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Capítulo Veinte

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: )


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ENTRE LA MAGIA Y LO DESCONOCIDO

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                    —No puede ser...

          El susurro del detective Wysman a su lado apenas llegó a los oídos de Isabel, quien no lograba despegar la mirada de lo que la rodeaba. Lo que en un principio parecía una simple bodega bajo la posada, se extendía mucho más allá de lo que había imaginado. El suelo de piedra y las paredes del mismo material daban una sensación fría e imponente. Había jaulas de metal, pero no contenían animales comunes como perros o conejos. Ante los incrédulos ojos de Isabel Beauson, aquellas criaturas eran completamente desconocidas.

          Al notar la presencia del detective y la francesa, los seres enjaulados se encogieron, retrocediendo tanto como sus confinamientos les permitían. Aquella escena no solo llenó a la mujer de tristeza, sino que también inquietó a Wysman. Aunque no comprendía del todo lo que veía, o cómo aquel lugar era inmensamente más grande que la posada sobre sus cabezas, Isabel sintió una lástima inmensa por las criaturas que yacían atrapadas en ese espacio.

          El lugar, lejos de ser tranquilo, estaba lleno de murmullos y ruidos, lo que desconcertaba aún más a la francesa. Solo la noche anterior había estado justo al otro lado de las puertas dobles y no había oído nada. ¿Cómo era todo eso posible?

          —Ha estado haciendo prosperar sus cultivos y su posada a costa de la magia —espetó el detective, su rostro enrojecido y deformado por la rabia contenida.

          —¿Magia? ¿Está diciendo que cree en eso? —replicó ella, todavía sin entender del todo lo que tenía ante sus narices.

          —Si todo esto no te convence de que la magia es real, no sé qué más hará falta para que lo creas.

          Isabel soltó un suspiro, volviendo a recorrer el lugar con la mirada. Fue entonces cuando una pequeña figura, que parecía humana, llamó su atención. Esa silueta le resultaba demasiado familiar para ser solo una coincidencia.

          Sin pensarlo más, avanzó hacia la jaula que había despertado su curiosidad, ignorando el aire denso y húmedo que llenaba el lugar y las criaturas que se apartaban de su camino con movimientos torpes. Cuanto más se acercaba, más incredulidad sentía.

          Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. Llevó una mano a su boca, tratando de contener un grito ahogado.

          —¿Nagini?

          La nombrada alzó la cabeza a medias, sin querer enfrentarse a la persona que la llamaba. La curiosidad, sin embargo, la venció, ya que no reconoció la voz de inmediato. Cuando sus ojos oscuros se encontraron con los de Isabel, el arrepentimiento la invadió al instante, bajando la mirada de nuevo avergonzada. No quería que alguien más, aparte de Esmour o Beatrix, la viera en ese estado tan lamentable, esas personas que habían orquestado sus peores pesadillas.

          —Señorita Beauson —la voz de Wysman resonó a su lado, apurado—. No puede hacer esto. No sabemos quién nos está observando. Este es un territorio desconocido. —El tono bajo pero firme del detective revelaba su preocupación.

          Isabel no respondió. No podía apartar la vista de Nagini, su cuerpo tembloroso encerrado en esa jaula. La expresión de la francesa no pasó desapercibida para Wysman, quien, al ver la escena, sintió un profundo malestar en su interior.

          —¿Es Nya? —preguntó el detective con cautela, midiendo sus palabras ante la evidente angustia de Isabel.

          —No... —respondió ella con la voz atrapada en la emoción—. Es Nagini... e-ella trabajaba para Beatrix en la tienda naturista del centro.

          —Sí, conozco el lugar. He comprado raíces de margarita allí —comentó Wysman.

          Al oír esto, Nagini levantó la cabeza y sus ojos, aún apagados, brillaron con un destello de reconocimiento al ver al pelirrojo. El detective también pareció reconocerla, su mirada cargada de una conexión imprevista.

          —Lo recuerdo, señor —murmuró Nagini mientras se levantaba con dificultad del suelo rocoso. Las piernas le temblaban y su piel lucía pálida y enfermiza—. Beatrix lo está buscando por todas partes. Usted es el único que hace esa compra.

          Wysman asintió con gravedad. —Lo sé. He estado haciendo esas compras para atraerla y llevarla ante MACUSA, esperando que cometa un error.

          A pesar de todas las preguntas que estallaron en la cabeza de la francesa, no se sintió capaz de detenerse a pensar en otra cosas que no fuera una escocesa con el rostro salpicado de pecas.

          —Nagini —intervino Isabel, acercándose a los barrotes de la jaula—. ¿Sabes dónde tienen a Nya?

          —Ella no está aquí.

          Esa respuesta, aunque en teoría debería haberla aliviado, no le ofreció consuelo alguno. Si Nya no estaba dentro del ataúd que ella misma había enterrado días atrás, ni en ese sótano, ni en ningún rincón de la isla de Tasmennul, ¿dónde podía estar? Las opciones se le habían agotado, y la desesperanza se apoderó de ella con una fuerza implacable.

          Se apartó de la jaula, bajando la cabeza. En ese momento, la decidida y firme Beauson que había llegado a Norteamérica llena de determinación se desmoronaba. Lo que quedaba ahora era una joven mujer al borde de rendirse, perdiendo poco a poco la esperanza de encontrar a la escocesa que tanto quería.

          Ni siquiera el descubrir que la magia era real parecía capaz de devolverle el brillo feroz que una vez la caracterizó.

          ¿Acaso estaba arriesgando demasiado por nada? ¿Había depositado toda su energía y amor en alguien que, quizás, debía desaparecer de su vida para siempre?

          —¿Qué es lo que has escuchado? —preguntó el detective, acercándose a la jaula. Sin embargo, cuando estuvo a solo un paso de los barrotes, una energía invisible le impidió tocarlos. Volvió a intentarlo, pero fue en vano.

          —Demasiadas cosas —respondió Nagini. El detective notó que ella, en cambio, podía acercarse sin problema a los barrotes metálicos—. Esmour y Erik están buscando a Nya. Creen que es como yo.

          Isabel alzó la cabeza de golpe al escuchar el nombre de la escocesa.

          —¿Qué quieres decir con eso?

          —Creen que Nya es una maledictus.

          —¿Y qué demonios significa eso? —gruñó Isabel, olvidando por completo su habitual compostura. La frustración y el enojo la desbordaban, consciente de que Esmour y Erik no eran de fiar.

          —No. Eso es imposible —negó rotundamente el detective, cruzándose de brazos.

          —Dicen que está rondando la isla en su forma animal. Por eso encontraron su vestido hecho pedazos.

          —Entonces sabes algo del caso, Nagini —concluyó Isabel, sintiendo cómo la esperanza volvía a encenderse en su interior—. ¿Qué quieres decir con 'forma animal'?

          Pero ni Nagini ni el detective se dignaron a responderle. Isabel, llena de preguntas, comprendió que tendría que esperar para obtener las respuestas que tanto anhelaba.

          —El cuerpo que hallaron pertenece a una joven bruja americana —explicó Nagini, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. Eligieron a alguien que se pareciera lo suficiente a Nya para engañar a todos. Beatrix tiene a un grupo buscándola en la selva.

          —No puede ser Nya —insistió el pelirrojo, negando una vez más.

          —¿Por qué estás tan seguro de eso? —preguntó Nagini, su voz quebrándose por la emoción contenida. El tiempo encerrada había hecho que su voz sonara frágil.

          El detective exhaló con pesadez, su mirada fija en los barrotes de la jaula. Luego, con voz firme, soltó lo que había estado ocultando:

          —Porque Nya VanderWaal es mi sobrina.

          La respuesta directa dejó atónitas a ambas mujeres, incapaces de ocultar la sorpresa en sus rostros. Isabel sabía que el detective estaba muy involucrado en la búsqueda de la escocesa, y que lo hacía al margen de las autoridades, ya que el caso había sido oficialmente cerrado. En su ingenuidad, nunca se le ocurrió preguntarse por qué Wysman estaba tan empeñado en resolverlo; ella solo asumió que era uno de esos detectives que se preocupan de verdad por los casos inexplicables y querían hacer lo correcto.

          Jamás pensó que su motivación fuera algo tan personal. No como lo era para ella.

          —Pero Nya me dijo que no conocía a su familia —comentó Isabel, tratando de asimilar la revelación, negándose a creer que la pecosa le hubiera mentido en algún momento.

          —Su madre es mi hermana —empezó a explicar Wysman—, pero perdimos contacto cuando decidió casarse con un muggle: Leonard VanderWaal. —Terminó de hablar mientras se cruzaba de brazos—. Por razones como esta —añadió, señalando el entorno—, no se puede confiar en personas sin magia.

          —Pero usted confió en mí —replicó Isabel, frunciendo el ceño. Con o sin motivo, lo había hecho. O quizás solo la había utilizado.

          —Eso no importa ahora —interrumpió Nagini con evidente desesperación en su voz quebrada—. Tienen que encontrarla cuanto antes.

          —Dinos todo lo que sepas de este lugar —demandó el detective—. Los animales fantásticos, si hay otros magos, y lo que Beatrix está haciendo a costa del mundo mágico.

          Y la indonesia lo contó todo. Absolutamente todo.

          Reveló cómo los cultivos prosperaban sin importar la estación, cómo el pueblo había surgido de la nada, y cómo Beatrix Harte obtenía recursos económicos y naturales a costa de las vidas de animales y magos que mantenía prisioneros en el sótano. Explicó el hechizo de expansión indetectable que sostenía el lugar, alimentado por la vida de brujos cautivos cuyos nombres escuchaba repetidamente pero nunca había visto en persona.

          Toda la posada, el mercado y el pueblo en su conjunto eran exitosos gracias a la magia que los muggles ignoraban por completo. La mayoría ni siquiera sospechaba, pero los nativos de la isla, todos nacidos en Tasmennul, estaban detrás del tráfico de magia y criaturas fantásticas.

          Lo único que no quedó claro era el motivo exacto de Beatrix. Isabel sintió un nudo en el estómago al recordar cuánto había admirado a esa mujer de cabello negro, lo agradecida que estuvo por la comida, el techo y el trabajo que le ofreció, a pesar de que no siempre estuvo a la altura.

          Beatrix Harte no hacía nada por bondad. Siempre había una razón oculta, y en este caso, era obtener el control absoluto del mundo mágico en las Islas Blancas. Su caza parecía inofensiva a simple vista, pero era demasiado efectiva, atrayendo seres mágicos a la posada para que nunca volvieran a salir.

          Isabel se dio cuenta de que, involuntariamente, había sido ella quien llevó a Nya a ese lugar. Ella eligió el camino y el refugio. Había arruinado el intento de alguien a quien empezó a querer por el desespero de empezar de nuevo lo más pronto posible.

          La culpa comenzó a carcomerla por dentro.

          Tasmennul, que en su momento le pareció un cuento de hadas, se revelaba ahora como una pesadilla muy real.


༼꧁༺ᴥ༻꧂༽ 


          El viaje de vuelta a Tasmennul fue incómodo, y ninguno de ellos logró descansar, ni siquiera por un momento, para evitar llegar tan exhaustos. El pequeño barco estaba abarrotado de gente, y aunque lograron subir gracias a un contacto facilitado por la hermana menor de Tina, les tocó permanecer en cubierta, soportando el frío durante las largas horas que duraría el trayecto. La única ventaja fue la compañía de Jacob Kowalski, la actual pareja de Queenie Goldstein, cuya presencia hizo más llevadero el viaje y fue, en parte, la razón por la cual consiguieron el transporte.

          Nya escuchaba, entretenida, la historia que Jacob le contaba sobre cómo conoció a Newt y a las hermanas Goldstein en un pequeño incidente que pronto se convirtió en un gran caos en la ciudad de Nueva York. Algunas criaturas del magizoólogo se habían escapado de su maleta y, mientras deambulaban por las calles de la gran ciudad, causaron desastres y asustaron a los humanos. La historia no solo era emocionante, sino también digna de ser escuchada una y otra vez, sobre todo cuando resaltaba la valentía y paciencia de cierto mago inglés.

►          La escocesa se dio cuenta de que Newt Scamander no era el tipo de héroe que protagonizaba historias épicas o leyendas. No poseía una habilidad social perfecta ni lideraba grandes multitudes. Sin embargo, lo que sí tenía era lo más valioso de todo: un corazón bondadoso, una cualidad que demasiados seres humanos en ese mundo parecían carecer.

          Pronto, Nya se sorprendió observando detenidamente las facciones de Newt, disfrutando de las pequeñas imperfecciones que le hacían tan único. Admiraba sus rasgos que se le hacían tan atractivos, las innumerables pecas que decoraban su rostro, y sus ojos claros, llenos de matices entre azules y verdes. Incluso su desordenado y ondulado cabello castaño rojizo le parecía ahora casi perfecto. Recordó con gratitud su amabilidad, algo que había tenido el privilegio de presenciar en primera fila en más de una ocasión. También notó cómo, aunque Newt solía evitar el contacto físico, cuando ella estaba cerca, no solo parecía no incomodarle, sino que a veces él mismo lo iniciaba.

          Había tantas cosas maravillosas acerca de Newt Scamander que Nya ya había perdido la cuenta. ¿Estaba perdiendo la razón al pensar así sobre él? Se sentía confundida, apenas empezando a explorar un terreno desconocido sobre lo que debía ser su vida, especialmente antes de convertirse para siempre en el ave azul que tanto había detestado. Ni siquiera sabía qué les depararía el cercano futuro en Tasmennul, pero, de algún modo, la escocesa se sentía capaz de enfrentarlo, siempre y cuando tuviera el apoyo del inglés. Con él a su lado, se sentía lista para descubrir el mundo.

          Y es que Newt le había mostrado un universo nuevo.

          A pesar de ser una maledictus y de apenas comprender la magnitud de esa maldición de sangre, ya no se sentía tan asustada ni disgustada como solía estarlo. Tenía una nueva visión, un deseo renovado de apreciar lo que poseía. Newt había dibujado con detalle su forma fantástica, describiéndola con precisión y delicadeza. Cuando ella leyó sus descripciones, casi pudo visualizarse como el ave, cerrando los ojos y viendo detrás de sus párpados las plumas turquesas, el dorado de sus ojos, y los trazos suaves que el magizoólogo había plasmado.

          Siempre había asociado su maldición con monstruosidad, pero la forma en que Newt la veía era diferente. Nunca antes se había mirado desde esa perspectiva, una que la hacía sentir especial y hermosa.

          Newt Scamander la había hecho sentir así.

          ¿Quién más tendría la suerte de comprenderse y sentirse de esa manera?

          Newt era excelente en su trabajo porque veía más allá de lo que los demás notaban. Porque observaba con el corazón. Su comprensión, curiosidad y amabilidad lo hacían extraordinario. Parecía imposible que no amara todo de una manera tan sutil y profunda, una característica que podría pasar desapercibida para quien no lo conociera bien.

          Para quien no lo quisiera como Nya lo quería.

          Al darse cuenta de todo lo que había pasado por su mente, la escocesa se levantó de repente de su posición sobre la banca en la cubierta, llamando la atención de los dos hombres, que estaban sentados en el suelo y la miraron con confusión.

          —¿Estás bien? —preguntó Jacob, alzando la voz para superar el viento y el sonido de las olas.

          —¡Sí! Estoy bien, solo... recordé algo —respondió, sonrojándose. Agradeció la luz tenue de la luna, que ocultaba el rubor de su rostro.

          —Pero no es mareo, ¿verdad? —insistió Newt, mirándola con preocupación.

          Al principio, el vaivén del barco y las olas, que parecían más grandes esa noche, le habían provocado náuseas. Sin embargo, tras casi una hora de viaje, la sensación desapareció, ayudada en parte por las historias de Jacob, que la habían mantenido distraída.

          Nya miró a su alrededor, observando a la gente que caminaba por la cubierta, algunos charlando entre sí, otros simplemente paseando en la oscuridad de la noche. El barco no alcanzaría su destino hasta la mañana del día siguiente. Se preguntó por qué tantos deseaban llegar a Tasmennul. ¿Qué había allí que hacía que tantas personas dejaran Amennor y se aventuraran a la otra isla?

          Nya sentía en su interior que podía percibir ciertas energías que diferenciaban a los magos de los humanos, aunque no siempre las comprendía del todo. En raras ocasiones lo lograba, como cuando conoció a Nagini por primera vez, o cuando ese misterioso hombre de cabello negro y ropas elegantes apareció en la tienda de Tasmennul. Tal vez pudo notar la diferencia en Nagini porque compartían la misma maldición.

          —¿Crees que esas personas son como ustedes? —preguntó Nya a Newt.

          Jacob, con expresión confusa, se apresuró a aclarar que él era un humano común, sin magia, lo que sorprendió un poco a Nya. Esto confirmaba que no siempre lograba detectar quién tenía magia y quién no. Nunca antes se había preguntado cómo un muggle reaccionaría ante brujas o magos. Ella ya había conocido a personas que despreciaban lo diferente, especialmente a ella por lo que era, pero Jacob era distinto, aunque no sabía cuánto. Era un hombre de buen corazón, humilde.

          ¿Eran comunes las relaciones entre muggles y seres mágicos?

          Si ella no tuviera magia, ¿podría tener una relación con Newt?

          «Concéntrate, Nya», se reprendió.

          —No podemos saberlo con certeza, pero si esas personas están atraídas por alguna fuente de magia, lo descubriremos cuando lleguemos —explicó Newt.

          —Entonces deberíamos prestar atención a quiénes van a la posada —concluyó Nya—. Quizá así encontremos a Nagini, y tal vez sabremos qué pasó con Isabel.

          Newt asintió, esbozando una leve sonrisa y bajando la mirada antes de volver a observar a Nya de reojo. Sentía una emoción inesperada al ver cómo ella comenzaba a desenvolverse mejor. Admiraba su fuerza y lealtad hacia las personas que consideraba cercanas, y, sin darse cuenta, él deseaba ser una de ellas.

          Hablarle a Nya sobre el mundo mágico había fluido de forma tan natural como todo lo que la rodeaba. Verla interactuar con sus criaturas era increíble, pero lo que más lo conmovía era que ella hubiera confiado en él lo suficiente para mostrarse en su momento más vulnerable. Esa conexión le parecía lo más profundo y hermoso que había experimentado jamás.

          Había viajado por lugares incontable, conocido criaturas fascinantes, personas extraordinarias y rincones remotos del mundo, pero nada de eso podía compararse jamás con el brillo dorado y el profundo marrón que encontraba en los ojos de esa escocesa. La piel pálida de Nya, salpicada de suaves pecas, y sus etéreas plumas turquesas, eran lo único que deseaba sentir bajo las yemas de sus dedos. Quería tomar su mano y mostrarle el mundo, revelarle todo lo que la naturaleza tenía para ofrecerle.

          Tasmennul era un destino incierto, pero Newt sabía que nunca se apartaría de Nya VanderWaal, incluso si la situación se tornaba precaria. Estaba listo para enfrentarlo junto a ella, ambos mirando hacia el mismo horizonte.




Las revelaciones apenas acaban de empezar jijiji

Quiero aclarar que ciertos aspectos del mundo mágico son agregados por mí para manejar este fanfiction. Está inspirado en Animales Fantásticos (de hecho acabo de hacer un guiño a la película, pero los tiempos y ciertas criaturas no coinciden)

¡Feliz lectura!

a-andromeda

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