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capítulo seis | ★

Tras aquella toma de contacto, como se refirió a ella Nicephorus después de dar por finalizada la reunión, algunos de los brujos que habían aguardado pacientemente fuera regresaron; sin embargo, Nicephorus me despachó junto a Varlam de aquel salón alegando que necesitaba pulir algunos pequeños detalles del plan.

El chico se encargó de escoltarme de regreso al vestíbulo mientras los brujos empezaban a debatir en susurros a nuestras espaldas mientras Varlam procuraba que yo no pudiera escuchar nada de interés. En cuanto las puertas se cerraron, dejándonos fuera, me giré hacia el muchacho con los puños apretados y la familiar calidez de la magia recorriendo mis venas.

—No vuelvas a hablar de mí como si me conocieras —le advertí con un gruñido.

Varlam alzó ambas manos en señal de rendición mientras sus labios se curvaban en una sonrisa divertida que aumentó mi enfado.

—¿Me he equivocado en algo de lo que he dicho? —preguntó con un tono juguetón.

Apreté los dientes hasta hacerme daño, agradeciendo ese dolor que me ayudaba a no descargar mis puños sobre aquel exasperante brujo. Sus ojos de distinto color relucieron al ver mis esfuerzos para contenerme; casi parecía estar empujándome a ello, comprobando mi nivel de resistencia.

De autocontrol.

Le apunté con el dedo índice de manera acusatoria, provocando que su sonrisa temblara y estuviera a punto de aumentar de tamaño.

—No me conoces —insistí—. En absoluto.

Sin embargo, no podía evitar decirme a mí misma que todo lo que había dicho dentro del salón, antes de que Nicephorus nos despachara, había tenido sentido: mis padres nunca me habían enseñado a utilizar mi poder, se habían limitado a mostrarme a mantenerlo en secreto. A ocultarlo.

Las pocas ocasiones en las que me había permitido emplear mi magia, me había movido de manera instintiva, dejando que ella tomara las riendas y me ayudara a encontrar el camino que debía seguir para usarla. Mi madre se había mostrado inflexible conmigo cuando me descubrió haciendo magia, recurriendo a mis poderes; era peligroso, decía. Pero nada más.

Varlam ladeó la cabeza con curiosidad.

—Tu cara te delata —me dijo—: es evidente que tengo razón en lo que he dicho, aunque no quieras aceptarlo.

—Mis padres intentaban protegerme —me defendí.

El chico de la mirada de dos colores enarcó una ceja.

—¿Protegerte... o protegerse ellos también? —insinuó con voz quisquillosa—. Los brujos no hemos desaparecido, seguimos ahí fuera. Los niños que sobrevivieron a la masacre no han abandonado sus poderes, aprenden a utilizarlos con moderación. En cambio, a ti te han enseñado a sofocarlo, sabiendo lo peligroso que puede ser para un brujo hacer eso.

Se me formó un nudo en el estómago. ¿Mis padres habían tenido miedo a mis poderes, a mi magia? Si era verdad que yo era una taumatúrgica, una clase de bruja poderosa y muy poco común, ¿habría sido por eso? ¿El miedo de mis padres sería que yo hubiera resultado ser una taumatúrgica?

Ninguno de ellos habría sido capaz de poder brindarme la ayuda que necesitaba, no cuando mi magia era más poderosa que la suya. Quizá por eso hubieran decidido optar por algo más sencillo: enseñarme a esconder mi verdadera naturaleza. Mostrarme cómo proteger mi magia, sofocándola en el proceso.

Haciendo que mi vida corriera peligro.

Me abracé a mí misma de manera inconsciente, recordando las terribles historias de qué sucedía a los brujos cuando no empleaban su magia. Ella era parte de nosotros y, si la dejábamos morir, pronto seguiríamos su mismo camino. Sentí el familiar escozor de las lágrimas en las comisuras al pensar en mis padres, en los secretos que parecían haber estado ocultándome y que tenían relación directa conmigo; con lo que había resultado ser.

No iba a dejar que las lágrimas se derramaran en aquel lugar, frente a ninguno de ellos. Era posible que estuviera rodeada de brujos, de mi gente, pero no los reconocía como tal: se habían llevado a mis padres, utilizándolos como chantaje para que accediera a hacer lo que querían; fingían querer ayudarme y me apartaban cuando ya no era necesaria.

Lo único que me hacía útil era mi poder, un poder que ellos pretendían usar a su favor.

—Cállate —fue lo único que fui capaz de responder, asfixiada por sus palabras. Por la verdad que intuía en ellas.

Varlam no pareció ofendido por el modo en que me había dirigido a él, sino extremadamente divertido. ¿Acaso ese taumatúrgico de ojos de distinto color no se tomaba nada en serio? El peso del grillete sobre mi tobillo cuando traté de golpearle me recordó hasta qué punto era peligroso. Quizá aquella actitud divertida fuera una fachada, un modo de enmascarar lo que era en realidad.

—Vamos a tener que trabajar nuestra relación, Malya —repuso, ladeando la cabeza con aire pensativo—. Ningún hermano mayor permitiría que su hermana le hablara en ese tono. El juego ha empezado y tenemos que cuidar todos y cada uno de nuestros movimientos de ahora en adelante.

Le mostré los dientes en una mueca feroz.

—No soy tu hermana —gruñí.

Varlam acortó la distancia entre nosotros y me dio un golpecito con el índice en la nariz, provocando que todo el vello de mi cuerpo se erizara al entrar en contacto con su poder, que latía bajo la piel como una corriente similar a la de los rayos en un día de tormenta. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no retroceder de manera inconsciente.

—Primer consejo, Malya —canturreó y sus ojos bicolores parecieron relucir—: no te conviene tenerme en tu contra.

Entrecerré los ojos ante la visible amenaza que Varlam había fingido esconder entre sus palabras. El taumatúrgico solamente me había permitido ser testigo de una fracción de su poder, pero aún me quedaba mucho por aprender; si yo también era como él, tendría que captar cada detalle para poder utilizarlo en mi beneficio. Para volvérselo en su contra cuando tuviera una oportunidad, pudiendo liberar a mis padres y marcharnos de allí.

—Segundo consejo, Varlam —dije en el mismo tono que había empleado segundos antes—: no pretendas manejarme a tu antojo... y mucho menos amenazarme.

Alguien se aclaró la garganta con timidez, rompiendo la tensa atmósfera que nos había rodeado. La expresión del brujo se transformó en su habitual —y cuidada— máscara de indiferencia; sus ojos, por el contrario, delataban que mi reacción, el no haberme limitado a agachar la cabeza como él había esperado, lo había pillado con la guardia baja. Retrocedí un paso y rompí el contacto visual, descubriendo a una doncella distinta a la que nos había recibido a nuestra llegada a aquella señorial casa de tres plantas; frente a mí, Varlam no tardó mucho en recuperarse de la sorpresa y esbozar una sonrisita amable que atrajo la atención inmediata de la chica. ¿Sería otra bruja?

—Las habitaciones ya han sido preparadas, báryshnya —musitó con deferencia, bajando la mirada a sus pies. Aquel comportamiento me resultaba dolorosamente familiar: yo había tenido que hacer lo mismo mientras estuve al servicio de los Arbátova, yo había estado en aquella misma posición en innumerables ocasiones, con Marusya teniendo uno de sus familiares berrinches—. Moi khozyain.

«Mi amo.»

Apreté los dientes ante el término que había empleado para dirigirse a Varlam, recordándome que yo también había tenido que pronunciar en multitud de ocasiones las mismas palabras. El taumatúrgico esbozó una sonrisa amable que pretendía relajar a la doncella y extendió su brazo en mi dirección, acompañando a ese gesto con una mirada de aviso.

—Mi hermana estará agotada por el largo viaje que hemos hecho desde Sigorsky —declaró con pomposidad, comportándose como lo haría el hijo de una familia pudiente—. Y algo aturdida por lo sucedido durante el trayecto...

La doncella se tensó de pies a cabeza y sus ojos se alzaron unos rápidos segundos para echarme un vistazo. Mi aspecto no concordaba con el de una de las invitadas por el Otkaja para conseguir la mano de su hijo, pero la chica se limitó a desviar de nuevo su mirada al suelo, procurando no parecer indecorosa.

—Le prepararemos un baño, báryshnya Vavilova —aseguró con voz ahogada.

Me resultó extraño que utilizara el apellido que Nicephorus había escogido para mi ficticia identidad. Varlam hizo crecer el tamaño de su sonrisa y algo me empujó en su dirección, obligándome a tomarle del brazo para mantener el equilibrio; contuve un jadeo de horror cuando entendí que el taumatúrgico había hecho uso de su poder, desnivelando el suelo, para obligarme a que aceptara el brazo que me había tendido.

—Madre y padre quieren que estés esplendorosa para cuando lleguemos al palacio —me dijo Varlam con voz sedosa—. Tenemos que dar una buena impresión al Otkaja, ¿no es cierto?

No pude maldecirle frente a la doncella, por lo que me limité a esbozar una sonrisa en respuesta y hundí mis uñas con más fuerza de la necesaria en la carne de su brazo, deseando ser capaz de emplear mi poder para hacerle auténtico daño.

La chica alternó la mirada entre ambos —me pregunté si realmente nos vería algún parecido— antes de dirigirse hacia las escaleras que conducían a la primera planta de la edificación. En el trayecto hacia nuestros dormitorios, y animada por las preguntas aparentemente inocentes de Varlam, descubrí que el hogar había sido preparado para nuestra llegada durante la última semana; se había contratado personal nuevo por petición de mis supuestos padres y se nos había decidido instalar en el último piso, tal y como correspondía.

El ascenso me dejó sin aire. Aquel pasillo que se extendía ante nosotros tenía seis puertas distribuidas en los dos extremos; la doncella nos indicó que nuestras respectivas habitaciones se encontraban en el lado izquierdo mientras que los aposentos de nuestros padres estaban en el lado opuesto. El estómago se me encogió cuando vi mi dormitorio, similar al que ocupaba Marusya y que tantas veces había visitado para cumplir con sus deseos; en el interior ya me esperaban otras dos chicas vestidas del mismo modo que la doncella que nos había llevado hasta allí.

Varlam apenas repasó con la mirada la opulencia de aquella habitación, como si estuviera acostumbrado a él, y se limitó a asentir para sí mismo antes de dar las órdenes pertinentes a las nuevas doncellas: «Un baño bien caliente antes de que se vaya a dormir.»

Ninguna de ellas dijo una sola palabra, se doblaron en una respetuosa reverencia mientras Varlam desaparecía en dirección a su propio dormitorio, que casualmente se trataba de la puerta situada frente a la mía. Me tensé cuando me encontré a solas con aquellas tres doncellas, mis propias doncellas; había visto a Marusya repartir órdenes con la misma facilidad que Varlam, pero yo no estaba segura de poseer la soltura necesaria para hacerlo.

—Es un honor para todas nosotras estar a su servicio, báryshnya Vavilova —dijo una de las chicas nuevas, la morena de ojos castaños—. Mi nombre es Polina —luego señaló a su compañera, también de pelo oscuro pero mirada verde, más pequeña y curvilínea que Polina—. Ella es Lera.

La doncella que faltaba, la chica que nos había acompañado hasta aquel lugar, se aclaró la garganta y me fijé en que su cabello castaño estaba moteado en algunas zonas por mechones de color gris. Sus ojos azules no titubearon cuando nuestras miradas se encontraron; parecía mucho más relajada ahora que Varlam no estaba presente.

—Ksenya, báryshnya —fue lo único que pronunció.

Me entregué sin oponer resistencia a las manos de aquellas tres chicas. Polina y Lera me condujeron a un baño anexo del dormitorio, donde una impresionante bañera con patas en forma de garra me esperaba llena de agua humeante: el baño que Varlam había exigido para mí. Procuré no removerme con incomodidad cuando Lera empezó a tirar de las prendas de ropa, con intenciones de quitármelas; mis mejillas se tornaron de rojo oscuro al quedarme completamente desnuda frente a ellas, quienes no parecieron en absoluto perturbadas por aquella imagen.

Durante mis años en el servicio de los Arbátova no tuve el placer de encargarme de tareas como aquélla con Marusya y no era capaz de entender la comodidad que mostraban Polina y las otras dos cuando me pedían con educación que hiciera esto o aquello. Iba a costarme mucho tiempo acostumbrarme a aquella vida prestada y todo lo que venía con ella; tendría que vencer mi pudor o reticencia si quería dar la impresión de que formaba parte de aquel mundo donde me habían obligado a meterme a la fuerza.

Recliné la cabeza sobre el borde de la bañera. El agua me cubría hasta las clavículas y Ksenya se había encargado de agregar un líquido que pronto había llenado la bañera de una densa capa de espuma; Lera se afanaba por masajear mis manos, con el ceño fruncido por las durezas que mostraban y que no debían estar ahí, en las manos de una jovencita de mi condición. Polina y Ksenya habían salido del baño para regresar al dormitorio, preparándolo para cuando terminara allí dentro.

¿El servicio no había sido consciente en todo aquel tiempo que llevaban trabajando allí que había demasiado tránsito? Aquella misma noche, sin ir más lejos, un nutrido grupo de brujos había campado a sus anchas en uno de los salones de la planta baja. ¿Acaso aquello no había levantado las sospechas de nadie? Por otra parte ¿de dónde habían conseguido los brujos tanto oro para poder costear aquella mentira?

Era demasiado extraño.

Salí de la bañera cuando mi piel empezó a arrugarse como si fuera una pasa. Lera extendió para mí una mullida toalla para que me envolviera en ella y, una vez lo estuve, me acompañó de regreso al dormitorio; un cálido fuego ardía en la chimenea instalada en una de las esquinas, ayudando a disipar el frío que la noche traía consigo en aquella época del año. Ksenya estaba situada frente a un tocador y Polina junto a la monstruosa cama con dosel.

—Permítame que peine su cabello antes de dormir, báryshnya —se ofreció Ksenya, ayudándome a disimular mi repentina duda.

Me dirigí hacia allí y luego tomé asiento en la banqueta. Mis ojos recorrieron con interés y sorpresa la cantidad de productos que ocupaban la superficie del mueble; la mano de la doncella tomó un peine del juego nacarado que había situado junto a mi brazo derecho. Marusya tenía varios de ellos, pues tenía la molesta costumbre de lanzarlos cuando un nuevo berrinche hacía temblar los cimientos de su hogar.

Se me escapó un suspiro apenas perceptible cuando Ksenya pasó las cedras por mi pelo, haciendo que todo mi cuerpo cosquilleara por la agradable sensación. Polina había vertido algún tipo de aceite sobre él cuando se había encargado de lavármelo, haciendo que no fuera complicado deslizar el cepillo entre mis rebeldes mechones; cuando mi madre había hecho eso mismo, cerca de la desvencijada chimenea de nuestro humilde hogar, los nudos habían impedido que aquella tarea tan mundana fuera tan sencilla como aparentaba ser. Mamá se burlaba de mis quejidos cuando las cedras se topaban con otro enredo y yo, al final, terminaba riéndome con ella.

Mordí mi labio inferior para contener el dolor que atenazaba mi pecho al pensar en mi madre. Los brujos... ¿dónde podían haberlos llevado? ¿Cómo habían podido secuestrarlos sin llamar la atención? Mis padres no eran fáciles de abatir y, estaba segura, habrían opuesto resistencia; jamás se habrían entregado voluntariamente para que yo fuera chantajeada.

Ksenya terminó su tarea de desenredar mi cabello y llegó el turno de Polina, quien me mostró un conjunto de noche completamente opuesto al viejo —y desastrado— camisón que había utilizado casi toda mi vida.

—Os podemos traer algo que os ayude a conciliar el sueño —dijo entonces Lera, que había permanecido en el baño, poniendo algo de orden.

Pero estaba segura de no necesitar ningún tipo de sustancia para ello: el cansancio que había dejado tras de sí los sucesos de aquel día era tan poderoso que no tardaría mucho en entregarme al sueño.

Rechacé con educación el ofrecimiento de Lera y me puse aquel nuevo camisón, de tela vaporosa y con un corte mucho más elegante, además de poco conservador. Polina retiró las mantas, como si yo no fuera capaz de hacerlo por mí misma, y se hizo a un lado para que pudiera deslizarme para ocupar el hueco correspondiente. La vi mirarme fijamente, a la espera de algo.

Pero ¿el qué?

—¿Quién quiere que la acompañe esta noche, báryshnya? —me preguntó entonces Lera, haciendo que todo cobrara sentido: era necesario que una de las doncellas se quedara en vela toda la noche por si acaso requería cualquier cosa, ya que los dormitorios del servicio se encontraban en la planta baja del edificio y no podrían ser rápidas y eficientes a tanta distancia, si se diera el caso.

Mis ojos saltaron de una a otra doncella mientras ellas esperaban pacientemente a que yo hiciera mi elección.

—Estoy tan cansada que no tardaré mucho en conciliar el sueño, así que no es necesario que ninguna de vosotras se quede aquí —contesté.

Se miraron entre ellas antes de que Polina asintiera con la cabeza, aceptando mi decisión de liberarlas a las tres de una noche sin poder dormir. Sabía que mi excusa no serviría en una segunda ocasión, pero ya trataría de encontrar otra cuando llegara el momento; ahora lo único que quería era la soledad que me esperaba cuando la última de ellas abandonara aquel monstruoso dormitorio y cerrara la puerta.

—Que duerma bien, báryshnya —me deseó Polina.

Una a una, las tres doncellas se encaminaron hacia la salida.

—Que los Santos y Dios bendigan su sueño —dijo Ksenya antes de marcharse.


No supe si fue por intervención divina, pero aquella noche caí derrotada sobre la almohada; ni siquiera tenía recuerdo alguno de si había soñado algo en el transcurso de aquellas horas. A la mañana siguiente, puntuales, mis nuevas doncellas llamaron con cuidado a la puerta antes de entrar en mi dormitorio; todavía me encontraba un poco entumecida por aquel lugar desconocido, además de la rapidez con la que nos habíamos metido de lleno en la historia ficticia de Nicephorus.

El estómago me dio un vuelco cuando un par de lacayos trajeron consigo unos baúles grabados con las iniciales «M.V.» sobre las tapas, en tono dorado; Lera desveló el contenido del primero de ellos, que constaba de una pequeña colección de vestidos, a todas luces míos.

Mis excitadas doncellas empezaron a sacar el contenido de aquellos baúles, cuya procedencia resultaba ser todo un misterio, haciendo que mi estómago se encogiera al contemplar todo lo que escondían en su interior: vestidos, accesorios, zapatos... Era mi equipaje.

—Vuestro padre dijo que os quedaríais un par de días en la casa de la ciudad antes de marcharos a palacio —dijo Polina, trasladando los vestidos hacia uno de los armarios de doble hoja y cristal de espejo—. Debe ser emocionante haber sido elegida para intentar convertiros en la prometida del príncipe.

La sensación de angustia que me había acompañado desde que aparecieran aquellos lacayos portando mis supuestas pertenencias empeoró cuando escuché a Polina mencionar a mi padre... o el hombre que se suponía que era, además del supuesto motivo que me había arrastrado hasta la capital: la competición entre jóvenes de alta cuna para hacerse con la codiciada mano del Dragmar.

Farfullé una respuesta que complació a la doncella y contemplé la hilera de vestidos que conformaban nuevo vestuario. De colores vivos y llamativos, aquellas prendas nada tenían que ver con mis antiguos y ásperos vestidos; mis ojos recorrieron cada uno de ellos, consciente de las miradas de interés de mis tres doncellas.

Supuse que estaban esperando a que diera alguna orden.

—Hoy me pondré el gris —dije a nadie en particular, haciendo un aspaviento con la mano.

Ksenya se apresuró a tomar mi elección mientras sus otras dos compañeras se encargaban de terminar mi atuendo, escogiendo los accesorios que pudieran encajar con el color que había elegido.

—Sus padres y su hermano la esperan en el comedor para desayunar, báryshnya —murmuró Lera mientras me ayudaba a calzarme unas cómodas zapatillas con cintas que anudó alrededor de mi tobillo.

Una parte de mí se resistía a acostumbrarse a aquel escenario cuidadosamente preparado en el que se había convertido mi vida. Nicephorus no quiso que pasara demasiado tiempo, haciendo que la falsa familia que había organizado se apresurara a ocupar su lugar antes de que pudieran empezar las preguntas incómodas; la reunión con los brujos de la noche anterior parecía haber sido una mera cortesía hacia mi persona, una presentación formal antes de que todo su plan comenzara a rodar.

—Ya está preparada, báryshnya Vavilova —me indicó Polina cuando terminó de aplicarme un poco de colorete en las mejillas.

Me contemplé en el espejo del tocador, sorprendiéndome de mi propio aspecto. Ksenya se había afanado en recoger mi indómito cabello en un pulcro moño, dejando algunos mechones sueltos para que enmarcaran mi rostro; Lera había colocado en mis orejas un par de pendientes cuyas piedras encajaban con el color de mi vestido y Polina se había encargado de mi rostro, aplicando un par de cosméticos que incluían mis supuestos baúles.

Sin lugar a dudas parecía alguien pudiente, como Marusya.

Di las gracias a mis doncellas y salí del dormitorio, bajando las escaleras hasta alcanzar la planta baja. Pestañeé cuando vi el trasiego que había en el vestíbulo, mujeres y hombres vestidos del mismo modo, yendo de un lado hacia otro con prisa; anoche aquella casa me había parecido casi desierta, a excepción del grupo de brujos que nos había recibido en uno de los salones. ¿Qué había cambiado en aquel corto lapso de tiempo?

—Ah, Malya —dijo una voz masculina a mi izquierda—. Veo que esas chicas saben cómo hacer su trabajo.

Me giré hacia Varlam, que estaba apoyado contra una de las columnas del vestíbulo, atento a mi aspecto. Sus ojos de distinto color me recorrieron de pies a cabeza con una meticulosidad que hizo que todo mi vello se erizara, para su deleite; me crucé de brazos para ocultar el ligero temblor de mis manos y alcé la barbilla, desafiante.

Hermano —le saludé con sarcasmo—, es una lástima que no pueda decir lo mismo de ti...

Varlam acusó mi insulto con una amplia sonrisa, doblándose en una burlona reverencia y alzando el brazo en dirección a una de las puertas que quedaban a nuestra derecha. Cerca de donde estaba el salón en el que nos habíamos conocido y presentado, cuando Nicephorus ordenó llamar a mi familia ficticia.

—No hagamos esperar a nuestros padres, querida —repuso el taumatúrgico.

Imité su reverencia y mis labios se curvaron en una sonrisa desdeñosa.

—Después de ti, querido —respondí.

Varlam sonrió con aún más ganas antes de conducirme hacia la puerta que llevaba hasta el comedor. Feodora y Yegor ya se encontraban sentados en la cabecera de la mesa, y dos servicios vacíos señalaban los sitios que podíamos ocupar el otro brujo y yo, el uno al lado del otro. Conteniendo una mueca de contrariedad, fui la primera en escoger asiento mientras Varlam se acomodaba en el otro, poniendo los ojos en blanco.

El aspecto de aquellos dos brujos que me contemplaban desde la orilla opuesta de la mesa era impecable. Tanto Feodora como Yegor llevaban una versión similar a la de mi vestido que delataba el dinero con el que supuestamente contábamos: ella vestida de un tono verde oscuro y con un modelo que la cubría desde el cuello a los pies; él con un atuendo igual de opulento de color azul, también oscuro.

Varlam, por el contrario, se había decantado por el negro.

Feodora alzó la mirada de su plato, en el que apenas había unas rodajitas de fruta, para clavar sus ojos en mí. Yegor estaba bastante concentrado en su cuenco de gachas, añadiéndole una generosa capa de azúcar moreno.

—Malya, querida, han llegado las pocas pertenencias que conseguimos mantener después de ser salvajemente asaltados de camino hasta aquí —me explicó del mismo modo que lo habría hecho mi madre.

Entrelacé mis manos bajo la mesa con fuerza.

—Dos lacayos se encargaron de subírmelas esta mañana —respondí.

Feodora asintió y mi espalda se tensó contra el respaldo de la silla cuando reconocí un par de rostros entre el servicio que se encargaba de disponer el desayuno.

Brujos.

Los mismos que nos habían recibido en el salón, después de que Nicephorus consiguiera hacernos abandonar mi antiguo hogar. Ahora no me observaban con la misma fijeza que la noche anterior, preocupados por seguir con las apariencias; pero su presencia hizo que el estómago se me encogiera. ¿Por qué reunir a un nutrido grupo de brujos? ¿Para qué intentar colarlos dentro del palacio, más cerca del Otkaja?

—Tu padre y yo hemos decidido quedarnos aquí un par de días más, ya que faltan invitados todavía por llegar —la voz de Feodora me obligó a prestarle atención—. Quizá podríamos sustituir todo lo que nos robaron. Sé cuánto te gustan tus vestidos...

Varlam esbozó una sonrisa cruel al escuchar lo último y yo me contuve para no soltarle una patada por debajo.

—También podríamos encargarnos del guardarropa de Varlam —añadí con perversa maldad, siguiéndoles el juego tal y como esperaban de mí—. No es muy apropiado que siga vistiendo como si fuera a acudir a su propio funeral.

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