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Capítulo Dos


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UN MEJOR COMIENZO

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Dos semanas después.
Puerto de Tasmennul. Islas Blancas, Norteamérica.


                    Cuando la Srta. Beauson la removió con insistencia y despertó esa misma mañana, Nya jamás creyó lo que sus ojos, junto con el resto de su cuerpo y sentidos, estarían experimentando en esos instantes. Todavía le costaba creer que había llegado a su destino.

          El frío de Inglaterra había quedado totalmente atrás, siendo ahora reemplazado por un aire cálido y seco. El cielo estaba despejado en su mayoría y, las escasas nubes que lo decoraban no estaban cargadas ni mucho menos oscurecidas, acompañadas de un sol brillante y orgulloso de iluminar tal maravilla. La arena de la playa se veía blanca y el agua era cristalina, dando cuenta de que la contaminación de la civilización no hacía de las suyas ahí. Compararlo con el puerto de Pòrtland resultaba casi ridículo.

          Una corriente de excitación trepó por su espalda, instalándose en la deslumbrada expresión de su rostro para también exteriorizarse en sus ojos, iluminándolos por unos cuantos segundos con su dorado real. No podía ignorar la agradable sensación que recorrió y activó cada nervio de su cuerpo, tanto que le terminó costando bajar la cabeza y concentrarse en ser normal de nuevo. Tenía que recordarse a sí misma que tales libertades no le eran posibles. Su nueva oportunidad estaba ante ella y no quería echarla a perder.

          Habían sido días algo pesados para la escocesa y por fin había llegado a un fin. El movimiento del barco durante el viaje la había mareado en varias ocasiones, estaba cansada de comer tantos mariscos y, aunque vivir en una isla de seguro le aseguraba aquella comida, estaba segura que encontraría más variedad.

          Asegurando su bolso en su hombro izquierdo, no se preocupó por ponerse algo más encima. El calor le había comenzado a afectar desde antes de que posara siquiera un pie fuera del camarote. Ahora lo que deseaba era tener la oportunidad de darse un baño con agua fría, si es que en algún lugar podría.

          Después de realizar sus trámites en el puerto, no dudó en encaminarse hacia la calle, donde el pueblo costero le dio la bienvenida. Una suave sonrisa curvó sus labios al observar con atención su nuevo entorno. Resultaba desconocido y tenía que aceptar que también le producía cierto temor, pero todo lo anterior era sobrepasado por la emoción de poder empezar una nueva vida.

          Si su progenitor en algún momento pensó que ella nunca prosperaría, este nuevo comienzo sería su oportunidad para demostrarle contrario. Quizás él nunca lo sabría o vería —quizás ni le interesaría, donde quiera que estuviese en la actualidad—, pero lograría borrar todas esas dudas, no solo por y para él, sino para y para ella misma.

          —Esperaba algo más... pintoresco —comentó una mujer llegando a su lado, sacando a Nya de su burbuja por completo.

          —Yo creo que es perfecto para empezar —opinó la pecosa a la vez que se encogió de hombros con optimismo. Luego se giró a mirar el terso perfil de Isabel Beauson.

          La francesa resopló para luego hacer una mueca, arrugando la nariz y echando una ligera mirada hacia atrás.

          —Tal vez porque ya está acostumbrada a estas cosas. Yo no. —La mujer dejó su maleta sobre el cemento de la calle, el cual se encontraba salpicado de arena. Se enderezo una vez más y se cruzó de brazos —. Estoy segura que no rechacé una herencia para venir a vivir a una choza.

          —Claro que no —se apresuró a responder —. La rechazó porque no quería nada que proviniera de ese hombre —le recordó.

          —Debí haber tomado el dinero y después desaparecer. —La Srta. Beauson frunció los labios con molestia —. La próxima vez que quiera huir de algún lugar, tendré eso en cuenta.

          —Se dice que de los errores se aprende —apuntó Nya, dando por terminada la conversación para comenzar a caminar.

          Alcanzó a escuchar a la francesa resoplar detrás de ella. Escasos segundos después, escuchó también sus pasos seguir los propios.

          Esas últimas dos semanas habrían sido un total fracaso para la castaña oscura, de no haber sido por Isabel. De seguro en el pasado no habría sido capaz de siquiera levantar para cabeza para hablar con alguien como ella, pues la diferencia tan clara que existía entre las dos, más allá del estatus social, como el ser directa y no temer verbalizar sus ambiciones, eran justo unas de las cualidades de la que Nya VanderWaal carecía. No obstante, habían logrado congeniar de cierta manera, algo forzada al principio, pero posible de todas formas.

          En su interior se atrevía a llamarla su amiga, independientemente de lo que la contraria pensara de ella. Muchas veces era mejor no saber a ser golpeado por la realidad.

          Transitaron por los andenes de la que parecía ser la calle principal adoquinada y salpicada de arena, pues la misma estaba repleta de distintos locales, restaurantes y hoteles. La escocesa sabía que, con el poco dinero que le quedaba, no podía ni siquiera imaginarse poder hospedarse por ese sector de Tasmennul. Siguió caminando derecho, sin dirigir una segunda mirada a su alrededor.

          En cambio Isabel Beauson observaba todo a su alrededor, casi por encima de su hombro. Algunas costumbres eran difíciles de dejar atrás. Estaba más que claro que ella se sentía incómoda. El calor le molestaba porque comenzaba a transpirar, el olor a pescado asado había dejado de hacer gruñir su estómago para ahora solo revolverlo con incómodos retorcijones. La sencillez y los colores vivos del pueblo despertaban cierto interés, pero esa chispa desaparecía pronto cuando recordaba que no tenía suficiente para poder quedarse en algún lugar que ella misma considerara decente.

          —¡Señorita VanderWaal! —alertó a la que había sido su compañera de cuarto las últimas semanas.

          —¿Qué sucede? —preguntó caminando de vuelta hacia la francesa.

          —¿Usted conoce algún lugar donde nos podamos quedar? —Tragó saliva, tratando de ocultar una mueca de desagrado —. Y... ¿que sea bueno?

          A Nya le sorprendió la notoria inseguridad materializada en la postura corporal de la mujer. Le impresionaba porque días atrás creyó que nunca dejaría ver ese lado vulnerable enfrente de ella, sin embargo, decidió no pensar mucho en eso y trató de sonreírle, buscando una manera de relajarla.

          —Normalmente cuando más nos alejamos de las calles principales, los precios también empiezan a bajar —contó retomando su andar, pero esta vez se aseguró en ir a la misma velocidad que su amiga —. Quizá encontremos alguna familia o persona que quiera alquilar alguna habitación o... choza —susurró con un pequeño tinte de gracia.

          La expresión de espanto no tardó en crispar los rasgos de la Srta. Beauson.

          —¿Y quién sería tan amable de darle posada a dos desconocidas europeas, jóvenes y sin acompañante, y sin dinero para pagar más de tres noches?

          —Le sorprendería llegar a darse cuenta que la amabilidad se puede encontrar hasta en los lugares más insospechados.

          —La propia experiencia me ha señalado que en realidad eso no existe en todas partes —murmuró malcontenta.

          La escocesa decidió no hacer comentario en referencia a lo que la francesa había dicho al final. Ella misma, incluso más que nadie, sabía lo crueles que podían llegar a ser las personas, sobre todo con desconocidos y aún más cuando el miedo hacía parte del juego. No era algo que tuviera la costumbre de expresar en voz alta, pues tenía entendido que sus experiencias no se podían comparar con la de Isabel. Después de todo, cualquier persona no era tachada de fenómeno o demonio, justo como le había tocado a Nya incontables veces en distintos lugares.

          Antes no sabía ni lograba controlarse. Se esforzaba mucho en suprimir esa maldición que corría por sus venas para así poder vivir una vida lo más humana posible, no obstante, la mayoría de veces no salía bien. Entre más trataba de ejercer presión para ocultar esa fuerza que sentía, más riesgo corría y más devastador era el resultado. Al final tuvo que entender a la mala que debía hacer una tregua con su desgracia. Al menos hasta que se pudiera deshacer de ella de una buena vez.

          Había escuchado varios rumores sobre Tasmennul. El que más le interesaba era sobre ciertas personas que tenían conocimientos sobre las artes oscuras. Sin embargo, aquello era solo un secreto a voces que nadie podía corroborar. Tampoco era como si Nya pudiera ir preguntando alrededor sin levantar sospechas, pero tenía que aceptar que estaba ansiosa por descubrir si eso sería real o no.

          Si esas misteriosas personas terminaban siendo la clave para salvarla, no dudaría en pedirles ayuda. Darles todo lo que tuviera para dar o sacrificar. Lo único que ella deseaba era dejar de ser una abominación para los demás y para sí misma.

          Mientras las dos jóvenes continuaban alejándose cada vez más del puerto y la cosa, la vegetación se volvía más abundante. El aire se había tornado un poco más húmedo y el calor más pesado y pegajoso. Las viviendas también eran más humildes y había considerable terreno libre una entre la otra.

          —Y que... ¿vamos a caminar hasta llegar al otro extremo de la isla? —se quejó la Srta. Beauson, deteniéndose abruptamente para soltar con brusquedad su maleta. El sonido sordo del golpe hizo detener también los pasos de la pecosa.

          —En realidad no sé dónde podríamos preguntar —confesó agachando la mirada hacia sus zapatos desgastados. Podía sentir la arena que se había colado al interior.

          La francesa la observó con una ceja alzada y terminó por cruzarse de brazos. Con sus ojos mieles recorrió el entorno. En lo único que podía pensar era que necesitaba alejarse pronto del sol, tomar un buen baño y dormir en una buena cama. Ya no soportaba seguir de pie, cargando una maleta tan pesada bajo un calor tan exasperante.

          —Oh, mira allá. —Se descruzó de brazos para señalar el lugar con su mano derecha.

          La casa era considerablemente grande, de hecho, parecía ser una posada. Las puertas principales estaban abiertas de par en par, con gente saliendo y entrando al sitio. Sus alrededores cercanos estaban cuidados, con arbustos y flores exóticas que, con sus extravagantes colores, llamaban la atención de inmediato. Las paredes estaban pintadas a la perfección, no había nada que desentonara en la construcción. Cada ladrillo y columna en madera estaba en su lugar. Las ventanas y las rejas de las mismas estaban construidas en bolillos de madera, en aras de evitar la corrosión del metal por la salinidad del ambiente marino. A su vez, los balcones que lograban apreciar, también estaban totalmente en balaustres de madera.

          —¿Cuánto cree que puedan cobrarnos? —inquirió con inseguridad.

          —Creo que es una buena alternativa preguntar, Srta. VanderWaal. Quizá también no logren dar empleo. Es notorio que necesitan mucha ayuda para mantener el lugar así de cuidado —opinó ladeando la cabeza para limpiarse el sudor de la frente —. Me recuerda a unas vacaciones en España.

          Apenas terminó de hablar, prosiguió a organizarse el cabello. Se lo apartó del rostro y trató de peinarlo, ya que gracias a la humedad, este se había esponjado y la francesa se veía bastante consciente de ello al respecto. Nya solo se dedicó a observar con curiosidad. Contempló la manera en que la contraria ordenó su ropa y se encargó de verse más que presentable. Se preguntó por un segundo si ella debía hacer lo mismo. Muy pocas veces se había concentrado en su apariencia, pues debía poner su atención en otras cosas, pero estando al lado de Isabel, sentía que al menos de había hacer el intento.

          Con timidez acompañando cada movimiento de su parte, alzó el brazo que no cargaba sus pocas pertenencias y se limpió también el sudor de la frente. Se pasó los dedos por las hebras de su cabello oscuro, encargándose de poner mechones rebeldes detrás de sus orejas. De seguro la trenza que se había hecho esa mañana estaba enredada. Alisó las arrugas de su falda y enderezó la blusa que llevaba puesta. Era claro que jamás se vería como la francesa, pero lo había intentado al fin y al cabo.

          —¿Está lista? —preguntó la Srta. Beauson y Nya sólo se limitó a asentir con la cabeza a modo de contestación.

          La castaña se encargó de devolverle el gesto con mayor seguridad antes de que ambas comenzaran a caminar hacia la posada.

          De forma casi inconsciente, la pecosa se fue quedando atrás, buscando tal vez una especie de protección por parte de la francesa. La inseguridad, sus temores y malas experiencias vividas empezaron a trepar por su espalda. La alegría que en un principio se había instalado en su pecho, había menguado considerablemente. Estaba dejando de sentirse cómoda a medida que se acercaban a la gran casa de aspecto colonial. No obstante, se obligó a poner un pie delante del otro para llegar al sitio.

          Parecía ser que su sexto sentido quería empezar a molestarla en el momento menos indicado.

          Se encargó de agarrar sus pertenencias con mayor firmeza y decidió dedicarse a sólo mirar los zapatos de la mujer que se desplazaba delante de ella. Necesitaba tomar aire y prepararse en su interior antes de siquiera poder alzar la cabeza. Tenía que lucir lo más normal que le fuera posible. Como a las personas les gustaba que las saludaran mirándolas a la cara, mantener sus nervios en control era un necesario comienzo o sus ojos no tardarían en brillar.

          Subieron los pocos escalones que daban a la entrada que parecía ser la principal, e ingresaron al espacio. Atravesaron el zaguán sin ningún problema, apenas encontrándose con un trío de personas que salían del lugar. Luego de eso estuvieron pasando por lo que era el vestíbulo, desde donde tuvieron la oportunidad de apreciar un patio interno con una llamativa fuente de piedra en todo su centro. Había mesas alrededor y algunas de las mismas estaban ocupadas por algunas personas.

          El lugar era bastante amplio, más de lo que alguna de las dos esperó. La longitud de la posada todavía era desconocida para ambas mujeres, detalle que las sorprendió de forma positiva. Todo era tan colorido, tan lleno de vida, plantas, flores, cuadros, que Nya en verdad dudó de que pudiera permanecer siquiera una noche en tal paraíso.

          El sonido de sus pasos fue tragado por el suelo, que era también en ladrillo, más el cómodo ruido cotidiano que llenaba la posada. Por lo tanto, nadie se fijó en su presencia, algo con lo que la escocesa estuvo muy cómoda al respecto. Al mirar a su derecha, se dio cuenta que estaban las escaleras en dirección a la segunda planta, mientras que a su izquierda pudieron ver la recepción.

          Una mujer de piel pálida, ojos azules grandes, de cabello negro a la altura de los hombros, era la que estaba atendiendo a una pareja de ancianos. Portaba una sonrisa bastante acogedora y se notaba con facilidad lo bien que se le daba atender a las personas. Su acomodadiza personalidad terminó de darle un impulso a Isabel, quien portando una sonrisa deslumbrante, caminó hasta posicionarse detrás de los clientes que eran atendidos.

          Cuando la francesa se dio cuenta que estaba haciendo fila sola, giró la cabeza hacia atrás para mirar a Nya. Apenas sus ojos se cruzaron, le hizo gestos con el rostro para indicarle que se hiciera a un lado de ella.

          La pecosa se apresuró para tomar su lugar al tiempo que siguió detallando su entorno con renovado encanto. Quería sentirse familiar con el lugar, incluso cuando sabía que no era seguro que se quedaría ahí. Sabía que tenía la mirada de la Srta. Beauson sobre su perfil, pero se tomó la libertad de hacerse la distraída mientras esperaban.

          —Buenos días, señoritas. ¿En qué les puedo colaborar? —saludó la mujer en la recepción.

          La suave voz de la señora le sorprendió a Nya, la cual volvió sus ojos hacia el frente para encontrarse con esos grandes ojos azules observándola de vuelta. Aquello le incomodó en un principio hasta que la pelinegra le sonrió con ternura. Pasó su peso corporal de un pie al otro, queriendo reprimir las ganas de alejarse. No le gustaba que la miraran tanto. Se ponía demasiado nerviosa y temía que sus ojos cambiaran de color por perder el control.

          Isabel se tomó el papel de hablar sobre la situación de las dos, a lo que la escocesa solo se dedicó a escuchar y poner atención a la interacción de las dos féminas.

          —Aquí están las llaves de su habitación. —Esas fueron las primeras palabras que la escocesa volvió a escuchar, después de haberse perdido quizás más de la conversación, sumida en sus pensamientos y con la mirada perdida.

          —Muchísimas gracias, Sra. Harte —contestó la francesa, tomando dichas llaves en sus delicadas manos. Luego miró a Nya.

          —Gracias, señora. —Asintió con una media sonrisa forzada.

          —No se preocupen. —Le restó importancia con un gesto de manos —. Srta. VanderWaal —la llamó —, ¿me podría acompañar entonces para mostrarle la labor que desempeñaría?

          En ese instante, Nya llevó sus orbes hacia los de la Srta. Beauson para buscar ayuda, pero solo se encontró con la expresión alentadora de la francesa. Antes de que pudiera intercambiar alguna palabra, un hombre de piel bronceada se acercó para tomar sus pertenencias.

          —Esmour Dunham —se presentó sonriente, llevando la maleta de Isabel en una mano y el bolso de Nya en la otra —. Será un placer trabajar con ustedes.

          —El placer es todo nuestro, Sr. Dunham —se adelantó la francesa y Nya solo pudo parpadear nerviosa.

          —Él es mi sobrino —intervino la Sra. Harte, rodeando la recepción para posarse a un lado de la escocesa —. Muéstrale la habitación a la Srta. Beauson, mientras le enseño la primera planta a la Srta. VanderWaal —anunció, a lo que los demás presentes asintieron.

          —Después de usted.

          —Gracias. —Asintió Isabel para luego mandarle una mirada de reojo a Nya, la cual fue correspondida por una casi alarmada, pero la pasó por alto y se dirigió a las escaleras.

          La isleña le volvió a sonreír y le indicó que la siguiera. Juntas emprendieron camino a través de la posada.

          Se desplazaron a través del pasillo que rodeaba el patio interno, de modo que el mismo quedó a su derecha, mientras que algunas puertas quedaron a su izquierda. La Sr.a Harte le explicó lo básico del lugar, sus espacios, para qué eran y cómo los atendían. Le enseñó las habitaciones de esa planta —las que estaban desocupadas—, le mostró el comedor, la cocina y la bodega, hasta que las dos estuvieron a la salida trasera.

          —La Srta. Beauson me comentó que usted tenía más experiencias con un trabajo al aire libre y que detestaba la cocina —comentó con gracia, sonriendo divertida —. La verdad no me esperaba eso de una joven europea.

          —Vengo del campo, señora.

          —Dime Beatrix, querida —permitió la mujer —. Tiene suerte que nosotros normalmente trabajamos mucho de la mano con la naturaleza. La mayoría de la mercancía que tenemos para vender proviene de nuestra isla.

          La pelinegra se adelantó para abrir las puertas dobles de madera y salió con Nya pisándole los talones.

          El paisaje que le dio la bienvenida a la pecosa le quitó el aliento. Detrás de la gran casa se extendían numerosos campos, demostrando el provecho que Beatrix le daba a la planicie y riqueza de la tierra. Más cercano a la posada estaba un pequeño jardín de flores trepadoras que decoraban los muros, junto a arbustos bien cuidados que rodeaban el perímetro del lugar.

          —Este lugar es hermoso —halagó sin ser capaz de quitar su vista del frente —. En verdad no sé cómo le vamos a pagar, señora...

          —No se preocupe —le interrumpió con calma —. Su amiga me comentó que también estaban buscando empleo. Pienso que el acuerdo al que se ha llegado es una buena forma para que ambas partes se beneficien. Un techo sobre su cabeza y comida en su mesa a cambio del trabajo que harán por mí.

          —Me parece justo —concordó.

          —¿Qué le parece del trabajo en los campos?

          —Que es la mejor oportunidad que me podrían haber dado. Muchas gracias, en verdad, Sra. Harte.

          —Beatrix —le recordó con tono cantarín —. Podré empezar a ser su patrona, pero nos gusta la familiaridad. Bienvenida.

          Nya sonrió agradecida una vez más, para luego volver su vista hacia el extenso y hermoso paisaje que se extendía ante su impresionada mirada. Más allá estaban las montañas pintadas de aquel color verde tan vivo como el que la rodeaba. El aire era cálido y el sol resultaba amistoso sobre su piel clara.

          Si ese era su nuevo comienzo, en definitiva fue el mejor que pudo haber encontrado. Aunque todavía estaba sorprendida por la casi irreal amabilidad con la que fue recibida en un lugar desconocido, no quería detenerse a pensar qué tanto duraría o no. Siempre tuvo el temor de no lograr lo que necesitaba y ahora estaba encontrando el camino.

          Estando ahí, su pasado no parecía ser tan importante como se había acostumbrado a creer. Tampoco importaba que su padre la hubiese abandonado todos esos años atrás. Ella había hallado su nueva oportunidad. Con el tiempo conocería mejor la isla y quizás encontraría a las personas indicadas que le pudieran ayudar con su problema.

          Era maravilloso creer que nada más podría salir mal.






Todo va a malir sal.

a-andromeda

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