capítulo catorce | ★
Nada más emprender mi huida hacia un rincón lo suficientemente tranquilo me vi interceptado por una de mis hermanas, quien no dudó un segundo en aferrarme del brazo para arrastrarme hacia el nutrido grupo en el que se encontraba; no me sorprendió encontrarme a Viktoriya entre los participantes de la conversación que debían estar manteniendo, justo al lado de mi otra hermana, Mavra. Los ojos de la muchacha no tardaron en toparse con los míos mientras fingía estar atenta a lo que estaba diciendo la persona que había a su otro lado; habíamos coincidido a lo largo de los años cuando mi tío necesitaba hacer acto de presencia, pero su miedo a los brujos que continuaban con vida le impedía salir de su guardia. Nunca habíamos cruzado más que cuatro palabras contadas, aunque sabíamos el uno del otro: ella, hija de una de las familias más poderosas —por no arriesgarme a afirmar que solamente rivalizaba con la mía— de todo el país... y yo, sobrino del Otkaja.
Seguramente hubiéramos sido de manera habitual el tema de conversación del otro en los círculos que solíamos frecuentar a la hora de socializar.
Sachenka, quien todavía me tenía retenido por el brazo, quizá temiendo que pudiera tratar de escabullirme, soltó una risa al oír el comentario burlón y despectivo que hizo uno de los hijos del conde Vólkov sobre el hedor que había llegado a la capital con la llegada de «esa escoria de las afueras», refiriéndose a las familias a las que mi tío y sus consejeros habían decidido traer hasta aquí con el único propósito de comprobar si podían ser útiles para su deseo de obtener más oro con el que poder continuar su cruzada contra los últimos supervivientes del Zakat Krovi, eliminándolos de una vez por todas.
Me vi incapaz de echarme a reír junto al resto del grupo. A mi mente acudió la muchacha que había dejado atrás minutos antes: Malysheva Vavilova; ella formaba parte de esa pequeña facción de familias nobles que habían tenido que dejar todo atrás por una ínfima oportunidad de conseguir que el Dragmar, mi primo, pudiera escoger a una de sus hijas para convertirla en la próxima Emperatriz. Recordé que la chica había comentado ser de Sigorsky, una de las provincias que más lejos se encontraban dentro de Zakovek.
La atronadora risa de todos ellos me produjo una extraña sensación en el pecho, que no hizo más que aumentar cuando Viktoriya pareció tomar la palabra y apuntar con malicia:
—Justo tuve la mala fortuna de toparme con una de esas krest'yanskiy cuando me dirigí hacia madame Ludovica para encontrar un vestidor a la altura —la observé fruncir su nariz con visible desagrado antes de que sus ojos volvieran a clavarse en los míos—. Quizá el Otkaja debería haber limitado su área de búsqueda...
Mavra sonrió con deleite al escuchar la insinuación en la voz de Viktoriya. Nadie en la familia era ajeno a lo que estaba tramándose tras las puertas de palacio y que tenían mucha relación con cierta visita privada de Nicanor Pavlovich al Otkaja con una generosa oferta difícilmente rechazable; sin embargo, aquella visita —y parte del contenido de la conversación que se tuvo dentro del despacho privado de mi tío— corrió de boca en boca gracias al chismoso servicio del palacio... o gracias a la malicia del propio conde y su familia.
Mi primo había sobrepasado la edad permitida sin haber encontrado una prometida a la altura de su posición, por lo que había llegado el momento de corregir la situación. Mis tíos vieron en ello distintas posibilidades: mi tío, más dinero con el que continuar con su cacería; mi tía, una oportunidad para dejar que su vena romántica saliera a flote y permitiera que su pequeño —ya no tan pequeño— pudiera hallar el amor.
Recordé la risa que dejó escapar Vova cuando me contó los planes de su madre y las advertencias de su padre. El Dragmar no era ningún bendito, pese a las protestas fervorosas de mi tía de afirmar lo contrario, aunque jamás eludiría sus responsabilidades... o desoiría las palabras del Otkaja.
Sabía que la primera opción en todo aquel asunto sería Viktoriya Pavlovna, pero estaba dispuesto a cumplir la promesa que le había hecho a su madre de darle una oportunidad a intentarlo. Mi tía tenía una extraña vena en la que el oro y el poder no parecían tener cabida... o la suficiente importancia para ella.
Mis labios se curvaron en la sonrisa que había perfeccionado con el paso de los años.
—Decidme, Grafinya Pavlovna, ¿acaso tenéis miedo de vuestras compañeras...?
La sonrisa que me devolvió Viktoriya fue letal, lo que incrementó las risas ahogadas del grupo.
—Si os referís a que puedan infestarme con piojos o algo peor... —pestañeó con una inocencia que no poseía—. Estáis en lo cierto.
Un nuevo coro de risas se extendió por el grupo ante las viperinas palabras de la joven, cuya sonrisa de volvió ufana al ver que aquel comentario le había acarreado una pequeña victoria gracias a su ingenio. Tuve que reconocer, a regañadientes, que Viktoriya Pavlovna había resultado ser algo diferente a lo que había imaginado dentro de mi cabeza.
Y eso la convertía en alguien a quien mantener estrechamente vigilada.
★
Me desplomé sobre el colchón de la cama, dejando escapar un suspiro de alivio. Di gracias a los Santos por haber hecho que Mavra empezara a sentirse mal, obligándonos a retirarnos antes de que las habladurías pudieran salirse de control; el trayecto hacia palacio se había realizado entre murmullos emocionados por parte de mis hermanos. Mi madre se dedicó a mirar por la ventanilla del carruaje, pensativa; sabía que mi tío estaría esperándonos para reunirse con ella en el despacho, a la espera de que le hiciera un resumen de lo sucedido aquella noche.
Después de habernos despedido, cada uno de nosotros tomó un rumbo distinto y dimos por concluida la velada en familia.
Cerré los ojos unos segundos, repasando algunos momentos de la fiesta. De manera inconsciente me vi recordando a Malysheva Vavilova, quien pude descubrir después era la hija menor de los barones Yegor y Feodora; su hermano mayor, Varlam, había conseguido abrirse camino entre los jóvenes allí reunidos, ya que le había visto bastante integrado.
Había algo en ella que había llamado mi atención. Quizá fuera el hecho de verla sola, apartada del resto de invitados, intentando pasar desapercibida..., como si el hecho de haber sido elegida por el Otkaja no fuera del todo su agrado, había hecho que me acercara hasta la mesa y fingiera que mi único propósito era atiborrarme a vatrushka.
Después, al entablar conversación con ella, descubrí que resultaba ser demasiado inocente para las intrigas que solían darse dentro de la corte. Y que no harían más que aumentar cuando todas las seleccionadas se instalaran allí con la única finalidad de que mi primo se interesara por alguna de ellas lo suficiente como para convertirla en su esposa.
Mi corazón dio un violento vuelco cuando algo pesado cayó a plomo sobre el colchón, haciendo que mi cuerpo rebotara y estuviera a punto de caer al suelo. Abrí mis ojos de golpe para descubrir una figura que conocía bastante bien observándome con una expresión socarrona.
—¡Vova! —siseé, molesto.
El Dragmar había demostrado —de nuevo— sus habilidades para moverse con absoluto sigilo. Y —a juzgar por su cabello castaño ligeramente revuelto y la mirada algo vidriosa en sus ojos azules— lograr que nadie dentro de palacio hubiera sido consciente de sus aventuras en la ciudad, seguramente en aquel viejo antro llamado Zolotoy Zub, situado en uno de los barrios más humildes de la capital.
Mi primo se incorporó por el codo y me dedicó una deslumbrante —y algo ebria— sonrisa de satisfacción.
—Los chicos y yo te hemos echado de menos esta noche —dijo.
No lo dudaba. Vova tenía unas responsabilidades que, en ocasiones, le llevaban lejos del palacio... y la ciudad; sin embargo, siempre que tenía su agenda libre, disfrutaba escabulléndose del palacio y perdiéndose en las calles de Sovnyj junto a su reducido grupo de amigos, entre los que me incluía.
Puse los ojos en blanco.
—¿Habrías preferido acompañarnos a la propiedad de los Pavlovna? —insinué con malicia.
Vova no parecía muy emocionado con la idea de que, dentro de unos días, el palacio se llenara con tanta presencia femenina. Los preparativos ya habían dado comienzo desde hacía semanas, con gran parte del servicio adecentando los dormitorios donde las chicas y sus familias se instalarían; el ala oeste, contraria a la zona donde vivíamos la familia real, tenía aposentos suficientes para albergarlos a todos sin que pudieran sentir estrechez alguna.
Dejó escapar un gruñido bajo.
—No habría estado nada bien haberle robado el protagonismo al conde y su familia, Ilya —fingió regañarme, sacudiendo su dedo índice.
Me eché a reír entre dientes.
—Les habrías hundido la fiesta, Vova —repliqué—: la mitad de las invitadas se habrían desmayado de la impresión al verte aparecer por allí.
La idea, o la bebida, hizo que mi primo cayera de nuevo sobre el colchón de mi cama, presa de un ataque de risa. Guardé silencio, sin dejar de observarle, hasta que las carcajadas cesaron y el rostro de Vova se tornara serio. Demasiado serio.
—Las has visto —no sonó a pregunta y no se me pasó por alto el leve timbre de disgusto que impregnó sus palabras.
Supe que se refería a algunas de las elegidas, las afortunadas que habían recibido una invitación por parte de los Pavlovna.
—A algunas de ellas —confirmé.
Me desplomé junto a mi primo, que parecía haberse sumido en un inquieto silencio; decidí no presionarle y dejar que hablara cuando quisiera. Sabía por su propia boca lo inquieto que se sentía por todo aquel asunto; su padre ya había tenido una larga conversación con él, donde le había expuesto la situación y las consecuencias que desataría su decisión final.
Miré el diseño de mi cama de dosel, siguiendo la línea del tejido.
—Por los Santos, Ilya —dijo al final mi primo—. ¿En qué momento me presté a formar parte de todo esto?
Solté un suspiro.
—Nunca tuviste opción, Vova.
* * *
¡¡¡POR FAVOR, QUE RESUENEN LOS TAMBORES Y TOQUEN LAS TROMPETAS... PORQUE, POR FIN, DESPUÉS DE SIGLOS Y ANGUSTIA, POR FIN PODEMOS DECIR QUE SU SERENÍSIMA SEÑORÍA, EL DRAGMAR DE ZAKOVEK HA HECHO SU PRIMERA APARICIÓN!!!
Sé que muches estabais suplicando por este glorioso momento, ¡y aquí lo tenemos!
También soy consciente de lo cortito que ha podido resultar el capi pero, lo siento, aquí la que manda es mi inspiración y mi gripe.
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