capítulo treinta y siete | ★
Aquella noche no fui capaz de conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, no podía evitar ver de nuevo a Nicephorus con aquella mirada cargada de silenciosas advertencias, recordándome lo mucho que podía perder si no mostraba mi abierta cooperación con la causa; los interrogantes sobre mi papel en palacio, fingiendo ser una persona que no era, se habían ido difuminando tras nuestra conversación. Ahora era consciente de hasta qué punto debía implicarme, lo que se esperaba de mí.
Mis sospechas y las insinuaciones de Varlam habían ido en la dirección correcta: tenía que acercarme a Vova hasta el punto de que depositara su confianza en mí, abriéndome su corazón... y sus secretos.
Tiré de las cálidas mantas que me rodeaban para cubrirme un poco más, dejando que mis ojos vagaran a través de la oscuridad que se adivinaba al otro lado de los ventanales. El fuego continuaba ardiendo en la chimenea, ayudando a contrarrestar el frío que la noche traía consigo; hacía horas que mis doncellas se habían despedido de mí tras dar por concluida su jornada. La comodidad que antaño había sentido en aquel hermoso dormitorio había sido sustituida por un arraigado temor; el más mínimo sonido provocaba que todo mi cuerpo se quedara paralizado y mi corazón arrancara a latir desenfrenadamente.
El brujo había demostrado no tener problemas para esquivar la seguridad, podría volver a presentarse allí en cualquier momento.
Incapaz de poder lidiar con todo lo que estaba carcomiéndome, terminé escondiéndome en un improvisado capullo de mantas y aguardé a que llegara el amanecer.
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Siempre puntuales, mis tres doncellas se presentaron en mi dormitorio a la mañana siguiente, cuchicheando con un tono que oscilaba entre la emoción y la histeria; no obstante, parte de su alegría se esfumó al descubrir mi penoso estado. Las vi intercambiar una mirada preocupada antes de que cada una procediera con sus respectivas tareas: Lera y Ksenya fueron directas al discreto baño anexo al dormitorio y desde la cama oí el quejumbroso sonido que dejó escapar el grifo de la bañera. Polina, la tercera de mis doncellas, retiró las mantas y aguardó pacientemente hasta que reuní las fuerzas suficientes para deslizar las piernas sobre el borde del colchón.
Una pregunta muda flotaba en su mirada, aunque no tuvo el valor de hacerla en voz alta.
—Una mala noche —dije, tomando la bata que me tendía y colocándomela sobre el molesto camisón.
Tras un largo, relajante y caliente baño, me dejé caer sobre la banqueta que había frente al tocador. La tensión que antes había embargado mi cuerpo parecía haberse suavizado gracias a la temperatura del agua y a los productos que Lera había echado; aún con el cabello húmedo, me entregué obedientemente a las expertas manos de mi doncella. Polina chasqueó la lengua al contemplar las ojeras que decoraban mi pálido rostro por medio del reflejo del espejo. Mi pobre excusa no había sido suficiente para disipar su preocupación, pero no había insistido en el tema.
Mis ojos se cerraron casi de manera inconsciente cuando sus dedos se entremezclaron con mis mechones húmedos, desenredándolos con sumo cuidado y aplicando un oloroso aceite que ya me resultaba familiar, pues la había visto recurrir a él mientras estuvimos en la casa de la ciudad. El movimiento de sus yemas contra mi cuero cabelludo provocó que el cansancio que arrastraba por mi noche insomne ganara terreno en mi interior; mi cabeza desconectó ante el agradecido masaje, permitiéndome unos instantes en los que me sumí en un estado de duermevela.
—Báryshnya —me sobresaltó la voz de Lera, haciendo que abriera los ojos de golpe; descubrí a mi doncella sosteniendo en sus brazos dos ostentosos vestidos. Al ver que había captado mi atención, la chica los levantó un poco más para que pudiera contemplarlos mejor—: ¿El azul... o el negro?
No pude evitar quedarme mirando el segundo: daba la apariencia de estar conformado por dos prendas separadas, un cuerpo de color negro y una larga y abombada falda con motivos arabescos que entremezclaban el naranja, rosa y blanco; parecía un vestido demasiado festivo para mi habitual rutina de buscar cualquier tipo de distracción junto al resto de invitadas mientras esperábamos a que el Dragmar decidiera llamarnos a su presencia. Aquella extraña elección de vestuario por parte de mi doncella resultaba inusual para un día que prometía ser igual de aburrido que los anteriores.
Ladeé la cabeza, empujando algunas imágenes de mi picnic con Vova lejos de mi mente.
—¿Celebramos algo? —quise saber.
Las mejillas de Lera se colorearon.
—Al servicio le encanta cotillear, báryshnya —me confesó y el sonrojo aumentó, como si haber compartido conmigo aquel pequeño detalle la hiciera sentir incómoda—. Anoche comentaban que el Otkaja estaba planeando un encuentro con todas las jóvenes que aún permanecían aquí, en palacio.
—Una presentación formal de cara a la corte —apostilló Polina con mayor templanza que su compañera.
Mis manos empezaron a temblar ante las expectativas que me aguardaban si mis doncellas estaban en lo cierto. Sería la primera aparición del soberano frente a nosotros, tras haber enviado a su esposa y resto de familia para preparar el terreno; aún recordaba la elegancia que había mostrado la Emperatriz al hacer acto de presencia en los jardines, el modo en que había conseguido mantener la compostura a pesar de la multitud de ojos que estaban pendientes de ella.
Un nudo empezó a formárseme en mitad del pecho.
—¿El azul o el negro? —me preguntó de nuevo Lera.
Señalé la segunda opción y mi doncella me dedicó una media sonrisa, conforme con mi elección, antes de depositar la prenda sobre la cama y devolver el modelo desechado al armario. Polina reanudó su tarea de terminar de secar mi cabello y tratar de domar mis rebeldes rizos; Ksenya se nos acercó para comprobar cómo su compañera procedía con su tarea de pasar un peine sobre mis cabellos, cuidando de no hacerme daño.
Nuestras miradas se cruzaron durante unos instantes a través del espejo y vi que sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa antes de regresar junto a Lera para ayudarla. Clavé mis ojos en su espalda, sintiendo un escalofrío descender por mi columna vertebral cuando mis sospechas volvieron a la zaga, recordándome la amenaza de Nicephorus sobre su control de cada uno de mis movimientos.
La incomodidad que la noche anterior me había acompañado atenazó mi estómago mientras mis doncellas me ayudaban con el vestido, asegurándose de que el escote recto cubría bien mis clavículas y sus mangas largas se ceñían hasta la altura de mis muñecas; al menos sentí un leve acceso de alivio al comprobar que la falda no resultaba tan pesada como me había parecido en un principio, permitiéndome cierta libertad para moverme.
Ksenya pasó las manos por mi nuca, recogiendo mis mechones rizados y apartándolos para que cayeran a mi espalda. Aquel contacto me produjo un escalofrío., acrecentando el nudo que había notado en mi pecho y las sospechas que todavía pululaban sobre mi cabeza. ¿Podría ser ella la espía de Nicephorus...?
Luego observé a mis otras dos doncellas, sonrientes y ajenas a mi zozobra, haciéndome la misma pregunta, permitiendo que las dudas fueran corroyéndome poco a poco. Dejando que viera lo fácil que resultaba traicionar a cualquiera.
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Feodora me estudió de pies a cabeza cuando crucé el umbral que conducía a nuestra discreta terraza familiar. Polina se había encargado magistralmente de ocultar los estragos de mi noche en vela, aplicando una generosa cantidad de cosméticos para dar algo de color a mi tez; al ver que la mujer no hacía comentario alguno, dedicándome un simple asentimiento, supe que mi doncella había cumplido con su propósito de esconder las largas horas que había pasado en la cama, incapaz de poder cerrar los ojos por el temor de verme asaltada de nuevo.
Varlam y Yegor estaban entretenidos el uno con el otro, comentando las últimas noticias que les habían llegado desde el exterior. El ambiente estaba lleno de una extraña emoción que procedía de los tres miembros de mi familia; me acerqué con cautela a la mesa, observándolos alternativamente; al igual que yo, sus respectivos atuendos eran igual de llamativos y ostentosos que mi vestido.
Antes de abrir la boca para preguntar qué sucedía, Feodora ladeó su brazo izquierdo, mostrándome un papel cuidadosamente doblado cuyo sello de cera había sido roto. En sus ojos vi un brillo de viperina felicidad.
—Una nota del mismísimo Otkaja —anunció mientras yo me removía en mi asiento. Mis doncellas habían estado en lo cierto y daba gracias de que me hubieran prevenido a tiempo, ayudándome a escoger elegante prenda que llevaba—. Al fin vamos a tener la oportunidad de verle en persona.
Aquel buen humor que emanaba de Feodora parecía haberse contagiado en Yegor, incluso en Varlam. El hombre se reclinó sobre su asiento, con una amplia sonrisa que denotaba el buen ambiente que reinaba entre los miembros de la familia.
—Es una buena noticia —comentó.
Feodora dirigió su afilada sonrisa hacia él.
—Es una buena oportunidad —le corrigió.
Un escalofrío se deslizó a lo largo de mi espalda al escuchar a la bruja. Nicephorus había sido claro respecto a mi papel pero... ¿qué había de la misión de los otros? ¿Qué debían hacer Feodora, Yegor o Varlam, además de fingir ser mi coartada?
Los ojos bicolor del chico se clavaron en los míos, como si hubiera escuchado el eco de mis pensamientos.
—No debemos bajar la guardia —intervino, empleando un tono severo—: que el Otkaja quiera ver a las jóvenes que aún permanecen en palacio no es más que una señal de que una nueva expulsión está cerca.
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Las palabras de Varlam me persiguieron mientras terminábamos de desayunar y, después, al abandonar nuestros aposentos para recorrer los concurridos pasillos, donde coincidimos con otras familias que iban en nuestra misma dirección. Feodora compuso su mejor sonrisa y pronto nos incluyó en el grupo de la marquesa Sheremeteva, cuya hija Varvara caminaba muy erguida y sin apenas prestarnos atención; retrasé mis pasos hasta quedar a la misma altura de Varlam, quien tampoco parecía muy proclive por intervenir en la conversación entre la bruja y la marquesa.
Retorcí mis manos con nerviosismo, sintiendo mis pensamientos agitándose como una nube de avispas. Por el rabillo del ojo atisbé su brazo antes de que una de sus manos cubrieran las mías, deteniendo mi agitación.
—Eh, tranquila —susurró para que solamente yo pudiera escucharle.
Pero no podía: estaba en lo cierto cuando había insinuado que el motivo que se escondía tras ese inocente encuentro organizado por el Otkaja era reducir el número de jóvenes con pretensiones a Emperatriz. El peso que se había aposentado en mis hombros tras la visita de Nicephorus pareció duplicarse al pensar que recaía sobre mis manos el tratar de impresionar al padre de Vova lo suficiente para asegurarme nuestra continuidad en la competición.
Me encogí de manera inconsciente, recordando mi estrategia de cara al Dragmar. Fingiría sentir un interés profundo por la persona que se escondía tras el título y me ganaría parte de su confianza... la suficiente para que se atreviera a abrirse a mí y me desvelara parte de sus secretos.
Secretos que yo no dudaría un segundo en transmitir a Nicephorus.
Tomé una temblorosa bocanada de aire, intentando centrarme en el calor que emanaba de la palma de la mano de Varlam. En el silencioso apoyo que parecía querer darme con ese sencillo gesto.
—Estoy asustada —reconocí, sorteando el estrechamiento de mi garganta.
Ladeé la cabeza, topándome con el rostro del joven brujo y su ceño fruncido.
—Todo irá bien, Malya —me prometió a media voz, dedicándome su familiar y traviesa sonrisa—. Lo harás perfectamente...
Su voto de confianza hizo que mis labios se curvaran de manera inconsciente en una sonrisa a modo de respuesta. Descrucé mis manos y Varlam apartó la suya, ofreciéndome en su lugar el brazo en un gesto galante; lo acepté de buena gana, sintiendo una necesaria inyección de energía, alejando aquella nube de oscuridad que había estado acompañándome desde aquella mañana... Brindándome una pequeña tregua, al menos de cara a aquel encuentro.
Respiré hondo cuando atravesamos las puertas cristaleras que conducían al exterior, recreándome en los aromas florales que flotaban en el aire. Los jardines estaban llenos de actividad, igual que aquel primer día; una nueva carpa había sido instalada, sorprendiéndome con su tamaño. Al haber eliminado a algunas de las chicas, pensé que sería más pequeña... pero parecía ser exactamente la misma que habían utilizado para la presentación formal de Vova a todas las afortunadas hijas de familias nobles que habían conseguido una invitación por parte del Otkaja.
Mis pasos parecieron trastabillar cuando distinguí figuras bajo la carpa, la leve algarabía que se extendía entre los invitados que ya habían llegado. Varvara pronto se despidió de nosotros al encontrarse con su pequeño círculo de amigas; eso me recordó el consejo del propio Varlam para lograr sobrevivir entre las chicas que quedábamos: acercarme a Viktoriya Pavlovna, fingir que era su amiga y beneficiarme del respeto que parecía despertar en las otras.
La hija del conde había resultado ser una hábil jugadora, conocedora de sus propias cartas y alguien a quien no le temblaba el pulso a la hora de conseguir sus objetivos. Su seguridad y ambición hacían que sintiera un poco de envidia, en especial tras ver cómo se desenvolvía entre las jóvenes... y frente al Dragmar.
Todo el mundo daba por hecho que la elección del Otkaja sería Viktoriya Pavlovna pero ¿y si Vova caía rendido a sus encantos, deslumbrado por las innatas habilidades con las que contaba la chica?
Apenas fui consciente del trayecto hasta la carpa hasta que un rostro llamó mi atención entre la multitud, provocándome un escalofrío: Marusya Arbátova ya estaba allí, con la cabeza inclinada hacia atrás y riendo de algún comentario que hubiera hecho alguna de sus amigas. Recordé nuestro tropiezo la noche anterior, cuando el Dragmar me acompañaba de regreso a mis aposentos tras dar por finalizada nuestra cita; noté un familiar cosquilleo en mis sienes, un eco apagado de lo que sentí cuando utilicé mi magia para impedir que mi antigua señora pudiera reconocerme.
—Te has puesto tensa —observó Varlam a mi lado, distrayéndome momentáneamente.
—Ella está aquí —farfullé, incapaz de apartar la mirada de Marusya.
El brujo soltó mi brazo con lentitud y dio un par de pasos hasta quedar situado frente a mí, tapándome de la vista... e impidiéndome controlar a la chica. Debido a nuestra diferencia de altura, tuve que reclinar el cuello para poder mirar a Varlam fijamente; en sus ojos había aparecido un brillo de sospecha.
—Ella —repitió con deliberada lentitud.
Asentí.
—Mi antigua señora —especifiqué con voz ahogada.
¿Debía añadir que esta no era la primera vez en que nuestros caminos se cruzaban? ¿Que ayer mismo habíamos tropezado la una con la otra, haciendo que creyera que todo había acabado cuando se diera cuenta de quién era? Mi pulso se aceleró al recordar lo que hice con el único propósito de protegerme, de salvar mi verdadera identidad. ¿También debía compartir ese pequeño detalle con Varlam?
—Malya —la firmeza con la que el brujo pronunció mi nombre hizo que regresara al presente—, escúchame bien: no tiene por qué reconocerte.
Pero siempre existía esa posibilidad, por pequeña que fuera. Mientras trabajé para la familia Arbátova fui como una sombra que se limitaba a pasar desapercibida, cumpliendo con su cometido; no obstante, tras tantos años a su servicio... era imposible que mi rostro no le resultara levemente familiar.
No podía arriesgarme a cruzarme con Marusya y que, por providencia de los Santos, descubriera mi mayor secreto, echándolo todo a perder.
Apreté los dientes con fuerza, desechando la seguridad que exudaba Varlam tras desvelarle que mi antigua señora estaba allí, a unos metros de distancia. El brujo advirtió mi reticencia y colocó una mano sobre mi hombro, comprensivo.
—Nos mantendremos alejados de ella —me prometió a media voz.
Era la única opción viable. No podía marcharme, no podía desvanecerme como aquel día, cuando tropecé con Vova en mi huida; aquel momento era importante y debía permanecer junto a mi familia, intentando garantizarnos nuestra permanencia frente al Otkaja.
Tragué saliva mientras asentía a Varlam, agradeciendo su propuesta de permanecer lejos de su vista.
El brujo esbozó una pequeña sonrisa antes de ofrecerme de nuevo su brazo, invitándome a que apartara esos turbulentos pensamientos y me centrara en el presente, en lo que verdaderamente importaba en aquellos momentos: continuar en el reducido grupo de potenciales prometidas del Dragmar. Me aferré a su promesa de no permitir que se diera la oportunidad de un nuevo encuentro con Marusya y acepté con gusto su invitación, entrelazando nuestros brazos para que nos condujera hasta donde Feodora y Yegor se encontraban... en la esquina opuesta de mi antigua señora, gracias a los Santos.
Traté de mimetizarme con el entorno, emular a algunas de las jóvenes que nos rodeaban. Plasmé en mi rostro una amplia sonrisa mientras buscaba con la mirada a cierta persona entre los invitados, cada vez más numerosos; Viktoriya Pavlovna destilaba luz propia, por lo que encontrarla no debía suponerme ninguna dificultad encontrarla en aquel torbellino de tejidos y cuerpos apiñados. No obstante, por mucho que tratara de dar con ella, su piel de alabastro no asomaba por ninguna parte.
Contuve un bufido al comprender las intenciones de Viktoriya de hacer una entrada a su altura, buscando impresionar al Otkaja.
Varlam se encargó de incluirnos en el reducido grupo donde estaban los dos brujos, haciendo gala de sus modales y ganándose una mirada apreciativa por parte de la baronesa Yelena Dolgorukova. Me obligué a mantener mi atención en la conversación sobre los últimos colores que se habían convertido en tendencia mientras los hombres se limitaban a hacer algún que otro comentario bromista al respecto y a poner los ojos en blanco.
El silencio que sobrevino en el interior de la carpa, anunciando la proximidad del anfitrión, hizo que me irguiera de forma automática, buscándolo casi con frenesí, al igual que el resto de presentes. Mi pulso trastabilló cuando dirigimos nuestra mirada hacia los jardines, donde una figura imponente caminaba a la cabeza de un nutrido séquito; un temblor me sacudió de pies a cabeza al toparme por primera vez en mi vida con el hombre que había dado la orden de derramar la sangre de tantos de los míos, obligando a miles de familias —incluyendo la mía— a huir para salvar la vida.
De complexión fuerte y cabellos castaños salpicados con alguna que otra cana, no se me pasó por alto el leve parecido que compartía con su primogénito... si los años no le hubieran afectado de ese modo, desgastándolo hasta dar la sensación de que duplicaba su edad. Los ojos azules y hundidos del Otkaja se mantenían clavados al frente mientras su pequeño grupo de seguidores se afanaba por seguir el ritmo que marcaba; descubrí a Vova a un par de pasos de distancia, rodeado por su madre, hermanas... y un nutrido contingente de guardias que velaban por su seguridad.
A mi lado percibí la tensión que emanaba del cuerpo de Varlam al contemplar a aquel hombre. A unos metros de nosotros, incluso Feodora y Yegor no parecían del todo indiferentes a su proximidad.
Nada más poner un pie el Otkaja dentro de la carpa, todos los presentes hundimos una rodilla en el suelo, inclinándonos y bajando la mirada en señal de absoluta deferencia. Un chispazo de molestia me recorrió el cuerpo mientras mantenía aquella incómoda postura; aquel hombre no merecía ni un solo ápice de mi lealtad después de lo que había hecho... de lo que aún estaba haciendo. No podía olvidar por un segundo que el padre de Vova continuaba desviando recursos para perseguir a los brujos que lograron huir de la masacre que desató durante el Zakat Krovi. No podía olvidar al Qehrîn acechando desde las sombras, buscándonos para ejecutarnos frente a una efusiva multitud que le jaleaban, ávida por ver más.
Apreté los puños, notando una ardiente espiral de magia retorciéndose en la punta de mis dedos... sabiendo lo sencillo que sería acudir a ella y dejar que emergiera, libre y mortífera. Sabiendo que mi imaginación apenas tenía límites, brindándome un amplio abanico de posibilidades.
—Malya —el susurro lleno de advertencias de Varlam atravesó la nube de mis pensamientos, conminándome a que no hiciera nada.
Las uñas se me clavaron en la carne mientras obedecía a su implícita orden: no lo echaría todo a perder. Era Malysheva Vavilova, una joven venida de Sigorsky que estaba profundamente agradecida de la oportunidad que se le había brindado y cuya fidelidad siempre estaría del lado del Otkaja.
Al sonido de su palmada, todos nos incorporamos a la par y respondimos con un estruendoso aplauso en su honor. Vi cómo su rostro se retorcía de satisfacción al ser objeto de tanta adulación, conteniendo una sonrisa mientras trataba de mantener su regia postura; por encima de su ancho hombro divisé a Vova, con una expresión opuesta a la de su padre. Verle de ese modo hizo el estómago se me contrajera al recordar mi propósito.
Aguanté la respiración inconscientemente cuando la mirada azul del Otkaja recorrió a la multitud con aire distraído. Hasta que no apartó la vista, concentrándose en un nutrido grupo de valientes nobles que le rodearon, no fui capaz de soltar el aire que había estado reteniendo; mi corazón aún continuaba latiendo desaforadamente dentro del pecho y una ligera capa de sudor había cubierto mis palmas.
Me sobresalté cuando Varlam colocó su mano sobre la parte baja de mi espalda.
—Vamos a buscar algo de bebida —me propuso.
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Procuré no despegarme del costado de Varlam bajo ningún concepto, fingiendo ser la hermana menor que idolatraba a su hermano mayor. Feodora y Yegor alternaban de grupo en grupo, arrastrándonos tras su enérgica estela, cada vez más cerca de donde el Otkaja y su familia se habían instalado para que los invitados fueran los que acudieran a ellos; el resto de séquito que los había acompañado a su llegada se había disgregado con el resto de invitados, entremezclándose con el propósito, supuse, de recaudar información sobre nosotras para su señor, allanándole el camino para la próxima expulsión.
Dejé que mi mirada vagara por el resto de presentes, sabiendo que no habría ni rastro de Viktoriya. Que ella estaba aguardando al momento álgido para hacer su propia entrada, sabiendo que esa osadía por su parte no tendría consecuencias.
Trastabillé con las faldas del vestido cuando Varlam se detuvo abruptamente. Enarqué una ceja en su dirección, confundida por aquella inesperada reacción por parte del brujo mientras Feodora esbozaba su sonrisa y se integraba con habilidad en aquel círculo mixto; el rostro del brujo parecía haber perdido color, empalideciendo, y su cuerpo se había tensado. La seguridad que siempre acompañaba a Varlam se había desvanecido.
Intenté que reanudáramos la marcha, pero el chico no movió un solo músculo.
—¿Varlam...? —pronuncié su nombre, insegura.
Pero no pareció escucharme.
Dirigí mi atención de nuevo al círculo de nobles. El rostro de dos de las mujeres que participaban me resultaban levemente familiares, quizá de los encuentros propiciados por la sociable vizcondesa Yelizaveta Ipátieva; no obstante, algo se retorció en la boca de mi estómago al contemplar a uno de los hombres: era alto, imponente y el aura que parecía rodearle era casi intimidatoria. Sus ojos castaños parecían estar recubiertos de una fina pátina de frialdad y sus marcadas facciones aseveraban aún más su expresión; llevaba su cabello oscuro pulcramente cortado y su rostro sin rastro de vello.
Aquel desconocido despertó un extraño cosquilleo en mi interior, un ramalazo de recelo... y familiaridad.
Aturdida por aquel inesperado pellizco, aparté la mirada para clavarla de nuevo en Varlam, quien continuaba inmóvil a mi lado.
—Varlam —repetí, en aquella ocasión logrando que sonara más firme y no como una pregunta.
Busqué su mano y, al percibir mi contacto, vi cómo sus hombros se sacudían. Su mirada de distinto color bajó hacia la mía con un brillo que nunca antes había visto: temor. Vulnerabilidad. La máscara que siempre había usado para esconderse a sí mismo había caído, mostrándome una parte desconocida del brujo.
—Lo siento —masculló con voz ahogada—. No puedo. Tengo... Debo...
Incapaz de terminar sus propias fases, Varlam se sacudió mi mano de encima y fue retrocediendo como un animal acorralado que estuviera frenético por encontrar una vía de escape.
Muda por el desconcierto que me provocaba su extraño comportamiento, no pude hacer otra cosa que ver cómo daba media vuelta y se perdía entre la multitud... Dejándome completamente sola.
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