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capítulo veintinueve | ★

—Alteza, los mensajes han sido entregados a las correspondientes destinatarias —un solícito secretario salió a mi encuentro mientras trataba de alcanzar mis aposentos.

Algo parecido a la culpa se retorció en mi interior al escuchar que ya estaba hecho. Mi padre me había despachado con un aspaviento impaciente, dando por concluida la conversación después de informarme de que el temido momento de empezar a desechar las opciones menos prometedoras y útiles para lo que necesitábamos; mi madre ya se había encargado de organizar mi primer encuentro con una de las jóvenes que había permanecido al margen de la criba que habíamos realizado, descartando a todas las que pertenecían a familias originarias de zonas remotas de Zakovek. Lo único que había tenido que hacer era acudir al punto de reunión y conocer a la chica que me esperaba allí.

Svetlana, como así se presentó con una elegante venia, se pasó casi todo el tiempo pegada a mi costado mientras le mostraba una de nuestras galerías, riendo estruendosamente ante cualquier comentario mínimamente gracioso que había hecho para tratar de romper un poco el hielo; a pesar de su visible atractivo, con el cabello color caramelo ensortijado enmarcando su rostro en forma de corazón y unos ojos de cervatillo verdes, no hubo nada. Ni una mísera chispa.

En todo caso una ligera molestia en las sienes tras los continuos cacareos de mi entusiasta acompañante.

Cumplido un tiempo prudencial paseando por la larga sala, alegué unas responsabilidades inexistentes y me escabullí, sabedor que aquel breve encuentro pronto sería de dominio público entre el resto de jóvenes.

—Gracias, Ruslain —dije al secretario, que aceptó mi agradecimiento con un leve asentimiento de cabeza.

Mientras yo me encontraba con Svetlana, una camarilla de sirvientes se había encargado de hacer saber a ciertas chicas que no continuarían allí por medio de una mera nota. No pude evitar preguntarme cómo habría sido ese incómodo momento, cómo se habrían sentido cada una de ellas; mi padre había sido tajante al respecto: no podíamos permitirnos gastos innecesarios... y eso suponía deshacernos de algunas de las chicas, como había sucedido.

Aceleré el paso con intenciones de alcanzar mis aposentos lo antes posible, anhelando la poca privacidad que me proporcionaban; Ruslain, advirtiendo mis deseos, no trató de seguirme.

Solté un prolongado suspiro cuando la pesada puerta se cerró a mi espalda y mis ojos vagaron por el saloncito que servía de nexo para mi dormitorio y el discreto despacho con el que contaba para trabajar. Mi servicio privado se había encargado de poner algo de orden tras la vertiginosa mañana que habíamos tenido tras el mensaje que había recibido por parte de mi madre, avisándome de que tendría que conocer a la primera de mis jóvenes pretendientes, y luego la escueta orden manuscrita de mi padre para vernos.

Pasé una de mis manos por mi cabello, alborotándomelo. Sabía que contaba con un breve período de tiempo a solas antes de sufrir algún tipo de interrupción, por lo que me dirigí hacia uno de los divanes y me dejé caer sobre él.

Cerré los ojos...

... y mi traicionera mente no pudo evitar desviarse hacia Malysheva Vavilova, hacia lo cerca que había estado de ser una de las desafortunadas jóvenes desechadas. Mi padre había hecho una concienzuda criba, enviando a casa a casi todas las chicas que provenían de lejos de la capital y que, por ende, no poseían tanto poder como algunas otras familias, cuyas hijas aún permanecían en palacio.

¿Acaso estaba empezando a arrepentirme de lo que había hecho, de alejar el informe desfavorable de su familia de la pila de jóvenes descartadas por no cumplir con las expectativas del Otkaja?

Por fortuna mi audaz movimiento había pasado desapercibido y mi idea de mantener a algunas familias de su misma calaña me habían protegido, sin levantar ningún tipo de sospecha en los consejeros o en mi propio padre.

—¿Pensando en la joven y hermosa Svetlana, primo?

La burlona voz de Ilya irrumpió en mis pensamientos, salvándome de seguir indagando en los motivos que me habían empujado a jugar de ese modo tan deshonesto por puro capricho. Curiosidad, incluso.

Entreabrí los párpados, descubriendo a mi primo frente a mí con una expresión visiblemente socarrona. El muy condenado siempre había resultado ser tan sigiloso como un gato, demostrándolo de nuevo con aquella entrada en el más completo silencio y pasando desapercibido hasta que había hablado.

Gruñí al caer en la cuenta de que mi primer encuentro había corrido de boca en boca demasiado rápido. Ilya rió entre dientes y ocupó otro de los divanes, a todas luces divertido por mi reacción ante su insinuación sobre Svetlana.

—¿Tal ha sido la impresión que ha causado en ti que te ha dejado sin palabras? —prosiguió pinchándome.

No me resultó complicado alargar lo suficiente mi pierna para golpearle, arrancándole otra risotada.

—¿Debo suponer que todo el palacio está al corriente de mi encuentro con ella? —pregunté, sospechando la respuesta.

Ilya se removió sobre el cojín de su asiento y vi cómo se mordía el interior de la mejilla, como si estuviera sopesando el qué decir. Por todos los Santos, ¿qué demonios había contado esa chica de nuestro encuentro...?

—La joven ha resultado ser demasiado entusiasta —expresó mi primo con diplomacia, restándole hierro al asunto— y, al parecer, cuenta con un generoso círculo de amistades aquí.

Ahogué otro gruñido. Era evidente que Svetlana no podría contener su propia emoción de compartir que ella había sido la primera en encontrarse a solas conmigo; todas habían buscado su oportunidad en la breve recepción del día anterior, precisamente con el propósito de llamar lo suficiente mi atención para que las eligiera.

Una lástima que no hubieran contado con el hecho de que había sido mi madre quien había tomado esa decisión, intentando abrirme camino.

—También se habla de... los mensajes —agregó Ilya a media voz, temiendo estar tocando un tema sensible.

—Sé que piensas que ha sido una decisión demasiado repentina, pero no ha sido mía —repuse con cansancio.

Mi primo supo de inmediato de quién provenía. Su expresión se contrajo en una mueca y yo reprimí las ganas de imitarle; mi padre era un hombre práctico, un rasgo que no parecía haber heredado. De haber estado en mis manos, quizá hubiera dejado que transcurrieran un par de días antes de hacer un anuncio de semejante envergadura.

Los segundos pasaron mientras masticaba mi pregunta. La galería donde me había reunido con Svetlana estaba situada en una zona del palacio que parecía haberme protegido de encuentros... incómodos.

—¿Cómo están los ánimos después de esto?

Ilya apoyó la nuca sobre el respaldo del diván que ocupaba y clavó su mirada en el techo.

—No he tenido el placer de coincidir con ninguna de las desafortunadas, pero Mavra dice que ha cundido la histeria entre algunas de las chicas. Todo el mundo se ha puesto algo nervioso —añadió al final.

Podía imaginarme perfectamente las reacciones de la mayoría: la incredulidad, la negación... El desconsuelo final al comprender que todo había terminado, que su oportunidad se había esfumado con aquel mensaje que ni siquiera estaba escrito por mí. ¿Cómo era posible que, sin tan apenas haber pasado un solo día, ya se hubiera tomado ese tipo de decisión? ¿Y si la elegida del Dragmar se encontraba en el grupo de jóvenes rechazadas?

¿Y si se realizaba otra eliminación tan inesperada...?

Valoré la opción de abandonar mis aposentos para despedirme de las que aún se encontraban en palacio, preparando su equipaje para regresar a sus respectivos hogares, pero pronto la rechacé: sería una situación sumamente violenta y no estaba seguro de tener las respuestas que ellas necesitaban escuchar de mis labios. ¿Cómo decirles que el único motivo por el que habían sido destinatarias de ese críptico mensaje era que no cumplían con los requisitos que mi padre necesitaba para seguir con su cruzada contra los brujos?

No, lo mejor sería permanecer en la sombra hasta que la última hubiera abandonado el edificio.

—¿Voy a tener que quedarme con los rumores que báryshnya Svetlana ha empezado a hacer circular sobre vuestro encuentro, primo, o vas a apiadarte de mí? —la voz de Ilya había recuperado su antiguo humor en un intento de espantar las inexistentes nubes que sentía que parecían haberse congregado en el salón tras la mención de los mensajes lacrados.

Decidí seguirle el juego, agradecido de la salida que me estaba brindando para poder apartar ese tema de mi mente.

—¿Y qué rumores son esos? —pregunté.

Los labios de Ilya formaron una sonrisa pícara.

—Que tienes un sentido del humor desternillante.

Enarqué una ceja y mi primo hizo un aspaviento con la mano.

—Vova, dudo mucho que hacer algún comentario sobre el poblado bigote de nuestro querido tío tatarabuelo Borys pueda considerarse como «desternillante» o «hilarante», como también he escuchado —dijo con una expresión circunstancial.

Volví a darle una ligera patada, fingiendo molestia por su comentario sobre mi sentido del humor.

—¿Puedo acaparar un poco más de tu tiempo, primo? —me preguntó entonces Ilya, poniéndose en pie.

Le imité, abandonando la comodidad del diván. Aquellos podrían ser fácilmente mis últimos momentos llenos de tranquilidad, antes de que mis nuevas responsabilidades me atraparan para arrastrarme hacia una vorágine de encuentros con las diversas jóvenes que aún estaban en palacio, a la espera de tener una oportunidad.

—¿Qué propones? —me interesé.

Ilya se encogió de hombros con aire inocente.

—¿Una última vuelta por el bosque?

Pensé en cómo había terminado la anterior, con la joven cayendo de aquella rama al vacío hasta que mi primo acudió en su ayuda, salvándola del desastre. No obstante, dudaba que Malysheva Vavilova fuera tan estúpida para estar subiéndose de nuevo a árboles tras lo sucedido.

Al menos, confiaba en ello.

—Sin inesperadas sorpresas, espero —bromeé mientras pasaba un brazo alrededor de los hombros de Ilya.

Su cuerpo se sacudió en una risa silenciosa.

Abandonamos mis aposentos y optamos por tomar los corredores menos transitados, que solían ser los que utilizaba el servicio para pasar desapercibidos. La atención de mi primo se vio atraída hacia una hilera de ventanas que daban a la entrada de palacio; me acerqué a los cristales, curioso. Una fila de carruajes aguardaban a que los mozos ayudaran a cargar los equipajes de las familias que esperaban a que llegara su turno; protegido de miradas indiscretas, pude contemplar el caos emocional que había provocado. No obstante, el modo en que Ilya repasaba cada rostro me distrajo lo suficiente.

—¿Buscas algo en concreto? —le pregunté, aparentando inocencia.

Mi primo pestañeó, saliendo de su ensimismamiento, y me lanzó un rápido —casi avergonzado— vistazo.

—No —contestó con aparente tranquilidad—. Nada en absoluto.

* * *

Vova e Ilya, Ilya y Vova... qué encantadores primos, qué bonita relación. 

Todo es amor, amistad y lealtad entre ambos (recemos a los Santos para que siga así)

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