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Capítulo Uno


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MIEDOS Y DESTINOS

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Diecisiete años después.
Puerto de Pórtland, Inglaterra. 1926.


                    La piel se le puso de gallina gracias a las brisas que llegaban de la costa. Se acurrucó aún más entre las desgastadas telas de su anticuada ropa apenas el viento salino le pegó de lleno en el rostro, removiendo sus cabellos ondulados y oscuros. No tenía mucho, pero al menos le era suficiente para sus últimas horas en Inglaterra.

          Aunque ella debería estar acostumbrada al frío con el que prácticamente creció y se crio, no podía controlar los curiosos deseos de su interior, los cuales soñaban —o tal vez luchaban por rememorar— un sol cálido y brillante, que no fuera opacado por las nubes. Quería grandes e imponentes montañas, bosques frondosos y maravillas desconocidas.

          Soltó su suave suspiro, dándose ánimos a sí misma, preparándose para iniciar el camino hacia su destino: una de las Islas Blancas. El gran barco de vapor que la esperaba a ella y a los últimos pasajeros, sería su transporte y su techo las siguientes semanas. Las demás personas, serían sus acompañantes y dudaba que pudiera tener privacidad suficiente en el lugar. No le quedaba de otra más que mezclarse entre el gentío, mantener la cabeza gacha la mayoría del tiempo y así poder pasar los días en completa tranquilidad.

          Después de todo, sus grandes y brillantes ojos dorados llamaban demasiado la atención. Todavía no podía controlar el color de sus irises, por lo que no siempre cambiaba a propósito aquel rasgo tan notorio y que la distinguía tanto de los demás. Cuando sucedía eso, cuando su mirada era diferente, toda ella resultaba diferente, nunca era bien recibida.

          Lo único que tenía por hacer era irse, abandonar todo lo que alguna vez le dio la espalda. Quizás el dejar atrás la preocupación, el miedo, los molestos recuerdos y la incertidumbre era justo lo que necesitaba. Sin duda, lo que buscaba.

          Quería empezar de nuevo.

          Toda su vida se la había pasado saltando de un lugar a otro. Escapando y escondiéndose. ¿Qué tipo o calidad de vida era esa? Aunque nunca le hubiese hecho daño a nadie, ser ella y con esa maldición era suficiente para arruinar su existencia y poner un blanco en su espalda. Fue por eso que, hasta ese día, Nya VanderWaal nunca había sabido a dónde mirar ni a dónde ir. Se podría decir que esa era la primera vez que tenía la esperanza de haber encontrado el destino más indicado para ella.

          Si bien no podía escapar de sí misma, al menos podía escapar de las demás personas. Sobre todo de aquellas que ya la reconocían y la señalaban.

          Tasmennul parecía ser el lugar perfecto al cual ir. Una pequeña isla de la cual le nacía un curioso presentimiento de que no encontraría ningún problema, ningún inconveniente. Si su sexto sentido no le había fallado en ocasiones pasadas, dudaba que tuviese que ser diferente ahora.

          Estaba preparada. Estaba lista para emprender su nuevo camino.

          Saliendo de las sombras del callejón en el que se había mantenido oculta, dio unos pocos pasos hacia el frente. Apretó los labios con ansiedad y trató de avanzar, pero de repente sintió un tirón en la parte trasera de su abrigo marrón. Aquel inesperado movimiento le hizo retroceder, trastabillando con sus propios pies. Sorprendida volvió la cabeza hacia el lugar en el que creyó que encontraría la fuente del problema, no obstante, no encontró nada.

          Volvió a sentir el jalón y bajó la mirada.

          Tragó saliva al ver que algo empuñaba la tela de su gabán y continuaba jalando con insistencia hacia atrás. Quizás tenía una leve sospecha de lo que se trataba, pero no quería hacer caso a aquella suposición, por lo que solo se limitó a agarrar con innecesaria fuerza su abrigo y tirar del mismo para sí. No obstante, no pudo hacer mayor cosa cuando la tela se rasgó ante la brusca pelea de dirección que se desató en menos de tres segundos.

          Dejó salir un bufido de frustración, tratando de que lo poco que quedaba de lo rasgado mantuviese su lugar, por lo que continuó forcejeando, pero con menos brusquedad. Sus manos se deslizaron por la longitud de la desigual tira, queriendo recuperar el resto del abrigo, su cuerpo encorvándose en el proceso.

          ¿Cómo era posible que ahora su imaginación le estuviera haciendo tal jugada? Claramente no era la primera vez que le sucedía, empero esperaba con todas sus fuerzas que esta vez fuera la última. Era su oportunidad de escapar de esto. Ahora no tenía ganas de creer que en realidad había algo, alguien, una criatura, un fantasma, lo que sea, agarrando su saco y, de paso, deteniéndola en el estrecho callejón.

          Un momento. ¿Por qué querría detenerla?

          Algo comenzó a gritarle en la cabeza. Sintió la inmensa necesidad de alcanzar esa fuerza invisible e insistente. Llevaba luchando contra ese extraño instinto por días, el mismo número de días que sentía que eso la estaba siguiendo. Sin embargo, Nya se negaba a ceder a eso. Estaba loca, era un fenómeno por siquiera ver cosas que no deberían existir. No podía hacerle caso a su mente, mucho menos ese día.

          —No es real —comenzó a susurrar —. No es nada real. Nadie lo ve, ni siquiera yo lo veo. —Una mano se encargó de despejar algunos mechones de cabello oscuro de su rostro, como si con aquel gesto pudiera también aclarar su mente.

          La bocacalle estaba desolada y la poca y pálida luz del sol de aquel día nublado no llegaba a iluminar por completo todos los rincones. La imagen grisácea, húmeda y oscurecida que la joven mujer veía no era nada nuevo. La quietud y silencio del espacio le entregó la normalidad que tanto buscaba y necesitaba, pero aquello llegaba a un abrupto fin cuando su mirada iba a parar a su actual problema, todavía pegado al gabán.

          En el momento en el que logró liberarse —o creyó hacerlo—, un último tirón le hizo tropezar por segunda vez con sus pies al tiempo que dos esferas, muy parecidas a unos grandes ojos, brillaron de un azul intenso. Sintió el aire cambiar a su alrededor y el presagio de algo que ella desconocía se abrió paso. El tirón del abrigo viejo cesó y como consecuencia, ella perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás a la calle principal, llevándose la mirada de varias personas que la transitaban.

          Con sus mejillas ardiendo de vergüenza ante el desafortunado evento que ella protagonizó, se levantó del suelo y trató de arreglar, sin éxito alguno, su ropa. Los hilos estaban sueltos y se había ensuciado, por lo que terminó quitándose la prenda para después doblarla sobre su antebrazo derecho. No le quedaba de otra más que aguantarse el frío.

          Evitó a toda costa dejar que sus ojos vagaran de regreso al callejón y emprendió camino. Sin duda alguna, había esperado tener más tiempo para prepararse, pero las cosas no solían salirle bien la mayoría de veces. Tampoco quería ni debía dejar que su cabeza le terminara de hacer creer que lo que acababa de ver era real. No podía aceptar eso porque sabía que, en el momento en el que lo hiciera, sería aceptar lo que todos a su alrededor ya sospechaban. Nya no quería seguir echándose encima tal maldición, pues ya tenía demasiado con que fuera parte de ella.

          En cuanto estuvo posando un pie en el puerto, buscó en su bolso su boleto. Aquel pedazo de papel fue por lo que se había partido la espalda y aguantado un poco de hambre un par de noches, con tal de poderlo comprar y encontrar una nueva oportunidad lejos de Inglaterra. Una nueva oportunidad lejos de sus raíces.

          Cuando estuvo frente a frente con el oficial, fue consciente de mantener el iris de sus ojos de un color opaco, un café bastante oscuro como su cabello. La normalidad que el mundo esperaba de todos. Esperaba que funcionara, porque parecía ser la única con un bolso demasiado pequeño para tal viaje, vistiendo prendas demasiado anticuadas y que por lo mismo resaltaba sin esfuerzo alguno.

          El hombre revisó que todo estuviera en orden antes de darle el visto bueno para que ella continuara. Guardó sus papeles y se atrevió a alzar un poco más la cabeza para ver con mayor claridad el barco.

          Jamás había visto uno de cerca, mucho menos abordarlo. En realidad, tampoco había tenido oportunidad de subirse a un carro siquiera. El transporte que tuvo más cercano en su vida fue el lomo de un caballo o carromato. Una persona, sobre todo una mujer, cuya existencia era solitaria, sin familia o dinero, no tenía aquel tipo de oportunidades, lujos o experiencias.

          Siguió su camino hasta cubierta, sintiendo la repentina necesidad de ver el paisaje que dejaba atrás. Así que subió y subió hasta alcanzar su destino, donde un cielo lleno de nubes grises le dio la bienvenida. Se desplazó hasta la baranda blanca y se inclinó hacia la misma para ver las aguas removerse un poco. Apoyó sus antebrazos sobre el metal y observó sus alrededores.

          Ya habían varias personas caminando también por el lugar. Nadie le ponía atención. Nadie la señalaba. Era invisible y eso sólo aumentó su tranquilidad. Las voces y las risas le llegaron como una suave brisa, al igual que uno y otro canto de aves, con una suavidad que se asentó en su interior. Notó que no habían tantas personas como ella había esperado en un principio. De hecho, eran muy pocas para un transporte tan grande.

          Se dedicó a observar el resto de la cubierta, queriendo comenzar a grabarse algunos de los rostros que la estarían acompañando durante las siguientes dos semanas, aproximadamente. Se podría decir que eso era una manía de Nya VanderWaal, la cual se había encargado de aplicar desde hacía unos cuantos años. Después de todo, hasta el más mínimo detalle de cuidado que pudiera implementar en aras a su bienestar, le había salvado el pellejo numerosas veces. Aunque en verdad esperaba no necesitarlo.

          Cuando se comenzó a elevar el ancla, la castaña oscura se agarró con fuerza innecesaria a la baranda con una mano, mientras que la otra se aferró a su bolso y abrigo. Se asomó una última vez para ver el agua salada hasta que se sintió mareada de repente y decidió ir en busca de su camarote.

          Sabía que tendría que compartirlo con alguien. Cuando hizo su compra le aseguraron que sería una mujer, pero lastimosamente ella no lograba confiar del todo en las palabras de los demás. Ya se había llevado demasiadas decepciones por posar su confianza en donde no debía y tuvo que aprender a las malas que solo ella misma podría protegerse.

          Bajó por las estrechas escaleras hasta llegar al nivel donde estarían las habitaciones de los viajeros. Caminó por el extenso pasillo, sus ojos deslizándose por los números puestos sobre el marco de las puertas, hasta que dio con el indicado.

          Se detuvo ante la entrada y ladeó la cabeza, notando que la puerta estaba entreabierta. Enderezó la espalda y su mano izquierda terminó de abrirla para así ella ingresar al lugar. El cuarto era sencillo, bastante simple, pero estaba limpio y se veía seguro. Había dos camas a cada lado contra la pared. Las sábanas eran de un azul oscuro, pero las fundas de las almohadas y del colchón eran blancas. Estaban separadas por un nochero de dos compartimentos medianos.

          En definitiva, era algo mejor que lo que alguna vez ella tuvo.

          —Buenos días.

          Nya se sobresaltó y miró hacia atrás con expresión asustada. Trató de tranquilizarse una vez sus ojos chocaron con los de una chica contemporánea a ella. Sus ojos eran mieles y grandes, su piel se veía suave, tersa y acariciada por el sol. Su cabello era corto, apenas llegando a su suave quijada, ondulado y estilizado a la moda de la época. El color chocolate del mismo combinaba a la perfección con el resto de ella. Sus ropas eran relativamente elegantes y a la escocesa le avergonzó estar en presencia de aquella mujer cuyo estatus social sobrepasaba con creces el suyo.

          La postura de la contraria no parecía ser amistosa del todo. De hecho, parecía estar un poco a la defensiva, detalle que la incomodó un poco más.

          —Hola, uh...

          La desconocida alzó una ceja y la observó de arriba a abajo.

          —¿Quién es usted? —Inquirió alzando el mentón, sin entrar por completo al camarote.

          —Eh... s-soy Nya VanderWaal —se presentó, extendiendo la mano derecha, esperando que la otra la estrechara para consolidar aquella extraña presentación.

          Para mala suerte de la joven cuyo rostro estaba salpicado en suaves pecas, el abrigo que cargaba con la extremidad que extendió, terminó en el suelo y la tela se desdobló, mostrando con facilidad la tela rasgada y sucia. La mirada de ambas siguió el objeto hasta la madera del piso y las expresiones difirieron ante lo inesperadamente expuesto. Nya apretó la mandíbula y se apresuró a recogerlo.

          Una vez estuvo enderezada, la castaña chasqueó la lengua y pasó por un lado suyo, abriéndose paso a la habitación en silencio. Dejó una gran maleta sobre una de las camas, la cual la escocesa apenas notó por vez primera. Había estado demasiado nerviosa como para haberlo notado.

          —Tiene un nombre extraño —comentó girándose a mirarla. Ahí fue cuando Nya percibió un acento en sus palabras.

          —Sí eh... mi madre resultó creativa —concordó desviando su mirada hacia otra parte del lugar, menos el rostro de la muchacha de llamativos ojos mieles.

          —Isabel Beauson. —Extendió su manos y por fin ambas las estrecharon. La pecosa notó la firmeza y seguridad que ella le proporcionó.

          La Srta. Beauson asintió y se volteó a organizar sus cosas. Nya no necesitó otro indicador para saber en cual cama dormiría ella, por lo que se fue a sentar sobre la misma.

          Bajo su cuerpo pudo sentir la comodidad del colchón y cerró los ojos un momento. Aunque se sentía nerviosa de tener que compartir tal espacio con una extraña, estaba agradecida de que en verdad nadie la conociera ahí. Mentiría si hubiera dicho que no temía que su nombre resultase conocido para la mujer, pero se llevó la grata sorpresa de que no fue así. Cerró los ojos unos segundos, disfrutando del pequeño silencio que se presentó y se permitió bajar la guardia. En el momento en el que sintió las esquinas de sus ojos comenzar a picar, los abrió de golpe y prefirió ocupar su mente y cuerpo en ordenar sus pertenencias también.

          Llevaba pocos cambios de ropa. Lo necesario que pudo recolectar antes de tener que abandonar el lugar en el que se estaba hospedando en tiempo prestado.

          —¿Sólo trae eso? —preguntó Beauson, señalando las cosas de Nya.

          La muchacha bajó sus ojos hacia las prendas y asintió sin cruzar palabra alguna. No le hacía falta verse en un espejo para saber lo roja que estaba.

          —Prefería dejar todo lo demás atrás y comenzar de cero en la isla.

          Tal vez no era toda la verdad, pero tampoco era toda una mentira.

          Era verdad que quería comenzar una nueva vida, una en un lugar donde nadie la conocía a ella ni a su familia, donde el apellido VanderWaal significaba nada más que "nuevo" en vez de "abominación". Iniciar un nuevo camino donde no tuviese que vivir con el recuerdo del abandono.

          Una expresión suavizó los ojos mieles de Isabel.

          —Entiendo. Es exactamente lo mismo que estoy haciendo yo —expresó al tiempo que se sentó sobre su cama —. He viajado desde Francia hasta Inglaterra solo para subir a este barco y hacer una nueva vida en Tasmennul.

          Cuando terminó con su ligera explicación, su mirada se había vuelto a endurecer un poco, aunque sus labios se curvaron con una sonrisita.

          —Con razón —dijo Nya, a lo que la Srta. Beauson alzó una ceja —. Su acento la delata.

          —El suyo es bastante marcado. ¿Es del norte?

          —Así es. Mi madre era de Londres, pero mi... —Dejó de hablar de golpe y carraspeó para ocultar la pausa abrupta —. Suroeste de Escocia.

          Si la francesa notó la manera en que dejó a su progenitor fuera de la conversación de forma tan repentina, parece que decidió ignorarla, pues ninguna pregunta con respecto al tema fue enunciada. Era claro que ambas jóvenes mujeres tenían sus razones para estar en el mismo lugar con el mismo destino y una idea similar, por lo que un acuerdo silencioso se compartió.

          Las dos se sintieron agradecidas.

          —On va tourner la page.*

          —¿Perdón?

          —Vamos a encontrar una mejor vida —sentenció con firmeza —. No por nada dejamos nuestros orígenes atrás. Tendremos una mejor vida porque ahora está en nuestras manos encontrarla, y eso es justo lo que haremos.

          Nya nunca antes había estado tan de acuerdo con una desconocida.

          Claro que estaba aterrada por lo que le fuera a deparar el futuro cercano, pero como su nueva compañera de viaje acababa de expresar: su destino estaba en sus manos —o al menos eso esperaba de ahora en adelante—. Trataría de no dejarse guiar por lo que no tenía, sino por lo que buscaba y estaba segura de que encontraría. Dejaba todo lo que conocía atrás y estaba contenta de hacerlo.

          Esa Isla Blanca era su nuevo destino y ella debía llegar allá.

          Lo sabía.






*On va tourner la page: Pasaremos página.
Hacer borrón y cuenta nueva.

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Un inicio tranquilo y sospechoso.
Esperemos que las cosas sigan así de calmas,
aunque no prometo nada jijijiji

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