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Capítulo Veintisiete

(Escuchen la canción Echo de Jason Walker en multimedia cuando vean esto: )


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EL ÚLTIMO LAZO

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                    Bueno, ¿de qué quería hablar? —preguntó Nya, rompiendo el silencio incómodo.

          Después de que Michael Wysman saliera de la habitación de Isabel, le indicó a Newt que sería el siguiente en entrar. Nya trató de no pensar que había algo extraño en ello; quizás Isabel necesitaba discutir algo con el magizoólogo, algo que les concernía solo a ellos dos. Así que, a pesar de las ganas de volver a entrar y acompañar a su amiga, se contuvo.

          Sin embargo, lo que le pareció más desconcertante fue que Wysman quisiera hablar con ella en privado. Al recibir su solicitud, no pudo evitar lanzar una mirada de confusión hacia Tina, quien solo se encogió de hombros, ignorante de las intenciones del auror. Resignada, Nya accedió con un leve asentimiento de cabeza y lo siguió hasta la cafetería.

          Tras aceptar una taza de café y un bocadillo, ambos se sentaron en una mesa desocupada. El silencio que siguió fue denso, incómodo. Al ver que él no rompía el hielo, Nya decidió hacerlo.

          —Entonces, ¿qué es lo que quería decirme? —preguntó una vez más, con una mezcla de curiosidad e impaciencia.

          Wysman se removió en su asiento, era imposible ignorar lo incómodo que se veía. Algo en su expresión preocupó a Nya más de lo que esperaba.

          —Esto no es fácil —dijo al fin, bajando la vista hacia su taza de café—. No hay una manera sencilla de decirlo, así que lo haré de una vez: soy tu tío.

          El mundo de Nya se detuvo.

          —¿Qué? —musitó, sin poder procesar por completo lo que acababa de escuchar.

          Las palabras resonaban en su mente como un eco lejano, irreales. Parpadeó varias veces, sintiendo que el suelo se deslizaba bajo sus pies. No podía mirar a Wysman a los ojos, pero sentía la mirada de él fija en ella, esperando alguna otra reacción. Una oleada de emociones la golpeó de repente, una traición tan profunda que jamás habría imaginado sentirla. Era como si el pasado que había vivido se desmoronara frente a ella, revelando un engaño que le arrebataba todo lo que creía saber.

          Desde la muerte de su madre, el abandono de su padre y la pérdida de la señora Chamberlayn, había creído estar sola en el mundo. Y ahora, descubría que no era así. Michael Wysman sabía de su existencia y nunca se había molestado en buscarla, ni siquiera en preguntar por ella.

          ¿Qué se suponía que debía hacer con esa información? No estaba segura de si quería permitir que aquel hombre, un desconocido, entrara en su vida ahora.

          Decidida a irse, comenzó a levantarse, pero se detuvo en seco. Algo importante había cruzado por su mente, algo que no podía ignorar. Quizás la respuesta a quién era ella estaba en esos lazos familiares que recién comenzaba a descubrir. La relación con Michael Wysman sería algo que tomaría tiempo reconstruir, si es que había algo que reconstruir. Después de todo, no sabía cómo reparar un vínculo que nunca existió.

          —¿Cuál de ellos tenía magia? —preguntó, refiriéndose a sus padres, aunque mantuvo la vista apartada de Wysman.

          —Tu madre —respondió él de inmediato, tuteándola—, Margaret, era una bruja increíblemente talentosa, muy inteligente. Fuimos juntos a Hogwarts, pero en casas diferentes. Yo fui a Gryffindor y ella a Ravenclaw.

          Nya asintió, procesando la información. Él hablaba de su madre en pasado, lo que dejaba claro que sabía de su muerte. También reconoció los nombres de las casas de Hogwarts; Newt le había explicado sobre la escuela de magia hacía unos días, cuando la llevó por primera vez a su maletín, mostrándole maravillas del mundo al que, sin saberlo, también pertenecía.

          —¿Por qué nunca te conocí hasta ahora? —preguntó al fin, con la voz quebrada entre incredulidad y dolor.

          Ante la inocente pero profunda pregunta de Nya, Michael pareció turbado por un momento, como si algún recuerdo del pasado lo invadiera, algo que lo llenaba de vergüenza. El hombre de porte elegante suspiró, bajó la mirada hacia su taza de café casi vacía, buscando en el fondo el valor que alguna vez lo caracterizó, el mismo que lo llevó a ser seleccionado en su casa de Hogwarts.

          Sabía que no había excusa en el mundo capaz de justificar el haber dejado de lado a su hermana después de que se casó con un muggle. La familia Wysman, de sangre pura, no despreciaba a los humanos, pero tampoco había imaginado que uno de los suyos pudiera casarse con alguien sin magia. Durante siglos, los magos se habían ocultado de los no-magos para protegerse de ser cazados, y las recientes cacerías y tráfico en Tasmennul solo habían avivado el resentimiento de Michael hacia ellos.

          Pero él a su vez era consciente de que no podía generalizar. Isabel Beauson era prueba de que no todos los muggles eran iguales, aunque el peso de sus propias experiencias lo empujaba a ser cauteloso.

          —Cuando Margaret se casó con tu padre, Leonard —comenzó a hablar en un tono suave—, me distancié de ella. No era mi intención cortar nuestra relación, pero la desconexión fue inevitable, aún más después de que ella no recibió el apoyo que esperaba de nuestra familia... ni de mí.

          »Tu madre era una mujer humilde, con los pies siempre bien puestos en la tierra. Nunca abusó de su magia, y admiraba el mundo de los muggles más que el nuestro. Cuando conoció a tu padre, algo cambió en ella. Se enamoró profundamente y decidió vivir en el mundo de Leonard —relató Michael, mientras Nya escuchaba con atención, sabiendo que estas eran las historias que había anhelado escuchar durante toda su vida—. Pero reprimir la magia nunca trae buenas consecuencias. Te debilita, te enferma, y cuando pierdes el control, suceden cosas malas.

          Nya asintió, comprendiendo esas palabras de una manera más personal de lo que quería admitir. Ella misma había experimentado lo que era perder el control de su magia.

          —Por eso la mataron, ¿no es así? —preguntó en voz baja.

          A pesar de que la respuesta era obvia para Nya, quedó sorprendida al ver la expresión de incredulidad en el rostro de Michael. Era evidente que él no sabía con certeza que su hermana había sido asesinada, y que no había muerto por algún accidente. En ese instante, Nya se arrepintió de haberlo mencionado, dándose cuenta de que había asumido que él conocía todos los detalles.

          —Supongo que sí —respondió el auror tras unos segundos, intentando procesar la información y recomponerse.

          —No lo supe hasta que fui mayor —dijo Nya, con la voz quebrada—. Un día, mi madre simplemente no regresó a casa. Más tarde, encontré a mi padre... llorando sobre alguien. No me vio, así que nunca supo que yo estaba ahí ni que escuché lo que dijo esa tarde.

          Aunque Nya era solo una niña en aquel entonces, los niños comprendían más de lo que los adultos solían pensar. Esa tarde marcó un antes y un después en su vida, y aunque le había llevado tiempo, al final entendió por qué todo había sucedido.

          —¿Dónde está Leonard ahora? —preguntó Michael.

          Una mueca amarga cruzó el rostro de Nya. Aunque había encontrado amistades y cariño, el abandono de su padre seguía siendo una herida que no terminaba de sanar. El tiempo podía curar muchas cosas, pero algunas cicatrices, especialmente las invisibles, jamás desaparecerían.

          —Supongo que sigue en Escocia —respondió encogiéndose de hombros, antes de tomar un sorbo de café, sintiendo el alivio del líquido tibio en su garganta apretada.

          —¿Por qué viniste sola a las Islas Blancas? —continuó Michael—. ¿Qué pasó con tu padre? ¿Por qué no está contigo?

          —¡Me abandonó! —exclamó Nya, su voz alzándose sin poder evitarlo. Al instante, bajó la cabeza, consciente de las miradas curiosas que había atraído. Se recostó en el respaldo de la silla, intentando recomponerse—. Un día se fue y nunca volvió. Me dejó sola, y no tengo nada que me ate allá. Vine aquí para empezar de nuevo, para encontrar una vida mejor.

          Ante las palabras de la castaña, Michael tomó una de las manos de su sobrina entre las suyas. El gesto, aunque simple, transmitía mucho más de lo que las palabras podían expresar.

          Nya sintió el impulso de retirarse, pero lo reprimió, mientras su respiración se volvía irregular. Hablar de aquel momento siempre le resultaba difícil; las pesadillas, disfrazadas de recuerdos, la perseguían con constancia. Recordaba esa noche y los días que siguieron, cuando aún no comprendía del todo lo que había sucedido. Pero cuando por fin su corazón infantil lo entendió, las heridas ya eran demasiado profundas como para sanar por sí solas.

          —Eso no parece algo que él haría... —murmuró Michael.

          —¿Acaso lo conociste? —replicó Nya, alzando una ceja con escepticismo.

          —Te sorprendería lo fácil que me resulta leer a las personas —respondió Michael, bajando la mirada hacia sus manos unidas, frunciendo el ceño—. Pero hay algo que no entiendo del todo.

          —¿Qué es? —preguntó Nya, curiosa.

          —Margaret no era una maledictus —afirmó Michael—. Si lo hubiera sido, eso explicaría lo que eres. Tampoco creo que seas una metamorfomaga completa. Reprimiste tu magia, pero no desarrollaste lo que conocemos como un obscurus —reflexionó, enumerando sus pensamientos.

          —No creo haber hecho un gran trabajo reprimiéndola, de todos modos —replicó Nya, en un susurro frustrado—. Entonces, ¿qué soy?

          Esa era la gran pregunta, la que la había atormentado toda su vida. Ni Tina ni Newt habían podido darle una respuesta clara, y esa incertidumbre sembraba un miedo profundo que se arraigaba en su interior. Tenía magia, podía transformarse en un ave, y poseía una conexión innegable con las criaturas mágicas. Todo eso parecía natural en sus instintos, pero difícil de entender con la razón.

          —Déjame ayudarte a descubrirlo —propuso Michael, con suavidad.

          Nya lo miró a los ojos claros. Vio sinceridad en su expresión, y por primera vez sintió que él en verdad se preocupaba por ella. Tal vez no tenía un pasado con el cual identificarse, pero quizás podrían construir un futuro juntos, uno donde sus corazones y mentes encontraran la paz que tanto buscaban.

          —¿Cómo supiste que yo era su sobrina? —preguntó, rompiendo el silencio.

          Una sonrisa nostálgica apareció en los labios de Michael.

          —Nya era el nombre que más le gustaba a Margaret. Poco común, melódico... Siempre dijo que así llamaría a su hija —explicó, mientras los recuerdos de su hermana lo envolvían con ternura—. Nya VanderWaal: fue toda la información que necesité para dar con la casa abandonada en ese pueblillo al suroeste de Escocia.

          Nya asintió en silencio, soltando la mano de Michael para luego aferrarse a su taza de café, que ahora estaba fría. Quizás aquel encuentro no había sido el esperado ni el ideal, pero era lo que necesitaba en ese momento. Conocer más sobre sus padres le daba la tranquilidad de saber que no era una aberración, que su origen no debía ser motivo de vergüenza. Newt ya le había enseñado eso a través de su amabilidad inquebrantable, pero ahora entendía que ella misma provenía del amor entre una bruja y un muggle, un amor que ni ella ni nadie podía comprender del todo.

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          —¿Estás segura de querer hacer eso, Isabel? —preguntó Newt, con una expresión de gran preocupación en su rostro.

          —Sí —respondió la francesa, sin desviar la mirada.

          A pesar de que su voz sonaba firme, en su interior todo se desmoronaba ante su propia respuesta.

          Olvidar la magia, olvidar las criaturas fantásticas, el tráfico... Olvidar a Nya. La mera idea era compleja, pero intentar llevarla a cabo era aún peor. Aún así, Isabel sabía que tenía esa opción. No sentía la necesidad de perdonar a nadie y, en ese momento, le parecía más fácil no recordar nada que seguir con el corazón roto por algo que nunca sería posible. Solo deseaba sanar, encontrar paz y perdonarse a sí misma, aunque no sabía cómo hacerlo, sabiendo lo que sabía del Mundo Mágico y de sus propios sentimientos.

          No tenía claro cómo debería sentirse en ese momento. El enojo no era una de las emociones que embargaban su cuerpo debilitado. Se sentía triste y desorientada, perdida en un mar de dudas sobre cómo reconstruir su vida tras lo sucedido. Volver a Francia no era una opción, ni tampoco sentía deseos de embarcarse hacia otro destino incierto.

          Lo único que quería era quedarse en Tasmennul, reconstruir lo que había comenzado, aunque su alma parecía pesar bajo la carga de la decisión que acababa de tomar.

          —Ella querrá despedirse —le recordó Newt, con suavidad.

          —Lo sé, pero no creo ser capaz de mirarla otra vez.

          —Sé que te será difícil creerme, aunque ya te lo he dicho antes —continuó Newt, acercándose un poco más a la cama, pero vacilante en cuanto al contacto físico—. Ella jamás te juzgaría. Te quiere mucho. Se arriesgó a volver aquí por ti.

          Lágrimas empezaron a acumularse en los ojos de Isabel. Las palabras del magizoólogo solo lograban que el peso de sus recuerdos recientes la aplastara aún más, haciéndola dudar de su decisión. Nya había regresado a Tasmennul porque pensaba que Isabel estaba en peligro, y el castaño rojizo la había seguido para no dejarla enfrentarse sola. Quizá ninguna de las dos estaría allí sin la inesperada, pero profundamente agradecida, ayuda de los magos; Michael y Newt.

          —Pensé que había una regla sobre las relaciones entre magos y no-magos —comentó Isabel, recordando el inicio de la conversación.

          —La hay, pero la decisión sigue siendo tuya. Jacob Kowalski es un muggle, mi amigo, y la pareja de la hermana de Tina. No es lo más sencillo, pero es posible —admitió el magizoólogo—. En Reino Unido las cosas son diferentes.

          —No quiero volver a Europa —declaró Isabel, con amargura.

          Newt suspiró y asintió. No conocía las razones que habían llevado a la francesa a dejar atrás sus raíces, pero debían ser suficientes como para mantenerla alejada del continente por el resto de su vida. A pesar de su terquedad, él no podía negar que le preocupaba el bienestar de Isabel. No la conocía bien, pero era importante para Nya, y por eso se comprometía a ayudarla de la mejor manera posible, respetando su decisión.

          Antes de que él pudiera añadir algo más, tres golpes resonaron en la puerta. Tras una breve señal de aprobación de Isabel, la puerta se abrió, revelando a una preocupada Nya, quien asomó la cabeza con timidez, una sonrisa nerviosa curvando sus labios.

          —¿Les importa si me uno?

          Newt e Isabel fijaron sus miradas en ella. La francesa, sin saber cómo reaccionar, se quedó paralizada por un momento antes de forzarse a asentir, desviando la mirada hacia la intravenosa en el dorso de su mano. No creía tener la fuerza para mirar a Nya por más tiempo del que fuera necesario.

          —Ya estábamos terminando de hablar —dijo Newt—. Iré con Tina a la cafetería. ¿Quieren algo?

          Ambas mujeres negaron con la cabeza, y el mago se retiró con una sonrisa amistosa antes de cerrar la puerta.

          En ese instante, Isabel deseó por primera vez en su vida golpear a alguien tan amable. Newt Scamander había tenido la brillante idea de dejarla sola con Nya justo después de que le confesara que quería olvidarlo todo.

          —Ya no te ves tan pálida —comentó la escocesa, sentándose en el sillón junto a la cama.

          —Me siento mejor, gracias.

►          La frialdad de sus palabras entristeció a Nya, quien dejó escapar un suspiro.

          —No te alejes —pidió Nya en un susurro.

          —Tengo que hacerlo —respondió Isabel, con la voz tensa—. Así será más fácil cuando te olvide.

          El dolor en las palabras de su amiga hizo que Nya respirara hondo, como si intentara para el impacto de lo escuchado. En el fondo, había anticipado esta decisión, pero eso no significaba que no guardara alguna esperanza. Bajó la mirada, parpadeando con rapidez para contener las lágrimas que amenazaban con escapar, intentando no incomodar a Isabel.

          —Respeto tu decisión, pero no quiero que nuestra última conversación sea de esta manera.

          —¿Es que no entiendes que no puedo hacerlo? —exclamó Isabel, su voz quebrándose—. Nya, por favor, vete antes de que diga algo de lo que me arrepienta.

          —Lo sé.

          —¿Qué?

          Isabel se giró de inmediato para encontrarse con la mirada de Nya, quien ya la observaba. Un dolor punzante en su abdomen la obligó a contener el aliento por el movimiento brusco, mientras una repentina ola de náuseas la invadía, producto del miedo y los nervios. No necesitaba que Nya le explicara a qué se refería; ambas lo sabían desde el principio.

          Con un suspiro profundo, la francesa parpadeó varias veces, notando que las lágrimas se habían deslizado por sus mejillas, ahora sonrojadas.

          —Perdóname —susurró la escocesa.

          —¿Por qué dices eso? —preguntó, mirándola como si acabara de ver algo irreal. A estas alturas, no se sorprendería si Nya hubiera crecido una segunda cabeza.

          —Por no quererte de la manera que mereces.

          La sinceridad de aquellas palabras dejó a Isabel atónita, y sintió cómo el aire le faltaba por un momento. ¿Cómo era posible que su corazón estuviera roto y, al mismo tiempo, se sintiera afortunada por haber conocido a alguien como Nya? No entendía la maraña de emociones que se revolvían dentro de ella, pero, aunque no lo expresara en voz alta, algo era claro: se consideraba una persona con una suerte extraña.

          Suerte de que su corazón eligiera querer a alguien que en verdad se lo merecía.

          Ambas compartieron una mirada cargada de entendimiento. No había nada que reparar. Las cosas eran como eran y, a pesar de que el dolor era palpable, los momentos compartidos les brindaban una satisfacción que superaba cualquier amargura. No todo había salido como esperaban, pero sucedió de la manera en que debía ser. Lo necesario siempre encuentra su camino.

          Por eso, en cuanto Tina, Michael, Newt y Nya se encontraron reunidos en la pequeña habitación de la hospitalizada, ni Isabel ni la escocesa necesitaron palabras para despedirse, más que un dulce abrazo y lágrimas iguales que afianzaron el cariño de ambas.

          El adiós era implícito porque las palabras podrían sonar pesadas e innecesarias en esos momentos. El adiós era amargo, balanceándose entre lo dulce y salado de la situación, en un vaivén que se hacía conocido por el huracán de emociones que recorrían los cuerpos de los que se encontraban ahí. Diferían en opiniones, pero buscaban el bien y la mejor solución a lo que tenían en sus manos.

          Isabel Beauson tenía el derecho de tomar control sobre su futuro y no el que le fue impuesto. Eso era algo que nadie podía olvidar.

          En cuanto las palabras del hechizo salieron de los labios de Michael Wysman, cuya varita apuntaba hacia la anatomía recostada de la francesa, Nya sintió que una importante conexión se endurecía y que ya no latía en su interior, pero que siempre estaría presente. Rememorar lo mejor vivido junto a Isabel sería lo único que tendría, y aun así, se sentía agradecida.

          Después de que su tío se asegurara de que Isabel quedara dormida, Michael salió del cuarto junto a Tina y Newt, dejando a Nya a solas con su primera y mejor amiga por última vez.

          —Espero que encontrarnos en otra vida sea una opción —susurró Nya antes de salir de la habitación.




¿Están llorando? Porque les cuento que yo sí. Mientras escribía el capítulo puse la canción on repeat y solo me siguió rompiendo el corazón.

¡Por fin conocemos un poco más de la familia de Nya! Parece que hay cosas que están tomando forma, pero otras todavía necesitan de aclaración. No se preocupen que todo quedará solucionado.

Abróchense los cinturones, porque en el capítulo siguiente asistiremos a un juicio. ¿Alguna idea de quién será?

¡Feliz lectura!

a-andromeda 


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