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capítulo treinta | ★

Apreté los puños bajo la mesa, ocultándolos de la vista. Mi tía parecía ajena a mi turbulento estado tras haber anunciado a bombo y platillo que Svetlana, primogénita y favorita de la familia Domova, había tenido un primer encuentro a solas con el Dragmar.

Esa cita era mía.

Yo debía haber sido la primera opción en la lista del Dragmar. En el encuentro en los jardines, después de que no desaprovechase la oportunidad que los Santos habían colocado frente a mí, le había notado bastante cómodo con mi presencia; el joven Valerik había cumplido con mis expectativas —y las del resto de chicas que se habían congregado a su alrededor como un círculo de fieles devotas— y había hecho gala de su ingenio, demostrando no ser tan rígido como su padre.

Debería haber sido yo.

¿Qué demonios había visto en esa anodina chica? Apostaba gran parte de mi dote que solamente había rebuznado en los momentos propicios y había tratado de esbozar su mejor sonrisa, demasiado eclipsada por el hecho de saber que se había llevado su primera —y pequeña— victoria frente al resto de nosotras. Menudo desperdicio de tiempo, ¡qué oportunidad perdida...!

Las uñas se me clavaron en las palmas al seguir escuchando a mi molesta tía ahondando más en la llaga. El resto de comensales que nos acompañaban estaban absortas en su historia, pero podía percibir la intensa mirada de mi madre clavada en mi perfil; de regreso a nuestros aposentos, se había deshecho en comentarios positivos por el modo en que había acercado posiciones con el Dragmar, lo beneficioso que resultaría de cara al futuro. La seguridad que había impregnado cada una de sus palabras, creyendo que había allanado una parte del largo camino que aún nos quedaba por delante.

Ella también había creído que sería yo la persona que tendría el placer de compartir un encuentro a solas con el hijo del Otkaja, lo que nos hubiera proporcionado un momento de oro para acercar posiciones. En especial después de haber comprobado que mi presencia —mi contacto— no parecía haberle incomodado.

La rabia continuó arremolinándose en la boca de mi estómago: si ya me encontraba lo suficientemente frustrada por aquel maldito imprevisto en mis planes, mi madre no haría más que aumentarla una vez nos quedáramos a solas y me hiciera partícipe de su decepción por aquel error. Desde niña había tenido que aprender a lidiar con su perfeccionismo, sabiendo que el propósito de todo aquello era convertirme en un activo que pudiera resultar atractivo al Otkaja; nuestra familia atesoraba un gran poder, pero no parecía serles suficiente.

Ellos buscaban más.

Yo buscaba más.

Un pitido se instaló en mis oídos, ahogando el chirriante timbre de voz de mi tía. Quería levantarme y encerrarme en mi dormitorio para poder mascar mi enfado y frustración en un sitio en el que estuviera completamente sola, lejos de miradas que no dejaban de estudiarme, pero lo único que pude hacer fue mantenerme inmóvil en esa dichosa silla, fingiendo estar prestando atención y comportándome como se esperaba de mí.

—Realmente creí que Vik sería la primera, después de lo cercanos que se vieron ambos durante el encuentro en los jardines... —el usual comentario hizo que mis pensamientos se evaporaran y toda mi atención se viera obligada a regresar al monólogo de mi tía.

Su mirada ya estaba fija en mi rostro cuando hice que mis ojos se desviaran hacia su rincón, encajada entre las esposas de dos de mis tíos, quienes permanecían en un prudente silencio. Algo que la propia Gerushya debería haber hecho, para mi disgusto.

—Todos lo creíamos, querida —se encargó de responder mi madre con un tono comedido.

—La decisión del Dragmar ha sido, cuanto menos, sorprendente —apostillé, imitando el timbre que había empleado ella.

Gerushya esbozó una sonrisa con la que pretendía levantarme el ánimo, como si lo necesitara. Como si fuera una niñita que necesitara consuelo por no haber conseguido el primer lugar.

No necesitaba su condescendencia sino perderla de vista, tanto a ella como al resto de familia cuya atención podía sentir sobre mí, quizá observándome del mismo modo que mi tía, para poder planear con calma mi siguiente movimiento.

Incluyendo deshacerme de Svetlana Domova.

—Bueno, esto solamente es el principio, ¿verdad? —insistió Gerushya, intentando suavizar la situación—. Lo importante es cómo termina todo este asunto.

Mis labios se curvaron en una sinuosa sonrisa ante sus patéticas palabras: en mi vida tenía un único propósito y no abandonaría bajo ningún concepto; desde niña había sido educada para ocupar el trono, no permitiría que una maldita campesina de risa estruendosa me arrebatara lo que me pertenecía.

—Todo esto va a terminar conmigo convertida en la prometida del Dragmar, tía —repliqué con dulzura, batiendo las pestañas con coquetería en su dirección.

«A cualquier precio.»



Pese a mis fervientes deseos de permanecer enclaustrada en nuestros aposentos el máximo tiempo posible, esa decisión no era en absoluto beneficiosa. Me había prometido a mí misma una mayor implicación en nuestro plan; Feodora había sido bastante clara al respecto: si no veía colaboración por mi parte, las personas que sufrirían las consecuencias serían mis padres.

Por eso mismo acepté a seguir a la bruja a cualquier cita a la que era invitada gracias a su don de gentes y la facilidad que había tenido para introducirse en algunos círculos de amistades, como había sucedido con la vizcondesa, quien parecía haber aceptado alegremente a Feodora como a una más, abriéndole horizontes sociales que mi falsa progenitora no había dudado un segundo en aprovechar.

La cita del Dragmar con una de las jóvenes se había convertido en un tema candente que ocupaba casi todas las conversaciones. La susodicha —la misma emocionada joven que Varlam y yo habíamos visto un par de días atrás en aquel pasillo—, una tal Svetlana Domova, desbordaba de felicidad y atendía a su creciente número de seguidoras con una sonrisa.

Contuve un bufido cuando divisé a la chica, entreteniendo al grupo que la rodeaba con la manida historia de su encuentro con el heredero del Otkaja. Las versiones se habían sucedido conforme había ido corriendo de boca en boca, pero todo el mundo parecía coincidir en algo: Viktoriya Pavlovna. Ese nombre había sido la primera opción que a todos se nos había pasado por la cabeza, siendo una sorpresa que la elegida hubiera resultado ser otra.

Para la decepción de aquellas damas ansiosas por ver de primera mano un posible primer encuentro entre la que habíamos creído como elegida y la que realmente lo fue, la damnificada se encontraba ausente... al igual que el resto de su familia. En mi fuero interno no pude evitar pensar en lo afortunada que había sido Svetlana al no tener a Viktoriya deambulando por aquí, ya que no habría tenido una sola oportunidad contra ella.

La Grafinya era una formidable contrincante y, estaba segura, que no tendría piedad cuando sus caminos se cruzaran, pues lo sucedido —el hecho de no haber sido escogida— no sería olvidado.

—Y, vos, báryshnya Vavilova —el dulce trino de una de las chicas con las que había decidido sentarme para intentar socializar y demostrarle a Feodora que estaba dispuesta a mostrar más colaboración con la causa me hizo volver al presente, obligándome a apartar la mirada de Svetlana—, ¿qué esperáis de esta... experiencia?

La despiadada criba del Dragmar no se había desvanecido del todo, rivalizando con la interesante —y variable— historia de la joven Domova. Apenas habían transcurrido cuatro días desde que los mensajes hubieran llegado a sus respectivas destinatarias y la tensión aún no se había evaporado en el ambiente; todas las jóvenes, entre las que me contaba, para mi disgusto, no habíamos bajado la guardia y cuidábamos cada uno de nuestros movimientos, tanto públicos como privados.

El servicio con el que contábamos gracias a la generosidad del Otkaja era un foco de sospecha: ¿quién no podía asegurar que las doncellas o mayordomos no informaran al soberano de lo que hacíamos? El pánico a ser la siguiente descartada empezaba a alcanzar cuotas críticas.

Mis pies se curvaron dentro de las cómodas zapatillas que mis doncellas personales habían elegido para mí. En apariencia era una pregunta inocente, pero la situación que reinaba me hacía desconfiar de las intenciones que pudiera guardar la chica, cuyo nombre no era capaz de recordar.

Sus ojos castaños estaban fijos en mí mientras batía sus largas pestañas, a la espera de mi respuesta.

Opté por la vía fácil:

—¿No es evidente? —contesté a su pregunta por otra, intentando de emplear un tono coqueto—. Quiero ser la próxima Emperatriz.

El estómago se me revolvió al mentir de ese modo, fingiendo estar allí con el único propósito de conquistar al Dragmar. De haberse dado otras circunstancias, de no haber estado en mi posición, habría respondido que lo único que esperaba de aquella experiencia era contentar a Nicephorus y recuperar a mis padres.

Recuperar mi antigua vida.

La sonrisa que me dedicó la chica fue afilada, una que había aprendido a distinguir como una señal de peligro. La diana aún colgaba en mi espalda tras la inocente invitación de Viktoriya para que ocupara el asiento vacío de su lado; las jóvenes que se acercaban a mí lo hacían con el único fin de controlarme. De estudiarme para intentar conocerme un poco mejor.

Posiblemente catalogándome como una potencial enemiga.

Ahora era capaz de ver con mayor claridad el movimiento de Viktoriya, aunque no entendía el porqué. La Grafinya estaba muy por encima de mí, a años luz; no jugábamos con la misma baraja de cartas, pues sabía que ella contaba con varios ases escondidos bajo la manga.

Viktoriya había sido preparada desde muy joven para verse junto al Dragmar.

—Pero ¿acaso no es lo que queremos todas? —me apresuré a añadir.

La chica y las que ocupaban los asientos contiguos soltaron algunas risitas, lo que me permitió un leve suspiro.

Aquel sonido llamó la atención de Feodora, quien había optado por sentarse junto a un par de sus recién convertidas amigas. Su mirada se deslizó hacia mi persona y pude leer en ellos la misma advertencia que me había dedicado aquel día en mi dormitorio; se la sostuve sin un titubeo, consciente de que estaba haciendo lo que se esperaba de mí.

—Oh, báryshnya Vavilova —cacareó la joven de pelo negro que estaba situada a la derecha de la primera; a ella sí que la reconocía, pues la había visto en algunas fiestas que se celebraron en la mansión de la familia de Marusya: se llamaba Aleixa—, adoro vuestro optimismo.

Mi risa sonó falsa a mis oídos mientras se unía a las de las otras dos.

Luego me incliné sobre la mesita que ocupábamos y me serví un poco más de bebida, conteniéndome a mí misma para no vaciarla de un trago. A pesar de la inestimable ayuda que estaba brindándome Varlam, las dudas de que pudiera cometer un error que pusiera al descubierto nuestra mentira seguían aferrándose a mis entrañas; en aquellos días que habían transcurrido tras mi disputa había tenido que acompañar a Feodora a dos reuniones de esta misma naturaleza: pequeños encuentros en los que se compartían rumores y se intercambiaban comentarios insidiosos, además de cuchillos camuflados en falsos halagos.

Mientras sostenía la copa elegantemente labrada entre mis manos, oyendo apenas el nuevo tema de conversación que se había instaurado en nuestro reducido grupo, tuve el repentino deseo de que Varlam estuviera aquí, a mi lado. El joven brujo había demostrado con creces lo diestro que era en los intercambios sociales: no había dudado un segundo en enfrentarse a Viktoriya Pavlovna, haciendo uso de su mordacidad y sin temer las posibles represalias que pudieran derivarse a causa de sus palabras.

No obstante, Varlam también parecía tener sus propias responsabilidades, al igual que Yegor. Nuestro falso padre no había perdido el tiempo desde que nos instaláramos en palacio, pues gracias a su carisma y buen humor había logrado abrirse camino, lo que nos proporcionaba otra fuente de información.

Pero nada de ello funcionaría si era expulsada, pues el esfuerzo habría sido en vano.

Quedaba en mis manos la responsabilidad y sabía que mi única salida era acercarme al Dragmar lo suficiente para asegurarme mi posición allí.

Toda la sala guardó silencio —un silencio que me recordó escalofriantemente al que se instaló durante la reunión que organizó la vizcondesa— cuando un sirviente hizo acto de presencia, portando una nueva bandeja con un simple papel doblado reposando sobre su superficie.

El temor volvió a embargarme mientras las jóvenes allí reunidas nos mirábamos las unas a las otras, tensándonos ante el único pensamiento que llenaba nuestra mente en aquellos momentos.

¿A quién habría elegido el Dragmar para marcharse en esta ocasión?

* * *

Y bien, ¿quién es la elegidaaaaaaa?

POOOOOOOOOR CIERTO, mañana es Halloween y, ya sabéis: ¿TRUCO O TRATO?

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