Pruebas de amor.
«Nadie es digno de mi amor».
Aseguró por milésima vez Jungkook, obteniendo la atención de todos aquellos que aspiraban algún día conseguir algo de su compañía o dulzor. Un dulzor tan agrio y cítrico que confundía. Confundía al punto de enloquecer.
«Pues yo seré aquel afortunado. Cueste lo que cueste».
Y Jeon sonrió con prominencia, observando en indudables burlas a Kim Taehyung, quien parecía tan convincente, seguro y sagaz. Pobre alma inocente, ni siquiera tenía idea de lo que decía.
Con gustos y caprichos que absolutamente nadie comprendía y mucho menos consentían, Kook se consideraba a sí mismo algo así como "inalcanzable". Era estricto; lo suficientemente narcisista como para creerse un tipo de Dios encarnado que merecía el mejor de los cuidados, el respeto y las adoraciones. Bastaba con decir que en aquel pueblo de mala muerte la última palabra era la suya. Sus decisiones eran seguidas y acatadas por la mayoría.
Los "necios", como él los llamaba, iban directo a asadores; sus carnes y entrañas acabando en el estómago del joven rey. Bastante joven, pues sus padres fueron víctimas de sus caprichos una lamentable mañana de otoño.
«¿Cuánto me deseas?».
«Lo suficiente como para hacer todo por ti».
«Anhelo ser lo único y más importante para ti en este miserable mundo. ¿Sabes lo que significa, Kim Taehyung?».
«Supongo».
«Mata a tu familia y dame de beber la sangre de tus mascotas».
Y por increíble que pareciera, Taehyung aceptó. Al día siguiente corrió la noticia de la deplorable y prematura muerte de los Kim. Asimismo, el chico apareció en el palacio en horas de la tarde con sus animales -aún vivos- en docenas de bolsas.
«Te los traje porque supuse que querrías matarlos por ti mismo. Extrañaré a mis perros, pero tus deseos son órdenes, mi amado Jungkook».
El aludido sonrió. Sus ojos adquirieron un tenebroso y por poco dulce brillo que igualmente hizo sonreír al mayor.
«Terminaré enamorándome si sigues al pie de la letra mis pruebas de amor».
Eso eran. Pruebas de amor. Pruebas, retos y reglas para tener el corazón del majestuoso, amado, malvado, sádico, precioso, vanidoso, caprichoso, berrinchudo y adorable Jeon Jungkook. No había límite para él. Por más cruel que sonaran sus peticiones, Taehyung le daba lo que pedía a cómo dé lugar.
«Quiero bañarme en la sangre virgen y con sida de un pequeño niño a quien le quitaron las esperanzas».
«Tus deseos son órdenes, mi amado Jungkook».
Partiendo a la ciudad, investigando todos y cada uno de los hospitales con el fin de encontrar el humano perfecto a las características de Jeon, secuestró a un infante de seis años que fue aparentemente contagiado por la negligencia de una enfermera que usó la misma inyección de un paciente infectado en él.
A Taehyung no le importó el llanto del pequeño, ni mucho menos el drenar su sangre en una lujosa tina de oro con el objetivo de consentir al caprichoso.
«Me gusta estar en el peligro».
Comentó Jungkook tras sumergirse en el flujo. Transportó a su boca su dedo índice y medio, los cuales lamió ante la expectante mirada del mayor.
«Bésame».
Con palpable asco; sin embargo, queriendo obedecer, Taehyung juntó sus labios con los ajenos. Aquellos labios pulcros, pequeños y suaves; mas venenosos, enfermos. Colmados de perversidad.
«¿Sigues de necio queriendo ganarte mi corazón o comencé a darte miedo?».
«Sigo queriendo ganarme tu corazón».
Fue así por meses. Tuvo que hacer cosas simplemente inconcebibles. Todas y cada una de las pruebas las pasaba, y Jungkook por fin estaba cayendo. Se sentía enamorado. Por primera vez en su vida, sentía que alguien era merecedor de su atención, compañía y amor.
«No me gusta tu belleza, Taehyung. Quiero que solo seas hermoso para mí. No quiero que nadie más te mire con los ojos de amor con los que yo te veo».
«Solo me interesa tu querer, mi amado Jungkook».
«Entonces demuéstramelo».
Ojeando la tina repleta de ácido que había a su costado, Kim inhaló profundo y exhaló pesadamente. No tuvo que pensárselo demasiado al momento de dejarse caer. Su cuerpo ardió y dolió de manera inhumana. No había descripción para tal sensación. No obstante, supo que todo valió la pena cuando unos de los tantos sirvientes del rey lo auxiliaron. Por supuesto, su piel ya se encontraba íntegramente malograda.
Su apariencia podía asemejarse a la de un monstruo.
«Para mí seguirás siendo hermoso, Taehyung. Te daré mi corazón, porque eres el único apto para cuidarlo».
Al fin de cuentas, sí hubo alguien digno de su amor. Jeon Jungkook era demasiado como para caer en la miseria de entregarse a cualquiera. Él necesitaba a alguien que viviera y muriera por él y con él.
Kim Taehyung había pasado sus pruebas de amor.
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