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Capítulo Diecinueve

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: )


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A TRAVÉS DEL CAOS

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►                    —¡Espera! —gritó Nya, esforzándose por alcanzar al inglés, que tras escuchar las noticias de Tina, había bajado la cabeza, agarrado su maleta y salido con premura. —¡Newt!

          El mago, sumido en sus pensamientos, se detuvo de repente y se volvió para mirar a la escocesa. Nya se acercó hasta quedar frente a él, pero Newt no fue capaz de sostenerle la mirada por mucho tiempo. Él se sentía vulnerable e impotente, incapaz de ayudar a todas esas criaturas mágicas que tanto le preocupaban. Ella ladeó la cabeza, sintiendo una repentina tristeza al comprender el torbellino de emociones que debían estar atravesando a Newt.

          —Debemos llegar pronto a Tasmennul. No podemos quedarnos más tiempo en Amennor.

          —Lo sé —concedió Nya, asintiendo con preocupación—. Pero no podemos hacer nada ahora, mucho menos cuando no tenemos forma de llegar allí.

          —Hay una manera de que lleguemos a la isla antes del anochecer —murmuró Newt, pensativo, despertando la curiosidad de la escocesa.

          —¿La magia puede hacer eso? —preguntó, sorprendida. Hasta ese momento no se había detenido a pensar en las posibilidades de la magia, más allá de intentar borrarle la memoria o expandir el interior de una maleta de viaje.

          Newt sonrió, complacido al ver que había logrado sorprender a Nya en tan poco tiempo. Aunque, en realidad, él había sido aún más sorprendido por ella: primero, al verla transformarse en un maravilloso ave turquesa, y luego, al notar cómo todas sus criaturas se sentían atraídas hacia ella, especialmente Dougal. Era extraño, pero también mágico a su propia manera

          Después de todo, la magia siempre lo acompañaba.

          —Ven conmigo —le ofreció el inglés. La escocesa estaba a punto de aceptar cuando escucharon las voces urgentes de Tina y Queenie.

          —¡Deténganse! —exclamó Tina, corriendo hasta alcanzar a los dos europeos.

          —¿Qué sucede? —preguntó Nya, desconcertada.

          —No pueden aparecerse en Tasmennul así como así —explicó Queenie, con una expresión de preocupación que no le sentaba nada bien a alguien por lo normal se la veía tan llena de vida.

          —¿Pero cómo más podríamos llegar rápido? —insistió Nya, cruzando los brazos.

          —¿Tina? —llamó Newt, notando el repentino silencio de la bruja, que no podía apartar la mirada del rostro de la pecosa.

          —Las razones son demasiado obvias, aunque desconocidas para ustedes —respondió Tina, con sus ojos oscuros llenos de seriedad.

          —Sí, ya sé que Esmour me está buscando, pe...

          Tina la interrumpió: —Explícame por qué toda la isla de Tasmennul cree que una Nya VanderWaal lleva muerta casi un mes.

          Al decir esto, le mostró un periódico que había traído consigo, donde se veía la imagen de una mujer, aunque varios agentes de policía y otra fémina de cabello castaño, que impedían ver con claridad a la joven que yacía sobre la arena. Se alcanzaba a divisar un vestido color coral idéntico al que Isabel le había prestado esa fatídica noche en la que todo comenzó a salir mal.

          —¿De qué fecha es eso? —preguntó Nya, temiendo la respuesta. Desde que había vuelto a su forma humana, no se había detenido a calcular cuánto tiempo había desaparecido.

          —27 de julio de 1926.

          La noticia era de julio, y ahora ya estaban a principios de agosto. Sabía que había pasado tiempo desde su transformación, pero nunca imaginó que había estado en su forma fantástica siquiera más de tres días. En realidad, había permanecido como ave durante más de dos semanas. Sin embargo, esa noticia era posterior a su vuelo desde la playa solitaria. Alguien estaba engañando a las autoridades, ocultando la verdadera identidad de la desafortunada joven que, lamentablemente, sí estaba muerta.

          Una ola de pánico recorrió su cuerpo, haciéndola temblar. Estaba siendo vigilada; de otro modo, no habrían montado semejante escándalo sobre la muerte de una joven que usaba el mismo vestido coral que ella. Había demasiadas cosas que no encajaban en su mente en ese momento.

          —Nya, calma —dijo Newt acercándose con cautela, colocando sus manos sobre los brazos de la escocesa—. Necesitas tranquilizarte, tus ojos están dorados.

          —¿La gente cree que estoy muerta? —preguntó, sin apartar la vista de los ojos claros del inglés. Si antes esos ojos habían sido su ancla de tranquilidad, ahora quería aferrarse a la esperanza de que pudieran calmarla de nuevo.

          —Tu nombre me sonaba familiar —dijo Tina con voz suave—. Ojalá no fuera por esto.

          —Un mago que cuida animales fantásticos y una mujer que debería estar muerta, no son la mejor combinación para aparecer en Tasmennul en este momento —opinó Queenie, posando una de sus delicadas manos en el hombro derecho de Nya.

          —Entonces... ¿debería creer que Isabel está a salvo en la posada con Esmour Dunham ahí? —preguntó Nya, apartándose un poco de la rubia, pero sin romper el contacto.

          —Eso es algo que nadie puede asegurar, cariño —respondió Queenie, mirándola con compasión.

          Tenía demasiadas cosas en la cabeza, y no lograba ordenar sus pensamientos, salvo por una idea fija que la había asaltado desde que estuvo dentro de la maleta del magizoólogo inglés: debía regresar a Tasmennul, sin importar cómo ni qué sucediera. Si existía la más mínima posibilidad de sacar a su amiga francesa de ese mar de caos oculto, valía la pena intentarlo. Además, si Nagini seguía con vida, no sería la única en peligro. Podría haber muchas más personas como ella, y quién sabe en qué condiciones se encontrarían.

          Debía volver a Tasmennul.

          —¿Nya? —la llamó Tina, preocupada por el repentino silencio de la escocesa.

          —¡Oh! —exclamó Queenie, luciendo más inquieta que antes—. No importa lo que te digamos, vas a volver allí.

          La joven de cabello castaño oscuro miró a la rubia con sorpresa. Queenie siempre sabía lo que estaba pensando o lo que iba a hacer, como si leyera su mente antes de que ella misma pudiera expresarlo.

          —¿Cómo es que puedes hacer eso? No he dicho nada.

          —Queenie puede leer las mentes de las personas —explicó Newt—. Es una legeremante. También es capaz de extraer recuerdos y sentimientos de la mente de la gente.

          —Eso explica muchas cosas... creo —admitió Nya. A cada momento descubría algo nuevo, pero no sabía si debía sentirse aliviada o preocupada.

          Si la hermana menor de Tina podía hacer algo tan extraordinario, entonces era la única que podría saber todo sobre ella sin necesidad de que Nya dijera una palabra. ¿Sabrá todo lo que vivió mientras estaba convertida en ave? Esa era una pregunta que tendría que esperar. Por ahora, lo único que le importaba era regresar a Tasmennul y dejar de huir.

          Necesitaba mantener los pies en la tierra y enfrentar la situación.

          Y con la ayuda de Newt Scamander, se sentía segura de que lo lograría pronto.

          —Queenie tiene razón. Volveré a Tasmennul —anunció con determinación—, incluso si tengo que hacerlo sola.

          Al decir esto, no pudo evitar mirar de reojo al inglés, quien ya la observaba.

          —Iremos juntos —le aseguró él.

          Las hermanas suspiraron, derrotadas. No querían que les ocurriera algo grave a los europeos, pero tampoco podían detenerlos, especialmente cuando estaban tan decididos a enfrentarse al corazón de todos los problemas en las Islas Blancas. No podían retenerlos contra su voluntad. Newt era tranquilo, pero astuto, y Nya... en realidad, no sabían qué esperar de la escocesa.

          —Bien, pero necesitan un transporte no mágico —dijo Tina, arrugando el periódico con la noticia falsa y cruzando los brazos.

          —¡Mi pareja puede llevarlos! —sugirió Queenie con una gran sonrisa.

          —¿Estás segura de que a Jacob no le molestará? —preguntó Newt.

          —Para nada, eres su amigo —respondió la bruja rubia con confianza—. Síganme.


༼꧁༺ᴥ༻꧂༽


          Al caer la noche, Isabel y el detective Wysman se pusieron en marcha. El hombre vestía de negro, lo que no era ninguna novedad, pues ese color parecía dominar todo su guardarropa. En cuanto a la francesa, que no se había acercado a la posada en todo el día, tuvo que ponerse un saco negro prestado que le quedaba un poco grande sobre su vestido de colores llamativos. Todo para evitar llamar la atención innecesaria, aprovechando al máximo la oscuridad de la noche.

          —Muy bien —comenzó el detective—, ahora sabremos con exactitud qué fue lo que usted vio. ¿Está lista? —preguntó, aunque, independientemente de la respuesta de la mujer de ojos pardos, su determinación por descubrir lo que la señora Harte y su gente ocultaban no se vería afectada.

          Isabel respondió de inmediato, demasiado rápido, incluso para su propio gusto: —Por supuesto.

          Si dijera que no tenía miedo, estaría mintiendo, pero si existía la mínima posibilidad de volver a ver a Nya, cualquier riesgo parecía pequeño.

          El simple pensamiento de tener a cierta escocesa una vez más a su lado aceleraba su corazón y agudizaba sus sentidos, a pesar de que sabía que lo único que podría suceder era una ilusión. ¿Quién la aceptaría tal como era? Si su propia familia no lo había hecho, ¿qué podría esperar de personas que no tenían ninguna responsabilidad hacia ella?

          Sí, se sentía avergonzada, porque en el fondo sabía que Esmour Dunham tenía razón, pero no podía evitar lo que sentía, aunque la consideraran pecadora o un fenómeno.

          Enamorarse de otra mujer en esa época era un tabú, una condena. Por eso, debía ser bastante cuidadosa si quería protegerse a sí misma, y sobre todo, proteger su corazón.

          Ambos salieron de la residencia Wysman y comenzaron a caminar por las calles. Habían esperado hasta después de que los comercios del centro del pueblo cerraran, para poder moverse sin ser vistos por demasiados ojos curiosos. Cuanta menos gente supiera de sus actividades nocturnas, mejor sería para ellos. Por primera vez, Isabel se sintió agradecida de que los festivales hubieran finalizado.

          A medida que se acercaban a la posada de Beatrix Harte, Isabel no podía sacudirse la sensación de que algo malo iba a suceder, pero no quería ser pesimista, no cuando estaba tan cerca de descubrir qué había visto la noche anterior. Era una oportunidad para encontrar respuestas y, con suerte, a Nya.

          Cuando estuvieron a pocos metros de la posada, la que había empezado a considerar su hogar en Norteamérica, Isabel le indicó al Sr. Wysman, por señas, que la siguiera. Se desviaron del camino habitual y se ocultaron entre la vegetación para acercarse al lugar sin ser vistos. A medida que se aproximaban, ambos notaron a varias personas de pie fuera de la posada, luciendo alerta ante cualquier anomalía que pudiera surgir.

          —Desviarnos fue una gran idea —susurró el hombre, su mirada fija al frente.

           —Siempre hay gente afuera vigilando la seguridad del lugar —respondió Isabel en un murmullo—. Pero no esperaba que aumentaran el número.

          —La están esperando a usted.

          —Eso parece.

          Y eso solo aumentaba su miedo.

          Siguieron avanzando con cuidado, Isabel liderando al detective. Aunque se movían con cautela, lograron llegar a la parte trasera de la posada, ocultándose entre los frondosos cultivos que rodeaban el lugar. Desde ahí, podían observar sin ser detectados.

          Todo parecía ir bien, dadas las circunstancias, pero la mujer no podía sacudirse la pesada sensación que le oprimía el pecho. ¿Era una advertencia? ¿Qué descubriría tras esas puertas? Y si encontraba a Nya, ¿en qué estado la hallaría?

          —Ahí están los dos que querían irse con usted ayer —dijo el detective, sacándola de sus pensamientos oscuros.

          Isabel enfocó su vista hacia las puertas traseras de la posada, que daban a la cocina donde solía trabajar. En efecto, Esmour y Erik estaban en el umbral, conversando. No llevaban sus ropas cotidianas o de trabajo; de hecho, vestían de manera similar al de un cazador, solo que con colores oscuros, casi negros, de seguro para poder camuflarse justo como ella y Michael estaban haciendo en ese instante.

          —Creo que están a punto de irse —comentó ella, intentando descifrar lo que decían, pero la escasa luz de la cocina hacía difícil leerles los labios.

          —¿Conoce algo sobre el hombre moreno?

          —No realmente. Lo conocí anoche. Nunca lo había visto en la posada ni entre los trabajadores.

          Y era cierto. El hombre que la había descubierto cerca del sótano era un completo desconocido para ella, y eso la inquietaba profundamente.

          —Debemos esperar aquí hasta que entren o se vayan —sugirió la francesa—. Las puertas están a nuestra izquierda, pero tenemos que pasar por...

          El Sr. Wysman la interrumpió: —No tenemos tiempo para eso —dijo con seriedad mientras buscaba algo en los bolsillos de su abrigo negro—. Será mejor que cierre los ojos.

          Ante las extrañas y sorprendentes palabras del detective, Isabel se giró para mirarlo, pero antes de poder enfocar su rostro, una sensación incómoda y extraña se apoderó de ella.

          Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, y unas náuseas intensas la asaltaron. Tuvo que apoyar las manos en sus rodillas y cerrar los ojos con fuerza, esperando que la terrible sensación desapareciera. Su cuerpo se estremeció, y cuando alzó la vista, se encontró frente a las puertas del sótano.

          ¿Cómo había llegado hasta allí sin dar un solo paso?

          —No se preocupe, pronto no sentirá nada —dijo el detective con calma.

          Ella se enderezó rápidamente, aunque de inmediato se arrepintió al sentir un nuevo mareo y un retorcijón doloroso en la boca del estómago. Wysman asomaba la cabeza por una esquina, vigilando que nadie notara su presencia. Al observar a su alrededor, Isabel vio a un hombre y una mujer inconscientes en el suelo, con los ojos cerrados.

          —Qu'est-ce qui vient de se passer? —murmuró, necesitando tomar grandes bocanadas de aire, apoyando sus manos ahora sobre el muro del edificio.

          —Eh... rien... Nada de lo que deba preocuparse —repitió el pelirrojo, su francés algo oxidado que le robó un suspiro impaciente a la fémina—. Además, pronto no lo recordará cuando terminemos.

          —¿Qué está buscando, señor Wysman? —preguntó Isabel, entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño.

          Lo que acababa de suceder era demasiado extraño, reforzando su teoría de que en esa isla habitaban personas fuera de lo común. Primero la desaparición de Nagini, luego la falsa muerte de Nya, el sótano oculto de Beatrix y lo que esta le había hecho al otro hombre. Y ahora, esta surrealista teletransportación desde los cultivos hasta las puertas del sótano.

          ¿Estaba perdiendo la cordura?

          —La razón por la que me he quedado en esta isla pequeña y aburrida —respondió el hombre con desdén mientras se acercaba con seguridad a las puertas del sótano.

          Antes de que Isabel pudiera pensar, se interpuso entre él y las puertas.

          —Primero, me demuestra que mi amiga no murió, luego me ayuda y ahora me trae aquí de una manera que me revuelve el estómago —dijo, esforzándose por mantener la voz baja para no alertar a los demás, aunque firme para ser clara con el pelirrojo—. Y además, tiene ese palo de madera deforme en la mano. Necesito saber qué está pasando, tout de suite!

          Quizás esas no eran las palabras propias de una Beauson, pero la situación y los pensamientos enredados que la asaltaban la estaban llevando al límite. Con todo lo que estaba ocurriendo y lo que acababa de experimentar, Isabel no podía evitar dudar del detective. Ahora que lo pensaba con detenimiento, él siempre había parecido saber más de lo que mostraba, incluso antes de que ella le revelara todo.

          No había mostrado sorpresa, solo reflexión. No había dudado de ella, ni la había echado de su casa después de escuchar semejantes disparates. Y ahora estaban ahí, en ese lugar. Él sabía cosas que ella ignoraba y la había utilizado para alcanzar algún objetivo que aún no comprendía.

          No estaban ahí para rescatar a Nya.

          —Señorita Beauson, será mejor que se aparte de las puertas —advirtió el hombre, inclinando la cabeza, con un aire amenazante.

          Pero ella se mantuvo firme, levantando el mentón en un gesto de desafío.

           —No lo haré.

          —Estamos aquí para encontrar a su amiga. ¿No era eso lo que quería? —le recordó el detective.

          —Esa es mi razón. ¿Cuál es la suya? —replicó, sin moverse de su lugar.

          El hombre frunció el ceño con disgusto, haciendo una mueca antes de apretar los labios y desviar la mirada, evitando los ojos acusadores de la francesa.

          —No lo entendería.

          —Si me lo explicara, sería diferente.

          —Está bien. Se lo mostraré —cedió el hombre, bajando la cabeza y agarrando con más fuerza el objeto de madera que sostenía en su mano izquierda—, pero necesito saber qué hay detrás de esas puertas para poder hacerlo.

          Isabel dudó, pero su deseo de descubrir lo que ocultaba el sótano, desconocido para ella hasta entonces, era mayor. Suspiró y se hizo a un lado.

          El detective apuntó el objeto hacia el candado de la puerta, concentrado.

          —Alohomora.

          Y, como por arte de magia, la llave del candado cedió bajo una fuerza invisible ante los incrédulos ojos de Isabel.




Qu'est-ce qui vient de se passer?: ¿Qué carajo acaba de pasar?
Rien: Nada.
Tout de suite: Ahora mismo.

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Espero les guste el capítulo. No sé ustedes, pero aunque me esté tomando mi tiempo con el romance, siento la conexión ScamWaal comenzando a tomar forma. Por cierto, si se les ocurre un shipname más cool, déjenmelo saber en los comentarios.

¡EL DETECTIVE WYSMAN ES UN MAGO! ¿Se esperaban eso? ^^ Además, ¿qué será lo que él e Isabel van a encontrar allá y qué tanto es lo que busca Michael?

¡Feliz lectura!

a-andromeda

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