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Capítulo Trece


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TOMAR LA OPROTUNIDAD

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                    Para alguien que ha decidido cerrar el caso tan pronto, me sorprende verlo aquí.

          El detective Wysman se detuvo y se posicionó a un lado de Isabel. Llevaba puesto un traje negro, respetando el luto del funeral y el de la francesa, sin embargo era obvio que no había dejado su placa ni arma en el recinto.

          La joven mujer se cruzó de brazos y espero con aparente paciencia alguna respuesta por parte del pelirrojo. Aunque no lo demostrara de manera tan abierta, una parte en su interior estaba agradecida con que el hombre haya decidido presentarse en ese momento. Desde que se quedó sola ante la fresca tierra removida bajo la cual ahora reposaba el ataúd de su única amiga y... Simplemente no había podido dejar de pensar en las palabras de Esmour. El simple pensamiento de ceder a aquella parte que temía de sí misma le provocaba escalofríos.

          —Esperaba poder encontrar algún momento que se considerara adecuado para hablar con usted.

          —¿Sobre qué? —Giró el rostro para mirarlo.

          —Sobre su amiga —contestó haciendo un leve gesto hacia el suelo.

          Isabel se enderezó y frunció el ceño.

          —No creo poder hablar tranquila en estos momentos —se sinceró con tono cortante. Luego dio media vuelta y comenzó a alejarse.

          —Eso lo entiendo perfectamente, señorita Beauson —aceptó el detective—, pero creo que hay algo que debería saber.

          Aquellas palabras y la forma en que fueron dichas provocó que se detuviera por completo. Contuvo el aliento y la presión en su garganta resultó familiar. ¿Valdría la pena seguir poniendo limón a la herida que la súbita muerte de la escocesa había dejado en ella? La respuesta a su propia pregunta llegó pronto, puesto que en vez de seguir su camino hacia la posada de Beatrix, se giró para observar a Wysman.

          La verdad es que dudaba de si debía echar a perder esa oportunidad, pues no creía que el hombre se habría tomado la molestia de llegar hasta allí si lo que tiene para contarle no fuera importante.

          —Lo escucho.

          —Antes que todo, quisiera aclarar que todo eso es fuera de lo oficial.

          Isabel alzó una ceja y no pudo evitar mirarlo con sospecha.

          » Discúlpeme, no me refería a eso —dijo con rapidez al notar la expresión de la mujer—. Quería decir que mi superior no sabe ni puede saber que usted y yo tuvimos esta conversación. Tampoco lo que se vaya a tener que hacer más adelante.

          —¿Por qué sería eso?

          —Porque es un caso cerrado, ¿no es así?

          —Así que tiene que ver con... —Soltó un pesado suspiro. ¿Desde cuándo le era difícil pronunciar su nombre?

          Los ojos claros del hombre se suavizaron por un momento antes de volver a su expresión neutra y profesional. Tanto Isabel como él sabían a quién había querido referirse.

          —Tiene todo que ver con ella. Estuve revisando los informes y he encontrado un sinfín de irregularidades que quizá nos ayuden a resolver algunas dudas.

          Una diminuta llama de esperanza se coló en el pecho de la francesa, empero se tuvo que recordar que debía ser precavida. Por más que hubiera deseado que justo esta conversación sucediera, todos los acontecimientos y circunstancias que la llevaron a este día, le advertían con silenciosas señales de que el suicidio de una joven iba más allá de la perspectiva de no tener lugar en el mundo ni futuro.

          —¿Por qué quiere hacer esto?

          El detective se cruzó de brazos y apartó la vista del rostro de la francesa, quizás pensando en las palabras adecuadas. Tenía muy en cuenta que lo que estaba haciendo en esos momentos era avivar un fuego que tal vez se extinguió demasiado pronto o que ardía en otro punto que debía descubrir. Había llegado a Tasmennul con una misión y terminó quedándose por otra.

          Además, no quería cometer el mismo error que lo llevó a perder la persona que muchos años atrás fue la más importante para él. Si alguna vez existió oportunidad de reivindicación, el instinto de Michael Wysman le gritaba que el misterio de Nya VanderWaal era eso.

          —Sospecho que alguien manipuló la información al igual que la escena en la playa bajo el acantilado —informó con total seriedad—. Hubo muerte, sí, pero debo inclinarme que pensar que no fue un suicidio.


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          —Yo... y-yo la verdad no sé qué se supone que debería significar aquella palabra —habló Nya con voz temblorosa mientras retrocedía. Sin casi notarlo, buscaba la mejor y más sutil manera de estar cerca de la puerta. Si tenía que empezar a correr, esperaba tener un poco de ventaja.

          Después de lo expresado por la escocesa nadie más habló por varios segundos, aumentando la tensión y su incertidumbre. Ella ya estaba lista para huir lejos de ese agradable lugar, porque sabía de sobra que nunca más sería bienvenida ahí. Si las hermanas Goldstein la tachaban de bruja, no dudaba ni un segundo que lo mismo sucediera con el sr. Scamander, aunque él sí que debería dar una explicación sobre cómo rayos lograba meter micos dentro de esa curiosa maleta suya.

          —No tienes que preocuparte, Nya —intercedió Queenie y se acercó a la pecosa, como si con solo una mirada pudiese haber distinguido sus pensamientos o emociones—. Nosotros te podemos ayudar.

          Oh no, ya había escuchado esas palabras antes y no había terminado para nada bien. Recuerdos de un pasado en el que creyó estar a tan solo una exhalación de encontrarse con la parca inundó su cabeza. Ella ya había confiado en alguien que dijo esas mismas palabras y la miró con aquella compasión desgarradora. Confió y eso significó su muerte. Si no fuera porque ella le temía más a la muerte que a su maldición, tal vez no estaría viva.

          —Creo que mejor me retiro.

          —¿Y adónde iría? —preguntó Newt con suavidad.

          —No creo poder contestar esa pregunta, sr. Scamander. —Se acercó aún más a la puerta. Las hermanas y el hombre parecieron querer no darse cuenta de ello.

          —No te puedes ir ahora, Nya —intervino Tina—, sabemos lo que eres.

          Tal vez no fue la mejor manera de decir las cosas, pero sí la necesaria para hacer que la alarma de supervivencia se activara en el interior de la escocesa. Sin dejar que alguien pronunciara otra palabra, Nya se giró y abrió la puerta de sopetón para luego salir corriendo, sin ningún otro pensamiento inundando su cabeza aparte del que siempre la acompañó toda su vida: vivir. Le fue inevitable quedarse a esperar a escuchar algo más, con las miradas de las Goldstein y Newt en ella, preparadas para juzgarla y quizás formulando manera de hacerle daño por el simple hechos de ser diferente.

          Ella nunca tuvo opción. El mundo la hizo mujer y por eso la maldijo. El mundo la hizo una criatura extraña y el mundo decidió que era un monstruo.

          ¿Acaso no tenía sentido seguir luchando? ¿Por qué incluso después de haber dejado sus raíces atrás, de haber dejado Reino Unido, caía de nuevo en ese mismo hoyo?

          Siguió alejándose sin dejar que su mirada aguada fuese suficiente para detenerla.

          De regreso a la pintoresca cabaña, tanto Tina como Queenie se quedaron quietas y sorprendidas por la reacción de la pecosa. La rubia se acercó a la puerta y apenas pudo distinguir el cabello oscuro ondulado con el viento, tan solo unos segundos, antes de que la vegetación se tragara a la maledictus con ayuda de la oscuridad y sombras de la noche. Se hizo un silencio considerable, pues los ruidosos pensamientos de Nya desaparecieron con ella.

          —No debimos dejar que saliera corriendo de esa manera —se lamentó.

          —Lo que le dije... cómo lo dije... la asusté —aceptó Tina cruzándose de brazos y agachó la mirada.

          Tanto Newt como su hermana la miraron con compasión. Ambos sabían que ella era alguien directo, que sus palabras fijas y muchas veces crudas no tenían que ver con la personalidad verdaderamente suave que poseía. Su trabajo le enseñó a las malas lo firme que debía ser ante cualquier situación, pensar con cabeza fría y dejar de lado el corazón. Le evitaba problemas y hacía que su labor no fuese tan difícil y, en muchas ocasiones, menos solitaria.

          —¿Qué dijiste que viste caer en el bosque, Queenie? —preguntó el magizoólogo y se acercó a la nombrada, para seguir con sus ojos el mismo punto que la rubia todavía observaba con tristeza.

          —Eh... una especie de ave, ¿por qué?

          El hombre la miró de repente y ambos compartieron una corta mirada. Queenie trató de respetar los deseos de Newt sobre no hurgar su mente, sin embargo le resultó casi imposible en ese momento.

          —Seguiremos aquí si lo necesitas —contestó ella con suavidad y se hizo a un lado.

          El mago asintió con la cabeza una única vez y se giró para agarrar su maleta. Le dirigió una rápida mirada a la Goldstein mayor, de cabellos negros y cortos a la altura de su delicada quijada.

          —Si la encuentras, dile que en realidad no fue mi intención que ella... —Soltó un pequeño suspiro, pero de todas formas él entendió de inmediato.

          Con un simple gesto, se despidió de sus amigas y emprendió camino, tomando el mismo trayecto que la escocesa momentos antes.

          Si supiera a ciencia cierta adónde se dirigía la pecosa podría haber usado algún hecho, empero la verdad era que ni siquiera la conocía, que no hace mucho había llegado a esta isla y que adentrarse al bosque de noche no era la mejor opción de todas. Lo que sí sabía era que ella tenía la capacidad de cambiar el tono de sus ojos por un dorado maravilloso, que al parecer se convertía en un ave y que él mismo se negaba a dejarla ir y correr peligro sola en tierras desconocidas.

          A mitad de camino se detuvo, notando que se alejaba demasiado de las zonas habitadas y que la flora comenzaba a aumentar su espesura. Tomó varias bocanadas de aire en aras de calmar su acelerado corazón y pensar con claridad. Si la joven se mostró tan aterrada con las palabras de Tina y Queenie, era bastante obvio que no tenía conocimiento claro con respecto a la magia.

          Newt Scamander era muy bueno en lo que hacía. Conocía varias criaturas mágicas y sabía cómo encontrar otras más. Sin embargo, Nya no era cualquier criatura, era humana, parcialmente humana.

          No sabía si en verdad era un maledictus o alguna especie de animago, aun así dudaba mucho más que pudiera ser lo último. Ya había llegado a la conclusión de que la escocesa no sabía nada sobre el Mundo Mágico, y tendría que haber adiestrado su habilidad no solo en hechizos sino también en pociones para llegar a siquiera aspirar a ser animago.

          No pensaba quedarse quieto, sabía que tenía que encontrarla y ayudarla. Después de todo, eso era en lo que más resaltaba Newt; su compasión y comprensión eran sus más grandes rasgos característicos. Eso y su curiosidad.

          Al final no tuvo que esperar tanto, pues siendo rodeado por los tranquilos sonidos nocturnos de la naturaleza, le fue sencillo distinguir aquellos que no pertenecen del todo al bosque. Unos sollozos. No dudó en acercarse a la fuente de aquellos silenciosos lamentos que interrumpieron los demás ruidos de la flora, tratando de ser lo más cuidadoso posible. Si bien ella no era como las otras criaturas que él había rescatado y protegido, no la hacía menos digna de encontrar una mano amiga y comprender su existencia y cualidades.

          —Sé que es usted, sr. Scamander —dijo Nya.

          Aquello lo sorprendió , pero siguió acortando la distancia entre ellos.

          —He de admitir que eso no lo esperaba —contestó pasándose la mano libre por la nuca. Se acercó a un árbol de un tronco bastante grueso y dejó su maleta a un lado. Luego recostó su espalda contra la áspera y húmeda superficie—. Si me lo permites, puedo ayudarte.

          —Solo no quiero que se acerque más, por favor.

          Sintió una presión en su pecho al escucharla.

          —Comprendo que se sienta asustada, pero le puedo asegurar que no hay nada que temer. Ya no más.

          El resoplido por parte de la mujer se escuchó bastante cerca. Newt dedujo que ella se puso en pie y que estaba al otro lado del tronco.

          —¿Y usted cómo es capaz de asegurarme eso? —cuestionó con amargura—. Si conociera en verdad el mundo, sabría de sobra lo que le hacen a las personas como yo.

          El magizoólogo agachó la cabeza y miró sus zapatos llenos de tierra. Reconocía el dolor en las palabras de Nya. No era ningún secreto que hubo un tiempo en que los muggles habían cazado y asesinado un gran número de magos y brujas, sobre todo brujas, llevando a que las personas mágicas ocultaran sus habilidades desde muy temprana edad. Quienes nacían en los lugares equivocados, al retener su instinto mágico ya fuera por miedo, abuso físico y psicológico, desarrollaban una fuerza mágica parasitaria conocida como Obscurus. Reprimir su naturaleza los condujo primero a la destrucción y luego a la inevitable muerte.

          Él mismo había visto algo así, con una pequeña niña que no pudo superar la edad de diez años.

          Escuchó un ruido extraño y un segundo después tenía a la castaña de pie en frente de él. Su expresión no ocultaba nada. Se la veía desesperada y enojada, dos combinaciones que no iban a colaborar para nada con la situación.

          Newt se quedó quieto y no hizo ningún movimiento que produjera más inestabilidad a la fémina. La observó por unos segundos en silencio, dejando que ella se debatiera en su interior si él era de confiar o no.

          Su rostro salpicado en constelaciones brillaba a causa del sudor y las lágrimas, sus ojos grandes y oscuros le dejaron entrever lo vulnerable que se encontraba en esos momentos. Su cabello casi enmarañado se agitaba al son de la suave brisa que recorría entre las plantas. A pesar de las circunstancias, Newt no pudo evitar pensar que sin importar si ella era humana, bruja, maledictus o cualquier otra criatura, era sin duda alguna la más hermosa que había visto.

          —No sé si usted entiende la magia que corre por sus venas —decidió romper el silencio él mismo, sintiendo sus mejillas arder ante los pensamientos que recorrieron su cabeza con tan solo mirarla—, pero puedo ayudarle a que la comprenda y controle si es necesario.

          —¿Sí me va a ayudar? —preguntó Nya comenzando a sentir su corazón más liviano.

          —Si usted me lo permite —repitió—, lo haré —prometió con vehemencia.

          Los ojos oscuros y humanos de Nya cambiaron a aquel inesperado y único dorado que solo ella parecía tener la capacidad de portar. Al mismo tiempo, nuevas lágrimas se acumularon en ellos, pues casi podía observar su libertad, la solución a su maldición enfrente de ella.

          —No quiero ser más un monstruo.

          —Dudo mucho que pueda llegar a serlo —comentó con suavidad, apenas siendo capaz de desviar su mirada de la de ella.

          —Es claro que no ha visto en lo que me puedo convertir.

          El disgusto en esa afirmación tenía la capacidad de cortar tan profundo como cualquier cuchilla.

          —Muéstreme.

          Nya no supo en ese momento si fueron aquellos ojos claros, las pecas que quizá coincidían con las de ella o simplemente porque era él. De todas formas tomó la decisión de confiar en la persona que parecía tener todas las respuestas a sus problemas. Confió en el hombre que le estaba ofreciendo una mano desinteresada y, aunque no pudiera asegurarse de que en verdad él no estuviera esperando nada a cambio, algo en su interior lo afirmaba.

          Así que sí, estaba dispuesta a enseñar su forma fantástica a este amable desconocido. Y esperaba que esa decisión no le costara la vida.

          Estaba acostumbrada a no recordar nada mientras se convertía en aquella bestia alada, no obstante, al dar varios pasos hacia atrás y no dejar de observarlo a los ojos... por primera vez Nya deseó poder ser consciente y rememorar todo una vez regresara a su forma humana.




a-andromeda

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