Capítulo Tres
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¿SUEÑO, SEÑAL,
PESADILLA O REALIDAD?
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Quince años antes.
► Quizás todavía era demasiado pequeña como para comprender la lógica de muchísimas cosas. Quizás no entendió eso de manera consciente, pero lo hizo. Con el paso de los años las heridas que quedaron grabadas en su corazón resultaron siendo demasiado profundas como para que pudieran sanar.
No sabía qué otras palabras ponerle a las sensaciones que embargan su interior. Para ella solo tenían unos nombres específicos cuyos significados apenas lograban asemejarse a lo que deseaba expresar. Eran diferentes, pero parecidas. Provenían de distintos aspectos, no obstante, juntas conformaban un todo.
Rechazo. Abandono. Miedo. Soledad.
Cuando su papá llegaba del trabajo, Nya se sentía de esas maneras. Todas esas emociones y sensaciones se arremolinaron en el joven cuerpo de una niña de siete años. Y ni siquiera entendía la razón.
Era culpable, eso lo tenía claro. Tenía claro que había algo extraño y malo en ella, solo que no sabía qué era ni cómo controlarlo. Si el desorden que acababa de provocar en el lugar no era suficiente indicación de que había hecho algo mal, en definitiva su progenitor lo terminaba de aclarar con la severa mirada que le dirigía.
Aunque en esa noche en específico, cuando Leonard llegó de su larga jornada laboral, las cosas se desarrollaron de una manera distinta a la usual.
Sí. Por supuesto que la miró. Con tal mirada parecía querer decirle un universo de cosas, empero al mismo tiempo, se notaba que no quería decir nada en absoluto.
Nya observó con ojos curiosos, empapados en lágrimas nerviosas, la figura de su papá, el cual en vez de ponerse a arreglar el desastre que ella causó sin querer, sólo la agarró de la muñeca derecha con paternal firmeza. Sin decir ni una sola palabra, los dos caminaron hacia la habitación de ella, donde la llevó a la cama, la cobijó y terminó dando un cariñoso beso de buenas noches en la frente. Inmediatamente después de eso, todavía sin mediar siquiera una sílaba entre ellos, se retiró de la habitación, apagando las velas y cerrando la puerta.
Lo sabía. Sabía que sus ojos estaban dorados y brillantes. Siempre sucedía cuando no se sentía apta para controlar sus emociones, además, la incertidumbre que le produjo el silencio de su padre no le había ayudado para nada.
Se quedó en su sitio, perfectamente en medio de la oscuridad de la noche, la puerta de su cuarto. Esperó a que su papá regresara y que tal vez le leyera algo antes de dormirse. Pero no sucedió. Solo fue capaz de escuchar sus pasos por el pasillo, alejándose de ahí para ir por las escaleras. Por último, la niña alcanzó a oír la puerta de la entrada abrir y cerrarse. Después no volvió a percibir nada más.
Nya alejó las sábanas de su cuerpo, se levantó de la cama y salió al pasillo. Enseguida se dirigió a las escaleras para llegar a la primera planta de su hogar y fue directo hacia una de las ventanas. Esperaba alcanzar a ver a su papá sentado en el andén de enfrente, ya que el hombre tenía la costumbre de hacer eso varias noches, sobre todo cuando lo que ella causaba sin intención resultaba demasiado abrumador para él.
Le sorprendió no ver a nadie, pero prefirió culpar a la negrura de aquella noche de otoño.
Suspiró y se quedó pendiente de encontrarlo, observando con insistencia el exterior. Esperó y esperó. En el momento en el que su estómago rugió hambriento, la cabeza se le iluminó con un mundo de ideas positivas.
¿Y si su papá había salido a conseguir un poco de comida para la semana? Tal vez ese día en el trabajo le había ido bastante bien, por lo que existía la posibilidad de que tuviera alguna agradable sorpresa para ella. De seguro fue por eso mismo que no había dicho nada, porque no quería arruinarlo.
La niña prefirió creer eso y se quedó observando las calles a través del vidrio, cierta emoción iluminando sus rasgos. No obstante, aquella espera pasó de ser solo por algunos minutos hasta convertirse en largas horas.
A la mañana siguiente, ella seguía completamente sola.
Actualidad.
La castaña oscura se removió sobre la cama. Estaba sudando, lo que provocó que el pijama y el cabello se le pegasen al cuerpo, algo que aumentó su desesperación. Soltando un pesado suspiro, abrió los ojos de golpe, provocando que un destello amarillento se colara por la oscuridad de la habitación compartida. Apretó la mandíbula y frunció el ceño, volviendo a cerrar los ojos para controlar el color de sus irises. Cuando estuvo segura que no habría problema alguno, despegó sus párpados con lentitud, evaluando las aguas.
Los primeros segundos que permaneció en la misma posición, los dedicó a solo mirar el techo, hasta que los temblores de su cuerpo se mezclaron con los de sus recuerdos y tuvo la repentina necesidad de levantarse. Quedó sentada y dejó que sus pies descalzos tocaran el frío azulejo que conformaba el piso. Centró su mirada en la cama ocupada al otro lado del cuarto, queriendo asegurarse que la persona que descansaba ahí todavía siguiera dormida.
En cuanto estuvo segura que no había interrumpido el sueño de la francesa, no tardó en ponerse sus zapatos, los cuales estaban a su lado izquierdo. Apenas estuvo lista, se puso en pie y caminó hacia la puerta para salir al pasillo.
Apenas dio un paso afuera de la habitación, notó que todo lo demás estaba apagado. Lo único que iluminaba el lugar era la pálida luz de la luna llena que se filtraba por el patio interno, del cual tenía una agradable vista donde estaba parada. El resto de la posada se sumía en una negrura que debió haber temido, pero gracias a su maldición, esa misma que hacía sus ojos dorados, le ayudaba a adaptar su visión con increíble facilidad.
Se giró hacia su derecha para buscar las escaleras, deseando salir a la calle, con la intención de dirigirse al puerto. No temía tener que cruzar gran parte del pueblo, puesto que el mismo rara vez se encontraba solo o apagado. Incluso a esas horas habían muchos restaurantes y bares abiertos que no dudaban en darle continuidad a la noche con su música, clientes y llamativas luces y colores de sus fachadas.
Llevaba poco más de una semana en la isla y, aún así, no lograba sentirse del todo cómoda en el lugar. Era una extraña confusión y contradicción a todo lo bueno que le había llegado los últimos días. Desde esa noche de hace quince años atrás, Nya había estado inquieta la mayoría de veces, moviéndose y viviendo en diferentes lugares, nunca pudiendo estar en un solo espacio por mucho tiempo, menos cuando no podía controlarse y se dejaba que un infierno se desatara a su alrededor. Temía arruinar lo que tenía ahora. La Sra. Chamberlayn ya no estaba presente para ayudarle a desplazarse sin ser perseguida.
Quizás al final del día no debía guardarle tanto rencor a Leonard por haberla abandonado. Sin embargo, el simple hecho de recordar que ese hombre era su padre y que simplemente no tenía el derecho de haber hecho una atrocidad como esa —como si ella fuera desechable—, helaba sus huesos y picaba sus ojos. Un papá no debería hacer eso, ¿verdad? Un papá debió haberla acompañado y apoyado, enseñado por qué era lo que era y colaborado a convivir con ello.
Pero eso no fue lo que Nya tuvo. Así que es cierto cuando se dice que no se puede escoger a la familia.
Terminando de bajar las escaleras, se movió hacia la parte trasera de la posada, cruzando el vestíbulo hacia el patio interno, utilizando el corredor que rodeaba la zona. No quería ir por las puertas principales porque sabía que despertaría a la dueña del lugar o a su sobrino.
Apenas estuvo afuera, lo primero que hizo fue dedicarse a observar el paisaje que se extendió, con una belleza y sin el más mínimo esfuerzo, ante ella. Nunca se cansaría de apreciarlo. El cielo estaba oscuro y había luna llena. Las estrellas se apreciaban con brillante sencillez, prometiendo nunca desaparecer del cielo despejado de nubes. La fría brisa que recorrió el espacio erizó su piel con comodidad. El calor y el sudor de la pesadilla y el recuerdo comenzó a bajar entre más tiempo estuvo en la intemperie.
Inició su trayecto hacia el puerto. En cuanto llegó a la calle principal, tuvo que mirar más de una vez alrededor para asegurarse que estaba en el lugar correcto. Le extrañó de sobremanera al sentir que estaba en medio de un pueblo fantasma. No había ni una sola persona en la calle. Los locales estaban cerrados, las luces apagadas y un silencio demoledor que le asustó.
Tragó saliva incómoda, mas obligó a sus pies a avanzar en dirección a su destino. Quería sentir las fuertes corrientes que venían del océano antes de tener que levantarse la mañana siguiente a trabajar.
Los vellos de su cuello se erizaron y el resto de su piel se puso de gallina. Con disimulo practicado giró la cabeza hacia atrás. Al principio solo descubrió un camino solitario por el que acababa de pasar, hasta que sus pupilas captaron una sombra fuera de lugar en la esquina de uno de las tiendas más cercana a su actual posición.
Lo primero que se le cruzó por la cabeza fue dar media vuelta y volver a la posada. ¿Qué pensaría alguien que la viera así de despelucada y en pijama cagando a mitad de la noche por las calles? Respiró hondo, no llegando a comprender por qué se había confiado de esa manera. ¿En qué momento creyó que sería buena idea salir de su habitación para caminar por la isla completamente sola?
Relamiendo sus labios resecos de los nervios que azotaron su anatomía, retomó el mismo camino que la llevaría devuelta a su estadía.
Caminando con rapidez, se atrevió a echar una mirada hacia la sospechosa sombra que la había espantado, pero terminó deteniéndose al no ver nada fuera de lo común en ese lugar. ¿Acaso estaba volviendo a ser paranoica sin razón? Aunque ella siempre tuvo razones para serlo, fueran verdaderas o no, no esperó más tiempo y continuó con su camino. Llegar a la posada se había convertido en su nueva misión.
En el instante en el que giró su cuerpo para retomar su regreso, se encontró con un hombre caminando en su dirección.
El desconocido iba vestido de negro y en una de sus manos llevaba un sombrero de copa a juego con el resto de su vestimenta, dejando que su cabello rojizo se apreciara con libertad, a pesar de la escasa iluminación. La estaba mirando al rostros y no había desacelerado su andar. Parecía estar dispuesto a lanzarle encima. Incluso si Nya decidí huir de su camino, algo en su interior le indicaba de que todas formas sería alcanzada.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y cerró los ojos con fuerza, esperando el impacto. Pasaron los segundos y nada sucedió, ni siquiera una brisa ni el sonido de los pasos sobre la calle. Al abrir sus luceros, estos estaban dorados y brillantes, pero ella se encontraba totalmente sola.
Su cabeza no perdía el tiempo en jugarle esas malas pasadas, lo que provocó que una vez más estuviera de acuerdo con tantas cosas que los demás habían dicho de ella.
Era un fenómeno desquiciado.
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—Nya, levántate. —La persona que le habló, comenzó a removerla con suavidad para terminar de despertarla.
—Mmm... —Se estiró sobre la cama, alzando los brazos hacia su cabeza y quedando boca arriba —. ¿Qué hora es? —preguntó todavía adormilada.
—Ya son más de las siete y media, dentro de poco tenemos que empezar a trabajar —respondió Isabel girándose para terminar de organizar su cama. Tenía una energía peculiarmente movida esa mañana.
Nya se sentó en la cama y restregó sus ojos. Habría jurado que estuvo en el pueblo queriendo huir de un extraño que lució listo para atacar. Todo su ser se alivió al corroborar que eso solo fue una pesadilla. Una muy extraña e inesperada.
—Pero yo empiezo a las nueve y media en los cultivos.
—Hoy no. —La francesa se volvió para mirarla. Una emocionada sonrisa tenía su delicado rostro iluminado —. Beatrix quiere que vengas conmigo a los mercados, para encargarnos hoy del local que tiene allá.
Desde que ambas se habían instalado en su nuevo hogar —y quizás temporal—, habían empezado a tutearse con libertad y a tratarse con mayor familiaridad. De seguro era normal que aquello sucediera puesto que llevaban casi un mes conviviendo en un mismo espacio, uno que era considerado privado y vulnerable, como lo era dormir en un mismo espacio. Para la escocesa era agradable tener a alguien con quien charlar sin preocuparse de pensar qué sería lo que habría escuchado de ella por boca de otras personas.
—Tiene bastantes propiedades.
—Se nota que es una mujer trabajadora —halagó con un tono suave, expresando la admiración que había desarrollado en pocos días por la mujer en cuestión —. Y parece ser que está corta de personal.
—Eso sí es algo raro —apuntó Nya frunciendo el ceño —. Beatrix parece tener todo tan bajo control y funcionando tan bien que se me hace raro creerlo.
—Chacun voit midi à sa porte —apuntó Isabel mirándose en el único espejo colgado en la pared, sobre el mueble en el que tenía guardadas la mayoría de sus cosas —. Pero no somos nadie para decepcionarla. ¿Nos vemos en Naturalis?
La pecosa asintió en silencio antes de volver a hablar.
—¿Qué fue lo que dijiste? —le preguntó con curiosidad a su amiga.
—Que... ¿nos vemos en Naturalis? ¿Lo pronuncié mal? —inquirió frunciendo los labios —. El latín no se me da muy bien.
—No, lo has hecho bien —la tranquilizó —. Me refería a lo que dijiste en francés.
—Oh, todos juzgamos basándonos en nuestras opiniones personales —explicó dirigiéndose hacia la puerta después de checar numerosas veces que estuviera presentable —. Ya me acostumbré a no confiar en las apariencias, Nya. Sería bueno que tú hicieras lo mismo.
—¿Lo dices por Beatrix? —se aventuró a preguntar, poniéndose nerviosa. Ella no quería bajar la guardia, pero tampoco encontraba suficientes razones para permanecer siempre alerta.
—Lo digo porque nada en la vida es perfecto —aclaró soltando un suspiro —. Este lugar es magnifique, y estoy segura que los problemas que se presenten no serán para que cualquiera los vea. En cuanto nos ganemos la confianza de nuestra empleadora, estoy segura que más detalles saldrán a la luz.
La castaña oscura se quedó en silencio ante lo escuchado, no sabiendo bien qué pensar al respecto. Comprendía el punto de vista de Isabel. Quizás ella hasta lo compartía en cierto grado, pero en verdad sentía un ardiente deseo de creer que todo en la posada estaba en orden. No se creía capaz de imaginar que algo malo sucediera y prefirió seguir con esa creencia.
Se retiró las sábanas del cuerpo y se desperezó, su columna vertebral soltando unos traqueos en el proceso. No había pasado una buena noche y eso le había quedado claro.
En el momento en el que bajó su mirada a su regazo, tuvo que contener un grito que se convirtió en un jadeo. Tenía un mar de tierra, arena y unas cuantas ramas verdes de aspecto alargado, junto a unas delicadas hojas del mismo color sobresaliendo de sus tallos.
¿Qué rayos había hecho anoche?
Nya se quedó completamente quieta en su lugar, tratando de procesar, de recordar qué fue lo hizo dormida o cómo fue que lo hizo. No tenía idea de qué pensar ni cómo reaccionar ante gran suciedad y desorden. Sólo recordaba la pesadilla cuando vio a aquel hombre extraño.
—Piensa, piensa, piensa... —murmuró repetidas veces, cerrando y abriendo los ojos. ¿Cómo es que no podía saber que tenía todo eso encima mientras dormía?
Se removió sobre el colchón, tratando de crear alguna manera de deshacerse de todo eso sin levantar sospechas. Alzó la cabeza de golpe y observó la puerta de la habitación con ojos grandes y temerosos. No podía esperarse que Isabel volviera, en caso de que se le hubiese olvidado algo.
Se levantó y sacudió su pijama para después asegurarse de ponerle seguro a la manija, cuando por el rabillo del ojo creyó percibir que algo se movía sobre la cama. Por puro instinto, todo su cuerpo se puso tieso y giró el rostro hacia la arena y tierra regada que tenía bajo las sábanas.
Todavía no lograba comprender cómo fue que no había sentido ni la más mínima molestia cuando estuvo durmiendo con todo eso.
Tragó saliva, sintiendo la garganta seca de repente y se acercó poco a poco. Observó con cuidado las ramas que estaban medio ocultas en el montón de esa materia granulada y café. Parpadeó una vez, cuando de un segundo a otro, una ramita verde se levantó y se comenzó a sacudir.
Le fue imposible contener el grito que brotó de su boca.
Como acto de reflejo, comenzó a sacudirse la ropa, caminando de un lado a otros y dando unos cuantos saltos para mayor efectividad de quitarse lo que podría estar colgando de ella. No soportaría encontrarse con bichos sobre su cuerpo. Se movió hasta el otro extremo de la habitación y se palpó su abdomen, cuello y cabellos, temiendo que algo reaccionara a su toque, pero nada sucedió, lo cual la calmó y se permitió un segundo para respirar.
Tratando de vencer su estado agitado, volvió sus orbes hacia su cama. Caminó con cautela hacia la misma y otra vez tuvo que aguantarse la exclamación que quiso sacar de su garganta. Los que habían emergido de la tierra no eran bichos normales, para nada. Eran literalmente tres ramitas con hojas verdes, paradas en hileras al filo del colchón.
Se detuvo y aguantó la respiración. No podía creer que después de unos días, su cabeza volviera a molestarla con tales visiones. Se arrodilló en el lugar en el que se había detenido. Ni loca se acercaría más de lo necesario. Así que, desde su posición, las detalló con cuidado.
Parecían tener extremidades y unos diminutos ojitos negros. Su forma era pequeña y delicada, cada tallo dispuesto para cada parte, como lo sería un tronco, piernas, brazos y... ¿dedos alargados? Parecían tan reales. Se movían tan tranquilas y no lucían para nada espantadas con la presencia de la escocesa, a comparación de ella que estaba a menos de un susto de tener un paro cardíaco.
Terminando de convencerse que lo que veía era su imaginación, tomó la valentía de acercarse un poco más, pero ella no fue la única que tuvo tal plan. Apenas vio que las ramitas se acercaron mucho más a la orilla del colchón, esperando estar cerca de ella, Nya se acobardó y se alejó, perdió el equilibrio y cayó sobre su retaguardia.
En ese momento escuchó unos golpes en la madera de la puerta
Una nueva oleada de pánico se esparció por su cuerpo y miró con ojos bien abiertos el desorden que tenía en la habitación. Todo estaba hecho un desastre y ella necesitaba dejar todo reluciente para que nadie sospechara nada de ella. Que la echaran a la calle —y de paso a Isabel— no estaba en sus planes.
Se incorporó con torpeza y fue hasta la puerta para apoyar su cuerpo contra la misma.
—¿Quién es?
—Soy Esmour, Srta. Nya —contestaron del otro lado —. Escuché un grito y quise asegurarme de que todo estuviera en orden.
La pecosa era consciente de que tenía buenos pulmones para gritar. Nunca antes se había arrepentido tanto de tenerlos.
—¡Si! Todo excelente, muchas gracias —se apresuró a volver a hablar, haciendo un esfuerzo para que su voz no temblara como lo estaba haciendo el resto de su cuerpo.
—¿Está segura, señorita? —insistió el hombre —. Sabe que le puedo colaborar en todo lo que necesite.
Nya tuvo que contener un resoplido, dado que el sobrino de Beatrix podría escucharla a esa corta distancia.
En su momento la castaña oscura había admirado y agradecido lo atento que era él. Trabajaban juntos la mayoría de los días. Aunque Esmour hacía los encargos más pesados, siempre estaba dispuesta a echarle una mano. Siempre se había portado bastante bien con ella. De hecho, toda la gente que había conocido hasta ese día, era de lo más encantadora. A veces le costaba creer que todo aquello fuese tan normal en esa isla.
Pero ahora no necesitaba ni quería ninguna clase de solidaridad.
—Completamente. Sólo encontré... —Dejó de hablar para ponerse a pensar en alguna excusa que la pudiera sacar pronto de la incómoda conversación a través de la puerta. Sus ojos fueron a parar sobre las diminutas y verdes figuras de esos animalejos con hojas —. Encontré una cucaracha voladora.
—Vaya, ese es un nuevo problema que no sabía que teníamos.
—Siempre hay una primera y sorpresiva vez —señaló, sonando con más energía de la normal. Los nervios la tenían deshecha.
—Si le da miedo yo puedo ir por el veneno para encargarme del problema —ofreció el castaño de ojos claros.
—Estoy bien, gracias —dijo entre dientes —. Aprecio mucho la preocupación, pero ya lo he solucionado.
—Bueno...
La fémina pegó su oreja sobre la puerta, esperando poder escuchar los pasos del hombre alejándose de ahí. Apenas se aseguró de que no había nadie más cerca, se enderezó y volvió a ver el huracán de tierra y arena que tenía sobre su cama.
Respiró hondo y trató de calmarse. Necesitaba tener la cabeza fría para poder pensar con tranquilidad cómo se desharía de esos animalitos.
—Solo son pedazos de plantas. Pedacitos móviles de plantas. ¡Insectos palo! De seguro...
Debía barrer, sacudir y lavar todo lo afectado. Tiraría esos tallos en alguna parte de la isla y seguiría con su día y vida común y corriente.
Nada había pasado. No se podía permitir creer más que eso.
Parece que tenemos una protagonista loca o con mala suerte. ¿Qué dicen ustedes?
a-andromeda
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