Capítulo Dieciocho
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VERDADES OCULTAS
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—¡¿Cómo se les ocurre haberla dejado escapar?! —exclamó Beatrix, su voz llena de rabia mientras golpeaba con fuerza la mesa, esparciendo notas, recibos y papeles por todas partes.
Esa misma mañana, al enterarse de que tenía un ratón francés husmeando en sus asuntos, no dudó en enviar a su sobrino para que eliminara cualquier cabo suelto derivado de su descuido. Había esperado con paciencia durante varias horas, confiando en recibir noticias que confirmaran que Isabel Beauson ya no representaba una amenaza para su negocio y sus actividades extracurriculares.
Pero jamás imaginó que Esmour y Erik permitirían que la mujer se marchara, y menos acompañada. Ahora, quién sabe qué podría estar contando Isabel al detective. Beatrix albergaba la esperanza de que el hombre la tachara de loca, facilitando las cosas, pero no tenía intención de dejar el asunto a medias. Necesitaba ponerle fin a esa situación lo más pronto posible.
—No podíamos hacer nada más —intervino Esmour, su voz serena, aunque su barba castaña se movía ligeramente de inquietud—. Estábamos en pleno centro del pueblo, rodeados de demasiados ojos y oídos.
—¿Y no se les ocurrió encontrar un lugar más discreto? —espetó Beatrix, su cuerpo tenso como una roca y las mejillas encendidas de furia—. ¡En lugar de hacerlo frente a tantas personas! —gritó una vez más, llevándose las manos al corto cabello, intentando calmarse. La oficina le resultaba cada vez más pequeña y se empezaba a sentir sofocada.
—No volverá a suceder. La encontraremos —prometió Esmour, moviendo la cabeza en un gesto de asentimiento, primero hacia su compañero Erik y luego hacia su tía.
Pero para Beatrix, aquellas palabras ya no significaban nada.
Hubo un breve silencio mientras Beatrix se sentaba en su escritorio, organizando sus papeles como si nada hubiera sucedido, como si sus gritos y la furia que había desbordado en la sala no hubieran tenido lugar. Con una paciencia meticulosa, comenzó a revisar los documentos, aunque la mirada amable y amistosa que solía mostrar había desaparecido por completo.
—Claro que no volverá a suceder —dijo la mujer sin siquiera alzar su mirada hacia los dos hombres—. Cuando encuentren a esa mujer, la asesinarán —ordenó con una firmeza implacable. Su voz no tembló ante el peso de sus palabras—. No me interesan los detalles. Solo quiero que esté muerta y que no quede ningún testigo. Si debes pasar por encima del detective, hazlo.
—Eso no será fácil —comentó Esmour, incómodo y desplazando su peso de un pie a otro.
—¡Tú mismo complicaste las cosas! —explotó Beatrix nuevamente, su ira evidente. Apenas podía contener su enojo, ignorando el hecho de que alguien fuera de la oficina podría escuchar sus gritos—. ¡Ahora retírense! ¡Fuera de aquí! —ordenó con fiereza cuando vio que los dos hombres aún permanecían en la oficina.
Erik salió con rapidez de la estancia y se dirigió hacia la recepción para después abandonar la posada por completo. Sin embargo, Esmour Dunham permaneció en su lugar, tragando en seco mientras observaba a su tía. Ella era la única que lo había acogido, proporcionándole un techo, comida y un propósito. Le había demostrado que podía ser más que un simple hombre sin suerte al que la magia no había elegido.
Había fallado a la única persona en el mundo que no le había dado la espalda; la única familia que tenía en ese momento era ella. Y le había fallado.
—¿Y tú por qué sigues aquí? —inquirió Beatrix, lanzando una mirada de reojo al castaño.
—No puedo irme sin antes prometerte que...
Beatrix lo interrumpió con firmeza: —¡No quiero escuchar nada! Solo quiero que me traigas el cuerpo de esa muchacha sin vida y que te encargues de enterrarlo en la selva. ¡Eso es todo!
Cuando el hombre intentó responder de nuevo, la situación llegó a un punto crítico. Beatrix se acercó de un segundo a otro, rodeó el escritorio de madera con celeridad y lo agarró con brusquedad por la camisa de lino. Con un impulso violento, lo arrastró hacia la puerta de la oficina, empujándolo con fuerza. El cuerpo de Esmour, sorprendido, chocó contra la mesa de recepción antes de que la puerta se cerrara tras él con un estruendoso golpe.
Beatrix se sentía eufórica y profundamente irritada. Hacía años que no enfrentaba problemas de este tipo, pero desde la llegada de esas dos europeas peculiares, todo a su alrededor había cambiado. La naturaleza y los animales parecían haberse vuelto locos, como si presintieran la presencia de alguien. Y esa presencia parecía ser la de Nya VanderWaal, quien seguía sin ser encontrada desde su desaparición hace casi tres semanas.
El plan de usar a una joven cualquiera en la escena del crimen para despistar a las autoridades y a Isabel había parecido una idea brillante. Sin embargo, nunca imaginaron que la francesa sería tan obstinada respecto a la escocesa, incapaz de aceptar la muerte de su amiga.
Si Esmour tenía razón y esa mujer estaba enamorada de Nya, no había más opción que eliminar a Isabel para terminar con este asunto. Beatrix sabía mejor que nadie lo que alguien era capaz de hacer por amor. Y por amor, nadie se rendiría tan fácilmente; ella misma nunca lo hizo.
༼꧁༺ᴥ༻꧂༽
El silencio en la sala estaba empezando a causarle ansiedad a Isabel. Apenas llegó al pequeño despacho del detective Wysman, había desahogado todo lo que había visto, oído y sospechado. Ahora se arrepentía de haber contado tantas cosas que de seguro le parecieron absurdas al detective, pero ya no había marcha atrás.
—No estoy loca —aclaró de repente, sintiendo que la falta de palabras del hombre indicaba que pensaba que le faltaba un tornillo.
—No... no creo que haya tenido la imaginación suficiente para inventarse todo eso —respondió el detective.
Las palabras del detective ofendieron a Isabel. Se enderezó en su asiento y asumió una postura defensiva.
—¿Está diciendo eso porque soy mujer? —inquirió indignada, cruzando los brazos y alzando el mentón. Algunas costumbres morían con lentitud.
No le sorprendería que esa fuera la única razón por la que el detective dudara de su historia, pues en más de una ocasión le había sucedido algo similar. Por fortuna, Isabel no solía quedarse callada y siempre decía lo que pensaba, sobre todo cuando percibía un atisbo de patriarcado intentando aplastar su esencia como mujer. Algo que detestaba pero que a menudo había tenido que soportar, incluso dentro de su propia familia y cultura de la época actual.
Recordar a los Beauson siempre le dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir en voz alta.
—Perdóneme, señorita Beauson —se apresuró a corregir el pelirrojo—. No era mi intención ofenderla. Si hubiera escuchado la historia de alguien realmente desequilibrado, no tardaría en detectar fallos en su relato.
—¿Entonces sí me cree? —preguntó Isabel, sintiéndose de repente esperanzada.
Sin embargo, el Sr. Wysman no respondió de inmediato. Se levantó de su silla, luciendo pensativo y ensimismado, como si estuviera revisando en su mente todo lo que Isabel le había contado. El largo silencio que siguió aumentó la ansiedad de la francesa, que esperaba una respuesta medianamente reconfortante para su estado agitado.
—¿Qué tan segura está de lo que vio? —preguntó el detective, cruzándose de brazos mientras observaba la tarde desde una ventana que daba hacia la costa, quizás buscando calma en medio del caos.
—Totalmente segura. Lo del sonambulismo fue solo una excusa para no meterme en problemas, aunque claramente no funcionó...
El detective asintió. —Esta noche me llevará a la bodega escondida y lo veremos con nuestros propios ojos.
—¡No puedo volver allá! —chilló Isabel de repente, levantándose del sillón—. Ya sabe que Esmour Dunham y ese tal Erik querían que los acompañara a quién sabe dónde. Nadie puede verme regresar a la posada, mucho menos ellos.
—Necesito ir con usted. De lo contrario, no sabría a dónde mirar —arguyó Wysman con voz firme—. Además, ya se coló a la estación de policía y tomó un expediente sin que las autoridades se dieran cuenta —le recordó con una pizca de burla, enarcando una ceja mientras miraba a Isabel.
—No me siento orgullosa de eso...
—Pero ha demostrado que es capaz de hacer más —dijo el pelirrojo con tono convincente, tratando de infundirle la confianza que necesitaba—. Si en verdad tienen a su amiga, es mejor actuar pronto, asegurarnos de todo y tomar medidas.
Isabel asintió, bajando la mirada hacia sus manos sudorosas de tanto nervio. Aún no podía estar segura de si el detective Wysman creía en todo lo que había dicho, pero si él estaba dispuesto a arriesgarse —y a arriesgarla una vez más— para verificar sus palabras, valía la pena mantener algo de esperanza. Solo esperaba que ni Beatrix ni Esmour se interpusieran en su camino, aunque tenía serias dudas al respecto.
Isabel y Michael Wysman se estaban adentrando en un territorio desconocido que podría resultar extremadamente peligroso.
༼꧁༺ᴥ༻꧂༽
—Eso me parece increíble —comentó Queenie con una gran sonrisa, sentándose junto a Nya en el comedor.
Cuando Nya y Newt llegaron en la madrugada a la casa de las hermanas Goldstein, esperaron con paciencia la llegada del día en el comedor, aprovechando el silencio y la privacidad para que la escocesa pudiera hacer más preguntas sobre el mundo mágico al que parecía pertenecer. Lamentablemente, Nya no tenía recuerdos claros sobre su vida en ese mundo; solo recordaba haber vivido entre muggles toda su vida.
Recordaba a su madre, a su padre y a la señora Chamberlayn, quien la acogió después de que su progenitor la abandonara. Hubo un tiempo en que esa mujer la cuidó mientras su padre trabajaba, pero cuando este desapareció y Nya se vio obligada a mendigar por las calles, la amable señora la acogió bajo su techo. Sin embargo, la señora Chamberlayn era ya de edad avanzada y pronto se encontró sola en Escocia.
—A mí me parece que todo esto está siendo exagerado —opinó Tina, cruzada de brazos al otro lado del comedor, devolviendo a Nya al presente. La americana seguía luciendo escéptica como siempre—. No podemos regresar a Tasmennul a buscar a personas que no sabemos si aún están allí.
—Entonces estás admitiendo que la gente de la posada oculta algo malo —afirmó Nya con una seguridad repentina, sin querer perder ninguna oportunidad, por mínima que fuera.
—Yo no dije eso...
—Pero sonó como si sospecharas algo, hermanita.
Tina frunció el ceño y apartó la mirada, haciendo una mueca conocida por Queenie. Al sentir la turbulencia mental de su hermana, Queenie distinguió varias cosas que llamaron su atención, y que lo más seguro es que eran las claves para entender las extrañas situaciones que estaban ocurriendo en las Islas Blancas.
—¡Oh, no puede ser! —exclamó Queenie, levantándose de manera abrupta, exaltada.
Nya observó cómo la rubia se acercaba a su hermana, sintiéndose una vez más confundida y dejada de lado, a pesar de haber compartido información que le parecía delicada con dos mujeres que, aunque no eran del todo unas desconocidas, tampoco eran cercanas. Además, Nya no entendía por qué Queenie parecía responder a frases o preguntas que solo ella podía escuchar, pero siempre con una precisión sorprendente.
La pecosa desvió la mirada hacia Newt, que estaba sentado al otro lado de la mesa y ya la observaba con interés. Cuando los ojos de la escocesa se encontraron con los claros del magizoólogo, una pequeña y nerviosa sonrisa apareció en sus labios mientras volvía a mirar su regazo, recordando una vez más que estaba vistiendo ropa que pertenecía al hombre.
—¡Sabía que había otra razón para que volviéramos a las Islas Blancas!
—Por Merlín, Queenie, baja el tono de voz —le rogó Tina entre dientes, preocupada.
Las palabras intercambiadas entre las dos hermanas llamaron la atención de los dos europeos, quienes se levantaron al mismo tiempo, listos para escuchar cualquier información que pudiera ayudarles.
Nya esperaba oír algo alentador. Descubrir que era un maledictus y que en cualquier momento podría convertirse en ave para siempre no era en realidad algo que ella consideraría como una buena noticia. Sin embargo, si así debía ser, no quería que Nagini viviera en cautiverio. Algo en su interior le decía que la indonesia podría ser similar a ella, lo que explicaba el aura tan diferente que sentía en la pelinegra en comparación con Isabel, e incluso con Newt. Al menos esperaba que Nagini siguiera secuestrada y no hubiera sido asesinada, un pensamiento que la atormentaba con frecuencia y que seguía siendo igual de escalofriante.
—Tina, si hay alguna forma en que puedas ayudarnos, hablar es crucial —pidió Newt con amabilidad, acercándose a la mujer de cabello oscuro y mirándola con atención.
Nya observaba con interés la interacción entre la americana y el inglés, sintiéndose extraña e incómoda ante el repentino acercamiento. Notaba una amistad de largo tiempo entre ellos y, sin razón aparente, experimentaba una ligera molestia. Era un sentimiento inesperado que no podía comprender.
Comenzaba a sentirse abrumada por emociones inesperadas en los momentos menos oportunos.
—Es información clasificada de MACUSA. No puedo ayudarles —se lamentó Tina, bajando la mirada.
—Pero es la amiga de Nya, tiene derecho a saber a qué se enfrenta cuando vuelvan a Tasmennul —argumentó Queenie.
La bruja de cabello corto y oscuro se movió incómoda en su asiento, sopesando sus opciones y temiendo que cualquier cosa que dijera pudiera perjudicar la misión que le habían asignado. Quería ayudar, pero no quería comprometer a nadie, pues su llegada a las Islas Blancas no era por una causa trivial; era seria y preocupante. Agradecía a Queenie por no haber revelado nada, permitiéndole tomar la decisión por sí misma.
—¿Qué es MACUSA? —preguntó Nya, mirando a todos los presentes.
Ninguno de ellos se volvió hacia la escocesa; estaban concentrados en lo que Tina iba a decir. Lo que fuera que estuvieran discutiendo, parecía muy importante, y las respuestas a las dudas de Nya tendrían que esperar un poco más.
—Sé que te molestará, Newt... —dijo Tina, mirando el rostro preocupado de su amigo—. A tu manera, pero te molestará.
—Necesitamos saberlo —insistió él.
Tina suspiró y comenzó a jugar con el borde de su blusa oscura: —Hay sospechas de que en las Islas Blancas hay... —Tragó saliva, consciente de la gravedad de lo que iba a decir—, tráfico de animales fantásticos y cacería de brujas y magos.
*El Magicongreso Único de la Sociedad Americana o el Mágico Congreso de USA, también conocido por sus siglas MACUSA, es el máximo órgano de gobierno de la comunidad mágica en . Está liderado por el , y a diferencia del gobierno norteamericano , que se divide en una Cámara de Representantes y un senado, este es unicameral.
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¡Beatrix mostró todas sus caras! Hay algo de Esmour de que tiene que ver con la magia :Oooo ¿Qué creen que sea él?
¿Será que el detective Wysman ocultado algo y por eso es tan raro luego de lo que Isabel le contó?
Todavía no me creo que ya por fin les haya tirado esa bomba al final del capítulo con la información de Tina xddd Ya les mostré CASI todas las cartas de la historia y solo faltan tres capítulos para terminar la segunda parte ^^
¡LA ESCENA DEL MARAVILLOSO GIF APARECIÓ! ScamWaal is alive and thriving bitches.
Por eso, este capítulo tan interesante, es dedicado a una lectora muy fiel y autora de tremendo gráfico: -moonwitch ¡Jamás me cansaré de agradecerte por esto! Se ven demasiado monos *-*
Ahora sí, me retiro (:
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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