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Capítulo Siete


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LA AMABILIDAD TIENE
MUCHAS CARAS

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                    Esa misma noche, Nya no pudo quedarse dormida. Su cabeza no hacía más que recordar lo sucedido en Naturalis, con aquel mono perezoso de pelaje blanquecino y el Sr. Scamander. Podía recordar todo con una exactitud escalofriante que la mantenía despierta, provocando más preguntas que respuestas en su interior. Extrañamente no se sentía tan asustada como sucedió en un principio y, a pesar de querer darle crédito a sus nítidos recuerdos, la actitud del hombre cuando se volvieron a encontrar en la posada fue... demasiado rara.

          Dio vueltas y vueltas en su pequeña cama. El sonido de las sábanas rozando su cuerpo fue notorio y la madera chirrió con cada descarga de peso de una posición a otra logró despertar también a la francesa. Isabel le pidió, con la poca amabilidad que puede tener una persona que es despertada en medio de la noche, que la dejase descansar. Sin embargo, Nya seguía demasiado inquieta como para poder cumplir con los deseos de su amiga.

          —Bien, eso es todo —se quejó la castaña sentándose de golpe sobre su propia cama. A la escocesa no le quedó de otra más que intentar encogerse en su lugar y fingir que ya había logrado conciliar el sueño—. Sé que estás despiegta, Nya... vamos.

          Isabel se arregló el cabello con sus delicados y hábiles dedos al tiempo que la pecosa bajó las sábanas de su cara para observarla desde su posición.  Cuando recién se levantaba, la castaña oscura había podido notar la manera en que la consonante r se enredaba más de lo normal cuando hablaba. Sin cruzar ninguna otra palabra, la francesa se encaminó hacia la puerta de la habitación.

          —¿Adónde vas? —curioseó con un hilillo de voz. Se sentía demasiado culpable por haber arruinado el descanso de la contraria.

          —Dado que no puedes dogmig y tu cama hace ese molesto sonido, he llegado a la conclusión de que necesitas algo paga calmagte. —Hizo un gesto hacia el pasillo luego de haber abierto la puerta.

          —Lo siento.

          La molesta expresión que Isabel portaba en el rostro se suavizó, aunque Nya todavía podía distinguir que la situación no le hacía nada de gracia. Si de algo servía, la pecosa tampoco estaba pasando un gran momento con tantas preguntas en la cabeza que habían logrado mantenerla despierta toda esa noche. En la mañana ya tendría tiempo de arrepentirse por no haber dormido en absoluto y tendría que esperar a ver qué le diría Isabel una vez la crisis del sueño fuera superada.

          Soltando un corto suspiro, alejó las delgadas sábanas de su cuerpo y se sentó sobre la cama, para luego levantarse y seguir a la francesa fuera de la habitación. Notó que su amiga ya tenía las llaves en su mano derecha, por lo que no se molestó en buscar las suyas. Justo después de cerrar la puerta con llave, juntas atravesaron el pasillo en dirección a las escaleras y pronto se encontraron cruzando el vestíbulo en dirección al patio externo. Se desplazaron en completo silencio para no incomodar a nadie más, después de todo, Nya ya se sentía demasiado culpable por haber molestado a Isabel.

          —¿Qué pasa? —preguntó la fémina de ojos pardos al darse cuenta que había ingresado sola a la cocina. Se giró para mirar a la pecosa.

          —No creo que deberíamos estar aquí —confesó con preocupación.

          Giró la cabeza hacia atrás para observar el oscurecido patio y sus corredores. Temía que, por arte de magia, Beatrix apareciera para reprenderlas y sobrepasar los límites de confianza. Por más que la pelinegra les hubiese dado luz verde para moverse por la posada como si fue su hogar —el cual de cierta manera lo era—, Nya estaba convencida de que existían ciertos límites que no debían cruzar. Tenía que haberlos, ¿no es así?

          Las personas podían ser amables cuanto quisieran demostrar al mundo, pero si alguien o algo las incomodaba, la escocesa no se sorprendería si se convertían en el auténtico diablo. Hacer enojar a la persona que no solo les había dado trabajo, sino también un techo y comida, no estaba en sus planes cercanos.

          —No pasará nada —trató de tranquilizarla e hizo un gesto para que la siguiese—. No es nada malo, solo necesitas un té de manzanilla para calmarte. Si Beatrix se da cuenta, yo misma tomaré le diré.

          —¿Y qué se supone que le dirás?

          —Pues que quería un té de manzanilla —contestó con obviedad y la pecosa tuvo que luchar por no sonrojarse de vergüenza—. Nadie se morirá por ello, te lo aseguro. Ahora, prend un siège*. —Isabel señaló una de las sillas que estaban a un lado contra la pared de ladrillo y Nya fue a tomar asiento.

          De inmediato se sintió rara. A ella nunca le habían hecho ese tipo de favores o dedicado atención de esa forma. Tenía que admitir que era lindo recibir tanta amabilidad por parte de los demás, quienes parecían desinteresados por recibir algo a cambio. Si quería conservar todo eso, sabía que tenía que ser cuidadosa y quizá darle tantas vueltas al asunto del Sr. Scamander le quitaría todo eso. Se negaba a perder aquel rayo de normalidad que estaba viviendo en Tasmennul.

          La francesa protestó en voz baja, soltando algo que la castaña oscura estaba casi segura que era una maldición. Todo en francés sonaba demasiado lindo, incluso cuando Isabel refunfuñaba a su molesta manera, que era como escuchar una nota baja de una muy cuidada campana.

          —¿Necesitas ayuda? —preguntó Nya al cabo de unos segundos en los que la mujer cabellos cortos pareció lucha contra la estufa.

          —Non, tout est en ordre*.

          Quizás la escocesa no supiera mayor cosa del idioma, pero sabía reconocer una negativa cuando la escuchaba. Gracias al tono usado, no volvió a preguntar. Confiaba en que en algún momento, su amiga cedería y, por la forma en que las cosas no avanzaban, sería pronto.

          Isabel cerró los ojos con fuerza unos segundos, esperando recuperar claridad de sus pensamientos. No sabía en realidad qué estaba haciendo ni cómo debía hacerlo. Jamás en su vida había hecho algo así y no quería mostrarse tan tonta ante Nya, por lo que se negaba a pedirle ayuda. El haber sido criada y educada al interior de una jaula de diamante y oro no la había preparado para vivir en un mundo en el que tendría que hacer tantas cosas por sí sola. Hizo lo que pudo para escapar de un compromiso que no deseaba y ahora tenía que enfrentarse a aprender millones de cosas que una mujer de su edad ya debería saber manejar.

          El haber escapado de su hogar y dejado una lujosa vida a la que estaba acostumbrada había sido un golpe bajo y fuerte para los Beauson. También había sido un cambio radical y ella lo sabía a la perfección, lo experimentaba con cada inhalación superficial que tomaba. Quizás se sentía insegura con respecto a numerosos aspectos, pero Isabel sabía que no cambiaría todo lo que estaba viviendo en esa isla rebuscada de norteamérica.

          Además, nada podía asegurarle que la fortuna que estaba destinada a ella todavía la esperase devuelta en París. Las familias prestigiosas tenían la mala costumbre de ser bastante rencorosas.

          —Déjame ayudarte —dijo Nya en cuanto la sorprendió por su lado derecho.

          La francesa no dijo nada, no fue capaz. Solo asintió con la cabeza y observó la manera en que la escocesa encendió la estufa con expertas manos y no tardó en posar el recipiente que habían llenado de agua para hervirla. Había sido una acción bastante sencilla e Isabel encontró comodidad en ver algo tan normal y no fingidamente elaborado.

          —Pegdón —se disculpó dando un paso hacia atrás—, en verdad quería hacerlo, pero...

          —No te preocupes, pedir ayuda en algo simple no lo hace menos merecedor de recibirla —le interrumpió con suavidad, mirándola con fijeza a los ojos—. Estas cosas son algo viejas y tienen su truco oculto. —Señaló la estufa con descuido—. Ha sido un gran gesto de tu parte —finalizó con una tierna sonrisa de labios.

          La joven de orbes pardos volvió a asentir con la cabeza, dándole la razón a lo dicho por la escocesa. Segundos después, prefirió desviar la mirada del rostro parcialmente iluminado de Nya y la centró en las bajas llamas. No tuvo necesidad de tocarse la mejillas para saber que estaba sonrojada, solo que esa vez no supo la razón del porqué.

          Un cómodo silencio se asentó en la cocina y solo se escuchaba la ambientación nocturna que regalaba la isla a esas horas de la madrugada. No intercambiaron palabra alguna mientras esperaron a que el agua estuviese lista para hacer el té, empero a ninguna de las dos pareció molestarle.

          Nya se sentía bien acompañada con Isabel. Encontraba cierta impresión al verla querer hacer cosas que nunca en su vida había hecho. La valentía de lanzarse a explorar aquella parte del mundo que era tan desconocida para ella. Era un cambio que la mayoría de personas que tenían una vida tan cómoda, se negaban a experimentar. Empero ahí estaba Isabel, preocupándose por ella de tal manera que intentó prender una estufa sin siquiera saber cómo, preocupándose por ella de una forma en la que su padre no volvió a tener los ánimos o capacidad.

          Un molesto nudo cerró su garganta al pensar en él. Era increíble la manera en la que después de tanto tiempo, ella seguía recordándolo. Y es que el dolor seguía ardiente en su interior.

          —¿Estás bien? —preguntó la pecosa una vez ambas estuvieron sentadas en las sillas con sus té de manzanilla listos.

          —Sí, eh... —Se aclaró la garganta y enderezó su espalda. Por un instante Nya tuvo el impulso de recordar que ante ella no debía mostrarse fuerte o indiferente a lo que sentía—. El aroma me recuerda mucho a casa.

          —Entiendo... —No supo qué más decir al respecto y se ocupó tomando un sorbo de su taza.

          —Cuando tenía pesadillas mi madre siempre ordenaba que hicieran este té para mí —confesó con una nostálgica media sonrisa. Sus delicados dedos trazaban el borde de la taza.

          —Cuando era muy pequeña —dijo Nya, provocando que la francesa la mirase de repente—, mi mamá me contaba muchas historias. Mi favorita era sobre un bebé que había sido encontrado por una mujer en las altas montañas de una isla ficticia. Estaba envuelto en mágicas hojas y protegido por fantásticas criaturas.

          —Suena como una historia bastante interesante.

          —Lo era, pero nunca escuché el final, siempre me quedaba dormida. Supongo que esa siempre fue la idea, ¿no?

          Isabel asintió riendo un poco y la escocesa le siguió. En cuanto volvieron a quedarse en silencio, su amiga dejó de sonreír y la observó con distraída fijeza.

          —Mi madre no era una persona que hablara mucho en realidad. No era de contar historias, sin embargo, tocaba el piano de una manera magnifique —resaltó con un brillo añorante en sus ojos—. Me gustaba mucho verla y acompañarla cuando lo hacía.

          —¿Ya no lo hace?

          —No desde que mi abuelo murió.

          —Lo lamento.

          Después de eso no hubo más palabras intercambiadas entre ellas. Acababan de compartir datos que parecían bastante íntimos sobre sus vidas antes de subirse al barco que las trajo hasta donde estaban. Se sintió bien dejarse ver aquella vulnerabilidad ante la otra, sin temor a ser ofendida o criticada, fortaleciendo un lazo que comenzó desde el momento en el que llegaron a aquel acuerdo silencioso de apoyar a la otra en esa nueva vida que estaba empezando a construir.


༼꧁༺ᴥ༻꧂༽


          —¡Buenos días! —saludó el Sr. Dunham apenas divisó a la escocesa cruzar las puertas traseras de la posada.

          Nya pegó un salto en su sitio al tiempo que se giró hacia el castaño. Su rostro se relajó una vez lo vio caminando hacia ella, con aquella imborrable sonrisa curvando sus labios y enseñando sus dientes. Ella le correspondió al saludo con un tímido y torpe gesto con su mano libre. En la otra sostenía la primera canasta que llenaría aquella mañana.

          Al ver que el hombre parecía no muy seguro sobre seguir hablando o no, ella resumió su camino hacia los cultivos para cosechar. Sin embargo, no pasaron muchos segundos antes de que escuchara los pasos del sobrino de Beatrix tras ellas.

          —Yo, eh... —Carraspeó—. Quería preguntarte si me acompañas esta noche a ver los fuegos artificiales del puerto. Son la apertura de las fiestas del pueblo.

          La pecosa se detuvo de repente sin saber qué decir ni cómo reaccionar. Era una invitación atrayente, puesto que sería la primera vez que estaría presente en aquella época que parecía ser tan importante y llamativa en Tasmennul. Tenía que admitir que la había tomado desprevenida y, a pesar de que su interior comenzó a protestar en contra de aquella salida, su afirmación salió pronto, con tal de acallar todas las dudas que se comenzaron a arremolinarse en su cabeza.

          —Estaría encantada —contestó. Al parecer no solo se sorprendió a sí misma, sino también al contrario—. Le agradezco mucho la invitación, Sr. Dunham.

          —Dime Esmour, por favor —permitió tomándola con suavidad del antebrazo que sostenía la canasta por ahora vacía. Otra sonrisa iluminaba sus rasgos ya atractivos.

          —Está bien —aceptó desviando su mirada nerviosa hacia la vegetación—. Es justo entonces que me puedas llamar Nya.

          Terminaron de cuadrar aquella inesperada salida y se despidieron para así cada uno poder iniciar con sus actividades laborales del día. Quizá la ventaja de vivir y trabajar bajo el mismo techo facilitaba el encuentro previo al puerto y la hora en común.

          Sin esperar otro segundo, comenzó a iniciar con el trabajo que Beatrix le asignó esa misma mañana a la hora del desayuno. Si la mujer de espesos cabellos negros notó las tazas vacías en fregadero con restos de manzanilla, no hizo comentario al respecto, lo que calmó la preocupación de la escocesa al tiempo que Isabel le dirigió una discreta mirada de triunfo con un "te lo dije" de por medio.

          Se sentía extraña. Si bien nunca antes había recibido una invitación de lo que Esmour le había hecho, mucho menos había esperado de sí misma aceptarla con tan poca resistencia. En un principio estuvo convencida de que estaba lista para lanzar excusas a diestra y siniestra, pero cuando llegó el momento de la verdad, se encontró aceptando con menor resistencia de la esperada. Tan solo deseaba que sus escasas habilidades sociales, su maldición y nervios no fueran a dañar lo que ella esperaba que sería una gran noche.

          Una vez llenó su cesta hasta que la misma estuvo a punto de rebosar con numerosos tomates que parecían demasiado perfectos para ser reales, Nya emprendió camino hacia la cocina, encontrándose en el trayecto con más personas que salían a hacer exactamente lo mismo que ella. Se sintió aliviada al notar que no tendría que hacer eso completamente sola, puesto que, al parecer, habían tenido unos meses grandiosos para que la cosecha de ese año resultara todo un éxito. De seguro las fiestas de Tasmennul serían la razón principal de ello.

          En cuanto ingresó a la cocina, vio a su amiga francesa también ahí. A pesar de que Isabel era bastante buena en su labor cuando estaban en Naturalis, ahí lucía bastante perdida, siguiendo como un perrito perdido a una mujer de mayor edad, quien le explicaba lo que tenía que hacer a continuación. A pesar de querer mostrarse segura, asintiendo y sonriendo con cierta incomodidad, Nya podía reconocer que la joven mujer sentía que le estaban hablando en chino.

          —Esos se ven bastante jugosos, Nya —comentó Beatrix acercándose a ella. Agarró un tomate de la cesta y lo examinó—. Nuestros esfuerzos han funcionado bastante bien.

          —Han tenido un gran año —concordó depositando la canasta sobre un mesón que comenzaba a ser también ocupado por muchas otras.

          —Cuando se termine de hacer el inventario, llevaremos los vegetales que sobren al mercado —anunció la dueña de la posada, turnando su mirada hacia los demás trabajadores, luego la regresó hacia la castaña oscura—. Nya, querida, quisiera saber si ayudarías a Nagini con el puesto esta noche.

          El tono acaramelado de la mayor casi hace que aceptara sin dudarlo, pero pronto recordó los planes que había hecho. Casi de manera inmediata se sintió culpable por haber acordado salir con Esmour y, con una expresión de disculpa, no demoró en devolverle la mirada a la mujer.

          —Discúlpeme, Beatrix, no sabía que necesitaría mi ayuda esta noche y he hecho planes con Esmo... con el Sr. Dunham —se corrigió a sí misma con rapidez. La verdad era que no sabía si sería adecuado llamar al castaño por su nombre delante de ella.

          —Hmm... bueno, supongo que Nagini tendrá que ser suficiente para el negocio esta noche —cedió la pelinegra, empero hubo una clara disconformidad en el tono de voz que descolocó a la pecosa.

          —Se lo agradezco mucho —dijo Nya tratando de sonreír con tranquilidad, a pesar de que la expresión de Beatrix se veía cada vez más forzada. Un extraño e incómodo peso se instaló en su pecho—. Prometo que no volverá a suceder. Se nota que serán unos largos días por las fiestas.

          —Así es. No hay tiempo que perder.

          Dicho eso, la mujer de ojos azules se giró y salió de la cocina en dirección al patio interno, de seguro para encaminarse hacia su oficina. Ni siquiera le dirigió una sonrisa como Nya había acostumbrado a ser despedida por la mayor.

          La escocesa pasó su peso de un pie a otro, sintiendo los retorcijones que su estómago empezó a hacer una vez que la mirada y el tono de voz de su jefa tuvieron unos cambios que se atrevía a considerar drásticos. Intentó calmar sus crecientes nervios, empero su cabeza ya había empezado a formar excusas. Quizás no debería salir con el sobrino de Beatrix.

          —Conozco esa mirada y no dejaré que le canceles al Sr. Dunham —declaró Isabel acercándose a un lado de ella. En sus manos cargaba unos platos sucios.

          —Creo que es lo mejor. —Se encogió de hombros.

          La francesa alzó una delicada ceja y la miró con cierta desaprobación. La pecosa supo de inmediato que algo más iría a decir al respecto.

          —Si no vas con él a ver los fuegos artificiales, te obligo a ir conmigo. —Hubo algo en su forma tan afanada de decirlo, que pareció casi impropio de su amiga, pero antes de que pudiese decir algo, Isabel intervino de nuevo—: Aprovechemos esta noche antes que Beatrix nos encierre a trabajar el resto de la semana.

          —Creo que preferiría ir contigo... de seguro la Sra. Harte le dirá algo a Esmour y solo es cuestión de minutos antes de que él decida cancelar.

          —No creo que él vaya a hacer eso, Nya...

          —¿Por qué lo dices? —preguntó con curiosidad. Ella estaba acostumbrada a no tener tantos amigos y, los que fingían serlo antes de que ella se descuidase y mostrara su verdadera naturaleza, solían decepcionarla más de lo que quisiera admitir.

          —Solo lo sé —cortó Isabel y dio un corto paso hacia atrás—. Si yo estuviera en su lugar, estoy segura que no te dejaría plantada ni cancelaría el plan.

          —Oh. —En verdad no supo qué más decir en ese instante.

          La francesa se aclaró la garganta y a medida que pasaron los segundos, se vio más y más incómoda.

          —Bueno, que se diviertan. —Trató de agregar una sonrisa a sus palabras, sin embargo, solo giró demasiado rápido en dirección al lavaplatos, por poco dejando caer algunos de los que llevaba.

          Isabel alcanzó a escuchar un suave gracias por parte de la pecosa, aunque decidió no ponerle atención a ello.

          Se sintió desganada. A pesar de haber logrado parecer que no quería que el Sr. Dunham no le cancelara la salida a Nya, en el fondo ella sabía que era algo que deseaba. No sabía si catalogar ese sentimiento como uno infantil, puesto que la escocesa podía tener las amistades que quisiera. Isabel sabía de sobra que no iba a ser su única amiga, sin embargo, existía una molestia casi irracional de no querer que nadie más ocupase su lugar, si es que en verdad tenía uno en la vida de Nya.

           Sacudió la cabeza en aras de dejar de pensar aquellas tonterías, no obstante, el descontento siguió presente. Inició su labor con desánimo y poco le importó si estaba haciendo el trabajo de manera correcta o no. Después de todo, los presentes sabían que ella no tenía talento para esas cosas caseras y ahora, en vez de sentirse avergonzada, solo lograba sentirse irritada. Ya luego descubriría por qué razón era.


༼꧁༺ᴥ༻꧂༽


          —¿Podrías explicarme por qué has cambiado lo planeado?

          —Sabía que te molestaría —respondió el castaño con un pesado suspiro. Tomó asiento al frente del escritorio de la mujer, quien a su vez se encontraba en su respectiva silla.

          —Si sabes que me molestaría, por qué lo hiciste —exigió con dureza. El azul de sus iris pareció aclararse y volverse hielo—. Esta noche es importante, la única en la que se podrá evitar que indeseados ojos caigan en nosotros.

          —Estará en el puerto —prometió con paciencia. Conocía a su tía cuando se ponía de esa manera y alterarse con ella solo empeoraba las cosas—. Sólo quiero divertirme un rato antes de trabajar.

          Beatrix se relamió los labios con disgusto y regresó sus orbes hacia los papeles que tenía esparcidos sobre su escritorio. Al interior de su oficina no se escuchaba casi nada, las voces y el sonido del ambiente de la posada llena eran interrumpidos por la pesada puerta que daba hacia la recepción. De igual manera, si alguien la necesitaba a ella o a Esmour, si se acercaba, no podría saber si había alguien adentro. Tenían una poderosa ventaja. Muffiato*.

          Agarró uno de los papeles y se lo enseñó al hombre. El ojiazul se inclinó hacia adelante y leyó lo que había escrito. No tardó en darse cuenta que era una lista del inventario de la tienda Naturalis. La conocida letra de la indonesia marcaba con exactitud cada mercancía que ya no estaba disponible, pero como siempre sucedía cuando las cosas se ponían sospechosas, Esmour notó con rapidez lo que en verdad faltaba.

          —Es cuidadosa.

          —No lo suficiente —Beatrix volvió a dejar la hoja sobre las demás—. Las raíces de margarita se acabaron hace tres días y apenas lo ha marcado hoy. Ella sabe cosas.

          —¿Crees que sea como ellos?

          La pelinegra frunció los labios y meditó unos segundos.

          —Lo sea o no, no está de nuestro lado —determinó y se levantó de su sitio para caminar hacia la puerta. En la misma corrió una delgada tabla que se camuflaba a la perfección. Así le permitió ver por un reducido rectángulo la recepción y las personas que transitaban cerca—. Asegúrate que los dos estén en la misma zona.

          —Por supuesto, será fácil —respondió restándole importancia. No era la primera vez que hacía algo como aquello y además lo disfrutaba.

          —Muy bien, ahora sí estoy ansiosa por esta noche.






Prend un siège: Toma asiento.
Non, tout est en ordre: No, todo está en orden.

Muffiato: Encantamiento usado para crear un zumbido inidentificable en los oídos de cualquier persona en las cercanías del lanzador, para permitir conversar sin ser escuchado.

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¡Feliz 2022!

Advierto que, a partir del siguiente capítulo, las cosas comenzarán a ser más intensas.

a-andromeda

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