Capítulo Seis
⠑⠥⟢—✽⟡✽—⟣⠬⠊
OPORTUNIDADES QUE SE DESLIZAN
ENTRE LOS DEDOS
⠑⠥⟢—✽⟡✽—⟣⠬⠊
Salió corriendo disparada fuera de la bodega por la misma puerta trasera que había usado para ingresar. El corazón le comenzó a latir con fuerza en el pecho, acompañando su acelerada respiración. Nya no podía distinguir bien si era pánico o emoción, pues con tan solo recordar lo anteriormente sucedido, la única respuesta a la que logró llegar, fue que todo eso solo tenía una simple y sencilla explicación. O bueno, quizás no tan simple ni tan sencilla, pero la razón existía y eso era más que suficiente para ella.
Aquel desconocido se había convertido en una de las principales razones por las que ella tomó la decisión de llegar a Tasmennul. No había querido tener esperanzas al respecto, por miedo de llevarse una gran decepción al respecto, pero ahora estaba segura que ya no había razones para dudar. Al fin podría ponerle fin a su maldición, el núcleo de todas sus desgracias.
El Sr. Scamander era la persona de la que había oído hablar en Inglaterra. Tenía que ser él. Aquella persona misteriosa de la que solo se hablaba en murmullos, llevados por rumores de voz a voz. Era la respuesta a sus preguntas y secretos que personas como ella, una abominación, no podrían revelar a nadie más que a alguien que los comprenda y les pueda ayudar.
Esa era su oportunidad. Lo único que Nya VanderWaal deseaba con todas sus fuerzas era ser normal, ser humana por completo.
Se apresuró a llegar al punto en el que sabe que estuvo de pie momentos atrás. Apenas llegó, sus ojos se movieron frenéticos por todas partes, dando vueltas sobre su eje y observando todo a su alrededor. Esperó a encontrar aunque sea una mínima pista que le indicase hacia dónde había ido el hombre de cabellos rojizos y curiosa maleta sin fondo. Pero lastimosamente, lo único que vio fueron árboles, casas y arena, nada más.
—¡Nya!
La escocesa cerró los ojos y soltó un pesado suspiro, tratando de controlar su respiración.
—¡Por aquí! —gritó de vuelta, más no se giró hacia la fuente de la otra voz.
No pasaron muchos segundos cuando escuchó unos pasos acercándose a ella.
—¿Qué te está sucediendo hoy? —cuestionó Isabel con el ceño fruncido—. Has estado actuando de una manera demasiado extraña.
Nya dejó de mirar alrededor para centrar sus ojos en los de su amiga. Se quedó muda porque no podía contarle nada. No era como si decirle a la francesa su secreto fuese algo fácil de comprender. La mayoría de personas que siquiera sospechaban lo que ella era salían corriendo y luego regresaban con sogas o trincheras, y mucha más gente para verla morir quemada o ahorcada. La llamaría bruja o monstruo, o tal vez una combinación de ambos.
Claro que no podía contestarle a Isabel con la cruda verdad.
Estaba maldita. No quería perder a su amiga por algo que se prometió a sí misma buscar solución. Ya perdió a su madre por eso, ya su padre la abandonó por lo mismo. Con un pesado nudo en la garganta, se tragó sus palabras, con tal de poder revestir la verdad con las desgastadas prendas de la mentira.
—Creí ver algo... algo extraño —balbuceó, agachando la mirada.
—Se supone que cuando alguien ve algo raro, corre en dirección opuesta.
—Correr hacia lo extraño no me pareció tan malo unos segundos antes —se excusó, encogiéndose de hombros.
La francesa la analizó con la mirada y Nya la pudo sentir quemando su rostro, por lo que no pudo evitar casi encogerse en su sitio. La mentira era más que clara e Isabel era una mujer perspicaz que pocas veces se guardaba sus comentarios, empero al subir la mirada y conectar sus orbes con los de ella, se dio cuenta que no sería presionada con respecto al tema.
Quizás sentía curiosidad por saber qué era aquello tan extraño que había en la castaña oscura, era claro en sus ojos pardos, no obstante, escogió aceptar las mediocres palabras de la pecosa. La mujer de cabellos cortos reconocía las razones por las que las personas decidían ocultar cosas de sí mismas. No era quién para juzgar, aunque pareciera que lo hiciese todo el tiempo.
—No importa ya —dijo de repente, acercándose a Nya para enredar su brazo derecho con el ajeno—, ya es la hora del almuerzo y con un estómago vacío no creo poder soportar a más clientes.
—Entonces somos dos. ¿Crees que al llegar Beatrix nos necesite en la cocina? Hay más personas quedándose en la posada.
—No iremos allá —respondió, halando a su amiga del brazo para que juntas comenzaran a caminar.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque estoy cansada de comer los mismos platos típicos de esta isla —contestó con un bufido—. Hay un restaurante en la calle principal que parece ser lo suficientemente diferente como para ofrecer cosas más variadas.
—La comida no es tan mala —dijo la escocesa con una media sonrisa.
—Necesito un cambio o je vais exploser.
Nya arrugó la nariz y ladeó la cabeza, tratando de traducir lo escuchado en su cabeza. El llevar varios días con la francesa, esta le había hecho escuchar todas las expresiones posibles en francés y las repetía con constancia, de modo que su cerebro lograba captar y entender ciertas cosas, gracias al contexto. Otras veces podía deducir lo que Isabel decía por la pronunciación. Pero la mayoría del tiempo se quedaba en blanco.
—¿Vas a explotar?
—Voy a explotar —confirmó asintiendo, pero la pecosa ya se encontraba tratando de ocultar su risa. La francesa la miró de reojo y torció los ojos—. C'est bien, rire de moi* y retiro mi... mi inv-invitación.
Dicho eso, soltó el antebrazo de Nya y se adelantó un poco.
La castaña oscura se detuvo medio segundo, antes de afanarse a volver a alcanzar a la francesa y volver a entrecruzar sus brazos. Isabel la miró de reojo, tratando de no lucir afectada ante la acción de la otra, pero la escocesa alcanzó a reconocer un leve sonrojo en las mejillas tersas de su amiga. De seguro el calor del mediodía ya estaba siendo más fuerte de lo que ella misma se había tomado la molestia de notar.
—Gracias, Isabel —dijo con una tierna sonrisa—. Es un gesto muy lindo de tu parte. Perdón por... por haber actuado tan extraño.
Los ojos pardos, con destellos verdosos en sus irises, fueron amables sobre su apenada expresión. Sin dudarlo más, la mayor posó por segunda vez su mano contraria sobre la pálida ajena, dando un cariñoso apretón.
—Lo dejo pasar, sólo porque no quiero comer sola.
Apenas llegaron a la calle donde Isabel aseguró que estaría el restaurante, tuvieron que hacer un esfuerzo extra para mantenerse juntas. Aquella zona era el corazón del pueblo y eso resultó más que obvio cuando vieron los andenes abarrotados de gente, isleños y extranjeros. Los gritos de los vendedores, peatones y algunos carros se alzaban por encima de las numerosas voces, mientras que ambas europeas no tuvieron de otra más que arriesgarse a cruzar la calle casi a ciegas.
—En verdad es la hora del almuerzo —exhaló la escocesa.
Nya giró su rostro para ver a su amiga, dándose cuenta que estaba demasiado tensa, por la manera en que su agarre se intensificó sobre su brazo. Aunque para ella aquel ambiente era bastante normal, sabía que para Isabel no. De vuelta en Francia, siempre tuvo su espacio, sin necesidad de preocuparse por ir al mercado o a cualquier otro sitio tan concurrido por distintos tipos de personas, sobre todo de la clase con la que ella nunca había compartido antes.
La pecosa movió su brazo para que la contraria la mirara y le hizo una seña con su cabeza para que siguieran avanzando. Isabel asintió y siguió la castaña oscura por el mar de gente, pero a medida que fueron avanzando, notó con cierta incomodidad que Nya fue agachando cada vez más la cabeza. Parecía como si quisiera ocultar su rostro de los demás, utilizando sus onduladas hebras oscuras como escudo en contra de una que otra mirada curiosa de algún desconocido al azar.
—¿Por qué agachas la cabeza? —preguntó de un segundo a otro, dejando de caminar y haciendo que Nya hiciera lo mismo.
—Es más fácil caminar así por calles como estas. —Se encogió de hombros.
—Pareciera como si te trataras de ocultar —replicó.
—Y-yo no...
—No tienes que ocultarte —le interrumpió con rapidez, pues percibió la mentira querer comenzar a brotar de los labios de la pecosa con antelación—. Ninguna de las dos necesitamos ocultarnos ahora. No somos de aquí, pero... ahora somos de Tasmennul, c'est bien?
Si Isabel tan solo supiera las verdaderas razones por las que Nya todavía no quería ser vista en medio de tanta gente, de seguro ya no le brindaría esa clase de apoyo. Si nadie más lo hizo, ni siquiera Leonard, entonces estaba convencida de que nadie más lo haría, mucho menos una persona que no compartía un lazo de sangre con ella.
No se podía dar el lujo de que muchos ojos la vieran y que más adelante fuera sencillo reconocerla. Todavía tenía un problema demasiado grande sin solucionar, así que, hasta no tener la certeza de poder deshacerse de ello, no iba a estar tranquila caminando entre personas que tenían un gran potencial de volverse en su contra, y de paso, arrastrar a la francesa consigo a la desgracia.
༼꧁༺ᴥ༻꧂༽
Había sido un día largo y bastante curioso.
Durante y después de la hora del almuerzo, Nya había intentado buscar entre todo el gentío a aquel hombre de acento inglés, empero no tuvo éxito. Habían tantos rostros que observar que literal le resultó imposible hallar uno que solo pudo ver por unos cuantos minutos. Temía en verdad que él se hubiese ido de la isla, pues a ella le quedó claro que no había sido su intención que la escocesa hubiese visto todo lo que podía hacer. De seguro permanecería lejos de su persona, algo que la desanimaba bastante.
Esperaba tener un poco de suerte en los siguientes días, pues ya no le quedaba de otra más que esperar hasta el fin de semana en el que tendría su descanso para iniciar una verdadera búsqueda. Era una lástima no poder escapar de un trabajo que le urgía mantener para poder subsistir.
Luego de haber terminado con la jornada laboral de aquel día, Isabel y Nya acompañaron a Nagini hasta su humilde casa y luego emprendieron camino hacia la posada. El trayecto fue más tranquilo y el clima estaba fresco. Los colores del firmamento eran una exquisita mezcla del azul oscuro de la noche con los brillantes restos del naranja y amarillo del día. Pocas nubes se divisaban y las que habían se dejaban pintar por los atractivos colores del atardecer.
La sencillez y hermosura de la isla había cautivado a ambas mujeres, puesto que cada una caminó al lado de la otra en un cómodo silencio. Sumergidas en sus pensamientos, pronto llegaron a su destino. Como era de esperarse, las puertas estaban abiertas y era clara la animada actividad que había ahí. Las voces se hicieron cada más claras a medida que se fueron acercando para ingresar, acompañada de una suave música tropical.
Las dos ingresaron al lugar, cruzando el zaguán y pasando a un lado de la recepción donde alcanzaron a ver una fila relativamente extensa. Pronto se vieron atraídas hacia el patio interior, donde la fuente de piedra estaba funcionando y varias personas disfrutaban de una cena en las mesas que habían alrededor, bajo el cielo nocturno. El olor a comida recorría el espacio como las voces de las personas. Se sentía un ambiente liviano y bastante agradable. A Nya casi le parecía irreal que sitios como aquel en verdad pudieran existir.
Sin esperar otro segundo, una elegante sonrisa curvó los cuidados labios de Isabel, iluminando su rostro y atrayendo miradas cual imán. Se adelantó aún más, dejando a la escocesa detrás y comenzó a saludar a varias personas, como si los conociera desde hace algún tiempo. La castaña oscura deseaba poder tener tremenda facilidad y confianza para relacionarse con las demás personas, pero aquello resultaba complicado en un alguien que le tenía temor a su propia sombra.
Con una tímida sonrisa que estaba segura que no podría ni siquiera llegar a realzar sus ojos oscuros, se abrió paso por el corredor del oeste para dirigirse a la cocina. No le gustaba comer en cualquier otro comedor, prefiero usar el designado para los empleados en la parte trasera. Aunque sabía que Beatrix no le diría nada si tomaba asiento en otra parte, Nya encontraba más seguridad allá.
Sus orbes se iluminaron y un corto suspiro de tranquilidad brotó de su boca al divisar una de las mesas vacía. Los latidos de su corazón parecieron calmarse una vez se sentó. Tanta gente reunida en un lugar cerrado le ponía los nervios de punta. La paranoia de que en cualquier momento echaría todo a perder y comenzaría a ser señalada, era una carga de la cual no sabía cómo deshacerse, por lo tanto, acostumbró a llevarla siempre. Sabía qué hacer para evitarlo. O al menos lo sabía la mayoría de veces.
No pasó mucho tiempo cuando un rebosante plato de comida fue puesto sobre la mesa enfrente de ella. Sorprendida, alzó la cabeza para observar a la persona que llegó a su encuentro. Por un momento había creído que sería la francesa, pero tuvo que ocultar su ligera decepción al encontrar la atractiva y casi permanente sonrisa del sobrino de Beatrix.
—Gracias, yo... esto es bastante —dijo con suavidad, volviendo su vista hacia la generosa cena. Su estómago la traicionó rugiendo de hambre.
—No hay de qué —contestó el Sr. Dunham. Corrió la silla que estaba a la derecha de Nya y se sentó en la misma—. Esta noche se ha tenido que hacer el doble de comida para todos los clientes nuevos que han llegado. Además me quise asegurar de guardarte algo, estás bastante delgada.
La fémina lo miró de reojo con rapidez, esperando encontrar alguna mueca de disgusto o una mirada juzgadora. Pero no encontró ninguna. Solo había sido una observación sin ánimo de ofender y solo ofrecer lo que él creía que era una ayuda. Nya se sintió incómoda y algo irritada al respecto, no obstante, decidió aguantar y cambiar de tema, pasando aquella última frase por oídos sordos.
—La verdad estoy sorprendida lo llena que está la posada —declaró con casualidad agarrando el tenedor con su mano izquierda—. ¿En verdad tienen tantas habitaciones?
Eso produjo una leve risa en el castaño de ojos verdosos.
—En un principio creíamos tener las suficientes, pero con el paso del tiempo se han tenido que hacer modificaciones y expansiones. Hemos tratado de mantener la arquitectura tradicional de Tasmennul, pero cada vez es más complicado.
—No conozco muchos lugares, pero creo que esta posada es uno de los mejores —comentó aprovechando para dar una corta mirada alrededor. Desde su posición alcanzaba a ver el arco que daba hacia el patio de demás mesas, pero también podía ver la cocina y lo ocupada que se veía—. El ambiente aquí parece casi mágico.
—Es la magia de la naturaleza, Srta. VanderWaal —estableció con una curiosa chispa en su mirada que pareció oscurecer, pero el momento fue tan repentino y pasó tan rápido, que la pecosa ni siquiera lo notó.
Nya asintió en silencio mientras comía, dándole la razón. A veces le resultaba más fácil hablar con Esmour que con otras personas con las que trabajaba. Quizás la razón era porque él era bastante amistoso y sabía cómo acercarse a las personas, además sus labores varias veces se entrecruzan y cuando ella no sabía qué hacer o cómo hacer algo, él había saltado a la oportunidad de ayudarle.
—Gracias nuevamente, por esto —dijo señalando el plato con el cubierto—. Iba a esperar a que la cocina se despejara un poco para ir por mi cena.
—Si esperaba un poco más, creo que no habría encontrado mayor cosa. Al ritmo en que van las cosas esta noche, todas las hoyas quedarán vacías.
—Sí... así es mi suerte —exhaló con una media sonrisa. A pesar de haber hablado con sinceridad, el hombre soltó una ligera carcajada—. ¿Por qué está llegando tanta gente?
—En tres días son las fiestas del pueblo —respondió con rapidez—. Habrá un festival de gastronomía donde el mejor platillo se llevará un grandioso premio. Elizabeth espera poder ganar este año, se ha estado preparando para el momento —aclaró mirando hacia la cocina donde dicha mujer se movía de un lado a otro, asegurándose que la comida estuviese en perfecto estado para servir—. También habrá muchas artesanías, música en vivo... de todo.
—¿Y eso sucede cada año?
Temía hacer muchas preguntas, empero no podía evitar la curiosidad. Sabía que el Sr. Dunham contestaría todas y cada una de sus dudas con explicaciones adicionales. Él en verdad conocía su hogar y se le notaba bastante orgulloso, mostrando un agradable sentido de pertenencia con Tasmennul y su gente.
Para completar el creciente ánimo del hombre, su sonrisa se ensanchó para contestarle.
—Claro que sí. Y siempre va mejorando. Ningún año es parecido al anterior.
—Todo suena maravilloso —halagó sonriente.
—Porque apuesto que los días grises y lluviosos son probablemente la atracción más grande de los británicos —resaltó tratando de lucir serio.
—También hay días soleados —aclaró con algo de diversión acompañando su tono.
—Y aún así, el frío te cala hasta los huesos, ¿no es así? —cuestionó alzando una ceja.
—Es posible acostumbrarse. —Se encogió de hombros para resaltar sus palabras.
Esmour negó con la cabeza y a su movimiento le siguió un sonido de protesta que le arrancó una sonrisa a la joven de ojos oscuros. Después de ello siguió un silencio entre los dos que no resultó incómodo, puesto que el ambiente de la posada vibraba de manera placentera, lo suficiente como para que no se necesitaran muchas palabras de por medio. Se alcanzó a sentir bastante cómoda, dejando que las voces de los demás se llevaran el protagonismo, junto con los ahora esporádicos comentarios del sobrino de Beatrix.
Le agradó mucho que fuera él quien llevase la conversación y no se cansara con sus respuestas demasiado cortas a comparación de lo que él decía. Sin embargo, a él no pareció molestarle. Se notaba que le gustaba hablar mucho y la pecosa sospechó que también le gustaba escucharse a sí mismo. No le importó. Agradecía silenciosamente que no se le hubiese ocurrido preguntarle cosas sobre su pasado, cosas sobre las cuales ella tendría que mentir una y otra vez.
Al cabo de un rato, luego de haber terminado de comer y que el Sr. Dunham se retirara para seguir con sus quehaceres, Nya decidió empezar a buscar a Isabel. Caminó hasta el arco que daba hacia el pasillo abierto al norte del patio interno y paseó sus ojos de un lado a otro, esperando poder distinguirla pronto. De seguro la francesa seguiría socializando y haciendo un trabajo que, a pesar de las circunstancias, era en verdad algo que a ella le gustaba. Para la escocesa era más complicado. Incluso cuando sabía que a Beatrix le gustaba que los trabajadores fueran amables y amistosos con los clientes, no se sintió con ánimos de esforzarse aquella noche.
Sentía que todavía necesitaba familiarizarse con la isla y el ambiente del lugar. Era un mundo completamente nuevo para ella. Navegar por aquellas coloridas aguas que resultaban tan misteriosas... era un paso bastante grande que tenía que dar.
Tragó saliva sabiendo que tendría que cruzar todo el corredor lleno de desconocidos para poder llegar a su destino. ¿Por qué sólo habían unas escaleras y quedaban justo al otro lado del que se encontraba en esos momentos?
Tomó una larga bocanada de aire y su cuerpo se encogió de forma casi automática. Pretender ser invisible, una mosca en la pared, pero aquellas inofensivas moscas que solo se paraban en las paredes. Ese era su papel en ese instante y se apegaría lo que más pudiese.
Sin esperar otro segundo, empezó a caminar.
La primera parte del trayecto fue bastante sencilla y como esperó. Cuando por debajo de sus pestañas logró divisar las puertas principales y a la izquierda los primeros escalones que darían a la segunda planta, no dudó en afanar su andar. No obstante, el haber centrado sus ojos en un solo punto, le hizo perder noción de lo que la rodeaba de manera inmediata. El empujón por su lado derecho fue inesperado y le hizo terminar enredando sus pies uno con otro para luego acabar en el suelo de ladrillo, atrayendo consigo las numerosas miradas que había querido evitar.
Agachó aún más la cabeza, casi sintiendo su mentón rozar su pecho. Dejó que su desordenada trenza hiciera el trabajo de esconder sus mejillas rojas y se apresuró a ponerse en pie. Al menos la música no se había detenido y las diferentes conversaciones se resumieron con rapidez. Hasta después de vergonzoso momento logró ser invisible.
—Déjeme ayudarle —dijo alguien a su diagonal, ofreciéndole una mano. La voz le sonó conocida.
—Gracias —respondió en un hilillo de voz, todavía esforzándose por ocultar su cara. Sintió su mano temblar cuando tomó la ajena.
—No hay de qué. Me aseguraré de ser más cuidadoso cuando gire —se disculpó el hombre—. ¿Se encuentra bien? —Su tono fue nervioso a pesar de su generoso gesto al ayudarle a levantarse.
—Sí. No fue una caída fuerte —lo tranquilizó, sacudiendo su ropa. Luego alzó la cabeza cuando creyó que había dejado de estar tan sonrojada—. Oh, es usted.
No sabía qué tantos lugares de alojamientos existían en Tasmennul, pero que justa sea esta posada en la que se encontraba e inglés parecía casi un milagro caído del cielo. ¿Cuáles podrían haber sido las probabilidades de encontrar a una sola persona en una isla que todavía desconocía? Esta era su oportunidad y la tenía justo enfrente de ella en la forma del Sr. Scamander.
—¿D-disculpe? —musitó abriendo los ojos más de lo necesario. Se mostró atónito y, aunque trató de domar su expresión por una más tranquila, Nya pudo seguir notando la impresión que dejaron sus palabras en él—. Perdón, tengo que irme.
No queriendo que se retirara, la pecosa se lanzó al atrevimiento de posar su mano izquierda en el hombro masculino. Su tacto resultó incómodo para él, puesto que se alejó con rapidez y la castaña oscura trató de no dejar que aquella reacción la desanimara más de lo que creyó.
—Perdone, yo no quería hacer eso, no sé porqué lo hice, sólo... —Su voz había sonado tan extraña para sus oídos que, en vez de irse por las ramas, decidió ser lo más directa posible—. Necesito su ayuda y estoy segura que usted es el único que me la puede ofrecer.
Estaba tomando un riesgo bastante grande. En medio de tantas personas que podrían escuchar sus palabras por accidente, que podrían llegar a oídos de cualquiera, que tenían el potencial de firmar una nueva sentencia, Nya se lanzó al vacío en busca de un extraño.
En cuanto los irises claros se fijaron una vez más en los suyos, una singular sensación la invadió. Había sentido algo parecido antes, solo que no lograba recordar cuándo ni dónde en ese instante, pero la reconocía. De alguna forma supo que tenía la posibilidad de depositar su confianza en él, a pesar de que no le había demostrado eso. Su sexto sentido le hacía dudar muchas veces que lo que veía, empero en ese momento, algo estaba... bien.
—No, no creo poder ayudarle.
Lo que sea que Nya sintió tres segundos antes, se desvaneció por completo con esas palabras. Vio cómo el castaño rojizo se alejó de ella con maleta en mano sin echar siquiera una última mirada atrás.
¿Qué podía asegurarle que lo que había sucedido ese día no fue obra de su cabeza? ¿De su locura y maldición? Haber sido tan ingenua de creer que todo eso era posible y que existía una explicación para ello le había calmado. Se había permitido tener una pequeña llama de esperanza que se extinguió en una exhalación y le dolía. Buscarle una razón a lo que le sucedía y no entendía era un deseo bastante personal, no obstante, esa era una fantasía y la realidad era otra.
—¿Estás bien, querida?
Un espasmo recorrió su cuerpo y tuvo que parpadear varias veces para volver a centrar su mirada en las puertas. A sus oídos volvieron los sonidos de la posada que no había notado que había dejado de escuchar unos segundos. Volvió la cabeza hacia la fuente de la voz y se encontró con el amable rostro de su empleadora.
—Sí, Beatrix. Estoy algo cansada, es todo.
—Deberías ir a recostarte —aconsejó pasando un brazo sobre los hombros de la escocesa y juntas se dirigieron a las escaleras—. A veces ambientes como estos pueden resultar pesados para personas como tú.
—¿Personas como yo? —inquirió con confusión, sintiendo un nuevo espasmo recorrer su columna para asentarse en su garganta y formar un molesto nudo—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Es solo un comentario —se excusó todavía endulzando su tono, de manera que la nueva tensión en la castaña oscura cedió poco a poco—. No todos son como tú, Nya VanderWaal. Creo que eres especial.
—Yo creería que es la única que piensa eso —admitió con pena.
—Pues mi sobrino estaría en desacuerdo. He visto la manera en la que te mira y busca hablar contigo. —Soltó una corta risilla que Nya pudo asemejar a unas campanitas tiernas a punto de quebrarse—. Si te molesta demasiado, házmelo saber.
La joven sólo asintió con la cabeza y se despidió de la pelinegra para luego partir escaleras arribas en dirección a la habitación que compartía con Isabel.
» Estoy segura que Esmour me dejará saber muchas cosas sobre ti —completó Beatrix en un murmullo para sí misma.
Dio un último vistazo a la espalda de la escocesa antes de dirigirse hacia su oficina, detrás de la recepción.
C'est bien, rire de moi: está bien, ríete de mí.
●●●
Un capítulo aparentemente tranquilo, pero aquí las máscaras están de moda ^^
a-andromeda
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro