Capítulo Catorce
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ANIMALES FANTÁSTICOS
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► Newt Scamander se ha encargado de conocer muchas y diferentes criaturas fantásticas en todos sus viajes y estudios, pues él era una magizoólogo, encargado de tal labor. No obstante, en esos momentos no podía ser capaz de darle crédito a lo que tenía enfrente. Ni siquiera podía darle un nombre o clasificarlo, qué hacer o qué no hacer, lo único que podía asegurarse a sí mismo era que esa ave volando sobre su cabeza era una de las criaturas más maravillosas que había visto hasta ahora.
Las grandes plumas que cubrían la anatomía eran de color turquesa, aunque gracias a las sombras y la poca luz de la noche, los tonos azules variaban. Algo que destacaba con cada aleteo de las alas majestuosas enseñaba un sutil brillo, como si los colores dorados del amanecer hubieran sido regados sobre el plumaje con una sola desigual y encantadora estocada. El tamaño no era demasiado grande, quizá solo lo suficientemente compatible con la forma humana de Nya.
Nya... ella era esa ave que tenía ante él. En ningún momento dejó de estar impresionado, su cabeza no guardó silencio en ningún instante. Incontables preguntas se arremolinaban en sus pensamientos, tratando de recordar algún tipo de información que diera crédito o validez o lo que fuera que se necesitará para solucionar el gran misterio que era esa escocesa.
Aun así tuvo que admitir que no tenía las fuerzas suficientes para concentrarse en ello. Toda su atención y admiración estaba puesta sobre aquel animal fantástico que realizó su corto descenso a tierra, a varios metros de él. Tuvo que cubrirse con su saco de todas formas para que la tierra removida con los fuertes aleteos no diera de lleno en su cara.
Cuando el ave detuvo todo movimiento y solo su respiración un tanto agitada fue lo que movía su pecho, Newt la observó desde su posición. Los tremendos ojos dorados y brillantes eran bastante humanos con su pupila redonda y apenas dilatada por la oscuridad, dándole a entender al mago sobre su mirada potente y aguda.
No supo bien cuánto tiempo se quedó casi paralizado observando al animal, empero supo que fue demasiado puesto que las pesadas respiraciones ajenas comenzaron a ser superficiales. Una inhalación remontándose sobre la otra. El ave se empezaba a impacientar.
Fue ahí cuando sus instintos y gran pasión por su profesión de vida entraron en acción.
—No tienes que tener miedo —dijo con una voz tan pacífica que aquello logró captar la atención de... Nya.
Esa hermosa ave seguía siendo Nya. No sabía cómo hablarle a una persona que se podía convertir en un animal, mucho menos que luciera de repente tan aterrada. Desconocía hasta qué límites iban los instintos humanos, en qué punto se mezclaban con los animales y a qué responden estos últimos. Newt sabía de sobra que la inteligencia de las criaturas mágicas sobrepasaba el promedio, aunque no podía asegurar que el gran pájaro comprendiera el significado de sus palabras.
Si algo pudo aprender en todo su tiempo como magizoólogo, era que los detalles logran grandes cosas. Quizás no importaba qué palabras usara, pero el cómo las decía, los movimientos de su cuerpo al pronunciarlas, ese era el secreto.
Con pasos parejos y constantes, sin acelerar ni ralentizar su andar, comenzó a acercarse. Dejó sus manos al descubierto, enseñándose indefenso, incluso agachó la cabeza y desvió su mirada de la ajena. Quizás eso último le cueste la vida si se tratara de otro animal.
Un sonido ahogado, que pudo catalogar como disgustos luego de tirar una ojeada a las plumas erizadas, hizo que se detuviera de repente.
—Está bien, aquí me quedo —anunció con la misma voz suave y clara.
Desconocía casi que por completo este terreno que estaba pisando. Le parecía todavía muy frustrante la situación, al igual que magnífica. Esperaba no asustarla ni hacer que algún paso en falso hiciera que huyera. Solo Merlín sabría adónde iría a parar, tal vez de regreso a Tasmennul, de pronto Mercentum.
—No hay nada que temer —repitió, esta vez con un poco más de confianza y clavó su mirada en la del ave, sin embargo su rostro siguió inclinado un poco hacia abajo—. Jamás te haría daño, ni dejaría que otros lo hicieran.
Aquellas palabras parecieron lograr ser de mayor interés para la criatura, la cual se acomodó en la tierra de nuevo, pues instantes anteriores había preparado su cuerpo para alzar el vuelo. Con claridad Newt pudo notar que la tensión no abandonaba del todo su anatomía, pero que se quedara en el mismo lugar era en definitiva un buen avance.
Pronto, unos sonidos de algo golpeando rompieron con la tranquilidad que envolvía el momento curioso en que sus miradas se entrelazaron con atención. La interrupción desagradó por completo y un graznido de advertencia rasgó la silenciosa tregua anterior.
Newt se lanzó hacia su maleta con rapidez al tiempo que escuchó los fuertes aleteos del ave. La fuerza del viento provocado por poco lo mandó al suelo, empero logró mantener su equilibrio. Agarró el equipaje y presionó sus manos sobre el cuero. Reconoció de inmediato el patrón de esos golpes.
—Ahora no, Dougal —reprendió acercando su rostro al objeto.
El demiguise insistió en pedir salida. Nya aleteó con más fuerza logrando que arbustos y demás flora se inclinaran con el ventarrón. Newt apenas pudo cubrirse con ayuda del grueso tronco del árbol que antes había cubierto la forma humana de la fémina.
—¡No es nada malo! —gritó desde su sitio, abrazando su maleta a su pecho, pero los golpes del demiguise en el interior le hicieron el trabajo difícil—. Dougal, necesito que me colaboras —murmuró entre dientes.
El animal escuchó sus súplicas y se quedó quieto. Soltó un corto suspiro y asomó su cabeza para mirar al ave, no obstante, tierra fue lo que recibió en la cara.
Con el corazón palpitándole con fuerza en el pecho, se levantó y dejó la maleta a un lado otra vez. Se limpió el rostro con la manga de su chaqueta oscura y sacó su varita. No había querido tener que utilizar alguna clase de hechizo para calmar al ave, pues no era cualquier tipo de ave, era Nya. Ese justamente era el gran detalle que no podía olvidar jamás.
Tomó una bocanada de aire, preparándose para enfrentar la insistente indignación de la criatura, cuando por el rabillo del ojo alcanzó apenas a ver un borrón blanquecino. En el segundo menos esperado, el aleteo desistió, un latido después Newt salió de su escondite.
Y Dougal se había escapado para plantarse delante del pájaro azul.
Ambas criaturas pertenecían indudablemente a la naturaleza, la conexión que incluso él no lograba descifrar se hizo presente entre Nya y el demiguise. Ahora él comprendía porqué Dougal había sido tan insistente en querer salir, demostrando el mismo interés semanas atrás en la bodega de Naturalis.
Soltó un suspiro y guardó su varita, dándose cuenta que no iba a tener que hacer uso de ella. Observó con detalle la interacción de ambas criaturas. Dougal estiró un brazo y ofreció un pequeño pedazo de fruta que sostenía entre dos de sus dedos rugosos y peludos. Nya, aunque más tranquila no dejó de mostrarse reticente y desconfiada. Casi no apartó sus orbes dorados de los de Newt mientras recibía con cierto gusto la comida.
Experimentó un dolor invisible en su pecho y una pequeña y triste sonrisa curvó sus labios. Las actitudes de la escocesa, ya fuese en su forma humana o fantástica, le daban todas las señales que más le preocupaban. Una criatura que desconocía la seguridad, que lo único que conocía era cómo escapar de los humanos, de sus maltratadores.
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Isabel se sentía demasiado extraña en esos momentos. Vestida totalmente de negro, se escabulló por el costado del establecimiento de la estación de policía hasta llegar a la puerta trasera, el punto de encuentro que le había indicado el detective Wysman. Observó a su alrededor en reiteradas ocasiones, pues no quería llevarse ninguna sorpresa. Estaba impaciente.
Llevó su mirada a su reloj de muñeca, un regalo de su abuelo cuando ella cumplió veintiún años. Acarició el objeto con cariño. Lo único que se negó a dejar atrás, incluso cuando sabía que eso era lo que una familia decepcionada esperaba que ella hiciera. Se dio cuenta que faltaban unos cuantos minutos para que dieran las once, la hora que habían acordado.
Desde el funeral no había podido dejar de pensar en que quizás todo lo que estaba sucediendo era una vil mentira, que Nya seguía con vida en alguna parte de Tasmennul. Se atrevía y quería pensar en eso a pesar de que sabía con certeza que acababa de enterrar un ataúd con alguien ahí dentro. Sin embargo, al parecer existía la posibilidad de que aquella persona que ahora reposaba a cinco metros de profundidad en el cementerio, no era su amiga.
—Me alegra que sea tan puntual, srta. Beauson —dijo una inesperada voz a su lado derecho, lo que hizo que se sobresaltara.
—Si me vuelve a asustar de esa manera, no solo seré puntual —contestó con el ceño fruncido.
—Sí, lamento eso —repuso el detective y sacó unas llaves de los bolsillos de su pantalón para abrir la puerta—. Sígame.
Sin perder otro segundo ni mirar atrás, Isabel subió los escalones que la llevaron al umbral de la salida de emergencia. La negrura al interior del recinto parecía casi infinita, la luz de la medialuna no se veía capaz de luchar contra eso. Con un pequeño gesto, Wysman le indició que entrara. La francesa lo observó por unos segundos antes de caminar. Los pasos del hombre la siguieron al igual que el sonido de la puerta volviendo a cerrarse.
—¿No habrá posibilidad de encender la luz? —preguntó cruzándose de brazos. No es que tuviera miedo a la oscuridad, pero sí que le incomodaba estar en medio de ella a solas con un hombre que apenas conocía.
—No. Si lo hago, alertará al guardia de turno.
Apenas terminó de hablar, una luz blanca dividió el pasillo en dos.
—Una linterna —apuntó Isabel, achicando los ojos por la interrupción con el brillo.
—Esto bastará.
La francesa asintió de acuerdo y siguió al detective Wysman, el cual se dirigió a una de las puertas que estaba en el lado izquierdo. En la puerta de color verde oscuro colgaba un sencillo letrero blanco en el cual se podía leer en grandes letras negras "ARCHIVERO". Siguiendo las silenciosas indicaciones del pelirrojo, ella misma cerró las puertas detrás de sí con lentitud para no hacer ruido alguno.
Luego de eso se acercó al hombre y comenzó a caminar a un lado de él. Con la linterna que él sostenía, apuntaba a los estantes y las cajas que había en ellos. La cantidad de información guardada ahí era bastante, tanto que Isabel creyó que necesitarían mucho más que solo esa noche para encontrar la primera falencia que los llevaría a resolver el caso de la muerte de Nya.
—Estoy revisando las fechas —dijo el detective.
Isabel volvió a asentir a pesar de que la atención del pelirrojo estaba puesta sobre las cajas y documentos. Le agradaba que él le diera pequeños pedazos de información sobre lo que hacía, dado que esta era la primera vez que se lanzaba a hacer algo así. No la aislaba y le hacía en verdad sentirse como parte de un equipo que busca rectificar lo sucedido. Isabel no tenía ni idea de lo que implicaba ser un miembro de seguridad y autoridad en una isla como Tasmennul, aunque bueno, ella no tenía ni idea de nada en realidad, pues su primer y único trabajo ha sido con Beatrix.
Sentía que en esos momentos tenía la oportunidad de pertenecer a algo más grande que ser solo la hija de un reconocido político francés; más que una joven que escapó su vida planeada para parar en tierras desconocidas.
Sabiendo que abarcarían más espacio y aprovecharían más el tiempo, ella misma se puso a echar una mano también —o mejor dicho un ojo— y comenzó a leer entonces las fechas de las cajas que la poca luz le permitió ver.
—Es este —anunció con suavidad sin ser capaz de retirar sus ojos de la fecha. El día exacto. No se atrevió a hurgar al interior de la caja.
El Sr. Wysman se acercó de inmediato y le tendió la linterna. Isabel la sostuvo entre ambas manos mientras que el detective se dispuso a buscar el nombre de la escocesa. Apenas encontró el sobre de manila correspondiente, no dudó en sacarlo de su lugar, no obstante, antes de pasar a leer la primera página, hizo una pausa bastante notoria. Estaba pensando en qué palabras decir que advertir a la francesa con lo que se podrían encontrar en la información recolectada del caso, y él no sabía cómo iría a reaccionar ella.
—¿Sucede algo? —preguntó la fémina frunciendo el ceño. El silencio del detective le preocupó.
—No —contestó él al tiempo que negó con la cabeza—. Será mejor que veamos esto en otro sitio.
Isabel quiso negarse, que no era capaz de esperar más tiempo, sin embargo, algo en la expresión del hombre, que había dejado de ser tan neutra como era lo habitual, la incitó a aceptar la propuesta. La documentación no iba a desaparecer. La habían encontrado. Quizás enterarse de la verdad en un archivero no era lo mejor.
Salieron del cuarto y se dirigieron a la salida por la parte trasera de la estación, la misma que usaron para ingresar. El detective sacó unas llaves, tratando de hacer poco ruido con ellas, mientras que la francesa apuntó con la linterna la manija de la puerta, cuando comenzaron a escuchar unos pasos acercándose al lugar. La mujer apagó la linterna de inmediato y miró al pelirrojo alarmada, sin saber qué hacer. Wysman la agarró del antebrazo derecho con considerable firmeza y prácticamente la arrastró consigo al interior de una oficina que estaba más próxima a ellos.
—¿Todo en orden, Alberts? —escucharon que alguien preguntó al otro lado, recorriendo el pasillo.
La fémina sentía su corazón desbocado. Se puso una mano en el pecho y con la muñeca de la otra se tapó la boca, temerosa de que algún sonido saliera de ella. Se pegó lo que más pudo a la pared, sobre todo cuando el hombre le indicó que lo hiciera una vez que uno de los otros agentes acercó su propia linterna por el vidrio empañado de la puerta de la oficina. El nombre de algún otro agente o detective resaltaba en letras oscuras ahí. A la francesa se le hizo vagamente conocido, empero en ese instante no pudo pensar en otra cosa que no fuera tratar de fusionarse con el muro a su lado.
—Sí. Creí haber visto una luz, pero no fue nada —contestó Alberts una vez desvió la luz de la ventana. Isabel apenas pudo escuchar los pasos alejándose por en medio de los alocados latidos de su corazón.
—Debemos irnos ya —avisó Wysman.
La castaña asintió con rapidez y lo siguió de cerca una vez él abrió la puerta y se dirigieron una vez más a la salida de emergencia.
Sintió que pudo volver a respirar una vez se encontraron afuera. Miró a su alrededor al tiempo que el detective ocultó la carpeta entre su abrigo largo y negro. Una vez ella estuvo segura que no había nadie cerca, aceptó el brazo que el pelirrojo le ofreció. Seguía algo tensa y nerviosa, pero de todas formas intentó adoptar la tranquila y recolectada postura que tenía su acompañante.
Caminaron en conjunto hasta volver a adentrarse a las calles del pueblo y se acercaron a las principales, cerca al puerto para mezclarse entre la gente que todavía disfrutaba de una fresca noche. Llegaron hasta un bar cuyo nombre no se molestó en averiguar y pronto encontraron una mesa vacía en un rincón alejado de ojos curiosos. Permitió que el detective corriera su asiento y en cuanto los dos estuvieron acomodados, Isabel lo miró expectante.
—¿Y ahora qué sucede? —inquirió con exasperación cuando lo vio sacar la carpeta y quedarse quieto una vez más.
—Lo que va a ver a continuación puede que sea... demasiado. Es un material sensible con información confidencial —explicó él con severidad—. No debería estar hablando de esto con usted ni con nadie fuera del recinto, pero en estos momentos yo necesito su ayuda así como usted necesita la mía.
La mirada que recibía por parte del pelirrojo era glacial y no perdonaba en ningún sentido. Su silencio y discreción no eran solo una petición bajo las palabras que dijo el hombre, sino que eran una necesidad, un deber para así poder resolver lo que tenía que ser resuelto.
Un escalofrío recorrió la espalda de la joven mujer. Su vida volvía a estar una vez más en juego. Si tenía problemas con la ley, lo más seguro es que las noticias lleguen a su familia y volvería a estar una vez más en un barco, huyendo o regresando a Francia de manera forzosa. Si los descubrían, no tenía ni idea de lo que le fuera a pasar a Michael Wysman, pero podía imaginarse que no sería algo bueno.
En realidad, las vidas de los dos peligraban. Si él estaba dispuesto a arriesgarse como ella, entonces la decisión ya había sido tomada.
—Y por alguna razón ha acudido a mí, Sr. Wysman —contestó con firmeza, usando la postura y tono de voz que tanto había amaestrado—. No me puede ocultar nada porque ya se ha atrevido a compartir lo necesario conmigo. Entiendo que no hay vuelta atrás y tampoco quiero retirarme.
El detective asintió una única vez, luciendo de alguna manera satisfecho con lo escuchado, aunque sin dejar de lado ese aire duro y directo tan característico de él.
Dejó la carpeta sobre la mesa y luego la deslizó hasta que estuvo al alcance de Isabel. Ella a su vez inhaló profundo y se dispuso entonces a abrirla.
Lo primero que sus ojos encontraron fue una imagen del cadáver. El detective Wysman tenía razón; la información era demasiado sensible, sobre todo para ella que nunca en su vida había visto algo así. Alzó la mirada, alarmada y con los labios entreabiertos, quizás a mitad de un grito silencioso o un suspiro ahogado. Su acompañante la observó en silencio y dejó que ella sola se atreviera a enfrentar de nuevo los documentos.
Isabel parpadeó varias veces seguidas y trató de recordar cómo se respiraba con normalidad. Tragó saliva e hizo una mueca. Tenía la garganta tan seca que aquella simple acción fue como intentar tragar espinas.
—Merde!* —susurró cerrando los ojos un momento.
Volvió a mirar la foto.
Unos ojos cerrados e hinchados se llevaron su atención. De hecho, la mujer de la imagen se encontraba hinchada y casi azul. El cabello oscuro había sido retirado de su rostro, por lo que pudo, con bastante esfuerzo, detallar rasgos que no le resultaron reconocibles en ningún momento. Leyó la información de la mujer y todo coincidía con lo que conocía de su amiga, pues ella misma fue la que proporcionó toda esa información a la policía.
Aún así, ella lo supo. Tal vez siempre fue consciente de ello, pero ahora más que nunca.
Un desagradable nudo se formó en su garganta y cerró la carpeta de golpe. Quiso llorar y golpear algo. Encerrarse y dormir con la esperanza de que todo haya sido una terrible pesadilla. Pero la francesa sabía que eso no sería posible, y ahora, el cuerpo sin vida de una mujer inocente y desconocida había quedado impreso en su memoria.
—No es Nya.
Merde: mierda
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Lamento la demora, la vida se ha metido en el camino.
a-andromeda
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