Capítulo Doce
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EL HÁBITO DE HUIR
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Cuando escuchó la respuesta de Tina, una parte de ella se relajó lo suficiente como para aceptar que no se había ido tan lejos. Las distancias que llegaba a recorrer en un período de tiempo relativamente corto, cuando se dejaba llevar por su maldición, eran mucho más grandes.
Amennor era la isla más cercana a Tasmennul y también la más pequeña entre las tres Islas Blancas. La más grande y alejada era a su vez la menos habitada. Merecentum. Sin embargo, Nya no quería saber nada más de otras islas en esos momentos, pues lo único que anhelaba era regresar a la que ya conocía y pretender una vez más que todo en su vida estaba en orden. Pero en el fondo sabía que aquello ya no era posible. Ni siquiera podía decir que quería regresar a un hogar que ni existía.
Ahora, las dos desconocidas que la habían rescatado en medio de la selva, la tenían acogida y abrigada bajo el techo de una agradable casita hogareña. Supo que eran hermanas y que en realidad vivían en Nueva York. La mayor, Tina, se encontraba en la isla zafiro por cuestiones de trabajo y se mostró reacia a compartir cualquier otro dato de índole personal con la escocesa.
Queenie era distinta. Era increíblemente amable, vistiendo con hermosos colores claros, duela de una voz suave y, a comparación de su hermana, cuyo cabello y manera de vestir contrastaban bastante, se mostraba dispuesta de dejarse conocer. Era una mujer encantadora y Nya podría jurar que habían veces en las que creía que le podía leer la mente, puesto que siempre acertaba en varias cosas antes de que pudiera siquiera expresarlas en palabras.
No obstante, a pesar de la hospitalidad de ambas mujeres, eso no evitó que una alarma se encendiera en su interior. Beatrix y Esmour también habían sido muy generosos con ella. Confiar de nuevo en personas que no conocía era el primer error que debía evitar a toda costa, incluso cuando su sensación hacia Queenie y Tina difería con aquellos que conoció en Tasmennul.
—Aquí tienes, linda —dijo la rubia de imborrable sonrisa al depositar sobre la mesa un plato con pescado frito y papa—. Espero que te guste.
—Gracias —susurró con una media sonrisa, preguntándose si habrán sabido que esa comida era su preferida.
La pecosa no sabía cuánta hambre tenía hasta que tuvo el plato ante ella. No quería ni imaginarse cuánto tiempo había transcurrido en su forma animal antes de caer en Amennor. En esos momentos ya poco le importaba. Procedió entonces a comer.
—¿Sabes o recuerdas cómo llegaste a esta isla? —preguntó Tina de repente, desde la puerta que daba a la pequeña cocina.
—Tina —siseó Queenie con el ceño fruncido en desaprobación.
La nombrada hizo una mueca con los labios y esperó con paciencia la respuesta de Nya, pero la interrogada no tenía ganas de contestar algo sobre eso. Lo más seguro es que llegasen a la conclusión de que estaba loca. La respuesta que la pelinegra buscaba no era una que la escocesa pudiera brindarle, porque simplemente no recordaba el cómo ni el cuándo. Solo tenía presente un peso en su pecho, estremecedor y asfixiante cuya razón de existir no comprendía pero que, sin importar nada, sabía que había una razón.
Con el paso de los años había logrado controlar la transformación, aunque siempre llegaba un momento en el que no podía soportarlo más y su única opción era rendirse ante un llamado que despreciaba. Plumas turquesas se apropiaban de su anatomía, reemplazando piel y pelos por igual, desapareciendo su figura humana en la de un...
No, por supuesto que no podía contestar esa pregunta ni ninguna otra. No conocía la respuesta, tampoco quería saberla.
—Mi hermana dice que vio caer una especie de ave en medio de la vegetación y salió a buscarla —presionó Tina al ver que Nya se quedó en silencio y continuó comiendo—. Cuando llegamos al lugar solo te encontramos a ti. No un ave. creo que lo mínimo sería que nos dijeras quién eres.
—Mi nombre es Nya VanderWaal —contestó al cabo de unos segundos, temerosa de que su silencio terminase con ella en la intemperie y sola otra vez—. Soy de Escocia.
—Sí, tu acento tan marcado lo dice todo —comentó la rubia con una tierna sonrisa. Quería volver a hacer sentir cómoda a la pecosa y esta lo pudo notar de inmediato.
Queenie entendía de cierta manera que su hermana mayor estuviera tan preocupada por esta nueva y rara situación, pero ella, al poder escuchar con tanta claridad los pensamientos de las demás personas que la rodean, no encontraba razón para preocuparse por aquella tímida escocesa. A comparación de Tina, que muchas veces su trabajo la llevaba a ser demasiado precavida con desconocidos, ella era mucho más suave al respecto.
Claramente deseaba saber bien quién o qué era Nya, pero tampoco estaba en lugar de tener el derecho de presionarla por respuesta que ya sospechaba, no existían. Encontraba, en medio de los pensamientos de la castaña oscura, una notable laguna negra entre los recuerdos distorsionados. O al menos eso era lo que lograba entender. La cabeza de Nya parecía ser una tempestad infinita de palabras cruzadas que no le dejaban leer todo con la usual claridad. No había orden, mucho menos armonía.
Si bien no encontraba nada que la alertara, nada que le hiciera creer que debía preocuparse y dejar a la escocesa a su suerte, su curiosidad iba más allá que cualquier cosa. Incluso así, estaba dispuesta a respetar las decisiones de la invitada. Porque lo era. ¡Le había servido su comida favorita!
—¿Y cómo, Nya VanderWaal, terminaste en medio del bosque sin ninguna prenda de vestir?
—¡Es suficiente! —declaró Queen levantándose de su sitio en la mesa. Se acercó a su hermana y la obligó retroceder para ingresar juntas a la cocina—. ¿Acaso nuestros padres no te enseñaron modales? ¡Qué vergüenza, Tina!
—Queenie, no podemos dejar que una desconocida, totalmente extraña —recalcó—, duerma bajo nuestro mismo techo.
Nya dejó los cubiertos a un lado, perdiendo el apetito de repente. Ya daba igual si las escuchaba o no, ya que ninguna de las Goldstein se preocupó por bajar su tono de voz esta vez.
—Es claro que necesita un lugar donde quedarse.
—¡No sabemos nada de ella! —vociferó la mayor—. No podemos estar seguras si es una bruja, no-maj o peor, ¡cazadora o traficante!
—¿Acaso está insinuando que ella..? Dijiste que no tenías ninguna pista sobre eso en esta isla.
Ya no podía estar tan segura si las hermanas sabían que las escuchaba a la perfección, pero apenas Tina la describió con tales palabras, sobre todo con la que más odiaba y había sido tachada toda su vida, un creciente pánico se apoderó de ella. Corrió la silla para alejarse del comedor, ayudándose con las manos apoyadas sobre la madera y cerró los ojos con un gimoteó lastimero. Tenía que irse de ahí.
Ya no tenía encima de ella la manta azul que la rubia le había dado en el bosque, ahora tenía puesta ropa, claramente prestada. Podría salir de allí sin problema alguno y esperar que no extrañaran mucho esas prendas que le convidaron. Tragó saliva e ignoró las náuseas, producto del miedo arraigado en sus entrañas, tan familiar y devastador.
No podía esperar más tiempo. Estaba sola y de seguro las hermanas la entregarán a las personas del pueblo, solo para que la trataran como una despreciable bruja. La quemarían, ahogarían, colgarían, quizás todo a la vez. Ya ni podía intentar regresar a Tasmennul, no era sensato considerarlo siquiera.
Aquel pensamiento le hirió, porque el hecho de no regresar a la isla esmeralda significaba no volver a ver a Isabel. Jamás podría reencontrarse con la única persona del planeta tierra que nunca la juzgó ni le exigió nada a cambio, más que confianza y amistad. Por un momento se preguntó si la francesa la extrañaría o estaría molesta por su repentina desaparición.
La duda no permaneció mucho tiempo en su mente. Si su propio padre había sido lo suficientemente capaz de abandonarla y dejarla a su suerte cuando apenas era una niña, cualquier otra persona que también lo haría. Su destino era huir y empezar de nuevo, con la doliente esperanza de que cada comienzo sería el último.
Con más decisión que antes se encaminó hacia la puerta, pero antes que ella pudiera siquiera agarrar la manija, ésta giró de repente y la puerta se abrió. Retrocedió de golpe. Un hombre un poco más alto que ella, con cabellera rizada y castaña rojiza, tímidos ojos azules moteados con verde y un rostro bañado en pecas, ingresó a la casa de las Goldstein. En una de sus manos cargaba una característica maleta café.
Nya podía jurar que ya lo había visto antes. Dio más pasos hacia atrás sin ser capaz de quitarle los ojos de encima al hombre, ni siquiera cuándo él correspondió su mirada. Mientras los orbes claros expresaron sorpresa, los oscuros de la escocesa enseñaban confusión.
No pasaron muchos segundos en completo silencio cuando ella lo reconoció.
—¿Señor Scamander?
Él se removió en su lugar con notable incomodidad, todavía bajo la atenta mirada de la bonita mujer de piel pálida. No sabía cómo reaccionar. Nunca esperó que llegaría a volver a verla, mucho menos en el hogar temporal de sus amigas. A pesar de que Newt tenía claro que no iba a poder olvidarla, sobre todo por la situación tan inesperada y memorable bajo la cual se conocieron en aquella tienda de Tasmennul, no podía ignorar un hecho muy inquietante. El efecto del hechizo debía ser para siempre. Ella no debería recordarlo.
Lo reconoció en la posada y ahora lo reconocía en esa casa. ¿Qué hacía ella en Amennor?
El pecoso se arregló un poco el cuello de la chaqueta azul índigo que llevaba puesta y como acto de reflejo, agachó la cabeza para desviar sus ojos. No sabía qué decir, más que querer preguntar por su nombre.
—¡Newt! —Queenie salió de la cocina con una gran sonrisa—. Así que ya se habían conocido antes —agregó con cierta picardía.
—¿Cómo puedes saber eso? —preguntó Nya. ¿Podría haber algo que la rubia no supiera?
—Oh, te escuche llamarlo por su apellido —dijo con rapidez y haciendo un gesto con las manos para restarle importancia—. Newt es un gran amigo nuestro y vino a acompañarnos unos días.
—¿Acaso no saben de lo que él es capaz de hacer? ¡Tiene animales en esa maleta! —Señaló alarmada el objeto—. Quién sabe qué más tiene ahí dentro.
—Ni te imaginas —corroboró Tina llegando también, cruzada de brazos.
Nya estaba demasiado confundida con la situación. ¿Por qué nadie más que ella parecía estar preocupada por lo que Newt podía hacer? Tanto Tina como Queenie se mostraban tranquilas con sus palabras, aunque el acusado tenía la decencia de mostrarse apenado, solo que ella no pudo definir bien si era porque en verdad tenía un animal ahí dentro y más, o por su reacción.
Tenía que ser él. Recordar la razón principal por la cual tomó la abrupta decisión de dejar Europa atrás para llegar a agua americanas, era encontrar a alguien con las posibles habilidades de salvarla. Nadie nunca antes había apuntado hacia ella con un palito de madera y recitó una palabra rara que le hizo olvidar momentáneamente quién era él o dónde se encontraba ella. Tenía que convencerlo de ayudarla y no dejar que Tina escuchase, puesto que la hermana mayor de Queenie ya sospechaba que era una bruja.
No tenía que pararse a pensar otro segundo más qué era lo que hacían con las mujeres acusada de magia y hechicería. Se lo llevaba repitiendo toda su vida.
—Necesito su palito de madera, señor Scamander –declaró de un segundo a otro, sorprendiendo a todos y atrayendo todas las miradas a ella.
—¿Disuclpe? —balbuceó Newt. aquel nombre no estaba ni cerca de poder describir una verdadera varita mágica.
Un momento, ¿por qué ella querría su varita mágica? Siempre estuvo seguro que no podía clasificarla como una muggle, pues la sangre carente de magia no tenía propiedades extraordinarias, aunque no lograba descubrir bien ni comprender lo que era la castaña oscura.
Queenie, quien hasta ese momento había decidido permanecer callada, estuvo atenta a todos los pensamientos de Nya. No había pensado husmear mucho más cuando la imagen de un ave sobresalió y se hizo nítida para ella.
—¡Eras tú! —exclamó de repente y se acercó a la escocesa hasta quedar delante de ella y observar los ojos ajenos—. Tú eras lo que vi caer en el bosque. ¿Acaso eres un maledictus?
a-andromeda
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