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Capítulo Veintitrés


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CADENAS ROTAS

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                    Isabel había esperado reencontrarse con Nya durante lo que le parecía una eternidad. En su mente aún permanecía la imagen grabada de una joven de cabellos castaños oscuros, muerta a orillas del mar. Al comprobar que no era la escocesa, el alivio la embargó, aunque el horror del hallazgo seguía atormentándola. No todos los días se encontraba uno con un cadáver, mucho menos de alguien cercano.

          Pero ahora, Nya estaba frente a ella, envuelta en un resplandor de luz que acentuaba su figura pálida, haciéndola parecer fuerte y majestuosa. Lucía mágica, una palabra que Isabel nunca habría usado para describir a nadie, pero después de todo lo vivido en las últimas horas, incluso el último día, las cosas que antes parecían imposibles ahora se revelaban demasiado posibles. Estaba aliviada de ver que Nya estaba bien, pero la vergüenza la hizo bajar la mirada, incapaz de sostenerla. De reojo, observó al inglés, que parecía atrapado en un trance, cada vez más profundo cuanto más tiempo pasaba contemplando a una Nya diferente: mágica, valiente, pero también furiosa. Era una nueva versión de ella, pero la francesa estaba segura de que jamás perdería su esencia.

          Aparte, Isabel apenas podía asimilar que su amiga fuera la causante de aquella explosión y del huracán que se había desatado en el espacio cerrado.

          —Así que, por fin te dignas a mostrar tu verdadera cara, Nya —comentó Esmour con ironía, mientras se levantaba del suelo para después comenzar a caminar hacia la europea.

          —Apenas la acabo de descubrir —respondió Nya, desafiándolo con la mirada—. No engañé a los demás para hacerles daño, a diferencia de ti y Beatrix.

          —¿Dónde está ella? —preguntó Esmour, frunciendo el ceño.

          La escocesa se encogió de hombros: —Seguramente buscando ayuda, pero no te preocupes, cuando vuelvan ya no habrá nada —prometió, con los ojos brillantes y dorados.

          Al terminar de hablar, Nya extendió una vez más los brazos a los lados, y de ellos emergieron plumas turquesas con una luminiscencia que sorprendió a todos los presentes. Agitó sus brazos, que ahora se asemejaban más a alas, y un remolino dorado se formó, lanzándose hacia el traficante, tumbándolo para luego arrastrarlo lejos. Ante la escena, más personas acudieron, pero pronto fueron dominadas por la fuerza y la magia de Nya VanderWaal.

          Cuando detuvo sus movimientos, sus ojos dorados recorrieron el lugar con desesperación, encontrando la mayoría de las jaulas llenas de criaturas fantásticas. Aquella imagen, de tantos seres vivos y mágicos encarcelados en condiciones tan precarias, rompió su corazón en mil pedazos. No comprendía del todo qué era aquella energía mágica que recorría sus venas con tanta intensidad, pero en ese momento sentía que podría desmayarse al experimentar tantas emociones tan profundas, como si de alguna manera pudiera conectar con todos esos animales de una forma que, humanamente, no debería ser posible.

          Sin perder otro segundo, Nya corrió a intentar abrir las jaulas, pero al no tener las llaves de los candados, la desesperación comenzó a apoderarse de ella.

          —¡Nya! —la llamó alguien a unos cuantos metros.

          Al reconocer la voz de inmediato, la escocesa se volvió, encontrando al inglés entre las jaulas.

          —¡Newt! —exclamó con una sonrisa, corriendo hacia el mago.

          Al llegar junto a él, no dudó en posar sus manos sobre las de Newt, que estaban lo más cerca posible de los barrotes, aunque sin poder tocarlos debido a la extraña energía que aún lo mantenía alejado.

          —¿Estás bien? ¿Cómo lograste hacer todo eso? —preguntó Newt, mirándola con ojos nerviosos y preocupados.

          —Sí, estoy bien, aunque no tengo idea de cómo lo hice. Solo sentía que podía y debía hacerlo —respondió Nya, intentando explicar, a pesar de que sabía que era una tarea difícil, ya que ni ella misma comprendía del todo lo que le estaba sucediendo.

          —¿Puedes encontrar mi varita y mi maleta? Una chica rubia las tenía —pidió Newt.

          —Sí, claro, pero primero debemos liberar a todas estas criaturas —contestó Nya, asintiendo con rapidez, sin despegar sus ojos dorados del rostro del magizoólogo.

          Una pequeña sonrisa apareció en los labios de Newt.

          —Necesitaremos esas cosas para poder salir de aquí.

          Nya asintió de nuevo, pero justo cuando estuvo a punto de salir corriendo en busca de las pertenencias del magizoólogo, se detuvo en seco al distinguir una figura detrás de él.

          —¿Isabel? —preguntó, sintiéndose de repente conmocionada. Había regresado a Tasmennul no solo por los animales fantásticos, sino también para rescatar a su amiga.

          —Debes ir pronto a buscar esas cosas, Nya. Luego tendremos tiempo para saludos y reencuentros —dijo Isabel, pero su tono fue cortante. Ni siquiera se molestó en mirarla al rostro al hablar.

          Nya, sintiéndose algo decepcionada, asintió a medias antes de ponerse en marcha de nuevo. Sabía que no debían perder tiempo, pero eso no quitaba el hecho de que le hubiera gustado tener un pequeño momento para hablar con la francesa.

          ¿Será que Isabel la culpaba, de alguna manera, por todo lo que estaba ocurriendo? Porque si algo tenía claro Nya, era que su huida había contribuido a que Isabel acabara encerrada en ese lugar, sin saber cuánto tiempo llevaba ahí, mientras ella, como siempre, había huido lejos de la amenaza.

          Pero no lo volvería a hacer. Ya no tenía que ocultarse, y ahora tenía más razones para regresar siempre por sus amigos, por las personas que más quería.

          —¿Estás bien? —se aventuró a preguntar Newt en cuanto Nya desapareció de su vista.

          —¿Pog qué no habgía de estaglo? —replicó Isabel a la defensiva.

          El mago se quedó en silencio, sorprendido por el tono cortante y antipático de la francesa, inevitablemente enredado con su acento. Prefirió no responder de inmediato, tomándose un momento para buscar las palabras adecuadas. Lo último que quería era ofenderla.

          —Ella no te va a odiar.

          Apenas Isabel escuchó esas palabras, un sollozo escapó de su boca, pero cubrió su rostro con las manos con rapidez. Avergonzada por su repentina emoción, se dio la vuelta, dejando que lágrimas amargas recorrieran sus mejillas manchadas de suciedad. Uno de sus mayores temores se hacía realidad, y no sabía cómo enfrentarlo o cómo mostrar su verdadero rostro.

          ¿Qué pensaría Nya si se enteraba de que estaba enamorada de ella?

          —¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —dijo en un susurro.

          La pregunta era inocente, pero la respuesta la aterraba. Sabía que Newt no diría nada que la lastimara más de lo que ya se sentía, pero aún así temía escuchar lo que su mente llevaba semanas gritándole.

          —Porque eres su amiga.

          Isabel bufó y encaró al magizoólogo.

          —¿En segio? —preguntó con sarcasmo—. Dime, ¿desde cuándo una mujeg tiene esa clase de sentimientos hacia su amiga? —Y ahí estaban las palabras que jamás pensó pronunciar en voz alta—. Esmoug tiene gazón. Hay cosas vegdadegamente abominables en el mundo. Ahoga entiendo que yo soy una de ellas —sentenció, negando con la cabeza y agachando la mirada.

          —No tienes que sentirte así. No puedes culpar a tu corazón por enamorarse de otra persona.

          Las palabras de Newt fueron amables, incluso comprensivas. ¿Qué más podía esperar de él? En ese momento, a Isabel casi no le importó que él también estuviera enamorado de la misma persona, ni siquiera le molestaba tanto que quizás Nya pudiera sentir algo por él. Esa pequeña conversación le confirmó al instante que él merecía a la escocesa, incluso si su propio corazón anhelaba a Nya VanderWaal.

          —¡Aquí están! —exclamó Nya, irrumpiendo en la conversación sin saber en realidad lo que acababa de interrumpir.

          Isabel y Newt se volvieron hacia la puerta de la jaula para ver a la escocesa. En una mano llevaba la maleta y en la otra, la varita del inglés. Le entregó esta última a su dueño y se apartó de los barrotes, sosteniendo la valija con ambas manos. No sabía lo que Newt haría a continuación, pero si era algo parecido a lo que ella misma podía hacer, prefería mantenerse a una distancia prudente.

          Sin embargo, nada extraordinario ocurrió. Newt lanzó un hechizo con su varita, y la reja cedió ante aquella fuerza invisible, permitiendo la salida de los dos europeos.

          Para sorpresa de la francesa y el mago, Nya se abalanzó sobre ellos, estrechándolos en un cálido abrazo, deseando tenerlos cerca antes de que tuvieran que separarse nuevamente. Isabel se quedó estática por un momento, insegura de si debía devolver el gesto, mientras que Newt, con el corazón acelerado y el rostro enrojecido, respondió al gesto con timidez. Tener a Nya tan cerca de él era una sensación nueva que no quería olvidar jamás, a pesar de que por lo general se sentía incómodo con muestras de afecto, sobre todo las físicas.

          Antes de que alguien pudiera decir algo, la escocesa se separó de ellos. Fue entonces cuando Isabel y Newt notaron, por primera vez, lo agitada que estaba.

          —Tenemos que liberarlos a todos. Beatrix ha reunido a un montón de gente, y vienen para acá —les advirtió Nya, con los ojos abiertos de par en par y la desesperación dominante en su voz.

          —¿Crees que podrías hacerlo de nuevo con tu varita? —preguntó Isabel, dirigiéndose a Newt mientras evitaba los expresivos ojos de Nya.

          Newt asintió. Tras tomar su maleta de las manos de Nya, lanzó un hechizo que abrió todos los candados de las jaulas, liberando por fin a las criaturas. Los animales, sin embargo, seguían recelosos de abandonar sus encierros, el miedo grabado en sus cuerpos por las terribles experiencias a las que habían sido sometidos.

          Nya, sintiendo en su interior la misma incertidumbre y temor, no dudó en acercarse a varias criaturas. Se agachó y extendió las manos hacia ellas, en un gesto inocente cargado de confianza, una emoción que deseaba transmitir a esos seres vulnerables.

          Para sorpresa de Isabel y Newt, la mayoría de las criaturas mágicas no tardaron ni un segundo en acercarse a Nya, sintiendo una extraña familiaridad y una nueva confianza inesperada. La escocesa no pudo evitar sonreír con suavidad al ver la fe ciega que estos seres depositaban en ella. Ahora más que nunca, sabía que no podía defraudar a nadie.

          —¿Qué está haciendo? —preguntó Isabel, desconcertada por la actitud de Nya y la respuesta de los seres mágicos.

          —Me gustaría decir que lo sé, pero... jamás había visto una reacción así hacia un maledictus —respondió Newt.

          —¿Nya es un maledictus? —preguntó la francesa con preocupación.

          —Ya no estoy tan seguro de eso —contestó el mago, sin apartar la mirada de la pecosa.

          Nya acababa de levantarse después de lo que parecía haber sido una especie de conversación con las criaturas. La conexión no era obvia para los que desconocían la situación, pero Newt, experto en criaturas fantásticas, notó enseguida que los animales se sentían notablemente cómodos en la presencia de ella.

          Era imposible que Nya fuera un maledictus ahora. Las personas bajo esa maldición no poseían esas habilidades, ni esa conexión profunda e implícita que él estaba presenciando. Newt comprendió que no podía permitir que Esmour o Beatrix atraparan a Nya, pues no podía imaginar lo que podrían hacer con semejante poder a su disposición.

          Sin perder más tiempo, comenzó a caminar hacia Nya, listo para formular un plan. No podían sacar a las criaturas del sótano sin correr el riesgo de que los isleños las vieran. Después de todo, el Mundo Mágico se había mantenido oculto de los muggles durante décadas por buenas razones.

          —¿Crees que podrías meterlos a todos en la maleta? —preguntó Nya, girándose para mirar a Newt.

          Pero él negó con la cabeza. Aunque deseaba ayudar tanto como fuera posible, también debía ser realista.

          —Eh... ¿Newt? ¿Nya? —los llamó Isabel, mirando hacia la entrada del sótano, donde la puerta, que solía permanecer cerrada, ahora estaba abierta de par en par—. Se nos ha acabado el tiempo.

          En el umbral de las puertas dobles, justo en el centro, se encontraba Beatrix Harte, con el rostro contraído en una mueca de pura y simple rabia. Su rostro, cabello y ropa, siempre impecables, ahora estaban sucios, despeinados y arrugados, como si hubiera atravesado una jungla. Pero no era eso lo que preocupaba a los europeos. Detrás de la traficante, se había congregado un gran grupo de personas, tal como lo había advertido Nya, y parecían estar dispuestos a quemar el lugar.

          Las persecuciones a brujos no parecían haber quedado en el pasado, y ahora se enfrentaban a una situación que recordaba las antiguas historias de cacerías.

          Solo que esta vez no había manera de desviar la atención de la multitud sin que alguien pagara las consecuencias.

          Y Nya lo sabía perfectamente.




¡Y aquí hemos quedado a la orilla de lo que podría ser una posible guerra entre muggles y brujos! :oooo

¿Qué creen que suceda a continuación? ¿Alguien tendrá el síndrome de héroe y morirá por sus amigos? Jajajaj Esta pregunta parece spoiler, pero no xddd (aunque admito que tengo meras ganas de dar un spoiler, pero me aguanto para que tengan la sorpresa.

¡Feliz lectura!

a-andromeda

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