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Capítulo Diecisiete


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REVELACIONES
Y
ENCRUCIJADAS

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                    Déjame asegurarme de que entendí bien —dijo Nya, paseándose de un lado a otro, incapaz de quedarse quieta—. Tú. —Señaló a Newt—, eres un mago... y yo... ¿un maledictus? —concluyó con una mueca, como si la propia palabra le resultara inquietante.

          —Eso es algo que aún no podemos confirmar con certeza —intentó tranquilizarla Newt por enésima vez. Sabía que toda la información y lo que le había mostrado no era fácil de asimilar—. Pronto lo sabremos. Aunque es lo más probable —añadió, pensativo.

          Nya asintió, esforzándose por comprender y adaptarse a todo lo que estaba viendo y escuchando. Sin embargo, su miedo, sus costumbres y sus experiencias parecían sabotear su intento de aceptación. Jamás había encontrado estabilidad, y ahora, con todo lo nuevo que debía aprender, no estaba segura de si esto realmente podría ser una opción viable. Ni siquiera la idea de que pudieran existir otras personas como ella le daba consuelo.

          La primera vez que llegó a Tasmennul parecía haber sido la mejor decisión que había tomado, pero ahora... todo era tan nuevo que sentía como si hubiera pasado un tiempo interminable. ¿Cuántos días estuvo transformada en ave antes de llegar a Amennor? Los días perdidos en su memoria, casi inexistentes, le hacían dudar de si podría recuperar algún recuerdo, incluso de lo que había sucedido cuando se transformó frente al mago.

          —¿Por qué siempre hablas como si fuéramos a hacer eso juntos? —preguntó Nya, con una mezcla de confusión y temor. Sería mentira decir que no le asustaba la respuesta.

          —Porque es la verdad —respondió Newt lentamente, asintiendo varias veces—. Y porque... eres mi amiga —agregó, aunque en ese momento una extraña confusión lo invadió.

          Sus palabras eran reconfortantes y llenas de bondad. A Nya le parecía absurdo desconfiar de Newt, aún más después de todo lo que él le había demostrado: su paciencia, su disposición para explicarle cada detalle, y cómo había soportado sus ataques de miedo y turbación. Newt Scamander era una persona increíble. Única en un millón.

          —No recuerdo la última vez que alguien me dijo eso —admitió, sintiendo una extraña combinación de vergüenza y sorpresa por haberlo expresado tan libremente ante él—. Aunque considero a Isabel... No puede ser...

          El nombre salió de sus labios de manera inconsciente, casi automática, pero recordar a su amiga francesa fue como recibir un golpe en plena cara. Justo cuando creía que empezaba a entender las cosas, a pesar de seguir sintiéndose perdida, se dio cuenta de que debía sacar a Isabel de la posada. No podía permitir que Esmour Dunham se acercara a ella, y agradeció que su amiga no tuviera ningún vínculo cercano con él. ¿Qué haría Nya si ese hombre le hacía lo mismo que a Nagini, o algo peor? Sus razones no le interesaban; Nya VanderWaal creía con firmeza que había líneas entre lo correcto y lo incorrecto que jamás debían cruzarse.

          Lo que presenció aquella noche de festival en Tasmennul se lo dejó más claro que nunca.

          Nya había estado tan sumida en sus propios problemas y preocupaciones que pasó por alto los de la única persona que, antes del Sr. Scamander, se había acercado a ella con intenciones humanas y amistosas, a pesar de sus personalidades tan distintas. Incluso Beatrix podría ser una de esas personas, ya que había abierto las puertas de su posada a dos europeas con mínima experiencia, ofreciéndoles un lugar para trabajar y vivir.

          Ahora sabía que no podía quedarse de brazos cruzados.

          Aunque aún no tenía claro qué hacer a continuación, regresar a Tasmennul parecía un buen comienzo.

          —¿Qué? —preguntó Newt, acercándose a la escocesa—. ¿Quién es Isabel?

          Nya lo miró directo a los ojos: —Es una amiga, está en Tasmennul, y... ¡Tengo que decirle! —Trató de explicarse, pero sus palabras salieron confusas y él no entendió.

          —N-no, no te comprendo. ¿Qué es lo que le tienes que decir?

          —Ella debe saber que no puede confiar en Esmour Dunham —respondió, de repente llena de ira—. ¡También debo advertir a Beatrix! ¡Su propio sobrino! —exclamó, sorprendida—. Necesito volver a Tasmennul, ¿conoces alguna forma de hacerlo? —dijo, comenzando a caminar hacia la salida.

          —Espera, espera —la detuvo Newt apenas comenzó a dirigirse hacia la puerta que la llevaría a las escaleras de la maleta—. No puedes salir de aquí de esta manera tan abrupta y... mucho menos sola.

          —Jamás te pediría que me acompañaras, Newt —dijo, pronunciando su nombre por primera vez—. No tienes que hacerlo.

          —Claro que no, pero iré contigo —respondió él, doblando las mangas de su camisa blanca bajo su chaleco, como si ya se estuviera preparando—. Sé cómo podemos volver a Tasmennul, incluso más rápido que en barco.

          El castaño rojizo entró en la pequeña bodega que conducía a la salida, seguido de cerca por Nya, quien sentía una extraña energía recorriendo su cuerpo. Esta vez, no era la adrenalina entrelazada con miedo a la que estaba acostumbrada. Era diferente, una sensación que la hacía estar alerta y consciente de todo a su alrededor, que la impulsaba a actuar con rapidez. Por primera vez, no buscaba huir; ahora quería regresar. Esta sensación era completamente nueva para ella.

          —Aunque primero debemos hacer una parada en casa de las Goldstein —sugirió Newt mientras se colgaba el saco sobre el antebrazo izquierdo.

          Nya lo miró confundida por un momento, hasta que recordó su propia vestimenta.

          —¡Oh! Claro, por supuesto —dijo, sintiendo que sus mejillas se encendían de vergüenza.

          —Y esperar a que amanezca.

          —Sí... estoy de acuerdo con eso también... —respondió, sintiendo aún más pena al darse cuenta de que cualquier otra propuesta suya parecería aún más descabellada.

          —Muy bien, vámonos —anunció Newt, comenzando a subir las escaleras para salir.

          —¿Pero no íbamos a esperar hasta el amanecer?

          —No podemos quedarnos dentro de la maleta en medio de la selva —le recordó él, elevando un poco la voz para que Nya pudiera oírle bien.

          Pocos segundos después, la escocesa escuchó cómo Newt salía de la maleta y se apresuró a seguirlo, pero un ligero tirón en sus pantalones oscuros la detuvo. Al bajar la mirada, se encontró una vez más con Dougal. Una suave sonrisa se dibujó en su rostro al ver a la criatura, que parecía querer estar cerca de ella una vez más, algo que le seguía resultando extraño, pero no por eso menos tierno.

          Aquellos ojos brillaron con un azul intenso y puro que despertó algo en sus recuerdos. Mientras su cuerpo salía de la maleta, su mente seguía buscando dónde más había visto algo así. Juraba haber visto esos ojos azules brillantes mucho antes de llegar a Norteamérica.

          ¿Fue en el puerto de Portland? Creía que sí, pero no recordaba haber visto ninguna criatura allí, solo un par de ojos en medio del vacío, sin forma ni cuerpo. Parpadeó varias veces, intentando formar una memoria coherente, pero nada parecía encajar, hasta que vio la salida frente a ella y se apresuró hacia la superficie, calculando mal sus movimientos y sin darse cuenta de la mano que le ofrecían.

          Tropezó con los escalones, luego con la maleta, y pronto se encontró encima del cuerpo de Newt, quien había caído al suelo. La cara de Nya chocó de lleno contra el pecho del mago, mientras su pie derecho seguía atrapado dentro de la maleta volcada. Se incorporó rápidamente, con la cara roja de vergüenza y sin atreverse a mirar al magizoólogo directo al rostro, temiendo que, después de su torpeza, él ya no quisiera ayudarla. A veces se sentía tan sonsa que pensaba que a ese ritmo no lograrían nada.

          Logró levantarse, todavía avergonzada, mientras se disculpaba y se sentaba sobre la tierra. De milagro, su pie por fin se liberó de la maleta. Ni siquiera comprendía cómo había sucedido todo aquello.

          —Lo siento mucho, no volverá a pasar —se disculpó, sacudiéndose las prendas prestadas.

          Al no recibir respuesta, se preocupó y lanzó una breve mirada hacia el mago pecoso. Lo que encontró fue casi un reflejo de sí misma: Newt estaba igual o más sonrojado que ella y, aunque evitaba de alguna manera su mirada, no parecía estar enfadado.

          Cansada del silencio, Nya se levantó, se sacudió una vez más y le ofreció la mano a Newt.

          —Vamos donde las Goldstein —propuso con una media sonrisa.

          En ese instante logró comprender que con él no necesitaba ocultarse ni sentirse intimidada. Sabía que podía confiar ciegamente en él.


༼꧁༺ᴥ༻꧂༽


          A la mañana siguiente, Isabel se escabulló por donde pudo, aprovechando incluso los rincones más oscuros y menos adecuados para esconderse, evitando a toda costa a la dueña de la posada y su sobrino. Sabía a la perfección que se había metido en un gran lío.

          Después de llegar a su habitación, pasó el resto de la noche en vela, con lágrimas acumulándose en sus ojos, temerosa de que en cualquier momento los empleados de Beatrix irrumpieran por la puerta. No podía imaginar cómo respondería a sus preguntas si eso sucediera. No dudaba que Esmour había sido demasiado amable al dejarla ir, un hecho que solo aumentaba la paranoia que empezaba a consumirla.

          Sabía que el hombre ya no confiaría en ella. Ni siquiera las tácticas que había usado toda su vida para confundir y manipular a los hombres habían funcionado esta vez, al menos no como estaba acostumbrada. Eso la dejaba sin defensas. Si Beatrix era capaz de hacerle a ella lo que había hecho con aquel pobre hombre, Isabel no quería ni imaginar de qué más podría ser capaz.

          Además, ¿quién le creería semejantes barbaridades?

         Hablar con el detective Wysman parecía una opción para empezar, pero no era tan viable. Estaba convencida de que él la enviaría a un psiquiátrico, y lo más probable era que terminara encerrada en uno de esos hospitales mentales. No solo porque había visto cosas que nunca creyó posibles, sino también porque empezaba a sospechar que Esmour Dunham tenía razón en lo que le dijo en el cementerio.

          Y las personas que mostraban atracción por su mismo sexo no eran exactamente bienvenidas en este mundo.

          La primera vez que salió de su hogar, con una visión renovada de la vida y la firme determinación de no dejar que un apellido dictara su destino, Isabel había soñado con muchas cosas y deseado aún más. Sin embargo, nunca imaginó que se encontraría en una situación como la actual. Su mente, entrenada para ser organizada, racional y prever todo de antemano, no estaba preparada para algo así. Por eso, no le quedaba otra opción que aceptar que lo que había presenciado la noche anterior era real.

          Ahora, mientras caminaba hacia el pequeño pueblo, se abrigaba con el delgado saco que llevaba puesto, sintiendo cómo las brisas que llegaban de la costa eran más frías y fuertes que en semanas anteriores. Por momentos pensaba que exageraba, pero mirar sobre su hombro cada pocos pasos era lo único que podía hacer sin incomodar a las personas que caminaban a su alrededor.

          Las calles principales ya no estaban tan concurridas como en verano o durante los festivales. Ni siquiera el hecho de que se acercara el fin de semana atraía a tanta gente. Las calles no estaban desiertas, pero tampoco tan animadas como Isabel se había acostumbrado a ver desde que llegó a la isla.

          Mientras avanzaba, evitando la tienda naturista de Beatrix, divisó a lo lejos una cabellera rojiza. Sin dudarlo, aceleró el paso para asegurarse de que ese cabello llamativo pertenecía a la única persona con la que creía poder confiar. Cuanto más se acercaba al hombre, más tranquila se sentía. Al parecer, él notó su presencia, pues le hizo señas con discreción y la guió hacia un café cercano. Isabel siguió la indicación con calma aparente, aunque por dentro sentía que iba a explotar en cualquier momento.

          Al cruzar las puertas dobles de madera de la pequeña cafetería, una mano masculina la agarró con firmeza del antebrazo derecho y la jaló hacia un lado con poca delicadeza, haciéndola tropezar con sus propios pies. Cuando la francesa se dio cuenta de quién era, sintió cómo toda la sangre huía de su rostro, dejándola pálida, muda y paralizada.

          —Perdóneme la brusquedad del momento, Isabel... —comenzó Esmour, situándose al lado izquierdo de la mujer, mientras que el hombre que ella reconocía como Erik mantenía un firme agarre en su antebrazo—. Pero creo que usted comprende la gravedad de la situación en la que se ha involucrado.

          Isabel se removió incómoda, haciendo una mueca cuando sintió que el agarre se endurecía aún más. Miró alrededor con temor, pero el lugar estaba casi vacío, y los dos hombres lograban aparentar que solo estaban saludando a una vieja amiga, pues a diferencia de ella y el agarre, sus posturas reflejaban tranquilidad. Desesperada, buscó con la mirada al detective Wysman, preguntándose angustiada qué lo estaría demorando o si acaso había malinterpretado algo.

          —Una dama como usted no debería haberse metido donde no la llamaban —añadió Esmour, su tono cargado de reproche—. Pero su sonambulismo la ha llevado a meterse en serios problemas.

          —Creí que no podían culpar a alguien sonámbulo —replicó Isabel con la mayor naturalidad que su mente asustada pudo conjurar.

          —Lamentablemente, no le creemos —respondió el castaño, su voz volviéndose más oscura y amenazante—. Y sé que ha visto más de lo necesario.

          Con un gesto, Esmour indicó a Erik que comenzara a guiar a Isabel hacia la salida. La mujer, sin embargo, se plantó en el suelo firmemente, negándose a ser llevada contra su voluntad. Los movimientos bruscos comenzaron a atraer miradas curiosas de las pocas personas que estaban sentadas en unas mesas, lo que irritó de manera visible al sobrino de Beatrix. Con el ceño fruncido, se acercó con rapidez y presionó un objeto desconocido contra el costado de Isabel.

          Isabel no podía estar segura de qué era, podría ser un arma, un cuchillo, o cualquier cosa, pero el miedo que sintió en ese instante fue inigualable. A medida que Esmour aplicaba más presión con el objeto, ella se quedó inmóvil, apretando los labios y negándose a bajar la mirada. Aceptaba su derrota, pero no la humillación.

          Se dejó llevar fuera de la cafetería, manteniendo su mirada fija en el rostro de Esmour, desafiándolo a que se atreviera a hacer algo más. Sabía que podría hacer un escándalo en cualquier momento y que alguien podría intervenir para salvarla, aunque la idea le incomodaba profundamente, yendo en contra de su orgullo. Sin embargo, lo más importante para ella era seguir con vida.

          —¿Sucede algún problema, caballeros? —intervino una voz profunda, mientras un hombre se plantaba frente a Erik e Isabel.

          Nunca antes la francesa había sentido tanto alivio al ver a alguien, y mucho menos al hombre que más esperaba desde que se había escabullido fuera de la posada.

          El detective Wysman había llegado en el momento justo, firme y deseado.




Al parecer Nya es un maledictus, pero ¿qué opinan ustedes? ¿Real o no real?

¿Creen que haya riña entre Emour y Erik con el detective? :o

¡Feliz lectura!

a-andromeda

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