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capítulo cuarenta y uno | ★

Abrí la boca para replicar cuando ambos escuchamos la puerta de la entrada cerrándose con firmeza, seguido por el sonido de unos pasos. Varlam y yo cruzamos una mirada antes de que el sonido del picaporte bloqueado nos hiciera romper el contacto visual, dejando nuestra conversación en suspenso.

—Malysheva —la inconfundible, y levemente irritada, voz de Feodora se coló a través de la madera, provocando que mi rostro se contrajera en una mueca—. Malysheva que estás ahí dentro, maldita sea.

Supuse que la molestia que se adivinaba en su timbre era debido a algo que había hecho, algún pequeño error en el que no había caído. Con un silencioso suspiro de resignación, me encaminé hacia la puerta; no obstante, tras un par de pasos, noté cómo Varlam me detenía en seco. Sus ojos de distinto color me observaban con una mezcla de recelo y sombría curiosidad.

—Métete en la cama —me ordenó.

Le sostuve la mirada unos segundos, dispuesta a negarme en rotundo... pero algo en sus iris me advirtió que no era una buena idea. Además, si Varlam conseguía deshacerse de Feodora podríamos continuar con el asunto que nos traíamos entre manos.

«... los taumaturgos no podemos introducirnos en la mente de las personas y manipular sus pensamientos...»

Tragué saliva y opté por agachar la cabeza, arrastrándome hacia la monstruosa cama que había a unos pasos de distancia. No me molesté en apartar las mantas, simplemente me dejé caer sobre el colchón, aovillándome mientras oía al brujo moverse por mi habitación hasta la puerta.

Luego, el chasquido que emitió el cerrojo al descorrerse.

—Malysheva... —el reclamo de Feodora se interrumpió abruptamente. No podía verla, ya que mi visión era los ventanales y no pensaba mover ni un músculo—. Varlam.

Casi pude imaginar la sonrisa sarcástica en el rostro del brujo ante la elocuente apreciación de la mujer al toparse con el chico allí. Me mantuve en mi posición, conteniendo la respiración y dejando que Varlam se hiciera cargo de la situación, permitiéndonos continuar con la conversación que habíamos dejado a medias a causa de la interrupción de Feodora.

—Malya no se encontraba bien —mintió el brujo con habilidad, sonando lo suficientemente aburrido para que la bruja inclinara a pensar que cuidar de mí no resultaba del todo de su agrado; que no era más que una pesada obligación a favor de nuestra mentira ficticia de cara al palacio.

Unos segundos cargados de una extraña tensión transcurrieron hasta que oí la respuesta de Feodora, un tono más bajo para impedir que quizá yo pudiera escucharla:

—Ten cuidado, Varlam —mis músculos se pusieron rígidos por la advertencia que teñían las palabras de la bruja—. Hasta las paredes tienen ojos aquí y los rumores no tardarían en correr sobre lo extrañamente unidos que parecéis...

—Por muy morboso que pudiera resultar a la corte —respondió Varlam en el mismo tono—, las historias de incesto no son mis predilectas, Feodora. Sé cuál es mi papel aquí y sé los riesgos a los que estamos expuestos.

La mujer dejó escapar un siseo lleno de molestia por la osadía que había mostrado el brujo al plantarle cara, cortando de raíz cualquier insinuación por su parte. —

—Cuidado, chico —le advirtió Feodora—. Que Nicephorus te encontrara y prácticamente te convirtiera en su hijo no te da mayor poder sobre mí.

El aliento se me quedó retenido tras los dientes ante aquella revelación, otra pieza más sobre el misterio que parecía rodear al muchacho. Un temblor se extendió por mis manos, sacudiéndome de pies a cabeza; Varlam había compartido su doloroso pasado conmigo, sí, pero parecía haberse guardado un detalle importante... El hecho de que aquel brujo que me había arrastrado hacia aquel mundo de traiciones y mentiras era como un padre adoptivo para él.

El hombre que retenía a mis padres, utilizándolos como chantaje para que bailara a su son.

—Vete al infierno, Feodora —masculló Varlam.

Lo único que recibió por parte de la mujer fue una risa cargada de malicia y deleite.


Me incorporé sobre el cómodo colchón cuando el brujo cerró la puerta, en esta ocasión sin bloquearla. Su mirada se había ensombrecido cuando nuestros ojos se cruzaron desde la distancia, conmigo aún en la cama y él apoyado contra la pesada madera; ambos éramos conscientes de que había escuchado sin problema su tensa conversación con Feodora.

Incluyendo el explosivo mensaje final antes de que Varlam diera por concluida la conversación y ella se marchara, disfrutando de su victoria.

Separé los labios para lanzarle mi acusación, pero el maldito brujo se me adelantó, como si hubiera leído mis pensamientos:

—Feodora estaba exagerando.

Enarqué una ceja con aire desdeñoso. El peso de las palabras que la bruja había pronunciado, desvelando otro de los secretos del muchacho, aún seguía aposentado sobre nosotros, haciendo que la atmósfera entre nosotros se tornara incómoda.

Varlam apretó la mandíbula al ver la poca credibilidad que le estaba dando.

—Te dije que una de las brujas aliadas a Nicephorus me rastreó —me recordó y sus labios se torcieron por las comisuras, como si aquel momento no fuera muy agradable—. Ilona me encontró vagabundeando a las afueras de Savarei. Me dijo que era como yo... que había magia corriendo por sus venas; al principio pensé que era un truco, una trampa que me conduciría a otra pira y que el sacrificio de mi madre habría sido en vano. Ilona no iba sola y yo apenas sabía cómo controlar mi poder... No les costó mucho reducirme y arrastrarme con ellos hasta él —estaba refiriéndose a Nicephorus, el líder de los brujos que habían decidido dejar a un lado su secreto y unirse a su causa—. Me negué a mostrar mis habilidades... Supongo que ya sabes lo convincente que puede ser Nicephorus para conseguir lo que se propone —me encogí de manera inconsciente, recordando cómo me había engañado para empujarme hacia donde quería. Una sombra llena de silenciosa comprensión cruzó los ojos bicolores de Varlam—. Cuando descubrió lo que era en realidad... No quería desperdiciar mi magia, mis habilidades; los taumaturgos somos raros por naturaleza y yo había caído como un regalo de los Santos a sus pies.

Tragué saliva, empezando a arrepentirme por haber dejado que la viperina Feodora tergiversara la historia para sus propios fines, sabiendo que yo estaba escuchando la conversación. Buscando una grieta para hacerla crecer hasta convertirla en un espacio insalvable.

—No se me dio opción —expuso Varlam con voz tensa—. Es cierto que Nicephorus siempre me mantuvo cerca por mi rareza, pero jamás me trató como a un hijo... Yo era algo distinto, un arma que emplear cuando era necesario. Y yo obedecí porque sabía que, de haberme rebelado, la alternativa habría sido peor, mucho peor.

Mi pecho tembló cuando tomé una bocanada de aire.

—¿Por qué...?

Varlam bajó la barbilla y sus ojos me observaron con gravedad.

—No soy tu enemigo, Malya —me interrumpió—. Lo que nos lleva, de nuevo, a la conversación que estábamos manteniendo antes de que Feodora decidiera meter sus narices de por medio.

Mi cuerpo sufrió una sacudida al recordar en qué punto nos habíamos quedado, las extrañas palabras que me había dirigido después de que le explicara lo sucedido en la carpa, cuando su padre había estado cerca de descubrirnos frente a todos, echando a perder nuestra mentira.

—Yo no...

El brujo cruzó la distancia que lo separaba de mi cama en apenas un par de zancadas y tomó asiento en la esquina del colchón, dejando una considerable separación entre ambos.

—El poder de los taumaturgos tiene sus limitaciones, como ya te dije en su momento —repitió con severidad; sus ojos me escaneaban, como si fuera capaz de ver más allá de mi carne, hacia lo que había debajo de ella—. Introducirnos en mentes... Manipular pensamientos... Eso es algo que nosotros no podemos hacer.

Un escalofrío de terror se extendió por mi columna vertebral y desvié la mirada hacia mis palmas. Desde el principio lo único que me había permitido mi magia había sido manipular la realidad, alterándola a mi antojo y según mis deseos; aquellos dos hechos puntuales... No sabía lo que significaba, el porqué mi poder parecía haber ido más allá de los límites marcados a los taumaturgos.

—¿Recuerdas aquel día en la casa de la ciudad? —me preguntó Varlam con suavidad, consciente del pánico que crecía en mi interior ante mi propio poder—. ¿La noche en que conseguiste crear una réplica de —se señaló el rostro con el índice— esta bonita cara...?

Fruncí el ceño mientras rebuscaba entre mi memoria el momento al que se había referido el brujo. El inicio de una sonrisa empezó a formarse en las comisuras de mis labios hasta que el recuerdo continuó reproduciéndose, haciendo que la diversión que había sentido al inicio se desvaneciera de golpe.

Nuestras miradas se mantuvieron clavadas la una a la otra.

—Lo recuerdo —dije en un jadeo.

Aquel día logré invocar con mi poder una réplica exacta de Varlam y decidí burlarme un poco a su costa. Hice que mi creación empezara a desnudarse para horror del auténtico brujo, quien intentó detenerlo antes de que fuera demasiado tarde...

Y cuando lo hizo, su mano traspasó limpiamente la muñeca del falso Varlam; como si no fuera del todo corpóreo.

—Eso no explica nada —me apresuré a decir, negándome a abrir los ojos a lo evidente: había algo raro en mí. En mi magia.

Los ojos de Varlam se suavizaron al leer en mi mirada el caos que estaba desatándose en mi mente. Un peligro si eso empujaba a mi poder a que actuara completamente a su voluntad... Y ahora que no sabía hasta dónde alcanzaban sus límites, era algo que no quería ver.

Cerré mis manos hasta convertirlas en puños.

—¿Qué soy? —pregunté y un temblor se me coló en la voz.

Me quedé quieta cuando Varlam se deslizó por el colchón, rompiendo la distancia que se había autoimpuesto al abandonar la puerta, después de confesarme el tipo de relación que realmente le unía a Nicephorus. Incluso me obligué a contener la respiración, temerosa de mí misma. De aquella inesperada —y retorcida— duda que el brujo había plantado dentro de mi cabeza.

Las palmas de Varlam cubrieron mis puños sin que sus ojos se apartaran de los míos en ningún momento.

—No lo sé —y sonaba tan dolorosamente sincero que no tuve dudas de que no estaba mintiéndome: el brujo estaba tan desconcertado y perdido como yo ante aquella incógnita que rodeaba a mi poder—. Pero te prometo que lo descubriremos, Malya. Te lo prometo.



Aunque intenté alejarlo por todos los medios de mi mente, el extraño encuentro con el hermano de Malysheva Vavilova no dejaba de acudir a mi cabeza. Había algo en aquel joven —quizá, incluso, en su hermana menor— que provocaba que todas mis alarmas saltaran, advirtiéndome; no obstante, y como me repetí por enésima vez, solamente se trataba de un paleto venido a más. Un pobre provinciano que estaba exprimiendo la oportunidad que les había brindado el Otkaja para sacarlos de su lejana y atrasada provincia de Sigorsky, adoptando un papel que no le correspondía; tratando de ocultar como buenamente podía su deficiente educación y costumbres tan distintas a las que imperaban allí, en la capital.

Intentaba encajar, abrirse paso para alejarse de ese agujero del que habían logrado escapar, aunque fuera por un tiempo corto... Hasta que el Dragmar decidiera que Malysheva Vavilova nunca sería lo suficientemente apta para ocupar el papel que le correspondería en caso de convertirse en su prometida, en la futura Emperatriz.

Mi nariz se arrugó al recordar a la joven. Era mona, de eso no cabía duda; por no mencionar ese aire exótico que parecía rodearla con ese indomable y ensortijado cabello pelirrojo... Esos ojos verdes que parecían resplandecer con vida propia, que parecían ocultar un gran secreto.

No se me había pasado por alto el modo en que la mirada del Dragmar parecía haberla buscado en la carpa. Al principio había creído que se trataba de un error, de que mi mente estaba jugándome malas pasadas; tras haber contentado a mi familia y al Otkaja, después de regresar de mi supuesta visita al interior del palacio para retocar mi inmaculado maquillaje, había avanzado entre la multitud con un objetivo en mente.

Después de nuestra encantadora cita en el cenador que había en mitad del lago, pensé que mi posición había aumentado considerablemente. Y eso significaba que tendría que pelear por mantenerla, y luchar por avanzar aún más.

De igual modo que había sucedido la mañana en que por fin el Dragmar se dejó ver ante su exaltado séquito de candidatas, me abrí paso entre las admiradoras que ya le rodeaban y pronto me situé a su lado. Recibí un par de miradas cargadas de molestia a las que respondí con una sonrisa reluciente... y algo amenazadora.

Era consciente del odio y la antipatía que despertaba en la mayoría de las chicas que quedaban allí, los motivos que empujaban a las que se creían más inteligentes al acercarse a mí con falsa modestia, fingiendo estar deseando estrechar lazos conmigo. Como si no supiera que, a la más mínima oportunidad, no dudarían ni un segundo en clavarme el cuchillo de la traición por la espalda.

Así, bien situada al costado del Dragmar, pude estudiarlo mientras se dedicaba a contentar a las otras chicas, quizá escogiendo entre ellas a las próximas que abandonarían el palacio en breve. Cuando vi que su mirada parecía escanear la multitud no le di mayor importancia, pensé que estaba evaluando a los invitados, a parte de la corte que el Otkaja había hecho llamar con el propósito de que contemplaran a las candidatas y empezaran a circular las primeras apuestas, las que se convertirían en las favoritas.

Me lancé de lleno a una divertida anécdota que involucraba una importante cantidad de picante en nuestra cena debido a un error por parte de una de las cocineras de la familia y noté que, pese a que mantenía la atención —alguna a regañadientes— del grupo, la que más me importaba no estaba del todo centrada en lo que estaba relatando. Alcé la mirada hacia el rostro del Dragmar, fingiendo estar buscando su complicidad, cuando lo que realmente estaba intentando descubrir qué es lo que le tenía tan entretenido.

Mis ojos no tardaron en seguir la misma dirección mientras continuaba con aquella farsa, mientras peleaba para que la molestia no echara a perder mi maravillosa representación, y sentí cómo la rabia bullía a fuego lento en el fondo de mi estómago: al fondo de la carpa, casi escondidos por la multitud de cuerpos que abarrotaban todo el espacio, se encontraban Malysheva Vavilova y su hermano mayor.

Mi último encuentro con la joven fue en aquella terraza, al contentar a mi reducido grupo de falsas admiradoras con detalles de cómo mi encuentro con el Dragmar había resultado ser mucho mejor que el suyo. Svetlana —la primera chica que se había reunido con él— y su pequeño séquito de arpías sedientas de sangre no habían dudado un segundo en abalanzarse sobre Malysheva, aprovechando la oportunidad que se les había presentado cuando la inocente baronesa confesó que su cita con el Dragmar no se había tenido lugar todavía, y empujando a que ella terminara huyendo con aquella patética excusa, humillada por la crueldad recibida por parte de las otras.

En aquel instante, al saberlo, pensé que Malysheva Vavilova estaba fuera y que pronto recibiría la gratificante noticia de su marcha del palacio, de regreso a su anodino y rural Sigorsky.

Pero los Santos guardaban otros planes, al parecer.

Apreté mis brazos cruzados contra mi torso al rememorar cómo Marusya no había dudado un segundo en invitarme junto al resto de nuestro círculo más cercano —jóvenes con las que prácticamente había compartido mis días, tardes y algunas noches— para hacerme partícipe de su jugoso y exclusivo cotilleo: durante su paseo nocturno había descubierto al Dragmar en compañía de Malysheva Vavilova, para absoluta sorpresa de la joven.

Pese a mi cuidada expresión de ligero interés, por dentro estaba ardiendo de indignación y rabia. Sabía lo que significaba que Marusya se hubiera topado con el Dragmar y su acompañante, pues debían estar regresando de su encuentro privado; de la última cita concedida por él. Un puesto que había sido por entero mío, para envidia de las otras candidatas; una posición que me había permitido ampliar la larga sombra que proyectaba sobre todas ellas, imponiendo mayor distancia entre nosotras si cabía.

Pero no.

La última cita había sido Malysheva Vavilova, destronándome y provocando que esos rumores sobre lo sucedido no tardaran en extenderse por el interior del palacio. No sabía si aquella elección había sido casual o un movimiento calculado... ¿Calculado por quién, me pregunté a continuación?

—Vik, estás muy callada...

La voz de mi madre me trajo de golpe de mis pensamientos. Tras una satisfactoria puesta en escena en la carpa, habíamos regresado a nuestros aposentos para disfrutar de aquella pequeña victoria; mi padre fue invitado poco después de que nos alejáramos de la ilustre presencia del Otkaja a que se uniera a su círculo, oportunidad que no había dudado un segundo en aceptar.

Aparté la mirada de los oscuros jardines que se extendían al otro lado de la balaustrada de piedra y me giré hacia ella, quien esperaba pacientemente en el umbral, protegida de la ligera brisa que se había levantado al anochecer con un pesado chal que la cubría por los hombros.

—Estaba pensando en lo bien que nos ha ido hoy —opté por aferrarme a una media verdad.

Las expectativas que mi madre había puesto en mí desde niña me impidieron compartir con ella lo que realmente quería decir: estaba empezando a preocuparme. Todo aquel despliegue por parte del Otkaja para que su hijo se comprometiera no era sino un movimiento calculado, aunque fingiera que estaba cumpliendo uno de los caprichosos deseos de la Emperatriz. No obstante, la seguridad de la que me había rodeado como una coraza estaba empezando a resquebrajarse... en parte por lo que había podido contemplar aquella misma mañana junto al Dragmar.

Malysheva Vavilova no le resultaba indiferente.

Y eso era un problema.

No entendía ese repentino interés del Dragmar si apenas habían cruzado una sola palabra. Ella se mantenía apartada, recluida en un segundo plano como si no recordara el objetivo de todo aquel maldito asunto; no la había visto intentando acercar posiciones con el Dragmar. No había hecho nada. Entonces, ¿cómo era posible que ella hubiera obtenido la última cita...?

¿Por qué la mirada del Dragmar la había buscado entre la multitud aquella misma mañana?

Las posibilidades empezaron a martillear dentro de mi cabeza, haciendo que sintiera un creciente dolor en las sienes. El hecho de que mi madre estuviera allí, contemplándome con sus ojos oscuros, recordándome todas aquellas ocasiones en las que ese tipo de miradas derivaban en algún comentario o corrección tampoco ayudaba mucho; a pesar de encontrarme en un espacio abierto como lo era la terraza, mis pulmones no eran capaces de funcionar con normalidad. Como si el aire que me rodeaba no fuera suficiente.

—Me gustaría despejarme —dije a nadie en particular. No estaba pidiendo su permiso, tampoco; ella no era el tipo de madre que necesitaba saber en cada momento qué hacía o dónde me encontraba—. Voy a dar un paseo.

Eché a andar y ella no trató de retenerme cuando pasé por su lado, internándome en el espacio común que unía las distintas estancias que conformaban nuestros aposentos para alcanzar la puerta.

—No te olvides de la cena, Vik —escuché que me recordaba mi madre a mi espalda—. Sabes lo tedioso que resulta compartir un momento así con la familia...

Hice un aspaviento con la mano para hacerle saber que lo tendría en cuenta y abandoné la sala, poniendo un pie en el pasillo y preguntándome un segundo después dónde podría ir. Lo único que había buscado con aquella precipitada decisión era huir de mi madre, de su presencia; no había caído en la cuenta de que podría haber buscado refugio en mi dormitorio y ahora no estaba dispuesta a retroceder, entrar de nuevo y dirigirme hacia allí.

Con un suspiro de resignación, tomé una dirección cualquiera del corredor y dejé que mis pasos me guiaran a cualquier parte, rezando para que la presión que taladraba mis sienes se desvaneciera... incluyendo los enrevesados pensamientos que me atosigaban sobre la extraña relación que parecía unir al Dragmar con Malysheva Vavilova.

Quería que mi cabeza se quedara en silencio.

Quería mi mente en blanco.

Unos segundos de paz y tranquilidad, de calma.

Continué vagando sin rumbo fijo, atravesando pasillo tras pasillo, recodo tras recodo hasta que fruncí el ceño al no saber bien dónde me encontraba. En aquellas semanas que habían transcurrido desde que nos hubiésemos instalado había empezado a investigar el palacio, recorriéndolo con el único propósito de que se volviera familiar para mí... Un pequeño adelanto de lo que me esperaría en el futuro, cuando se convirtiera en mi propio y nuevo hogar.

Sabía dónde se encontraba el ala imperial, donde la familia real hacía su vida diaria, lejos de la algarabía que se había instaurado en el edificio tras la llegada de las candidatas. Sabía cuántos guardias vigilaban cualquier acceso, impidiendo el paso a quienes no gozaban del permiso de poder traspasar su línea de defensa.

Y aquella zona en la que estaba me resultaba vagamente familiar, apartada y discreta; nada que ver con la situación de los aposentos que compartía con mi familia. Frené poco a poco el paso, contemplando mi alrededor con expresión ceñuda, rebuscando entre mi memoria hasta conseguir situarme.

Una vez logré mi objetivo, pensé en que los jardines quizá eran una buena opción donde perderme durante unos buenos minutos. Si la memoria no me fallaba, cerca de donde me había detenido se encontraban unas escaleras que me permitirían alcanzar los portones acristalados que conducían al exterior.

La dulce promesa de los jardines hizo que recondujera mis pasos, recorriendo el pasillo hasta ellas. Posé mi mano sobre el frío pasamanos y empecé a descender con cierta premura, recogiendo las faldas de mi vestido para impedir que los bajos se enredaran con mis piernas, provocando que me precipitara escalones abajo.

La continua y molesta presión en las sienes que me había acompañado desde que hubiera abandonado mis aposentos pareció rebajar su presencia conforme los metros se desvanecían... hasta que una figura salida de la nada apareció en mi camino, haciendo que prácticamente acabara estampada contra su pecho y que de la fuerza del impacto le hiciera trastabillar.

Sus manos me aferraron por la parte superior de los brazos, intentando que ambos no termináramos en el suelo. El corazón comenzó a aporrearme con fuerza cuando alcé la mirada y me topé con los iris de distinto color de Varlam Vavilovich, el hermano mayor de Malysheva.

Las alarmas volvieron a saltar dentro de mi cabeza, como siempre sucedía cuando él estaba cerca. Entrecerré los ojos, sosteniéndole la mirada con un ápice de terquedad; obligándome a no ser la primera en romper el contacto visual entre los dos.

Gracias a eso pude ver el brillo de sorpresa y ligera molestia que cruzó su mirada desigual antes de que la máscara que siempre empleaba volviera a colocarse en su lugar. Sus manos aún continuaban sosteniéndome por los brazos, provocando que la presión de sus palmas, incluso a través del tejido del vestido, hiciera que mi vello se erizara como una respuesta inconsciente de mi cuerpo hacia él.

—Báryshnya Pavlovna —fue su seco saludo, alargando las dos palabras.

El tono de su voz me hizo reaccionar, brindándome el empujón que necesitaba para actuar: me desembaracé de su contacto y luego retrocedí un paso, manteniendo las distancias con el joven.

—Qué inesperada... sorpresa —repliqué en tono glaciar.

Una de sus comisuras tembló, como si estuviera conteniendo una media sonrisa.

—No podría estar más de acuerdo con vos —coincidió conmigo y mis nervios se crisparon al advertir un timbre levemente burlón en sus palabras—: dos encuentros en un mismo día... Al final voy a pensar que tenéis algún tipo de interés en mí.

Si buscaba que me sonrojara de la vergüenza por la insinuación que había dejado en el aire, demostraba lo poco que me conocía: hice que mis labios se curvaran en una sardónica sonrisa e hice que mis ojos le recorrieran de pies a cabeza con un brillo desdeñoso.

—Podría deciros lo mismo, mi señor —contesté.

El brillo apagado de sus ojos se desvaneció ante mi osadía, siendo sustituido por una perversa diversión.

—No soy yo quien os ha arrollado —me recordó con un ronroneo.

Apoyé mi mano sobre el pasamanos de la escalera y fruncí la nariz.

—No soy yo quien ha aparecido de la nada como un fantasma.

Varlam dejó escapar una sonrisa ahogada.

—¿Vais a dedicaros a repetir mis palabras el resto de la noche?

Enarqué una ceja con aire burlón.

—¿Qué os hace pensar que pienso pasar con vos el resto de la noche? —pregunté.

Una sonrisa gatuna empezó a formarse en sus labios hasta que escuchamos el eco de unas voces acercándose desde algún punto del recodo del pasillo que no podíamos ver. El pánico de verme al descubierto, y más aún en compañía de aquel extraño e irritante joven que no parecía compartir conmigo el mismo miedo, hizo que mirara a mi alrededor, buscando una salida.

Varlam me aferró por la muñeca sin un atisbo de duda y tiró de mí para que bajara los últimos escalones con premura, conduciéndonos hacia la pared que formaba aquel giro en el corredor; mi respiración se agitó al vernos aplastados contra el papel que decoraban los muros.

—Por todos los Santos —logré mascullar a través de mis jadeos—, ¿acaso has perdido el juicio...?

El chico se limitó a chistarme, exigiendo mi silencio.

Aferrándome a mi instinto de supervivencia, opté por obedecerle y tratar de que mi respiración irregular pudiera dejarnos al descubierto frente a las personas que se acercaban inexorablemente hacia donde estábamos escondidos. El cuerpo de Varlam presionó el mío, intentando ocultarnos en la oscuridad que reinaba en aquel rincón; conforme los pasos sonaban cada vez más en alto, delatando su cercanía, mi corazón latía más deprisa.

Pensé que todo se había terminado cuando reconocí al Dragmar en compañía de uno de sus mayordomos. El hombre parecía nervioso y guiaba a su señor con premura, tan alterado que no se percató de nuestra presencia; tampoco lo hizo el hijo del Otkaja, cuyo ceño fruncido y mirada perdida le hacían parecer un chico completamente distinto al que creía haber empezado a conocer.

Los dos pasaron por delante de nuestro escondite y se dirigieron hacia el extremo opuesto, tardando unos segundos en desaparecer de nuestra vista. Solté un suspiro de alivio, creyendo estar a salvo, cuando vi cómo mi acompañante, lejos de comportarse de un modo racional y coherente con las circunstancias, echó a andar hacia la misma dirección que momentos antes habían seguido el Dragmar y su mayordomo.

Mis ojos se abrieron de par en par, aturdida por su comportamiento.

En aquella ocasión fui yo quien salió tras su estela, reteniéndolo por la chaqueta que llevaba. Echó la cabeza hacia atrás para dedicarme una mirada de visible irritación por mi inesperado gesto.

—¿Todos en Sigorsky estáis igual de locos? —le espeté de malos modos.

Sus labios se retorcieron en una mueca.

—Volved a vuestros aposentos y dejadme tranquilo —me contestó con un tono con el que parecía advertirme que ya no le resultaba divertida mi presencia.

Alterné la mirada entre el pasillo por el que habían desaparecido los dos hombres y el rostro carente de diversión del muchacho. ¿Por qué tanto interés por saber a dónde conducía? ¿Por qué esa curiosidad que le empujaba a arriesgarse de ese modo...?

Había algo que no encajaba en él.

Entrecerré los ojos mientras le sostenía la mirada a Varlam Vavilovich, sabiendo que, si le soltaba y me desentendía por completo de la situación, las cosas podrían torcerse. ¿Qué sucedería en caso de que el Dragmar fuera consciente de su silenciosa presencia, descubriéndole mientras... mientras le espiaba?

«Estaría fuera —susurró una maliciosa vocecilla en mi cabeza—. Tanto su familia como él serían expulsados... si no castigados.»

Eso supondría dejar a Malysheva fuera de juego, despejándome el camino. Sería la solución a unos problemas que en el futuro podrían convertirse en un auténtico lastre para mis planes; solamente debía soltar a su hermano, dar media vuelta y regresar a mis aposentos. Además de pedir a los Santos que hicieran que el Dragmar descubriera al chico.

—Si decidís seguir ese pasillo —le amenacé, procurando mi mirada transmitiera lo mismo que mis palabras—, gritaré. Gritaré de tal modo que atraeré la atención del todo el mundo.

—No seríais capaz —dijo Varlam, casi para sí mismo.

Esbocé una sonrisa carente de humor.

—¿Queréis ponerme a prueba? —le desafié—. El Dragmar no debe estar lejos para escuchar el escándalo que estoy dispuesta a montar.

La línea de la mandíbula del muchacho se endureció.

—Eso no será necesario —respondió tras unos instantes en silencio—: os acompañaré a vuestros aposentos.

Solté su chaqueta, conteniendo un bufido.

—No necesito de vuestra caballerosidad.

Varlam me dirigió una mirada confundida.

—Sois una muchacha peculiar, báryshnya.

«No más que vos», pensé en mi fuero interno.

* * *

Y parece que de verdad los han pasado mientras esperábamos el siguiente capítulo porque CÓMO ES POSIBLE QUE FUERA TAN CRUEL DE DEJAR EL ASUNTO ASÍ

Pero claro... nuestra querida autora no podía hacer estallar la bomba del pasado de Varlam así, sino que con toda su sangre fría ha seguido soltando información después de que saltara todo por los aires...

Y DEBEMOS PROTEGER AL BEBÉ VARLAM A TODA COSTA DESPUÉS DE LA VIDA DE MISERIAS QUE HA VIVIDO (y ahora que sabemos cómo se las gasta el amiguito Nicephorus a la hora de sus """reclutamientos""")

Por cierto, estoy living con el momento que hemos vivido Vik-Varlam (cabe decir que hay pistas importantes en el capítulo de cara al futuro, ahí lo dejo)

¿Tenemos ya montadas las primeras teorías? Porque se viene cositas...

(y eso significa que tendremos POV de Vova, jeje)

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