Capítulo Veintidós
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EL VIENTO DE CAMBIO
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—Es increíble cuánto tiempo lograste ocultarte de mí, Nya —dijo Beatrix, sentada frente a la jaula donde la escocesa estaba encerrada.
La joven de tez pálida no tenía claro dónde se encontraba. Había despertado en aquella celda, tumbada sobre un suelo de piedra húmedo y maloliente, observada por unos ojos azules que, en algún momento, la miraron con aparente amabilidad. Esa misma amabilidad que ahora sabía no era más que una máscara, diseñada para atraerla directo a la boca del lobo.
Tan pronto recuperó la conciencia, su primer pensamiento fue buscar a Newt. Pero al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que estaba sola por completo, salvo por la presencia de la mujer mayor, que la observaba con una inquietante satisfacción. ¿Qué obtenía Beatrix manteniéndola prisionera? ¿Qué ganaba al tener criaturas mágicas y magos bajo su control?
Nya decidió no responder. Sus ojos se fijaron en la mujer con el ceño fruncido. Nunca había albergado un odio profundo hacia aquellos que la habían lastimado en el pasado, pero ahora le era imposible no sentirlo. Muchas cosas habían cambiado. Ella había cambiado. Y, por fin, comprendía su naturaleza desde otra perspectiva.
La imagen que tenía de sí misma ya no era la de un monstruo, como había creído por tantos años. Aún no era perfecta, tenía heridas que sanar, pero nunca volvería a ser la persona que fue.
—¿Y bien? —insistió Beatrix, alzando una ceja con impaciencia—. ¿No piensas decir nada?
—No te debo ninguna respuesta —respondió Nya, con una voz fría, dura y firme.
Beatrix rodó los ojos, se levantó de la silla y se acercó a los barrotes de la jaula, con una sonrisa torcida en el rostro.
—No conocía esa chispa en ti —comentó, ladeando la cabeza—. Lástima que no durará mucho. Estoy a punto de cerrar un trato, y tú eres la pieza clave. Así que no agotes mi paciencia, Nya. —Su tono se volvió una advertencia—. Puede que vayas a hacerme ganar una fortuna, pero el dinero no me falta. No dudaré en tomar las medidas necesarias para que respondas a cada una de mis dudas.
Nya se removió en su lugar, incómoda, pero se negó a bajar la mirada. No quería que Beatrix supiera lo evidente: que tenía todas las ventajas de su lado. Estaba atrapada, sola, sin nadie que pudiera rescatarla. Sospechaba que Newt estaría en algún lugar cercano, retenido, pues se negaba a creer que algo peor le hubiera pasado mientras ella había estado inconsciente.
Tenía que encontrar una forma de salir, y rápido.
—¿Qué es lo que quieres saber?
—¿Qué eres? —preguntó Beatrix, cruzándose de brazos.
Nya no estaba dispuesta a responder con la verdad. Sabía que revelar demasiado sería peligroso. Ahora, gracias a cierto mago, conocía más del mundo mágico y no estaba dispuesta a entregarle a Beatrix esa información en bandeja de plata. Optó por una respuesta evasiva y vaga.
—No lo sé.
La mirada de Beatrix se oscureció, visiblemente molesta.
—¿Crees que necesito pedirte sinceridad, niña? —dijo con voz tan dura y áspera como la piedra del suelo—. Ni tú te crees eso. Sé que puedes convertirte en un animal, igual que Nagini. ¿Qué eres con exactitud?
El corazón de Nya dio un vuelco al escuchar el nombre de la indonesia.
—Nagini... —murmuró con temor.
—Claro que la reconoces —susurró Beatrix, como si confirmara algo que ya sospechaba—. ¿Acaso son de la misma especie?
—Siento que me estás mareando con tantas preguntas —respondió Nya, intentando desviar el tema.
De repente, Beatrix extendió una mano a través de los barrotes y agarró con fuerza la camisa de lino que Nya llevaba puesta, tirándola con violencia hacia sí. La escocesa, completamente desprevenida, golpeó su rostro contra el metal, soltando un grito mientras sentía el ardor inmediato del impacto en su mejilla.
—Pensaba reservar esto para después —alzó la voz Beatrix, acercando a Nya aún más, obligándola a presionar su cuerpo contra las barras de la jaula—. Si no me das respuestas satisfactorias, tal vez deba hacerle una visita a la señorita Beauson o a ese mago que trajiste contigo. Sabes muy bien que no son bienvenidos aquí.
A pesar de estar aún aturdida por el tremendo golpe, el corazón de Nya entró en pánico al escuchar los nombres de las personas que más le importaban. No podía permitir que le hicieran daño a Isabel, y mucho menos a Newt. Beatrix y Esmour cazaban magos, y esa idea le helaba la sangre.
Con el rostro aún punzando de dolor, su respiración se aceleró. Sentía que estaba hiperventilando, pero en lugar de quedarse sin aire, una inesperada oleada de energía recorrió sus venas, llenándola de una fuerza desconocida, pero extrañamente familiar.
Cerró los ojos con fuerza, y al abrirlos, Beatrix se encontró con un brillo dorado que iluminaba los irises de la escocesa.
—Ahí estás... —susurró Beatrix, maravillada, una sonrisa maliciosa curvando sus labios.
Pero antes de que la traficante pudiera reaccionar, una fuerza invisible la obligó a soltar la camisa de Nya y la lanzó con violencia contra el suelo de piedra. Rodó por el piso, golpeándose al caer, sin poder cubrirse a tiempo.
Beatrix rió con amargura mientras, con esfuerzo, se levantaba para observar a la joven prisionera. Plumas turquesas con destellos dorados empezaban a brotar sobre la piel pálida de Nya, señal inequívoca de que una mágica transformación estaba en marcha. Si no fuera por el profundo odio que sentía hacia el mundo mágico, quizás Beatrix habría admirado aquel espectáculo con otros ojos. Pero su mirada estaba endurecida por el desprecio hacia todo lo que no comprendía.
El tráfico que había construido en Tasmennul no había surgido de la nada. Tenía un origen, una razón y una consecuencia. Beatrix era el producto de aquello que sufrió, de los engaños que vivió. Para ella, todos los animales fantásticos, los magos y demás seres mágicos que retenía bajo su control la miraban con desprecio, con odio. Y esa enemistad era mutua, profunda y pura.
Así había encontrado su camino, uno que creyó perdido. Porque Beatrix era una de esas personas que se definían a través de los ojos que las que la veían con desprecio.
—No les harás nada —dijo Nya, controlando su transformación y deteniéndose a medio camino de transformación. Un control que acababa de descubrir gracias a la aceptación que por tantos años se había negado a sí misma.
—Eso depende de ti —replicó Beatrix, acercándose a la jaula una vez más. Levantó una mano a su cabeza y confirmó que tenía una herida sangrante en la coronilla, producto de la caída.
—Por eso no les harás nada —repitió la escocesa, alzando el mentón.
Beatrix arqueó una ceja. —¿Responderás mis preguntas, entonces?
—Ya te lo dije: no tengo que responderte nada.
Y con esas palabras, Nya extendió los brazos hacia los lados de repente.
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Un estallido resonó en el fondo del sótano, alertando a todos los presentes. Esmour y la joven de cabello rubio se levantaron de sus sillas de golpe, intercambiando miradas cargadas de confusión y alarma.
Llevaban ya un buen rato intentando abrir la maleta del mago inglés, sin éxito. Cada intento los llevaba solo a descubrir objetos muggle, sin rastro alguno de los artefactos mágicos que sabían debían estar ocultos allí. Mientras tanto, su líder, Beatrix, estaba ocupada interrogando a Nya VanderWaal, por lo que hasta entonces no se habían preocupado demasiado. Tenían otros problemas apremiantes.
Como la desaparición inoportuna de Michael Wysman, por ejemplo.
Esmour había atrapado a Wysman e Isabel cerca de la jaula de Nagini, pero no fue lo bastante rápido para desarmar al pelirrojo y quitarle su varita. La francesa, sin embargo, no tuvo tanta suerte, siendo la única perjudicada en el altercado. No podían permitir que ella escapara, y aunque Esmour había considerado matarla en el acto, Beatrix lo detuvo, queriendo usar a Isabel para atraer a la escocesa.
Hasta el momento, ese plan parecía estar funcionando. Pero ahora, ¿qué estaba ocurriendo?
—¿Ese ruido viene de donde está la señora Harte? —preguntó Vanessa, apretando la maleta del mago entre sus manos. No podían arriesgarse a perderla.
—Eso parece —murmuró Esmour entre dientes.
Con una expresión severa, él se dirigió hacia donde estaban encerrados Isabel y el mago. Al llegar, los encontró a ambos estirándose hacia los barrotes, tratando de ver el origen del ruido. El estruendo no solo había sacudido el lugar, sino que también provocó un pequeño temblor, inquietando a las criaturas mágicas que estaban enjauladas. El movimiento frenético en sus jaulas hacía el lugar aún más ruidoso y caótico.
El sótano se había convertido en un desordenado circo de ruidos y caos, distrayendo y confundiendo a Esmour.
—¿Qué han hecho? —espetó Esmour, mirando a los dos europeos atrapados en la jaula.
Isabel le lanzó una mirada cargada de repulsión.
—Como si pudiégamos haceg mucho en esta asquegosa jaula —replicó la francesa, todavía apoyada contra los fríos barrotes. Sus manos se aferraban a cada lado de su rostro, sosteniéndose con rabia contenida.
Con descaro, Esmour se acercó a Isabel, tomando su mentón con firmeza. Evitó que ella se apartara, inclinándose hacia la fémina para hablarle en un susurro, lo bastante bajo como para que solo ella lo escuchara.
—Tuviste suerte de que mi tía llegara antes de que se te acabara el aire —le recordó con una voz grave y amenazante—. Terminar con tu vida es así de sencillo. No lo olvides.
Con una sonrisa retorcida, acarició con suavidad las mejillas de Isabel antes de soltarla, soltando una carcajada al ver la indignación en el rostro femenino. Sabía que había tocado un punto vulnerable, recordándole cuán cerca había estado de la muerte, y lo sola que acabaría cuando el momento llegara.
Lágrimas de furia se acumularon en los ojos oscuros de Isabel, quien se apartó de los barrotes de un tirón. Se pasó la manga de su prenda por el rostro, limpiando con vehemencia cualquier rastro del contacto de Esmour, sintiéndose impotente y, sobre todo, sucia.
Newt, aunque no había oído las palabras que el castaño le susurró a Isabel, no necesitaba detalles para imaginarse lo repugnantes que habían sido. Él siempre había creído que donde había vida, había esperanza. También confiaba en que las consecuencias llegaban a quien las merecía, por lo que nunca había sentido rencor hacia nadie en particular. Pero ahora, con todo lo que ocurría, no podía evitar sentir una ira creciente hacia ese lugar y las personas que lo gobernaban.
Su percepción de los muggles comenzaba a cambiar, y no para bien. Solo esperaba que no encontraran la manera de abrir su maleta, y que Nya estuviera a salvo. Pero en ese momento, todo le resultaba incierto, tanto para él como para Isabel.
—¿Ha reconsiderado su decisión, señor mago? ¿Nos abrirá su maleta? —preguntó Vanessa, la rubia que sostenía el objeto con firmeza, quien no parecía para nada extrañada con la actitud cuestionable del señor Dunham.
Newt negó con la cabeza, bajando la mirada.
Esmour bufó con irritación.
—Apuesto a que Nya será la clave para hacerlo cambiar de idea, ¿no?
Ante las palabras del sobrino de Beatrix, Isabel y Newt se volvieron hacia ellos, expectantes por lo que el castaño pudiera decir a continuación. Esmour sonrió al notar que tenía la total atención de los dos y chasqueó la lengua, apoyando su espalda contra las rejas de la jaula, adoptando una postura relajada y desafiante.
—Es increíble lo mucho que les importa esa chica a ambos —comentó, con una amplia sonrisa—. Los dos están enamorados de ella, ¿no es así, Isabel? —dijo, girándose para mirarla y alzando una ceja.
El pecoso miró de reojo a la francesa, quien tenía los ojos muy abiertos y evitaba encontrar la mirada clara del mago. Se sintió avergonzada de repente por la revelación que acababa de soltar Esmour, como si esa verdad le perteneciera a él y no a ella. Isabel se sintió estúpida por haber creído, aunque fuera por un instante, que el castaño nunca volvería a mencionar aquel tema. Dejarse llevar por esos pensamientos infantiles la había lanzado al fuego en cuestión de segundos.
Siempre había creído que había nacido en la época equivocada, que quizás tendría más oportunidades más adelante, cuando no la miraran como un monstruo por amar a alguien de su mismo género. Pero esa no era su realidad. Sus afectos por Nya eran su condena en un mundo donde lo diferente era atacado y eliminado.
No tenía la valentía de mirar al inglés, sabiendo que él también sentía lo mismo por la escocesa.
—Se cree muy fuerte por decir todo eso, ¿verdad? —intervino Newt Scamander por primera vez desde que los traficantes se acercaron a la jaula.
—No me creo. Lo soy —respondió Esmour, volviéndose para enfrentar a los cautivos—. Ella debería arder por su pecado —señaló a Isabel y luego al inglés—, y tú, simplemente por ser lo que eres. Están encerrados, sin ayuda y sin escapatoria. Pueden ir despidiéndose de todo lo que conocen.
Justo cuando Esmour terminó de hablar, una ráfaga de viento brusca y una luz dorada y brillante se abrieron paso por el espacio, desestabilizando a todos los presentes. Isabel y Newt cayeron al suelo, empujados hacia el extremo opuesto de la jaula, mientras que Vanessa no pudo sostener más la valija y también tropezó, al igual que Esmour.
Cuando el tumulto comenzó a calmarse y la luz se atenuó, dejando de ser dañina para los ojos sensibles, todos se volvieron hacia la fuente de aquella sorpresa.
Allí estaba Nya.
¡¡Y con esto le damos la bienvenida a la tercera y última parte de esta historia!!
Aquí como que todo se prendió y hemos descubierto algo totalmente nuevo e inesperado de Nya :oooo ¿Todavía siguen creyendo que es una maledictus? *inserte risa malévola*
Alcen la mano quienes quieran terminar con Esmour por haberse atrevido a ponerle una mano a nuestra francesa. Isabel deserves the world (pasen la palabra)
¡No olviden votar y comentar qué les ha parecido!
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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