Capítulo Veinticinco
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EL ÚLTIMO VUELO
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Lo primero que sintió al recobrar la consciencia fue un dolor agudo y abrasador recorriendo cada rincón de su cuerpo, con mucha mayor intensidad en su brazo derecho. Al intentar moverse, Nya fue invadida por una ola de náuseas que luchó por controlar, mientras temblaba, no solo por el sufrimiento presente, sino por la fría brisa que acariciaba su piel desnuda. Abrió los ojos con cautela, temerosa de encontrarse aún atrapada en una jaula o de vuelta en el sótano.
Un gemido de dolor se escapó de sus labios, y al parecer alertó a alguien, pues pronto escuchó pasos acercándose. Al levantar la cabeza, reconoció a Newt, quien la miraba con preocupación. Sin dudarlo, el mago cubrió su cuerpo herido con su chaqueta marrón, brindándole algo de calor y protección.
Nya se acurrucó en la tela, respirando con dificultad.
—No te muevas, podrías empeorar las heridas —la detuvo Newt al notar que intentaba incorporarse.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando a su alrededor y observando el caos que los rodeaba.
Los cultivos estaban destrozados, montones de tierra esparcidos por todas partes. Un surco profundo indicaba dónde algo grande había caído y se había arrastrado sobre el césped, terminando justo donde ahora se hallaba Nya, ahora en su forma humana por completo. Criaturas fantásticas vagaban, muchas heridas, buscando refugio. No obstante, lo que más le llamó la atención fue la presencia de varias figuras vestidas con trajes ejecutivos, inspeccionando el área. Parecían autoridades de Tasmennul, pero había algo diferente: todos portaban varitas mágicas.
Algunos de ellos mantenían guardia en la entrada del sótano, como si intentaran contener a los enfurecidos muggles en su interior el mayor tiempo posible.
—Son aurores de MACUSA —explicó Newt, agachándose junto a Nya, aunque no apartaba la mirada de ella, temeroso de que volviera a perder el conocimiento.
—¿Están todos bien? —preguntó ella, alarmada, mientras trataba de levantarse. Sus fuerzas la traicionaron y cayó con un grito ahogado de dolor.
Fue entonces cuando notó que su brazo estaba hinchado, cubierto por un líquido plateado que emanaba de los cortes en su piel temblorosa.
—Espera —la detuvo Newt con suavidad—. Creo que tienes el brazo roto.
Nya soltó un suspiro entrecortado y asintió, reconociendo que su dolor había sido validado con esas simples palabras.
Con extremo cuidado, Newt tomó su brazo herido y, con un movimiento preciso de su varita, lanzó un hechizo que entablilló la fractura. Poco a poco, el dolor se fue desvaneciendo, permitiéndole soltar un suspiro de alivio. Alzando la mirada hacia el rostro del mago, Nya no pudo evitar depositar un suave beso en su mejilla pecosa, que enseguida se tiñó de un tono rosa. El magizoólogo, nervioso por el inesperado gesto, desvió la mirada, sintiendo cómo el familiar cosquilleo recorría su piel tras el inocente, pero profundo contacto.
Nya esbozó una sonrisa, agradecida por la presencia de Newt en su vida, pero su expresión cambió rápidamente al notar algo alarmante. Sus manos y las mangas de su camisa estaban manchadas de...
—¡¿Estás sangrando?! —preguntó, con el miedo dominando su voz.
—No, no es mía... —Newt vaciló, inseguro antes de continuar—. Es de Isabel.
El grito de Nya resonó en el aire mientras se incorporaba con torpeza, sujetando la chaqueta de Newt para cubrirse mejor. Tambaleándose, miró a su alrededor, aprovechando que el dolor ya no cegaba sus sentidos. Ignoró las protestas del mago cuando divisó a pocos metros a Nagini, arrodillada junto al cuerpo inmóvil de Isabel. La piel de la francesa era de un pálido enfermizo, y sus ojos permanecían cerrados.
Soltando un sollozo, Nya se acercó y cayó de rodillas al lado de Nagini, con el corazón en un puño.
—¿Cómo está? —preguntó, sintiendo que Newt se posicionaba a su lado, posando suavemente sus manos sobre sus hombros en señal de apoyo..
Antes de que Nagini pudiera responder, una voz familiar interrumpió.
—¡Por Merlín! ¿Están bien? —dijo alguien acercándose con rapidez.
Era Tina Goldstein, con el rostro ligeramente sonrojado, tanto por el calor tropical como por el esfuerzo evidente en su respiración. Había estado liderando la investigación sobre el tráfico de animales fantásticos, pero había tenido que apartarse por un tiempo hasta que un auror encubierto le trajo noticias nuevas y alarmantes sobre el caso.
Al ver a Isabel inconsciente en el suelo, Tina no dudó en pedir refuerzos. Pronto, un hombre mayor, pelirrojo y pecoso, con un bigote meticulosamente arreglado, apareció junto a ellos. Saludó con brevedad, sin prestar mucha atención a los presentes, y se agachó junto a la francesa. Examinó la herida, mostrando una preocupación inesperada para alguien que parecía ser un desconocido. Después, se levantó y llamó a más gente.
—¿A dónde la llevarán? —exclamó Nya al ver que comenzaban a trasladar el cuerpo de Isabel.
El hombre pelirrojo, por primera vez, dirigió su mirada a Nya, luciendo sorprendido. No era por su estado de vulnerabilidad o su falta de ropa, sino porque de cierto modo comprendió que, frente a él, tenía a su sobrina: Nya VanderWaal.
—Necesita atención médica urgente —dijo, sin poder ocultar su asombro.
La escocesa se removió incómoda bajo la insistente mirada del mago auror, agachando la cabeza y cubriéndose lo mejor que pudo. Asintió ante sus palabras, aliviada de saber que Isabel aún tenía una oportunidad de sobrevivir. Sin embargo, el temor la invadía. Si su amiga moría, sabiendo que había sacrificado su vida para protegerla, Nya no estaba segura de cómo podría vivir con esa carga. Su existencia parecía haber sido el catalizador de la tragedia que ahora enfrentaban.
—Newt, por favor, déjanos entrar en tu maleta para que Nya pueda vestirse —pidió Tina, con suavidad.
Newt asintió de inmediato, sin dudar.
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Cuando Nya y Tina regresaron al exterior, solo Nagini las esperaba. La ropa de la indonesia estaba sucia, manchada con la sangre de Isabel; su piel pálida y los ojos delataban el profundo cansancio que cargaba. Nya echó una rápida mirada alrededor, buscando algún rastro de Newt, pero pronto su atención fue capturada por algo mucho más alarmante: el maltrato al que estaban sometiendo a las criaturas indefensas.
Al identificar la fuente del abuso, no dudó en correr hacia el mago responsable, ignorando el dolor en sus músculos y huesos que protestaban con cada movimiento brusco. Tina la llamó, siguiéndola de inmediato con la maleta de Newt en mano. Nagini las acompañó, pero a un paso más lento y cauteloso.
—¡Oiga! —gritó Nya al acercarse al mago—. ¿Qué cree que está haciendo? ¡Así no es como las debe tratar!
El hombre, de mejillas regordetas, la miró con una mezcla de desdén y superioridad, lo que solo avivó el fuego de indignación en la escocesa. Su vínculo con las criaturas era profundo; sentía sus dolores y miedos como propios, y sabía que era su deber proteger a quienes no podían defenderse.
—Son animales. No entienden de otra forma —respondió el mago con indiferencia.
—Si los tratas como salvajes, así actuarán para defenderse —replicó ella, con el ceño fruncido, manteniendo firme su mirada.
La frustración de no haber podido acompañar a Isabel la consumía, y no estaba dispuesta a tolerar más crueldad. Ya había soportado suficiente.
—Mire, señorita, ya tengo que soportar las órdenes de mi jefe. No he venido aquí a soportar también las suyas —dijo el hombre, dándole la espalda mientras alzaba su varita, listo para lanzar otro hechizo.
Antes de que el auror pudiera hacer algo más allá que solo apuntar con el objeto, Nya no dudó en pararse en frente del señor, dejando que el hechizo le apuntara. Tina soltó un grito al ver aquello, que pronto fue reemplazado por un impresionado y aliviado suspiro, al ver, de manera completamente imprevista, cómo es que la magia proveniente de la varita, tan solo se deshizo antes de que pudiera rozar la anatomía de la escocesa.
—Le dije que así no las debe tratar —repitió Nya, con calma.
—¡Señor Addams! —intervino Tina, tratando de evitar que la situación escalara aún más—. Será mejor que lo deje aquí. Yo me encargaré de las criaturas.
—La Presidenta me asignó esta tarea —protestó Addams.
—Y no lo dudo, pero usted sabe muy bien que si provoca otro conflicto, la Presidenta no estará tan contenta con su actuación, ¿o sí, señor Addams? —dijo Tina, con una mano en la cadera y la barbilla alzada en desafío.
Nya intentó ocultar su satisfacción, pero no pudo evitar sentir un alivio abrumador al ver cómo el mago se retiraba. Mientras Tina observaba algo más allá de ella, la escocesa giró la cabeza y se dio cuenta de que todas las criaturas fantásticas estaban reunidas, expectantes, observando cada uno de sus movimientos.
—¿Cómo haces todo eso? —preguntó Nagini, el tono de sorpresa impregnando su voz.
Era evidente que Nya no podía ser una maledictus; si lo fuera, Nagini habría logrado al menos una fracción de lo que la escocesa era capaz de hacer. Pero no era así. Nya era diferente, con un poder innegable y una magia fluyendo por sus venas cuya razón aún no estaba clara.
► —No estoy segura —respondió, encogiéndose de hombros mientras se acercaba a uno de los animales y pasaba su mano con extrema delicadeza sobre su pelaje—. Simplemente los siento y los comprendo.
—Mucha gente querrá hacerte muchas preguntas, Nya —dijo Tina, luciendo un poco preocupada.
Tan pronto como la americana terminó de hablar, las tres mujeres dirigieron sus miradas hacia el resto de los presentes, quienes también parecían incapaces de apartar los ojos de la interacción que Nya lograba con las criaturas.
—Debemos agradecerle a usted, señorita Goldstein, y al señor Wysman por no haber abandonado el caso del tráfico —dijo una voz.
Una mujer se acercaba al grupo. Su vestimenta era diferente a la de los otros aurores, con un elegante porte, piel bellamente bronceada y cabello rubio cubierto por un turbante. Era evidente que se trataba de la Presidenta de MACUSA.
Al llegar junto a las tres mujeres, sus ojos se posaron de inmediato en Nya, quien la observaba con la misma curiosidad.
—Señora Presidenta —comenzó Tina, pero una sola mirada de la mujer la silenció al instante.
—También debemos agradecerle a usted, señorita —dijo la Presidenta, dirigiéndose a Nya—, aunque, desafortunadamente, la comunidad mágica ha quedado expuesta por completo en esta isla.
—Podríamos utilizar el hechizo del olvido —sugirió Nya, atrayendo miradas sorprendidas de las otras dos mujeres, que de seguro se preguntaban cómo sabía sobre eso.
—Sería ideal, pero no es posible lanzarlo en toda la isla —aclaró la Presidenta Picquery.
—Si me permite, Presidenta Picquery —intervino Newt Scamander, que acababa de llegar junto al hombre pelirrojo que había ayudado a Isabel—. Existe una manera de lanzar un hechizo similar —propuso.
La Presidenta, con una mezcla de cansancio y paciencia, posó su mirada escrutadora en el mago.
—Señor Scamander —lo saludó, sin alterar su expresión—. No me sorprende encontrarlo en medio de este caos —comentó con severidad.
Algunos de los presentes no pudieron evitar esbozar pequeñas sonrisas divertidas. Newt sonrió con timidez, bajando la cabeza antes de pedirle su maleta a Tina, quien se la entregó de inmediato. Se apartó unos pasos, colocando la valija en el suelo, la abrió y llamó a una criatura en particular.
Un majestuoso ave de plumas blancas y doradas, con ojos grandes y brillantes, emergió de la maleta, arrancando suspiros de asombro. Tras unos momentos, el Pájaro del Trueno se posó en la tierra, acercándose a Newt, su amigo y cuidador, con quien planeaba regresar a su hogar en Arizona.
Newt apretó los labios, mirando con tristeza a Frank, el maravilloso Pájaro del Trueno.
—Sé que te dije que esperaríamos hasta llegar a Arizona —le habló el magizoólogo—, pero parece que eres nuestra única esperanza ahora.
Nya, notando la tristeza en el mago, no dudó en acercarse. Atreviéndose a acariciar al ave, se sorprendió al notar que esta aceptaba su contacto. Recordó la primera vez que la vio, cómo el miedo la había invadido entonces, pero ahora se sentía como si estuviera ante un espejo mágico.
A pesar del dolor en su brazo derecho, Nya tomó la mano de Newt y el frasco que él sostenía, lleno de un líquido extraño. Con un rápido vistazo hacia él, dejó que el mago supiera que comprendía lo que debía hacer.
—Sé lo que debe hacerse —dijo con firmeza.
Con su brazo sano, lanzó el frasco al aire. El Pájaro del Trueno ascendió, atrapando el objeto en su pico antes de elevarse hacia los cielos, sus alas poderosas levantando pequeños tornados de aire a su alrededor. Todos los presentes quedaron boquiabiertos, sin poder ocultar sus exclamaciones de sorpresa mientras el ave capturaba la atención y admiración de magos y muggles por igual.
—Lo voy a extrañar —admitió Newt con la voz quebrada y una expresión de tristeza mientras observaba a su amigo desaparecer en el horizonte.
—Lo sé. Él también te va a extrañar —respondió Nya, girando para mirar el rostro abatido del inglés antes de entrelazar su mano con la suya. Juntos, contemplaron cómo Frank se perdía entre las nubes.
No habían pasado más de tres minutos cuando el estruendo de un trueno resonó en el cielo, y las nubes empezaron a oscurecerse y cargarse de lluvia. En poco tiempo, el agua comenzó a caer, cubriendo la isla entera, siendo el catalizador que borraría los recuerdos de los muggles sobre el Mundo Mágico.
Poco a poco, los aurores que mantenían el sótano bajo llave abrieron las puertas, permitiendo que los humanos atrapados salieran al exterior, empapándose bajo la lluvia mágica que, silenciosa y eficaz, borraba cualquier rastro de su contacto con brujas, magos y criaturas.
No solo olvidarían la existencia de la magia, sino también todos los malos recuerdos asociados con las traumáticas experiencias que habían vivido por culpa de ese mundo desconocido y misterioso.
Todos los isleños que se habían amontonado a ver la descomunal escena que se había presentado, fueron bañados por la frescura inesperada de la lluvia. Pronto, comenzaron a caminar en diferentes direcciones, resumiendo actividades del día y cotidianas, dejando tremenda noticia atrás.
Los aurores comenzaron a reparar los daños provocados, todos y cada uno de los objetos volvían a su lugar, dando la sensación de que nada más sucedió, como un viejo recuerdo, distante, o el sueño de un sueño.
Una vez que las autoridades mágicas terminaron su trabajo, solo quedaron tres que parecían acompañar a la Presidenta. Aparte de ellos, los únicos que quedaron en el lugar eran Tina, el hombre del bigote, Nagini, Newt y Nya, junto con las criaturas que habían sido liberadas. Estas últimas parecían disfrutar de la lluvia, mostrándose relajadas y contentas, sensaciones que pronto se transmitieron a Nya.
—¿Y qué haremos con todos estos animales? —preguntó la Presidenta Picquery, rompiendo el silencio.
—Serán liberados y devueltos a sus hábitats naturales —prometió Newt con convicción.
A su lado, Nya apretó su mano con suavidad y le sonrió. No hacía falta pronunciar palabra alguna; ambos sabían que ella estaba dispuesta a acompañarlo en esa nueva aventura.
Sin embargo, había asuntos que debían resolverse antes de emprender ese nuevo camino juntos.
a-andromeda
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