capítulo cuarenta y dos | ★
Un molesto dolor se extendió desde mis sienes mientras seguía a Ruslain a través del silencioso palacio. Mi secretario personal había acudido a mis aposentos cerca de la medianoche, después de que nuestros numerosos invitados se hubieran recluido en sus respectivos dormitorios y una calma que casi añoraba, ahora que los pasillos y los jardines estaban repletos de desconocidos y voces chirriantes; el estómago me dio un vuelco cuando Ruslain me tendió un mensaje pulcramente doblado, sin ningún sello identificativo.
Pero no era necesario.
El tiempo me había enseñado a reconocerlos, a presuponer el contenido que escondían aquellos papeles doblados que mi secretario se encargaba de hacerme llegar cuando estaba completamente solo, fuera de cualquier foco de atención. Las manos me habían cosquilleado de anticipación al tomar el mensaje; había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había estado en esa misma situación, pues mis responsabilidades con la llegada de las candidatas y sus respectivas familias habían ocupado todo mi tiempo.
El contenido estaba escrito en una letra pulcra y eficiente, dejando ver un atisbo de la persona que la había enviado.
No dudé un segundo en tirar el papel a la chimenea encendida para eliminar cualquier prueba de su existencia y seguí a Ruslain al exterior de mis aposentos.
Nuestros pasos resonaban en la quietud que reinaba en los pasillos vacíos. Los últimos días habían sido un torbellino de reuniones con mi padre y sus consejeros, encuentros con mi madre donde ella me había estado interrogando sobre mis citas y controlar junto a mi primo los preparativos para el encuentro de las chicas que todavía quedaban allí con parte de la corte. Un incentivo para que los nobles se sintieran un poco más incluidos en aquella importante decisión que tomaría en el futuro... no tan lejano.
Masajeé mis sienes con las yemas de mis dedos, ahogando un gruñido. Ruslain iba a un par de pasos de distancia, sumido en sus propios pensamientos; nuestro destino se encontraba un recóndito rincón del palacio. Lo suficientemente escondido para que no hubiera oídos y ojos indeseados husmeando.
Aún recordaba la primera vez que había puesto un pie en aquel lugar, el nudo que se me formó en el estómago al contemplar las paredes de piedras desnudas... la oscuridad que se agazapaba en las esquinas. Los monstruos que se ocultaban en ella y que en aquel momento no me parecieron tales.
Torcimos por un pasillo secundario y abandonamos las zonas más concurridas. La negrura nos envolvió, provocándome un vuelco en el pecho, a pesar de las veces que había recorrido ese mismo camino; a pesar de conocer lo que nos esperaba al final de él.
Descendimos aún en silencio, sintiendo cómo el frío se hacía más palpable a cada escalón. El fuego que ardía en las antorchas se agitaba a causa de las brisas que ascendían a través de la escalera, además de la sensación de que podía escuchar un coro de gemidos ahogados que hacían eco contra las paredes desnudas.
Aunque sólo era el recuerdo de mis propios pensamientos.
La escalera desembocó en una amplia sala circular con varias puertas cerradas. Aquella zona de palacio se transformaba en un auténtico laberinto si no ibas con cuidado... o conocías de antemano cada una de ellas; Ruslain y yo nos dirigimos hacia la que estaba medio escondida bajo la escalera por la que acabábamos de descender. Era discreta y sencilla, nada que ver con las otras seis que estaban orgullosamente expuestas bajo la titilante de la luz de las antorchas.
Otra escalera, mucho más empinada y estrecha, nos recibió al otro lado. Contuve un siseo cuando las bajas temperaturas parecieron desplomarse aún más y mi corazón empezó a latirme a mayor velocidad cuando llegamos al final.
Un hombre estaba inclinado sobre una de las largas mesas de madera que ocupaban casi todo ese espacio. Mis ojos se vieron atraídos, como en cada una de mis visitas, hacia los extraños instrumentos que colgaban de las paredes y que estaban dispersas por el suelo, cerca de los pies de la persona que había enviado el mensaje por medio de Ruslain.
—Gracias, Ruslain —dije, mirando a mi secretario personal.
Él entendió el mensaje implícito y me dedicó una sonrisa de circunstancias antes de disculparse para regresar a los pisos superiores. Una vez hubo desaparecido escaleras arriba, me aclaré la garganta, sabiendo que el hombre estaría tan ensimismado en lo que tuviera entre las manos que no habría sido consciente ni de nuestra llegada.
—Grisha —mi voz sonó con fuerza, lo suficientemente alto para que pudiera llamar su atención.
Grigori Avenirovich levantó la cabeza y giró el cuello para clavar sus inquietantes ojos negros en mí, arrancándome un escalofrío. Aquel hombre era uno de los más brillantes con los que contaba mi padre; había consagrado su vida al servicio de la Corona y, cuando la amenaza de los brujos se volvió insostenible, fue el encargado de convencer al Otkaja para que se le permitiera estudiarlos, utilizarlos como experimentos para intentar desvelar el secreto que corría por sus venas y que nos hacía tan distintos a los unos de los otros.
Una sonrisa torcida apareció en los labios del hombre.
—Ah, Alteza —dejó con un golpe seco los instrumentos sobre la mesa—. Agradezco que hayáis venido...
Me crucé de brazos, intentando que mi mirada no se viera atraída por el bulto que sobresalía tras su cuerpo y que ocupaba casi toda la superficie de madera.
—¿Qué necesitáis? —le corté abruptamente.
Había empezado a colaborar de forma activa con Grisha cuando alcancé los quince años y mi padre ordenó que fuera llevado a su presencia, teniendo conmigo una de las conversaciones más duras y reveladoras de toda mi vida. Fue el Otkaja quien me condujo hasta aquel rincón secreto del palacio, cuya construcción había sido obra de mi abuelo; fue el Otkaja quien me presentó a aquel hombre de mirada penetrante...
Y fue el Otkaja quien me transmitió mis nuevas responsabilidades, sin tan siquiera darme opción a replantearme la idea de negarme.
Aquel día conocí personalmente al Qehrîn, el Asesino de Brujos responsable de dirigir el exterminio que se llevó a cabo durante el Zakat Krovi, donde gran parte del pueblo de los brujos —pues mis tutores habían sido tajantes: esos monstruos no eran como nosotros, estaban envenenados... Eran una abominación que había escapado del control de los Santos— fue asesinado y purgado.
Todo el mundo era consciente de que había habido supervivientes, refugiados que habían logrado ocultarse escondiendo su poder. Por eso mi padre había iniciado una búsqueda sistemática de todos ellos... por eso mismo había creado al Qehrîn.
El recuerdo de aquella figura que poblaba las historias de terror que las madres contaban a los niños, que las niñeras no habían contado a Ilya y a mí, para que nos fuéramos a la cama se mantenía fresco en mi mente. El enorme cuerpo cubierto por una monstruosa armadura... el yelmo que protegía sus rasgos, que hacía de su identidad un misterio. Aquel día tuve la primera de las muchas pruebas que vendrían en el futuro, conforme los años fueran transcurriendo, donde se me obligó a asumir una posición que, en aquel entonces, pensé que me vendría demasiado grande.
La sonrisa de Grisha se volvió más tenebrosa aún.
—Me estoy quedando sin sujetos con los que continuar mis estudios, Alteza —respondió, deslizándose sobre la mesa para que el cuerpo que estaba tendido; en el pasado las náuseas me hubieran atenazado al ver el torso del cadáver abierto de par en par, pero aquella visión se había vuelto habitual en mi vida—. Y me han llegado informes sobre la posible presencia de brujos en Vyst.
Fruncí el ceño al pensar en los días de distancia que separaban el pueblo de Vyst de la capital, sin apartar la mirada del rostro del hombre. No sabía qué tipo de red de informadores o espías tenía sirviéndole en la sombra, susurrándole sobre dónde podíamos encontrar a los supervivientes que quedaban, pero todas y cada una de las ocasiones en las que había señalado un objetivo, no había fallado.
Noté un regusto amargo en la boca al rememorar nuestra última incursión. Tal y como nos había indicado Grisha, atrapamos a tres brujos escondidos en una pequeña aldea a poca distancia de Sovnyj; mi padre había dado orden de que fueran directamente ejecutados, un espectáculo que se llevó a cabo en la plaza de la Victoria para contentar a las masas y mandar un mensaje a todos aquellos que aún continuaban libres.
«Nunca estaréis a salvo —parecía querer decirles el Otkaja—. No encontraréis la paz...»
—Ya he comunicado a vuestro padre esta información —apostilló Grisha, sacándome de mis pensamientos—. Y tenéis su aprobación.
Un repentino cansancio pareció caer sobre mis huesos como una pesada manta. Tras haber cumplido escrupulosamente con las citas organizadas por mi madre había creído que podría tomarme un breve respiro; era evidente que los Santos habían planeado todo lo opuesto, al parecer.
Si el Otkaja estaba al corriente y había dado su visto bueno, eso significaba que ya habría iniciado los preparativos para partir de inmediato. Teníamos que movernos con rapidez y discreción si queríamos tener éxito en aquella nueva misión; mi cuerpo pareció protestar ante la idea, pero no tenía opción.
No tenía salida.
—Mi ausencia puede que genere rumores o preguntas incómodas —me resistí, aferrándome a la excusa que me habían brindado las jóvenes que aún permanecían allí, en palacio.
Grisha me dedicó otra sonrisa, esta condescendiente.
—El Otkaja se encargará de que el palacio crea que os encontráis guardando reposo en vuestros aposentos —explicó, desbaratando cualquier posibilidad que hubiera podido valorar en mi cabeza.
Mis ojos se desviaron por segunda vez al cadáver que reposaba abierto sobre la mesa. Recordaba al hombre, pues lo habíamos atrapado antes de que lograra su propósito de huir; también recordaba perfectamente cómo su magia de fuego casi me había asado vivo antes de que hubiéramos conseguido ponerle los grilletes grabados que empleábamos para anular sus poderes.
En ese instante, tendido sobre la madera y con su pecho abierto, dejando al aire sus órganos y vísceras, toda su peligrosidad y amenaza se había desvanecido. Ya no quedaba nada.
Algo se removió a mi espalda y yo giré sobre la punta de mis pies, buscando el origen de aquel sonido. Las celdas que ocupaban aquella zona de la habitación, sumidas casi en la oscuridad, parecían a primera vista vacías; tuve que forzar mi visión hasta que distinguí una silueta arrastrándose por el suelo, intentando alcanzar los barrotes de piedra. Sus muñecas estaban rodeadas por dos pulseras de piedra con extraños símbolos tallados en un lenguaje perdido hacía mucho tiempo, pero no así su efectividad.
La chica se aferró a los cilindros que la mantenían presa, haciendo que la luz de las antorchas incidiera sobre ella. El corazón me dio un vuelco cuando contemplé su cabello anaranjado... la palidez de su afilado rostro... la mirada verde casi apagada que parecía ocupar casi toda su cara; la observé separar sus labios cuarteados, colar uno de sus delgados brazos para intentar alcanzarme.
Me espantó no ser capaz de recordarla, pues cada brujo que atrapaba se quedaba grabado en mi mente como un recordatorio de mis actos. De la importante misión que estaba llevando a cabo por mí país para protegerlos de la amenaza que pendía todavía sobre nuestras cabezas.
—Ayúdame —me pidió con una voz chirriante, como si fuera la primera vez en mucho tiempo que estuviera usándola.
Grisha rió a mi espalda, encantado.
—Era una ratera de poca monta que se delató a sí misma al intentar huir, creando un portal —me explicó el hombre con tono clínico.
Una invocadora, entonces. El nombre con el que se solían denominar a los brujos que poseían esa capacidad vino a mi mente con la velocidad de un relámpago al contemplar a la chica cuyos ojos se habían humedecido y cuya mano aún seguía tendida en mi dirección en una muda súplica.
—¿Os estáis ablandando, Dragmar? —la irritante voz sibilante de Grisha llenó mis oídos, haciendo que en mis mejillas estallara el calor.
Retrocedí un paso, alejándome de la chica y su mano alzada, procurando que una máscara inescrutable cubriera mis rasgos, ocultando lo que no se le había pasado por alto al hombre.
Ocultando lo que me había provocado que el corazón dejara de latirme durante unos angustiosos segundos.
—No.
Saboreé mi mentira. Luego me obligué a apartar la mirada de la prisionera, a eliminar de mi mente la imagen donde la chica no me resultaba desconocida, donde conocía su nombre... Donde su pelo tenía el tono rojo correcto y unas casi imperceptibles pecas que se extendían por sus pómulos y por la curva del puente de su nariz; donde sus ojos verdes no estaban casi apagados, sino cargados de aquel extraño brillo que parecía hacerlos resplandecer.
En mi cabeza no era esa chica quien me suplicaba ayuda, sino Malysheva Vavilova.
—No olvidéis traerme con vida a los brujos que cacéis, Alteza —solicitó Grisha, al parecer conforme con mi cortante respuesta—. Éste —dio un golpecito al cadáver de la mesa— ha conseguido durar un poco más que los otros cuando le grabamos las marcas.
Mi mandíbula se tensó cuando descubrí en la piel abierta del esternón los precisos trazos de los símbolos que parecían afectar de algún modo a la magia de los brujos, haciendo que ésta se volviera contra ellos. Consumiéndolos vivos.
—Con hierro es mucho más eficiente —aportó Grisha en un tono pensativo— y mucho más rápido... Aunque vuestro padre parece disfrutar de la idea de dejar que la lenta agonía de la magia los vaya calcinando poco a poco.
No dije una palabra al respecto e intenté hacer oídos sordos al molesto pitido que se había instalado en mis oídos. Los ojos negros del hombre relucieron de malicia cuando desvió la mirada hacia mi espalda.
—Quizá lo pruebe contigo, preciosa —se estaba dirigiendo a la prisionera, que emitió un gemido ahogado—. A ver cuánto tiempo tardas en que tu propia magia acabe tu miserable vida.
Apreté los puños y obligué a mi mente a expulsar la imagen de Malysheva Vavilova encerrada en aquella celda, observándome con esos ojos verdes y suplicándome con ellos que la liberara. ¿Qué estaba sucediéndome? Ella jamás acabaría en un lugar como este, todo era producto del cansancio que llevaba arrastrando en las semanas que habían pasado y mi imaginación seguramente la había convertido en el objeto de mis disparatados pensamientos por haber sido la última joven en tener una cita conmigo.
—Si ya habéis terminado con él —empecé en un tono incisivo, refiriéndome al cuerpo del hombre abierto en canal— os recomendaría que os deshicierais del cuerpo. Cualquiera diría que disfrutáis jugando con... con ellos.
—Y yo os recomendaría que fuerais a prepararos, Dragmar —replicó Grisha, displicente—. Tenéis un largo camino por delante y debéis aprovechar la oscuridad de la noche.
Entrecerré los ojos con sospecha cuando vi cómo se limpiaba las manos con deliberada lentitud en el mandil que colgaba de su cuello, dejando ligeras manchas rojizas en el tejido. Después, dando por finalizado nuestro encuentro, abandonó la mesa y el cadáver para dirigirse a una pequeña puerta.
Sabía que al otro lado se encontraba una pequeña cámara donde el Otkaja, quizá por expresa petición del propio Grisha, quien se había convertido en su custodio, había ordenado que se llevaran todos los objetos relacionados con el mundo de la magia que habían sido requisados tras el exterminio. Recordaba con claridad los libros que se almacenaban allí, las largas horas que se me había encerrado en aquel lugar con el propósito de que conociera mejor a los brujos... a nuestros enemigos. A pesar de que estaba prohibido cualquier vinculación con la magia, el Otkaja no había dudado un segundo en dejar que yo pudiera utilizar en mi provecho todo aquel conocimiento celosamente guardado.
Grisha se detuvo un instante, con la mano en la anilla que colgaba de la puerta que conducía a la cámara.
—Tened una fructífera caza, Qehrîn —me deseó a modo de despedida.
★
La puerta de mis aposentos se cerró con un ruido seco a mi espalda. Sabía que el tiempo corría en mi contra, que los hombres que mi padre había designado para cubrirme las espaldas ya se encontrarían esperando en la oscuridad, cerca del bosque que crecía en los terrenos de palacio, ansiosos por partir de inmediato; crucé la antesala y me interné en mi dormitorio. Alguien había dejado pulcramente doblada mi ropa de noche junto a la almohada y también se había encargado de colocar una bolsa de agua caliente bajo las mantas para que mi cama estuviera caliente a mi llegada.
Sacudí la cabeza, alejándome de la dulce promesa de un sueño reparador y bien merecido que parecía representar aquella imagen, y dirigí mis pasos hacia las pesadas puertas que conducían a mi generoso vestidor; una explosión de colores me recibió al otro lado, pero yo tenía mi objetivo en mente: una pared cubierta con paneles de madera tallada con distintas formas. Mis dedos recorrieron los familiares recovecos de los animales extraordinarios que estaban grabados allí, buscando uno en concreto.
Presioné la figura que parecía representar un enorme pájaro con las alas extendidas y oí el crujido que emitió cuando la pieza encajó en su lugar, activando un rudimentario mecanismo escondido tras ella. Uno de los paneles empezó a deslizarse hacia un lado, mostrándome el hueco donde reposaba una monstruosa y reluciente armadura de color ónix sobre un maniquí.
La capa de color sangre se extendía a su espalda, cayendo hasta el suelo.
Ignorando aquel vuelco en el estómago que me había producido saber que tendría que hacerlo de nuevo —cazar, como lo había llamado Grisha—, empecé a vestirme en silencio.
* * *
FIN DE LA PRIMERA PARTE
SANTOS NO SABÉIS LAS GANAS QUE TENÍA DE LLEGAR A ESTE CAPÍTULO Y TODO SALTARA POR LOS AIRES
También tenía ganitas tremendas de presentaros a Grisha (pista: sí, amics, un pequeñito guiño a la diosa Leigh Bardugo) porque os prometo que este persona guarda muchas cositas en su cajón personal y puede -sólo puede- tener relevancia en la tramita en cierto aspecto que veremos en un futuro y hasta ahí puedo leer (je)
¿Quién sospechaba esto? Manitas arriba sin timidez.🙋🏼
¿Alguna teoría? Soy toda oídos.👀
⚠️⚠️⚠️Por cieeeeerto, importante antes de llegar a la parte final de este testamento. Se acerca Halloween y, como ya sabéis, habrá actualización masiva de algunas de mis historias pero también os he preparado un truco o trato: en mi cuenta de Twitter haré una pequeña encuesta de emojis donde quiero que votéis el que más os llame la atención (ya veréis el sábado que viene por qué, jeje)
👻Ahora... sustos que NO van a dar gusto, así que pongámonos serios, por favor
Sé que ayer hubo un pequeño brote de histeria y decepción cuando os llegó el anuncito de Wattpad diciendo que se había actualizado la historia... y todo era un señalador de la primera parte.
Pido perdón por ello, pero tiene una explicación sencilla: he decidido partir el libro en dos partes (obvio Sherlock, gracias por señalar lo evidente). Con el capi 42 llegamos al fin de la primera yyyyyyy... también el hasta luego.
Este 2021 se ha vuelto un poco caótico para mí a la hora de escribir. El trabajo, los estudios y la vida del adulto están haciéndome muy complicado sacar el tiempo necesario para continuar mis historias, ya que tengo semejante cansancio mental que mis brotes de inspiración cada vez se están volviendo más escasos. De ahí que haya decidido separar Daughter of Ruins en dos partes y finalizar la primera con este capi.
Voy a seguir con ella, con tranquilidad, y volveré a actualizarla en el futuro, pero necesito bajar un poco el ritmo porque, en ocasiones, noto que no fluye. O que fluye como no debería y eso me entristece.
Así que, tras haber hecho que vuestro cerebro os explotara u os arrancara un "AHÍ TE AGARRÉ PUERCO", me despido por el momento.
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