Capítulo Diez
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SIN RESPUESTAS,
CON DETERMINACIÓN
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Un fuerte suspiro brotó de los labios de la joven mujer de cabellos chocolate. Acababa de dejar unas pesadas bolsas sobre el piso de su habitación, luego de haber cerrado la puerta detrás de sí al ingresar. Después de eso se dirigió hacia su cama y se dejó caer sentada sobre el colchón. A los pocos segundos decidió acostarse y se tapó los ojos con ayuda de su antebrazo izquierdo, tomándose un corto descanso de la brillante luz del sol, proviniendo de un cielo que parecía estar siempre despejado en esa tonta isla.
Ya habían pasado dos semanas desde la última vez que vio a Nya. Dos semanas desde que Esmour Dunham la despertó una madrugada para darle la primera y única noticia de lo que ha pasado hasta el día actual. Catorce días en soledad al interior de ese cuarto, que solo ayudó a que Isabel se diese cuenta de lo mucho que le importaba la escocesa.
A pesar de que alguien más podría pensar que en realidad no ha pasado tanto tiempo, para ella se sentía una eternidad. Hasta ese año, nunca había tenido el placer de contar con una amiga cercana y verdadera, de poder quererla y apreciarla, sobre todo aprender a conocerla y aceptarla. Si bien todavía faltaba mucho por descubrir de la escocesa, puesto que cada persona era un universo distinto, no le faltó nunca conexión ni sentirse identificada con ella.
Ambas jóvenes habían huido de Europa hacia América, en busca de una mejor vida, de mejores decisiones. No obstante, la desaparición de alguna de las dos nunca estuvo en el plan. Isabel jamás creyó lo mucho que le preocuparía la inesperada ausencia de Nya, incluso cuando sabía que no podía culpar a nadie. Ni siquiera al sobrino de Beatrix Harte.
Tasmennul era un lugar desconocido para ella, había llegado allí en compañía de la pecosa. Convivieron juntas en un barco y estaban creando juntas una vida ahí. Su ausencia demandaba ser recordada, porque la francesa no tenía a nadie más; había dejado su familia, su apellido, una vida llena de comodidades e infelicidad. Había buscado algo propio y nuevo y Nya VanderWaal estuvo a su lado en el proceso. Su desaparición parecía determinar que le habían quitado algo a Isabel.
Le habían quitado a alguien que se atrevía a considerar como su única familia.
Las autoridades de la isla ya habían sido alertadas y las investigaciones y búsquedas habían iniciado. Las fiestas y celebraciones de aquella fatídica noche hacían del proceso uno muy lento, carente de pistas lo suficientemente buenas como para no terminar en un callejón sin salida y sin respuestas. Tasmennul era el nombre de la isla, no solo del pueblo, así que los policías tenían que cubrir demasiado terreno, por lo que resultaba obvio que el tiempo no sería corto.
La situación era confusa y algo desesperante, pero Isabel no pensaba darse por vencida.
Con renovada fortaleza se levantó de la cama, se cambió de ropa y se alistó para su jornada laboral en Naturalis. Aunque se sentía estancada en aquella madrugada, se forzó a recordarse a sí misma que el mundo jamás se detendría. Encontró un mínimo consuelo de saber que no estaría más sola, pues en el local estaría Nagini que, de cierto modo, le recordaba un poco a Nya. Era menos tímida y quizás un poco menos rara.
Salió de la habitación, cerró con llave y se dirigió a las escaleras. Saludó a una pareja que iba de subida y esquivó a unos niños que corrían detrás de sus padres. Al llegar al vestíbulo, se giró en dirección de la salida, empero antes de dar un paso fuera de la posada, alguien la detuvo.
La francesa decoró su rostro con una cordial sonrisa que llevaba años practicando.
—Buenos días, Beatrix.
—Oh, Isabel, justo iba a buscarte —contestó la pelinegra y le indicó que caminara con ella hacia la recepción—. Hoy no irás a la tienda. Debido a que Nya no se encuentra, creo que sería de gran ayuda que ocuparas su lugar en los cultivos. Nada va a crecer si no se siembra ni riega —avisó posicionándose al otro lado del mueble.
Isabel contuvo la respiración por un momento y su cuerpo se tensó ante lo escuchado. Hasta creyó sentir que el músculo de su ceja comenzó a saltar repetidas veces, un tic que no había extrañado en absoluto. Tuvo que hacer fuerza en su interior para ocultar la mueca de desagrado. Detestaba todo lo que tuviera que ver con ensuciarse las manos o sudar más de lo necesario bajo el tremendo sol del mediodía. También tuvo que aguantar las palabras que estuvieron a punto de explotar de su boca.
Allí no era Isabel Beauson, el nombre de su familia no tenía valor ni significado en las islas blancas. Así que, sin decir palabra alguna, asintió y siguió a la mujer mayor hasta la parte trasera de la posada, donde atendió las instrucciones dadas lo mejor que pudo. Le entregaron una canasta tejida con mimbre, llena de pequeños sacos de lino que parecían contener las semillas. Trató de memorizar cuales eran cuales y se preguntó si sería terrible plantar tomates en la zona de berenjenas.
Miró a su jefa de reojo, asintiendo de manera automática cada vez que la pelinegra parecía esperar una especie de confirmación de su parte. Teneía que ser sincera consigo misma y es que Beatrix estaba teniendo mucha paciencia y fe en ella. A pesar de no haber causado ningún problema desde que llegó, su desempeño era regular por lo general. Y no se culpaba para nada.
Isabel nunca había sabido cómo lucía una cocina hasta que llegó ahí, jamás había lavado un plato o siquiera hervido agua, mucho menos plantar verduras. Ahora prácticamente chocaba de lleno con una realidad en la que casi podía sentir que se partía la espalda por necesidad de subsistir. Las preocupaciones se volvieron reales, el miedo a perder lo poco que se tenía había despertado. Por mucho tiempo le convencieron de que nunca sobreviviría fuera de la casa de sus padres o de su futuro marido, pero ahí estaba, haciendo lo mejor que podía.
Se concentró en su labor luego de que Beatrix se retiró y pronto terminó, con gran ayuda de sus compañeros de trabajo, cuyas explicaciones fueron mucho más sencillas de digerir. Su ropa estaba sucia y sudada, la tela se le pegaba a la piel y claramente se había manchado con tierra. Se puso de pie y se sacudió lo que mejor pudo y después se dirigió de vuelta a la posada.
Al ingresar cerró los ojos, agradecida de ya no tener el sol azotando su agotado cuerpo. Pasó por la cocina para dejar la canasta en el lugar correspondiente y se afanó en cruzar el patio interno en dirección a las escaleras. Temía que la tía del señor Dunham la atrapara y le pidiera hacer algo más, pues quería bañarse pronto y partir a la estación de policía y recibir nuevas noticias con respecto al caso de Nya. No obstante, poco antes de que subiera siquiera el primer escalón, alcanzó a divisar a Esmour.
Se detuvo de golpe y notó que el hombre estaba sonriente y de muy buen humor. Una chispa de esperanza se incendió en su pecho y no dudó en acercarse a él.
—Señor Dunham —le saludó.
—Señorita Beauson —contestó el castaño, su brillante sonrisa flaqueando por un instante.
—Se le ve contento, ¿hay buenas noticias?
—Hace un día fabuloso y esta noche la casa estará llena, claro que estoy contento —respondió con ligereza, pero al ver la expresión de la fémina, frunció el ceño—. ¿Qué otras noticias esperaba? —inquirió él, luciendo genuinamente extrañado, algo que a su vez confundió a la francesa.
—Creí que serían sobre Nya —aclaró entredientes.
—¡Oh, por supuesto! Entiendo...
—¡Esmour!
Los dos se giraron hacia la fuente de sonido, dándose cuenta que fue Beatrix quien llamó al hombre de ojos azules. La mujer portaba su sonrisa suave de siempre y les hizo señas a los dos para que se acercaran a ella en recepción. Isabel lamentó no haber ido directo a su habitación, tal vez se habría salvado de alguna nueva labor y una decepción.
—No me ha contestado —resaltó la francesa dando un suave toque al hombro masculino en cuanto emprendieron camino hacia la pelinegra.
—No he tenido oportunidad de acercarme a la estación esta semana —contestó con simpleza, encogiéndose de hombros.
—Hein?* Pero usted mismo me aseguró que estaría pendiente para...
—Sí lo sé —le interrumpió, dejando escuchar cierta irritación en su timbre—. He estado muy ocupado.
No pudo decirle nada más, puesto que la dueña de la posada ya estaba lo suficientemente cerca como para escuchar cualquier insulto que tenía muchas ganas de lanzar a Dunham. Sin esperar a que ninguno de los dos contrarios dijese algo, ella no dudó en hablar primero.
—Beatrix.
—¿Qué necesitas, querida?
—Sé que no debería volver a pedirle este favor, pero quisiera pedir el resto de la tarde libre para poder ir a la estación.
Esmour se recostó contra la recepción al tiempo que la mujer mayor la observó con escrutinio. Casi podía escuchar la respuesta negativa con anticipación, aunque de todas formas se atrevió a confiar en que tendría el permiso. Cuando la pelinegra comenzó a asentir con lentitud, su sonrisa fue grande y el alivio lo fue aún más.
—Merci.
No esperó ningún otro comentario, temerosa de que la mujer cambiase de opinión y se giró hacia las escalas. Aunque le molestara ser consciente de ello, Isabel sabía que a muy pocas personas les importaba en verdad la desaparición de Nya. Pensar que quizás ella fuera la única persona que tuviera la escocesa en esos momentos aumentaba su ansiedad e impulso por descubrir qué pasó.
—Quiero que la sigas de cerca —encomendó al tiempo en que la francesa ascendió a la segunda planta.
—¿Crees que ella sepa algo? —inquirió alzando una ceja con renovado interés.
Sin contestarle, sacó el letrero que indicaba su hora de descanso y le hizo una seña hacia la oficina que quedaba justo detrás de ella. Una vez ingresaron, fue directo a su escritorio, abrió el primer cajón y sacó unos papeles, los cuales separó de una carpeta que le entregó al castaño.
—No hay forma de que estemos seguros que Isabel sepa algo, pero necesito que corta pronto con ese entusiasmo de encontrar a Nya.
—Ella en verdad cree que está desaparecida —comentó Esmour, ojeando el contenido de la carpeta, la lista de las compras y el inventario de la tienda en el puerto—. ¿Solo quieres que la siga?
—Por ahora sí —asintió Beatrix—. Sin Nagini necesito a alguien en Naturalis y ella es la indicada, porque sabe desenvolverse bien con las personas. —Señaló los papeles que Esmour sostenía—. Todavía no sé quién está comprando las raíces.
—Fueron de margarita, ¿verdad? —Cuando distinguió la firma de Nya, frunció el ceño—. Eso es una compra.
—Así es. Nya no es quien se llevó las raíces, alguien más las compró. Creí que esa era su manera de esconderse.
—Hay alguien más —determinó desagrado luego de cerrar la carpeta de golpe y descartarla sobre el escritorio.
—La viste escapar hacia la montaña, por lo que ella sigue en mi territorio —recordó Beatrix pensativa—. Si hay otro en mi isla, muere o trabaja para mí. Sabes qué hacer, Esmour.
—Bien, estaré pendiente de la francesita con Thomas y Erik. —Hizo un gesto de despedida y se volvió hacia la puerta, pero Beatrix lo detuvo llamándolo de regreso.
—No puedo permitir que Isabel siga buscando a Nya. Si ella encuentra alguna pista, asegúrate de distorsionarla; mejor aún, haz que deje de buscarla.
Esmour asintió una vez más. El rostro despreocupado y sonriente, típico en él había desaparecido y reemplazado por el de un cazador depredador. No iba a decepcionar a Beatrix, ella jamás lo había hecho, por lo que no se podía permitir ningún error.
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Las calles estaban un poco más tranquilas después de las fiestas. Ya no se veían tantos turistas como hacía una semana, días en los que era difícil caminar por las pintorescas calles del centro. Ella no tuvo oportunidad de disfrutar de las celebraciones, no cuando su amiga había desaparecido la primera noche, por lo que no permitió que los atrayentes colores de las casas y tiendas, el olor de la gastronomía ni los saludos amistosos de locales que ya iban conociendo su rostro y su presencia constante entre ellos la distrajeran.
Pronto llegó a la estación e ingresó con rapidez, siguiendo el recorrido de siempre hacia el detective Wysman. Saludó a la recepcionista que ya ni siquiera le pidió sus datos y en cuanto tuvo la puerta de madera oscura enfrente suyo, o dudo en tocar. Cuando no recibió respuesta pronta, insistió hasta escuchar la aprobación del hombre al otro lado.
—¿En qué le puedo ayudar? —preguntó sin alzar la vista de los papeles que parecía estar leyendo. Tenía cabellos cortos y rojizos, bigote cuidado y piel manchada con pecas. La corbata roja sobresaltaba con su traje azul oscuro.
—Buenas tardes, detective Wysman —saludó Isabel con suavidad. No se sentó en la silla vacante que había a un lado de ella—. Quisiera saber si ha podido averiguar algo nuevo con respecto al caso de Nya VanderWaal.
Apenas terminó de hablar, el contrario alzó la cabeza, enseñando un rostro maduro y notoriamente cansado. Las ojeras eran marcadas y las arrugas en su piel se habían acentuado en cuestión de días. La francesa trató de regalarle una pequeña sonrisa en aras de aligerar el aire pesado con el que él estaba cargando, preguntándose porqué no trajo algún pie de manzana de la posada para obsequiarle al pelirrojo. A las personas les gustaba recibir detalles como aquellos de vez en cuando, ¿verdad?
—Señorita Beauson, me habría sorprendido si no la veía hoy. Lamento informarle que la situación sigue igual de fría, sin rastros ni pistas por ninguna parte. —Isabel apoyó las manos sobre el escritorio, esta vez tomando asiento, pues su equilibrio había sido arrebatado con aquellas palabras decepcionantes—. Después de haber llegado a la playa solitaria del otro extremo de la isla, no se encontró nada más.
Tragar saliva resultó más complicado que nada en ese instante. Michael Wysman llevaba tres días repitiendo aquellas palabras, y cada mañana ella se tomaba el atrevimiento de reunir fuerza y esperanza para llegar hasta su oficina y esperar noticias nuevas. Habían encontrado rastro en esa playa, pero ya era la tercera vez que las palabras no cambiaban.
—¿En verdad están seguros de eso? —preguntó con voz queda.
—Siento mucho ser yo quien tenga que decirle esto, pero no hay señales de que hubiera sido secuestrada —comenzó a hablar. Su tono salió parejo y controlado, como si tratara con un animalillo asustado—. Quizás sea momento de considerar un posible suicidio.
—C'est impossible! ¡¿En verdad cree que mi amiga sería capaz de hacer algo así?!
—Yo no la conocí, señorita, esperaba que quizás usted pudiera proveernos de tal información.
Isabel se levantó de golpe, indignada y con ganas de quizás lanzar algo. Determinó entonces que hizo bien en no tener un pie a su alcance, porque en definitiva habría sido desperdiciado en su ataque de desespero. Caminó hacia la ventana y observó la calle a través de las persianas, cruzada de brazos, aunque en realidad parecía más como si se estuviese abrazando a sí misma.
Pensar que su única amiga haber tomado tremenda decisión, de nulle part*, buscando de manera consciente la muerte... estrujaba su corazón.
—Creo que quieren cerrar el caso sin más —dijo apenas pudiendo contener su enojo.
—Se seguirá trabajando en él —aseguró el detective.
Pero la francesa negó con la cabeza, una sonrisa rota y amarga curvando sus labios.
No quería empezar a ser pesimista, sin embargo, comprendió a regañadientes que debían considerar como posibles todas y cada una de las opciones que se les ocurrieran.
༼꧁༺ᴥ༻꧂༽
► Unos golpes fuertes y seguidos interrumpieron su sueño de forma abrupta a medianoche. Con un gruñido molesto y desganado apartó las sábanas de su cuerpo y se levantó, se puso su bata y se dirigió a la puerta para abrirla. Al otro lado se encontraba el sobrino de Beatrix. Sintió que volvía a aquella madrugada cuando él mismo le dio la noticia de que Nya había desaparecido. Al ver la palidez de su tez contrastando con su cabello castaño oscuro y su rostro desfigurado en una mueca terrible, esta vez Isabel no se molestó siquiera en reunir fuerzas para encontrar esperanza.
—¿Qué sucedió?
—Es Nya —contestó él con voz ahogada. El corazón de la francesa pegó un vuelco—. La encontraron en la costa de la playa solitaria.
Parpadeó repetidas veces, dándose cuenta que tenía los ojos encharcados en lágrimas amargas sin aparente razón.
—¿Y...? —No pudo decir más, pero ella sabía que esa no era toda la información que Esmour tenía para ella en estos momentos.
—Lo lamento señorita Beauson, ella... —Tragó saliva y sus ojos se desviaron de los suyos para mirar sus botas embarradas—. Está muerta. Encontraron su cuerpo a orillas, entre las rocas. Creen que saltó del acantilado.
La primera vez que ella conoció a la escocesa, en realidad no creyó que se volverían amigas. Cuando trabaron su amistad, jamás creyó que en algún momento pasaría por algo así. Noticias como aquellas eran de las que nadie deseaba escuchar. Nunca nadie estaría preparado, por más que lo sospechase.
Los siguientes veinte minutos fueron un borrón a su alrededor, pero al ya encontrarse en la playa solitaria, en compañía de Esmour y Beatrix, quien la cubría con una manta y un brazo, acariciando su espalda, tuvo que presenciar lo que tenía que creer y aceptar como verdad. Estaba lleno de policías que vagamente lograba recordar de la estación, incluso el detective Wysman se encontraba ahí. Apenas cruzaron miradas, Isabel se alejó de la pelinegra y se dirigió hacia el pelirrojo. Nadie se cruzó por su camino.
Abrió la boca para hablar, no obstante, cualquier palabra que pudo habérsele ocurrido decir murió con rapidez. La vio. Su rostro estaba tapado por el cabello oscuro, enmarañado. Quizás la peor parte de todo fue reconocer el vestido que le prestó para esa noche de fuegos pirotécnicos, la tela rasgada y apenas soportando una anatomía azul e hinchada.
—Señorita Beauson —dijo el detective, dando un paso hacia ella.
Ya no había más que insistir. Ya no había que buscar. Ya no había nada más que hacer.
Le fue imposible no llorar. Ya no necesitaba creer o ignorar las palabras de Michael Wysman o de Esmour Dunham, solo debía alzar un poco la vista y ver el cadáver de la persona que alguna vez llegó a conocer mejor que su propia familia para saber que era real. Tan real que sabía que duraría para siempre.
—Algo más sucedió —balbuceó con terquedad.
—No creo que sea posible sacar otras conclusiones. Todas las pruebas...
—¿En verdad espera que crea que ella se tiró del acantilado? —preguntó en voz baja, apenas pudiendo controlar el temblor en su tono—. ¡¿Acaso eso es lo que le hace creer a las personas cuando no saben bien qué fue lo que pasó?! —exclamó girándose de golpe hacia el detective, provocando que este diera un paso hacia atrás sorprendido.
—No hay señales de forcejeo ni otra clase de lastimaduras que indiquen que un segundo hubiera estado presente con ella cuando... tomó esa decisión.
Isabel hizo un sonido de desaprobación ante la elección de palabras del hombre. Se limpió el rostro y se cruzó de brazos.
—Esto no sucedió así porque sí. —Estaba empecinada a no dejar que se cerrara la discusión, incluso cuando por el rabillo del ojo notó a Beatrix y Esmour acercándose a ellos—. Si usted no va a hacer nada más, yo misma me aseguraré de unir todas las piezas faltantes.
—¿Y cuáles son esas piezas faltantes? —cuestionó el pelirrojo antes de que la francesa se alejara de él. Había una extraña expresión en su rostro que ella no supo leer bien, más eso no la detuvo de expresar lo que en verdad creía.
—No lo sé —dijo con sinceridad—. Pero eso. —Señaló con la mano derecha, no siendo capaz de volver a ver el cuerpo de Nya—, no fue todo.
Hein?: Eh?
C'est impossible: Es imposible
De nulle part: De la nada
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¡Así es como terminamos la primera parte de esta historia! Espero que les esté gustando hasta ahora. Muchas gracias por el maravilloso apoyo ^^
a-andromeda
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