta de Nicanor Pavlovich; él dijo que había visto a algunas de las jóvenes que hoy estaban allí, en esa misma carpa, pero no dio muchos más detalles al respecto. ¿Habría sido Malysheva Vavilova una de ellas? ¿Qué habría sucedido esa noche? De haber pasado algo escandaloso, los rumores no habrían tardado en llegar a mis oídos... y a los del resto de la corte.

Entrecerré los ojos, atento a lo que sucedía entre ambos, repentinamente interesado.

Era consciente de que mi comportamiento en el bosque no había sido del todo correcto, pero el pánico me había invadido después de que Malysheva Vavilova aterrizara en el regazo de Ilya. Nuestra excursión había sido al margen de mis responsabilidades, en un arrebato infantil por mi parte por tener unos últimos momentos de tranquilidad antes de que todo el palacio se llenara de desconocidas; que una de ellas nos hubiera descubierto podría haberme puesto en serios apuros. Si llegaba a oídos de mi padre lo que estaba haciendo a sus espaldas, el riesgo en el que estaba poniéndome a mí mismo, sería confinado tras los muros de piedra y la poca libertad con la que contaba se terminaría.

Malysheva Vavilova no había dado señales de reconocerme, de saber quién era en realidad.

Pero yo había preferido no bajar la guardia con ella.

Viktoriya me obligó a apartar la mirada de mis objetivos, intentando introducirme en la conversación. Apenas presté atención mientras la joven —que seguía colgada de mi brazo, mostrando cierta posesión frente al resto de invitadas— contaba una divertida anécdota sobre un verano en que su familia decidió salir de la ciudad para visitar Loveriev y sus hermosos lagos; hice algún que otro comentario que arrancó un coro de risas, aunque mi atención seguía tirando hacia otra dirección. Traté de concentrarme pero...

Ilya estaba acortando las distancias al otro lado de la carpa, acercándose demasiado a Malysheva Vavilova. Noté mis músculos poniéndose en tensión ante la repentina cercanía que parecía existir entre ambos; el hecho, de nuevo, de que mi primo no hubiera dicho ni una sola palabra al respecto.

—... quizá me sentiría más segura sabiendo que el Qehrîn está aquí, velando por nosotros.

Las palabras de Viktoriya provocaron que mi atención volviera a concentrarse en aquel inesperado giro en la conversación. La miré, topándome con una expresión que reflejaba cierta angustia; sus ojos castaños habían adquirido un brillo casi acuoso y, aferrándose aún más a mi brazo, tuvo la argucia de eliminar los pocos centímetros de distancia entre ambos. Vi gestos de rabia contenida entre las chicas que permanecían allí, inamovibles como rocas; miradas de mal disimulado desdén hacia Viktoriya, que disfrutaba de todo ello como una niña con una enorme bolsa de dulces.

—Las responsabilidades del Qehrîn no son vigilar las fiestas privadas del Dragmar —bromeé, sonriendo de nuevo.

Viktoriya ladeó la cabeza en mi dirección y frunció sus carnosos labios en un mohín de disgusto.

—Supongo que tenéis razón, Alteza —concedió, ensombreciendo su gesto—. Su labor es seguir atrapando a esos malditos animales y ejecutarlos, tal y como hizo en la plaza.

La historia de los brujos quemados vivos había sido un tema candente incluso semanas después de que sucediera. Mi padre se había sentido satisfecho, como si el haber atado a tres de ellos a una pira le hubiera brindado una gran ventaja frente a los que todavía continuaban con vida, escondidos.

Un grupo de jóvenes asintió ante las palabras de Viktoriya, dándole la razón. Yo mismo estaba inclinado en hacer lo mismo: los brujos eran monstruos que empleaban su maldición contra aquéllos que no la poseían. Había estado tras el trono de mi padre mientras recibía los informes sobre los sucesos en los que se veían involucrados, escuchando los horrores que nos llegaban desde distintos puntos de Zakovek que decidían atacar.

Ninguno de ellos era agradable.

Una sombra de color anaranjado pasó fugazmente por el rabillo de mi ojo, distrayéndome. Busqué de manera automática a Malysheva Vavilova en el rincón donde había estado apartada desde el principio; sólo encontré a Ilya, ahora en compañía de sus dos hermanas...

Mientras ella se escabullía, saliendo de la carpa en dirección al palacio.

Observé su huida, sintiendo un extraño tirón en la boca del estómago que parecía instarme a que la siguiera. Pero ¿cómo iba a hacerlo? Mi sola presencia era un jugoso objetivo para cualquier mirada; con mover sólo un pie atraería la atención de casi todos los presentes.

Divisé a mi madre cerca de mí, hablando animadamente con algunos conocidos; mis hermanas se habían visto rodeadas por otras jóvenes que, al no poder acceder a mí —bien por miedo a Viktoriya, bien por timidez—, habían optado por tomar una vía de acción diferente. Me solté con suavidad de Viktoriya, quien no pareció muy conforme con ello, y volví a forzar a mis comisuras para que formaran una nueva sonrisa con la que lograr deshacerme de todas ellas.

—Señoritas —dije con un fingido tono apenado—, tengo que disculparme por verme en la obligación de dejaros, pero mi responsabilidad como hijo me reclama...

Hubo un murmullo generalizado cargado de decepción pero, antes de que alguna de las jóvenes —en especial Viktoriya— se le ocurriera alguna idea para impedir mi huida, me deslicé fuera del círculo y dirigí mis pasos hacia donde se encontraba la Emperatriz. Sus ojos se cruzaron con los míos y vi cómo una sonrisa de puro orgullo aparecía en su rostro.

—Madre —la saludé, inclinándome para besar su mejilla y susurrarle—: Necesito ausentarme un momento. Para ver a padre —añadí en el último instante.

Sabía que si jugaba esa baza —el hecho de que mi padre estuviera algo más hermético desde que hubiera empezado a organizar todo eso— contaría con su favor. La Emperatriz amaba a su esposo y era consciente de todo el peso que recaía sobre sus hombros; por eso mismo me miró con una expresión cándida y agradecida, asintiendo con un elegante movimiento de cabeza.

Con una última sonrisa, y un gesto elocuente por parte de la Emperatriz hacia los guardias que se encargaban de nuestra vigilancia, di media vuelta y emprendí mi marcha hacia el palacio, rezando para no haber perdido mi oportunidad.

Aceleré de manera inconsciente mientras la distancia hacia mi objetivo menguaba a cada uno de mis pasos. Crucé las mismas puertas por las que, recé a los Santos, también hubiera atravesado Malysheva Vavilova momentos antes; los pasillos estaban desérticos, con todo el servicio reunido en el exterior o las cocinas, cotilleando sobre aquel encuentro en los jardines.

El sonido ahogado de alguien tratando de escabullirse a toda prisa me empujó a que intentara seguir los pasos resonantes. Al torcer por uno de los recodos entreví la tela anaranjada del vestido de mi objetivo... y a su dueña, que caminaba con una facilidad impropia de alguien que había necesitado ayuda tanto para subir como para bajar del caballo, después de que mi primo insistiera en ayudarla, alegando no poder hacerlo por encontrarse herida.

—Veo que vuestra cadera ha mejorado casi por un milagro de los Santos —dije en voz alta.

Mis palabras la hicieron frenar en seco, como si se hubiera transformado en una estatua de piedra. Aproveché esa pequeña ventaja para acortar la distancia entre los dos, permitiéndome el lujo de pasear mi mirada de pies a cabeza y ver cómo aquella prenda le sentaba como un maldito guante, con el corpiño acentuándole la figura mientras que la falda vaporosa flotaba hasta el suelo, formando un charco a sus pies.

Malysheva Vavilova se giró hacia mí con el rostro pálido, arrugado por el susto.

—Por los Santos —la oí mascullar para sí misma. Luego dijo en voz alta—: Alteza, me habéis asustado.

Enarqué una ceja.

—¿Ahora os dirigís a mí por mi título?

Dos machas rosáceas aparecieron sobre sus mejillas.

—Yo no... En ese momento... —balbuceó y su sonrojo empeoró; le vi tomar una bocanada de aire, esforzándose por hablar sin que se le trabara la lengua—: No sabía quién erais en ese instante, Dragmar.

Ante su estupor, di un paso hacia ella. Sus ojos azules se abrieron un poco más al verme más cerca y escondió las manos tras su espalda, cuadrando los hombros casi de forma inconsciente.

Me aclaré la garganta, sintiendo un extraño nudo en el pecho. Lo sucedido en el bosque —mi comportamiento— había despertado un cosquilleo de culpabilidad, ella no había hecho nada y yo no había sido del todo cortés; su repentina confesión de desconocer mi identidad en ese momento sonó sincera. Demasiado sincera.

—Os pido disculpas —dije a media voz.

Los ojos de Malysheva aumentaron más de tamaño.

—Por favor, Alteza —musitó, horrorizada.

Extendí mi mano en un arrebato inconsciente, dispuesto a extirpar de mi interior el remordimiento que amenazaba con enroscarse alrededor de mi garganta. Ella la observó con una expresión que entremezclaba la sorpresa y el recelo.

—Valerik Alexandrovich —me presenté, ofreciéndole la oportunidad de cero.

Como si lo sucedido en el bosque nunca hubiera tenido lugar.

Dudó unos segundos antes de que su pequeña mano se deslizara en la mía.; una extraña calidez trepó por mi brazo cuando la estreché y ella respondía:

—Malysheva Vavilova aunque eso, evidentemente, ya lo sabíais.

* * *

Breve resumen del intento de huida de Malya:

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