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Capítulo Quince


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Y DÓNDE ENCONTRARLOS

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                    Sintió su cara ardiendo y la temperatura del ambiente pareció subir varios grados. Se acomodó el cuello de su camisa y luego se apresuró a entregarle unas cuantas prendas de vestir a Nya, quien poco después regresó a su forma humana, algo inesperado, incluso para ella. Tal vez una advertencia de que aquello sucedería le habría venido bien, aunque estaba seguro que se habría sonrojado de todas maneras.

          Mientras la escocesa se fue vistiendo luego de haberse ocultado tras un árbol de tronco grueso, sus mejillas igual de encendidas que las de Newt, se dio cuenta bastante tarde que la ropa era masculina. Ese hecho le hizo achicopalarse aún más, sabiendo que estaría usando las pertenencias del hombre que hacía tan solo unos segundos, la había visto en su estado más vulnerable. Animal y humano.

          Todavía no lograba comprender por qué, o cómo había logrado ceder a la maldición y permanecer en el mismo lugar. Tal parecía que las respuestas se resumían a una inesperada y muy ciega confianza al hombre de cabellos rizados y ojos encantadoramente evasivos. No sabía todavía la razón exacta de por qué acababa de mostrar la parte condenada que revestía su alma en una bestia.

          Se abrochó los pantalones y trató de ajustarlos a su cadera de manera que no se deslizaran por sus piernas. Terminó metiéndose la camisa por debajo para hacer bulto, aunque de todas formas la prenda le quedó floja. Miró a su derecha y observó al chimpancé. Tampoco sentía el horror de antes con su cercanía, pues percibía cierta energía calma que le dio seguridad. Además, el animal no presentaba intenciones de dejar su lado.

          Justo en ese momento y en medio del bosque, muchas cosas parecían ser naturales, tan naturales que se sintió abrumada. Por primera vez, el miedo no fue lo que hizo que cambiara su forma, el instinto de huir quedó oculto bajo una extraña capa de esperanza. No se sintió perdida ni juzgada, mucho menos intimidada. La mirada tímida pero amable del sr. Scamander demostró que todavía existían personas buenas, y ella tan solo deseaba no estar cometiendo otro error por creer en eso.

          Algo muy duro de presenciar en una sociedad que cazaba a la gente como ella, a las personas indefensas como Nagini.

          Apenas pensar en la muchacha indonesia un nudo en su garganta. ¿Todavía está con vida? ¿Qué se supone que habrán hecho con ella?

          Esmour Dunham y Beatrix Harte también se hicieron presentes en su cabeza. Había confiado en ellos, confió en su amabilidad y amistad. No obstante, eso solo fue una fachada que ellos le presentaron. Incluso le obligaron a dejar atrás a su única amiga. Aunque sabía de alguna manera que Isabel no era alguien como ella, con desgracia en la sangre, sentía que debía alejarla de esa pareja que manejaba aparente y únicamente una posada encantadora. Pero no tenía forma de regresar a Tasmennul y conocía tan poco de su forma de monstruo que dudaba poder controlarlo para ir a donde quisiera ir.

          —Le agradas —dijo Newt al cabo de un rato, sacándola de sus pensamientos.

          —¿A quién? —preguntó saliendo de su escondite con la nueva ropa puesta. Se dio cuenta que el inglés estaba de espaldas. Seguro estaba esperando que ella le indicara que estaba presentable.

          —Eh, a Dougal —contestó él.

          —Yo no sé quién es Dougal —dijo de vuelta, sintiéndose bastante nerviosa de repente.

          Caminó para acercarse al hombre, mirando a sus alrededores. Comenzaba a confiar en él, empero numerosas dudas comenzaron a instalarse en ella. Esmour y Beatrix también habían demostrado un rostro amable solo para terminar siendo todo lo contrario.

          —¡Oh, claro! Es el demiguise que parece querer estar pegado a ti en todo momento —explicó girándose de repente.

          Se encontraron de frente y lo que sea que haya estado a punto de agregar, se desvaneció en su boca. El iris dorado de la escocesa seguía presente. Hipnotizantes luces bailaban en aquellas aguas bañadas en oro.

          —¿Te refieres al chimpancé extraño? —preguntó con una mueca confusa en su rostro.

          Newt frunció el ceño, no de una manera molesta sino curiosa. Le hizo un poco de gracia la manera en que Nya se refería a la criatura, y es que no podía culparla, después de todo el animal sí tenía rasgos y contextura de chimpancé al igual que los de un oso perezoso.

          —Es un demiguise. Le puse Dougal –explicó pasándose una mano por la parte de atrás de su cabeza. Un gesto nervioso—. Es un nombre que creo que le sienta.

          Nya miró de reojo al animal de pelaje blanquecino, el cual también se había movido hasta estar a un lado de ella, siento un fiel acompañante hasta ahora. Viéndolo mejor en cuanto giró aún más su rostro hacia la criatura, lo reconoció y sintió bastante vergüenza al recordar todo el drama que armó la primera vez que vio a Dougal. Hasta hoy pudo estar segura que era inofensivo. Además, se atrevía incluso aceptar que le agradaban sus ojos grandes y curiosos, de energía pasiva pero atenta.

          —Creí que le habías hecho algo cuando lo metiste a esa maleta —dijo la escocesa señalando el objeto nombrado.

          El magizoólogo casi pareció horrorizado con tales palabras.

          —Por supuesto que no. De hecho lo rescaté en el puerto de Pórtland, antes de abordar el barco que me llevó a Tasmennul —aclaró con rapidez—. Jamás le haría daño a ningún animal.

          —Lo sé. Ahora lo sé —respondió Nya de inmediato, girando su rostro para mirarlo. Le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

          Newt asintió varias veces seguidas y agachó su mirada al suelo. Se sintió de repente bastante nervioso con la cálida sonrisa de la fémina. Estaba acostumbrado a que las personas lo miraran extraño o que incluso lo ignorasen en muchas ocasiones, pero tener ahora toda la atención de Nya sobre él no le estaba incomodando de manera negativa. A pesar de que ya no tenía los iris de un fantástico dorado, le siguió pareciendo igual de encantadora con sus ojos cafés oscuros.

          El castaño rojizo no encontraba razones o palabras para comprender bien qué era lo que sentía en esos momentos. Simplemente no le resultó molesto, sino agradable, una sensación que descubrió que no le importaría experimentar más seguido.

          —Hay más —balbuceó de repente, cortando el pequeño silencio que se había formado entre ellos dos.

          —¿A qué te refieres?

           —Ven.

          Y dicho eso, Newt Scamander se agachó para abrir su característica maleta de cuero café, algo desgastada. La llevaba a todas partes sin falta.

          Cuando ella menos se lo pensó, Newt literalmente había ingresado al interior del objeto, como si de una puerta secreta al subsuelo se tratara.

          Lo primero que Nya quiso hacer fue quizás gritar o salir corriendo, pero cuando el demiguise, Dougal, tomó su mano derecha y la guio hacia la maleta abierta también, por alguna razón que no supo identificar, se dejó llevar. Su interior seguía en una extraña lucha, temerosa de lo desconocido, su mente y su cuerpo preparándose para el peor caso posible como tuvo que acostumbrarse toda su vida. Le era más sencillo huir que enfrentar, pero en esos momentos una creciente curiosidad le impulsó a no retroceder.


༼꧁༺ᴥ༻꧂༽ 


          Ya era pasada la media noche e Isabel no había sido capaz de conciliar el sueño. Lo único que había hecho en las últimas tres horas había sido voltear, acomodarse y reacomodarse sobre la cama. Se movía cada pocos minutos, su cuerpo inquieto al igual que su mente, con los mismo pensamientos cruzando su cabeza una y otra vez.

          Aquella mujer del reporte policíaco no era Nya.

          Era una total desconocida para ella, sin embargo el vestido que llevaba puesto era el mismo que le había prestado a su amiga aquella fatídica noche. Claro que antes no había sido tan terrible, pues la escocesa se veía totalmente guapa con ese vestido sencillo.

          Ante esos últimos pensamientos, Isabel se quitó las cobijas de encima y se sentó con rapidez en el borde de la cama. Sintió sus mejillas sonrojada gracias al calor que la atacó en esos momentos. Su corazón latió con fuerza en su pecho ante el sencillo recuerdo de Nya con aquel vestido. Era normal pensar todas esas cosas de la escocesa, ¿verdad? Después de todo era su amiga y uno tenía derecho de pensar lo mejor de sus amigas y encontrarlas hermosas.

          Sin embargo, eso no calmó su agitado corazón.

          Justo en el momento en el que estuvo a punto de volver a acostarse en la cama para intentar dormir, unos ruidos provenientes del exterior llamaron su atención. Con aire curioso se puso en pie y caminó hacia la ventana para asomarse afuera. La noche estaba oscura y sin luna, pero un haz de luz blanquecina se coló en medio de la negrura, lo cual la obligó a achicar los ojos por la intrusión inesperada de luz. Aquello le pareció mucho más raro a Isabel, pues las bombillas no eran tan potentes y mucho menos blancas.

          Segundos después logró acostumbrarse al brillo y pudo distinguir que provenía de una especie de sótano que no sabía que existía.

          Aún no conseguía distinguir muy bien las formas de los movimientos que sucedían allá abajo, pero pronto distinguió la cabellera oscura de su jefa. Beatrix Harte estaba a las puertas de alguna caseta que parecía conformar las partes de aquel sótano misterioso.

          Aquello aumentó su curiosidad ya que Isabel había decidido entonces que Beatrix y Esmour no eran en realidad personas confiables. Ella ahora podía estar más que segura que tía y sobrino fueron los que se encargaron de mentir en la investigación de la sospechosa muerte de Nya. cada vez que ella ingresaba a la posada, que compartía siquiera un cordial saludo con alguno de los dos, no podía evitar sentir enojo al tiempo que miedo e incertidumbre. Isabel sabía que en esos momentos vivía con los lobos.

          Sin perder otro segundo encerrada en su habitación, se alejó de la ventana para ir a ponerse unos zapatos y una chaqueta negra, la misma que le ayudó a camuflarse cuando se coló en la estación de policía con el detective Wysman. Si había logrado hacer eso, no tenía por qué dudar que podría quizá recolectar información valiosa para la nueva encrucijada en la que se encontraba. Hasta tenía el terror y la esperanza de que quizás Nya estuviera allá abajo, que su amiga todo este tiempo estuvo atrapada con vida, por razones que estaba dispuesta a arrancar de los culpables.

          ¡Nya tenía que estar allá! ¿De qué otra manera Beatrix o Esmour consiguieron el vestido que le había prestado a su amiga?

          Ahora, lo único que Isabel tenía en mente era rescatar a su amiga, ya que no dudaba de ninguna manera que los dueños de la posada tendrían todas las respuestas y culpas de lo sucedido. Lastimosamente, el detective Wysman no se encontraba ahí con ella. De cierta manera ha aprendido a confiar en él, la única persona que se dispuso a ayudarle a resolver el misterio de la muerte-no-muerte de Nya.

          Conociendo ya a la perfección el establecimiento, la francesa se escabulló por todos los pasillos y esquinas que antes no había pisado. Isabel había aprendido a desaparecer sin que los demás lo notaran, sobre todo cuando más lo necesitaba. Aquello es algo que aprendió tiempo atrás en los eventos que organizaba su familia y de los cuales a ella no le gustaba formar parte.

          En poco tiempo estuvo saliendo por una puerta lateral en la parte trasera de la posada, manteniéndose junto a la pared como si buscara fusionarse con los ladrillos. Tenía que aprovechar las sombras y el manto oscuro de la noche mientras se acercaba a la entrada de aquel sospechoso sótano. Las voces que provenían del lugar se escuchaban más fuertes y claras, aunque no lo suficiente como para armar un alboroto y despertar a las personas que pasaban la noche en el hostal.

          Pero las palabras eran perfectamente entendibles ahora.

          —¡Ustedes le perdieron el rastro, maldita sea! —exclamó una mujer, su tono de voz apenas podía contener el enojo evidente en ella. Isabel la reconoció de inmediato. Era Beatrix.

          —No podemos seguirle el rastro a un ave, señora —contestó un hombre de regreso, pero la francesa no pudo reconocerlo.

          En ese momento se formó un silencio espeso luego de la altanera respuesta del hombre. Isabel aguantó la respiración, ansiosa y tensa con la incertidumbre llenando sus venas. Ahí fue cuando comenzó a inclinarse hacia la entrada del sótano, esperando poder ver algo entre el espacio de las bisagras con la madera de la puerta.

          No obstante, antes que pudiera siquiera dar un paso más, escuchó un ruido extraño, como si un trueno acaba de aterrizar al interior del lugar. Un latido después, un hombre salió disparado hacia afuera, su cuerpo chocando contra las puertas en un estruendo, con la fuerza suficiente para abrirlas de par en par.

          Isabel se tapó la boca sorprendida para evitar que algún sonido por parte de ella fuera escuchado, al tiempo que la ráfaga de aire de aquella fuerza aparentemente invisible le hizo retroceder con torpeza. No podía dejar que ellos supieran que se encontraba ahí, escuchando sus conversaciones, presenciando tan extraño suceso. ¿Qué fuerzas serían suficientes para hacer algo a un hombre de ese tamaño? Lo observó desde su posición oculta, aterrorizada, preguntándose si el desconocido seguiría con vida o no.

          —¿Alguien tiene algo mejor para decirme ahora? —Escuchó que preguntó Beatrix y su atención se volvió a centrar en las personas que todavía seguían adentro. De alguna manera pudo determinar que a ninguno de ellos le impresionaba lo que acaba de suceder.

          No pasó más de un minuto cuando la francesa pudo ver a su jefa saliendo del sótano para caminar hacia el hombre que se encontraba desplomado a unos metros. La siempre presentable, derecha y delicada Beatrix Harte estaba cambiada por completo, vistiendo unos pantalones holgados, zapatos cerrados y una camisa de vestir negra. Su cabello oscuro como el carbón, que usualmente se mantenía bien peinado, ahora lucía una descontroladas ondas como si hubieras pasado la última media hora en la cubierta de un barco a mitad del mar.

          —Llévenlo dentro hasta que se despierte —ordenó Beatrix después de haber removido al hombre con un pie—. Y encuentren el Occamy pronto.

          —No estamos seguros si en verdad es un Occamy —contestó alguien, pero fue deliberadamente ignorado por la mujer, quien después de haber dado esas órdenes, comenzó a caminar de regreso al interior del sótano.

          Millones de preguntas se comenzaron a arremolinarse en la mente de Isabel, pues no podía ni quería darle crédito a lo que sus ojos observaron. Solo se repetía a sí misma que un hombre había salido disparado, ¿o empujado? ¿Volando? Cualquiera que fuera el caso, nada de eso podía ser tan normal como Beatrix parecía considerarlo.

          Necesitaba hablar con alguien sobre esto, pero... no tenía a nadie en realidad. Nya ya no estaba y dudaba mucho que su relación con el detective Wysman fuera algo más que la de unos conocidos con una meta en común. Se encontraba sola, confundida y asustada. Y como si no fuera poco, en un lugar que todavía le resultaba desconocido en muchos aspectos.

          Poco después de que Beatrix entró al lugar, un grupo de hombres salió y se acercaron al hombre inconsciente. Lo levantaron con considerable facilidad y lo llevaron hacia otra parte que Isabel no pudo distinguir, pero no fue de regreso al sótano. Esperó unos segundos y dejó de taparse la boca con sus manos.

          En el momento en el que se sintió más segura, luego de no escuchar nada por un tiempo, se atrevió a acercarse a las puertas del sótano que ahora estaban cerradas. Una vez frente a ella, intentó empujarlas, pero pronto comprendió que al interior las habían reforzado. Lo que fuera que se encontrara ahí adentro, en definitiva Beatrix no quería que nadie que no fuera de su confianza lo encuentre.

          Isabel intentó respirar con tranquilidad, pero la verdad era que estaba temblando, sintiendo que pronto entraría en shock. Era consciente de que acababa de ver mucho más de lo que debía, escuchado más de lo que sería considerado seguro, pero ella no era alguien que se rindiera con facilidad.

          En cuanto acercó su cabeza a la puerta con la esperanza de escuchar más, el silencio le dio la bienvenida por varios segundos, donde solo percibió su propia respiración y los latidos de su corazón.

          —¡Oiga! ¡¿Qué está haciendo usted ahí?!

          Isabel se tensó por completo, congelada en su sitio. Si antes no se había metido en problemas, ahora era más que obvio que sí.





a-andromeda

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