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capítulo treinta y cuatro | ★

—Estáis pálida —la observación de Ilya hizo que despegara la mirada del papel, de las líneas manuscritas por su propio primo—. ¿Os encontráis bien...?

Salí de mi estupor al escuchar la voz del joven. Tanto Ilya como el sirviente que se había acercado a nosotros, sudoroso tras una infructuosa búsqueda por casi todo el palacio, me contemplaban con la misma intensidad; incluso el noble había fruncido el ceño, mostrando preocupación por mi repentino cambio de humor.

El papel crujió entre mis dedos.

—Vuestro primo desea reunirse conmigo —conseguí articular, con el mérito de que mi timbre sonara firme.

El mensaje había sido breve, pero conciso: el Dragmar requería mi presencia para aquella misma tarde. La angustia que había estado asfixiándome parecía haberse aflojado, aunque no desaparecido; aquella nota que sostenía era la señal que necesitaba, lo que había anhelado desde que hubiera sido testigo de la multitud de anécdotas que se sucedían conforme Vova se veía con las elegidas que aún permanecían en palacio.

Pero ¿y si ese escueto mensaje era para anunciarme que era la descartada?

Ilya parpadeó con sorpresa. ¿No estaba al corriente de los planes de su primo? ¿Pensaba que ese encuentro ya se había producido? Por la expresión de su rostro, mi respuesta la había pillado con la guardia baja.

Un instante después, la sorpresa se había desvanecido y en su lugar quedó una sonrisa amable. Despidió al joven mensajero y ambos observamos cómo se marchaba por el pasillo, deshaciendo el camino que le había llevado a nosotros momentos antes; el silencio se instaló entre los dos, haciéndome sentir ligeramente incómoda.

Aunque aún sonreía, había algo en el fondo de su mirada que delataba que se trataba de una cuidada fachada. La llegada del sirviente y el mensaje habían fragmentado el ambiente que nos había acompañado tras abandonar la biblioteca.

Ilya me ofreció de nuevo su brazo, pero su sonrisa ya no parecía tan genuina como antes.

—Estaréis ansiosa por regresar a vuestros aposentos —dijo con diplomacia—. Un encuentro con el Dragmar merece una preparación exhaustiva, ¿no es así?

Noté un cosquilleo de molestia en el vientre.

—No soy ningún manjar —repliqué con hosquedad, hablando sin recordar ante quién me encontraba.

Un breve instante después caí en mi error. Mis ojos se abrieron de par en par mientras que las mejillas de Ilya se coloreaban de un potente tono grana; mi desliz no hizo más que volver la situación ya no sólo incómoda, sino también violenta. Mi tendencia a actuar —y hablar— sin pensar no jugaba en absoluto a mi favor; y menos en aquel momento, donde me había atrevido a responder de ese modo a uno de los sobrinos del Otkaja.

El pánico se desató en mi interior: tanto Vova como Ilya estaban muy unidos, si su primo le hacía saber de mi grosero comportamiento... Era posible que ya tuviera un pie fuera de palacio, no quería que mi salida se viera acompañada con algún castigo adicional por mi error. ¡Maldita sea, Malya, deberías aprender a controlar tu lengua de una vez por todas!

—Disculpadme —la palabra se me trabó—. Por los Santos, no pretendía...

Ilya alzó ambas manos, aún con el rostro arrebolado, y mi apresurada excusa quedó en el aire, incompleta. ¿Era ira lo que calentaba sus mejillas o enfado por mi atrevimiento, por creer que estábamos a la misma altura? ¿Debería dejarme caer de rodillas y suplicar que tuviera piedad conmigo?

—No, perdonadme a mí —mi acelerada diatriba mental fue interrumpida y lo miré con horror. El joven apartó la mirada, como si estuviera avergonzado—. No era mi intención insinuar que... Sólo quería... —me quedé muda de la impresión al ver a Ilya Vasilievich, Velikiy Knjaz de Zakovek, balbuceando mientras buscaba las palabras correctas—. Simplemente quería indicaros que entiendo que, en un momento tan solemne, queráis estar radiante...

«Para tratar de llamar la atención de Vova». Ese era el propósito de todo aquel asunto, ¿no? Tras las sorpresivas despedidas de diez de las jóvenes, el resto de las que permanecíamos en el palacio sabíamos que caminábamos en la cuerda floja; cualquiera de nosotras podríamos ser las siguientes en seguir los mismos pasos, por eso mismo debíamos garantizarnos nuestra permanencia. ¿Y qué mejor modo que agradando al propio Dragmar? Él era quien tenía nuestro futuro en sus manos.

—No pretendía sonar tan descortés —agregó Ilya a media voz—. Permitidme que os acompañe de regreso a vuestros aposentos.

Me sorprendió que su invitación siguiera en pie, que aún quisiera ayudarme a orientarme un poco mejor en palacio. En aquella ocasión no me ofreció el brazo, sino que echó a andar con los hombros hundidos y actitud cabizbaja; le seguí en silencio, procurando prestar atención a todo lo que me rodeaba.

Cuando alcanzamos un corredor que me resultaba familiar, aceleré el paso de manera inconsciente, con el papel todavía apretado dentro de mi puño. Ilya no había tratado de entablar conversación conmigo y yo estaba lo suficientemente avergonzada como para intentarlo; apenas nos separaban unos metros de las conocidas puertas dobles que conducían a los aposentos donde estábamos instalados. La cara empezó a arderme ante la perspectiva de la despedida.

—Malya.

Su voz pronunciando mi nombre con aquella facilidad hizo que mis pies se quedaran clavados en el sitio. Al mirar por encima de mi hombro le descubrí a unos pasos de distancia, ni siquiera había sido consciente de que se hubiera detenido hasta que me había llamado; sus mejillas habían recuperado su antiguo color, abandonando la capa rubicunda que antes las cubría.

Una sonrisa tímida se abrió camino entre sus labios y mi corazón dio un vuelco involuntario.

—Recuerda mantenerte lejos del bosque o de cualquier árbol fácilmente escalable.


La noticia del mensaje del Dragmar aplacó a Feodora. Mi supuesta familia estaba reunida en el saloncito cuando atravesé el umbral, con el rostro acalorado después de las últimas palabras que me había dedicado Ilya antes de dar media vuelta y dejarme en el pasillo, dirigiendo su despedida; les mostré el papel e hice el anuncio de que Vova había solicitado verme a solas.

Yegor y la bruja compartieron una mirada cómplice ante la jugosa oportunidad; ninguno de los dos parecía creer que ese encuentro pudiera derivar en una expulsión, y yo no quise mencionar el tema por temor a que la tregua que se había instaurado entre Feodora y yo saltara por los aires. Varlam se limitó a guiñarme un ojo y a sonreírme con su habitual picardía.

Feodora me condujo sin miramientos hacia mi dormitorio, ordenando a mis tres doncellas que encontraran un vestido acorde con la ocasión. La emoción al saber que iba a tener un encuentro privado con el Dragmar llenó los rostros de las chicas, quienes se apresuraron a buscar entre los armarios mientras Feodora me guiaba hasta el tocador, empujando mis hombros para que tomara asiento.

Fingiendo estar acariciando los mechones rebeldes de mi cabello en una actitud maternal, la bruja se inclinó y nuestras miradas se encontraron en el reflejo ovalado del espejo. Una sonrisa cruel apareció en el rostro de Feodora y sentí sus uñas clavándoseme a través de la tela del vestido que pronto sería sustituido.

—Es tu momento de redimirte, Malysheva —susurró en mi oído—: no cometas ni un maldito error.

Sus dedos continuaron recorriendo mi pelo unos instantes hasta que escuché la dulce voz de Polina dirigiéndose a mí. Feodora se apartó, mostrando a mis doncellas una expresión de madre emocionada; ninguna de ellas pareció fijarse en mis temblorosas manos o la palidez de mi tez. Giré sobre la banqueta, dándole la espalda al espejo mientras la bruja permanecía a mi lado, con una mano todavía sobre mi hombro.

Una encantadora imagen que pretendía transmitir un inexistente vínculo entre madre e hija.

Polina y Lera me mostraron un sencillo vestido de color azul con detalles dorados. Agradecí la elección, el hecho de que no fuera uno de los sobrecargados modelos que se apretujaban en otro de los armarios y de los que solamente había dado uso a un par; Ksenya aún se afanaba por encontrar un calzado a conjunto.

Al ver que Feodora no tenía intenciones de abandonar mi dormitorio, me refugié tras el biombo para que mis doncellas me ayudaran a cambiar un vestido por el otro.

—Vais a hacerlo bien, báryshnya —susurró Polina al notar cómo me removía, confundiendo mi temor ante la amenaza velada de Feodora por nervios.

Tragué saliva, rezando para que así fuera. No había compartido con nadie mi encuentro con Ilya Vasilievich, mi pequeño desliz por aquel estúpido malentendido entre ambos; y después de las palabras susurradas de la bruja, pensaba guardármelo para mí.

Lera me dedicó una sonrisa de aliento.

—El Dragmar sería un necio si no fuera consciente de vuestro encanto —añadió.

Retorcí las manos con cierto nerviosismo y salí del biombo cuando Polina terminó de arreglar el bajo del vestido; Ksenya se acercó con un par de zapatillas de un azul similar al del tejido, ayudándome a ponérmelas. Feodora aún seguía sentada a los pies de la cama y su mirada me recorrió de pies a cabeza con escalofriante intensidad.

Sus labios se fruncieron, pero hizo un aspaviento que daba a entender que mi aspecto era pasable.

Lera me acompañó hasta el tocador y empezó a sacar los útiles necesarios para aquella última parte. Sus dedos fueron mucho más amables que los de Feodora cuando comenzó a separar mechones para dar forma a un recogido que fijaría con un par de peinetas que había encontrado en uno de mis joyeros.

Clavé la mirada en mis manos sobre el regazo.

Nadie dijo una palabra mientras mi doncella se afanaba en peinar mi indómito cabello para trenzarlo hasta que Lera me pidió a media voz que me mirara el resultado y así lo hice: tras un laborioso trabajo, la chica había logrado alisar lo suficiente mis mechones para entrelazarlos, dando forma a un intrínseco diseño de trenzas que se cruzaban en la parte posterior de mi cabeza; dos sencillas peinetas que asemejaban las alas de una mariposa estaban incrustadas a ambos lados de mi cabeza. Gracias a aquel laborioso peinado, el cabello caía por mi espalda, mostrando en todo su esplendor la parte frontal del vestido.

De escote circular y sin mangas, la prenda se abría en forma de V, dando la sensación de estar conformada por dos piezas independientes; elegantes cenefas cosidas en hilo dorado ascendían desde el bajo hasta el pico superior, resiguiendo los bordes abiertos de la capa exterior.

Contemplé mi aspecto con un nudo en la boca del estómago.

Tenía miedo de que la chica que me devolvía la mirada desde el espejo hiciera desaparecer a Malysheva Vilkova. Aunque no fuera consciente de ello, estaba acomodándome demasiado rápido a esa vida de lujos, tan diferente a la mía propia, y eso suponía un problema: podría olvidar que yo no pertenecía a ese mundo.

Y que Malysheva Vavilova era una cuidada mentira, una cortina de humo.


Varlam levantó sus pulgares en mi dirección cuando llamaron a la puerta, minutos antes de la hora acordada. Su sonrisa hizo que mi ansiedad disminuyera: el brujo confiaba en mis posibilidades y yo también debía empezar a creer en ellas si quería salir victoriosa de aquel encuentro. Las otras jóvenes que ya se habían reunido con el Dragmar se habían deshecho en halagos y buenas palabras hacia el joven, pintando una imagen algo distinta al muchacho que permanecía en mis recuerdos.

Supuse que mantener la boca cerrada, reír en los momentos adecuados y pestañear con exageración podrían resultarme de utilidad si a ellas parecía haberles funcionado.

Un joven sirviente aguardaba al otro lado, en el pasillo. Me dedicó un gesto solemne con la cabeza antes de indicarme que le siguiera; con el único sonido de la tela de mi vestido frotándose contra la alfombra y los suaves pasos del chico, obedecí en silencio.

Los nervios volvieron a atenazarme cuando viró hacia una discreta escalera y la tomó en sentido descendente, hacia las plantas bajas. En el mensaje de Vova solamente había garabateado una hora, sin dar más detalles; el trayecto que estábamos siguiendo tampoco me brindaba las suficientes pistas para descubrir hacia dónde íbamos. ¿Querría el Dragmar mostrarme la galería de retratos de sus antepasados, como a Svetlana? ¿Nos reuniríamos en el vestíbulo y nos dedicaríamos a recorrer algunos pasillos, charlando de cosas absolutamente banales?

Mordí el interior de la mejilla mientras intentaba mantener el ritmo del sirviente, pensando en qué me deparaba aquel encuentro con el Dragmar.

Entrecerré los ojos al descubrir una puerta acristalada que daba a la zona de los jardines donde se extendía el lago con el cenador del que había escuchado hablar a Viktoriya, el mismo lugar en el que se había reunido con Vova la tarde anterior. ¿No había suficientes rincones en el palacio que había optado por elegir ese en concreto?

Todo parecía apuntar a que sí, ya que divisé la espalda del Dragmar al otro lado, quizá absorto en sus propios pensamientos. Mi servicial guía tiró del picaporte y me hizo un discreto movimiento con el brazo, invitándome a salir en primer lugar; la gravilla crujió bajo la suela de mis zapatillas, alertando a Vova de mi presencia.

Le vi tragar saliva cuando me descubrió tras él, detenida. Una voz dentro de mi cabeza me recordó que debía doblarme en una pronunciada reverencia, así que aferré la falda de mi vestido y me incliné con toda la gracia con la que contaba; conté hasta seis antes de incorporarme, procurando que mi gesto fuera agradable.

—Báryshnya Vavilova —me saludó con tono ronco.

Su mirada me recorrió de pies a cabeza, quizá con un punto de interés.

—Alteza —respondí, esbozando una pequeña sonrisa.

Vova dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre ambos.

—Pensé que os gustaría estar al aire libre —me explicó, entrelazando sus manos a la espalda—, que os recordaría a Sigorsky.

Me recorrió un agradable calor al escucharle, al saber que se había tomado la molestia de intentar conocerme un poco mejor. Eso debía considerarse una buena señal, ¿no? Quizá, después de todo, no estaba pensando en eliminarme... ¿Por qué, entonces, dejarme en último lugar?

—Os agradezco este pequeño detalle, Alteza —dije con sinceridad.

Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que el Dragmar extendió un brazo en dirección hacia los vastos jardines.

—Acompañadme, por favor.

Tras un leve asentimiento por mi parte, echamos a caminar, abandonando el camino de pequeños guijarros y pasando al césped. El bosque era aún más grande de lo que había pensado en un principio, ya que parecía formar un arco que alcanzaba ambos lados del palacio; entrecerré los ojos cuando vi que nos acercábamos a la primera línea de árboles. Por todos los Santos, ¿acaso pretendía reírse a mi costa, rememorando lo sucedido, cuando yo desconocía su identidad?

—La experiencia me ha demostrado que nada bueno puede suceder si me lleváis al bosque, Alteza —comenté con tono de circunstancias, observando a Vova de reojo. La despedida de Ilya se repitió en mis oídos—. No me gustaría tentar a la suerte una segunda vez.

El Dragmar ladeó la cabeza y vi que sus labios habían formado una media sonrisa, al parecer divertido por mis reparos a internarme de nuevo en aquel lugar.

—No pretendo que os subáis a un árbol de nuevo, báryshnya Vavilova —me corrigió con un deje burlón—. Me temo que mi primo no está aquí para detener vuestra caída...

No pude detener el sonrojo que empezó a trepar por mi cuello, acalorando mi cara debido al bochornoso recuerdo de cómo caí sobre el regazo de su primo, provocando que los dos termináramos resbalando de la silla de su montura y nuestros pobres huesos dieran contra el suelo.

—Entonces, ¿debo suponer que habéis elegido algo menos peligroso? —acerté a decir.

Vova se limitó a dedicarme una fugaz sonrisa mientras me guiaba a través del césped. Mi pulso pareció relajarse al ver que, efectivamente, el bosque no era nuestro objetivo, sino el lago: la orilla quedaba cada vez más cerca de nosotros y pude apreciar algunos reflejos que la luz del atardecer robaba a la gran superficie cristalina.

Mi zapatilla resbaló levemente, haciendo que mi cuerpo se tambaleara y estuviera cerca de caer. Aquel cambio en el terreno me obligó a vigilar cada uno de mis pasos, poniendo especial cuidado en la ligera pendiente que descendía hacia el lago; me fijé en que Vova no parecía tener los mismos problemas que yo, familiarizado como estaba con la zona. Me condujo ladera abajo, hacia un rincón que prometía estar protegido de posibles miradas curiosas; mis labios se entreabrieron al descubrir entre la vegetación una bonita manta extendida con una cesta reposando en una esquina.

Una extraña emoción se encendió dentro de mi pecho al contemplar la sencilla escena.

Nunca antes había hecho algo así... para . Mi trabajo en la mansión de la familia de Arbátova no me dejaba mucho tiempo libre, lo que tampoco me permitía socializar en exceso; mi rutina siempre había transcurrido entre mi humilde casa y el lujoso hogar de Marusya. Bien era cierto que, algunas veces, mis responsabilidades como sirvienta de la joven noble me habían llevado a compartir este tipo de actividades junto a su círculo de amistades, pero yo nunca había participado; siempre me había quedado al otro lado de la manta, esperando a que Marusya pudiera requerirme y siendo testigo de su diversión.

Que aquel despliegue estuviera destinado exclusivamente para nosotros... Tuve que contenerme a mí misma para no echar a correr hacia la manta y dejarme caer sobre ella como una niña en su primera mañana de nieve recién caída. Uní mis manos y las presioné contra mi estómago, tragándome la emoción que amenazaba con desbordarse en mi interior.

Por el rabillo del ojo vi a Vova lanzarme rápidas miradas, como si quisiera asegurarse de que había causado la impresión adecuada.

—Un picnic —suspiré, sin poder apartar la vista de aquella maravillosa visión.

Escuché al Dragmar aclararse la garganta.

—Sois una joven peculiar.

Su extraña apreciación hizo que me detuviera, obligándole a que hiciera lo mismo.

Me pregunté si ambos primos compartirían la habilidad de hacer que sus palabras pudieran ser malinterpretadas... o si Vova realmente me tomaba por una chica rara.

—¿No cumplo con vuestras expectativas, Alteza? —pregunté, controlando mi tono de voz.

El Dragmar frunció el ceño, como si mi pregunta le hubiera hecho pensar en su respuesta.

—Vuestra emoción es genuina, no un subterfugio perfectamente calculado con el propósito de cumplir con lo que se espera de vos —contestó al final y su mirada fija en mí hizo que me sintiera incómoda. ¿Tan fácil resultaba de leer? Eso no jugaba a mi favor—. Sois a la primera que un gesto tan sencillo como este picnic os ha sido más que suficiente.

¿Estaba halagándome...? El calor estalló en mi rostro ante aquel inesperado giro en la conversación, haciéndome desear llevar el cabello suelto para utilizarlo como improvisada protección. Al no contar con ello, mi única salida fue adelantarme unos pasos y esperar que la pequeña distancia que había creado entre ambos me permitiera recuperar el control de mis emociones.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien hizo algo así por mí —la mentira fluyó entre mis labios con una naturalidad que me dejó sorprendida.

Me quité las zapatillas de un par de puntapiés, recreándome en la sensación del frío césped bajo las plantas de mis pies; bordeé la manta y me acerqué hacia la orilla del lago. Recogí los bajos del vestido para impedir que el agua los estropeara y me acerqué con pequeños pasitos, temerosa; a pesar de que tenía nociones de nado, las suficientes para mantenerme a flote y no ahogarme, no era algo de lo que disfrutara realmente. En especial si eran lugares de gran profundidad.

Por suerte para mí, el nivel del agua apenas sobrepasaba mis tobillos desnudos.

—Tened cuidado, báryshnya Vavilova —escuché que me advertía Vova a mi espalda—: para una rusalka sería sencillo arrastraros al fondo del lago...

Me giré como un resorte hacia el Dragmar, que se había acomodado en la manta y me observaba con expresión tranquila. Como si no hubiera mencionado un tema que se consideraba tabú debido a su conexión con la magia... con los brujos.

Conmigo.

—El agua está demasiado fría para ellas, Alteza —respondí, entrecerrando los ojos con sospecha—. Además, no soy su tipo de presa predilecta...

Vova se incorporó sobre los codos, interesado por mi contestación sobre esas míticas criaturas que, se decía, habitaban en el fondo de grandes masas de agua y solían hechizar a hombres apuestos mediante hipnóticas canciones para atraerlos hasta su terreno, ahogándolos para después devorar su carne.

En su mirada había aparecido un brillo de intriga.

—¿Conocéis sus historias? —me preguntó con palpable interés.

Por supuesto que las conocía: mi madre me las había contado de niña, igual que a ella se las había contado su madre y a su madre, la madre de su madre; ese tipo de conocimientos había pasado de generación en generación mediante esa sencilla tradición que casi todos los brujos seguíamos, permitiendo que perdurara en el tiempo. Que no cayera en el olvido.

Miré con recelo a Vova. ¿Quién se las había contado, precisamente, a él?

—Cuando era pequeña tenía una nana que solía estar interesada en esos temas; ella compartía esas historias conmigo, convirtiéndolas en cuentos —contesté, aportando una pequeña pizca de verdad en mis palabras; luego hice un aspaviento con la mano, como si quisiera restarle importancia—. Huelga decir que, cuando mi madre se enteró, fue sustituida inmediatamente.

Dejé que el Dragmar sacara sus propias conclusiones: que mi familia era fiel al Otkaja y que nunca había querido tener ningún tipo de vinculación con la magia. Convenientes mentiras que me ayudarían a enmendar mis errores del pasado, cumpliendo con las expectativas que Feodora había colocado sobre mis hombros; necesitaba quedarme en palacio, necesitaba más tiempo para que Varlam me ayudara con mis poderes antes de volverme contra Nicephorus y sus brujos para tratar de recuperar a mis padres. Las sienes me punzaban tras el sorpresivo descubrimiento de que Vova no era ajeno a nuestras historias, aquéllas que habían sido prohibidas y desterradas por la estrecha vinculación que tenían con el mundo de la magia.

Decidí correr el riesgo.

—¿Y vos? —llegó mi turno de preguntar—. ¿Cómo el Dragmar está al corriente de unas historias consideradas tabú?

Vova tardó tiempo en brindarme una respuesta y, cuando lo hizo, desvió la mirada hacia el lago.

—Se escuchan muchas cosas en los pasillos del palacio —dijo de manera escueta.

Me fijé en su postura, en cómo sus ojos parecían esquivar los míos. No necesitaba la magia para saber lo evidente: no estaba diciéndome la verdad.


Decidí pasar por alto ese pequeño detalle y me enfoqué en disfrutar de la experiencia; Vova había traído consigo una selección de platillos que degustamos mientras veíamos cómo el atardecer daba paso a la noche. La oscuridad que trajo consigo la caída del sol puso punto final a la velada y el Dragmar se ofreció a acompañarme de regreso a mis aposentos, sin darme otra opción que aceptar aquel generoso gesto por su parte.

Durante el picnic Vova se había interesado por mi vida en Sigorsky, obligándome a pintar una entrañable historia donde había sido una niña feliz que solía disfrutar del aire libre y apenas podía tolerar el estar encerrada en la vieja propiedad familiar; cuando el Dragmar me preguntó por Varlam, cerca estuve de derramar la copa de agua que estaba bebiendo en aquel instante. No obstante, la curiosidad de Vova radicaba en cómo mi supuesto hermano lidiaba con las responsabilidades de ser el heredero de la familia.

Tenía que reconocer que algo se había removido en mi interior, pues sabía que su posición como Dragmar no era sencilla... y no podía compararse a ser el futuro barón Vavilovich.

Aspiré una bocanada de aire y eché una ojeada a mi acompañante. Vova caminaba en silencio, con la vista clavada en las puertas acristaladas que estaban a unos metros de distancia; una ligera brisa se colaba por el espacio que había entre nuestros cuerpos.

Tuve la urgente necesidad de romper la quietud que nos llevaba acompañando desde que dejáramos atrás el lago.

—Al recibir vuestro mensaje tenía miedo de que quisierais reuniros conmigo para decirme que estaba eliminada —confesé a bocajarro.

Vova sacudió la cabeza con incredulidad.

—De entre todas las posibilidades... —murmuró casi para sí mismo—. ¿Qué os hizo pensar eso, báryshnya Vavilova?

Un ligero calor encendió mis mejillas.

—Fui la última en recibir vuestra invitación —contesté como si fuera evidente, arrepintiéndome de haber dado pie a esa conversación.

El sonido de unas voces claramente femeninas hizo que quedara en suspenso. Vi a Vova poner los ojos en blanco antes de que dos jovencitas torcieran desde uno de los caminos de grava que delimitaban las rutas de los jardines; a la luz de la luna pude reconocer a una de ellas, haciendo que el estómago me diera un violento vuelco. Me pareció una broma cruel, después de haber pensando en ella aquella misma tarde, que se materializara de ese modo, acompañada por otra chica que reía de algo que debía haber dicho.

Marusya Arbátova se detuvo al descubrirnos al Dragmar y a mí regresando de nuestro encuentro a solas.

El pánico empezó a burbujear en mi interior. Había tenido la fortuna de no cruzarme con ella en los días que llevaba en palacio; supuse que su familia se movería por otros círculos distintos a los que Feodora había conseguido hacerse hueco y había rezado para que ese momento no llegara.

Pero había llegado.

Me acerqué de manera inconsciente al costado de Vova, temiendo que Marusya pudiera reconocerme en cualquier momento; no en vano había trabajado para ella años, los suficientes para que mi rostro le resultara familiar. El miedo a que desvelara mi mentira frente al Dragmar, echándolo todo a perder, despertó un cosquilleo por todo mi cuerpo; el poder de mi magia fluyó por mis venas con ardiente intensidad.

La mirada de mi antigua señora se clavó en Vova, reconociéndolo. Al terminar con su descarado escrutinio, sus ojos castaños se deslizaron hacia mí con cierta parsimonia; el tiempo pareció detenerse a mi alrededor cuando creí distinguir un brillo de confusión en el fondo de sus iris. Mi corazón empezó a aporrear contra mis costillas al conectar nuestras respectivas miradas y el pavor a que mi mentira quedara al descubierto hizo que perdiera el control sobre mi magia: algo tiró entre nosotras dos gracias al contacto visual que aún manteníamos y en mi mente se formó una imagen de mi rostro distorsionada, con unos rasgos diferentes a los míos. Traté de proyectarla, de empujarla, hacia Marusya con un único pensamiento: «No me conoces. No me conoces. No me conoces

Sus ojos parecieron desenfocarse durante unos breves instantes y su ceño fruncido se relajó. Sin decir una sola palabra, Marusya Arbátova nos dedicó una educada reverencia y yo temí desmayarme allí mismo ante lo cerca que había estado en quedar en evidencia...

Y el hecho de no saber qué demonios acababa de suceder.

* * *

tengo el corazoncito partido en demasiados pedazos y no puedo elegir entre uno de ellos S.O.S

(Por el momento jejejejejeje)

Por favor podéis confirmarme que estáis como yo, es decir, así:

(El último es broma, porque yo tengo todas las respuestas muahahahahahahahah)
Ahora sí, como siempre os digo: tened mucho cuidado y espero que estéis bien tanto vosotres como vuestras familias

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