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Felicidad.

«Ni siquiera pedimos felicidad, solo un poco menos de dolor». —Charles Bukowski.


Felicidad...

¿Qué es la felicidad? ¿En qué consiste? ¿Por qué es tan corta y a veces escasa?

La felicidad se encuentra dependiendo de nuestras necesidades. Un auto de carreras podría hacer dichosas a una gran parte de personas, mientras que un vaso con agua a la otra mitad. Entonces, ¿por qué a tantos les hace felices lo que a otros tantos les da igual? ¿No es ese hecho parcial y lamentable?

Existen casos más deprimentes, como el no hallar felicidad en objetos ni en carencias; como el vivir con un vacío en el alma, en espera de que el lapso de vida se complete. Como el respirar por mero menester, deseando que llegue algo que, por lo menos, haga sentir una emoción diferente a la de ausencia. Como el no querer nada, pero verse en la obligación de hacer todo. Como el estar solo, sin siquiera anhelar un poco de compañía. Como el preguntarte la razón de continuar con vida, si este mundo no es para ti. Como el percibir estar viviendo en un cuerpo, una época y con personas que no te corresponden. Como el no encajar en ningún grupo o lado.

Ese era el sentimiento de Jeon Jungkook, un chico que siempre lo tuvo todo y a la vez nada. Un chico infeliz que, como toda persona, tenía a veces momentos buenos, porque la felicidad nunca era completa ni eterna, simplemente eran momentos buenos en medio de una vida de mierda.

Sin embargo, esos reducidos "buenos momentos" no los hallaba en situaciones o en días en los que se levantaba de buen humor, sino en una persona.

¿Tenía siquiera idea de lo triste que era encontrar tan limitada "felicidad" en alguien? Porque que su dicha momentánea dependiera de alguien no era lindo, era lamentable.

Kim Taehyung era el típico chico que todos amaban. Sociable, amoroso, inteligente, atractivo, gracioso, humilde, amable, educado, con unos deseos interminables de salir adelante y, sobre todo, feliz.

Muy por el contrario de Jungkook. Reservado, asocial, frío, inteligente por mero pasatiempo, bonito, sin sentido del humor, algo engreído, ajeno a los demás y, para finalizar, sin ganas de nada en la vida. No había algo en lo que quisiera dedicar tiempo y hubiera seguido así, de no ser porque Taehyung apareció para poner todo de cabeza en su "breve y desdichada" existencia.

Jungkook nunca entendió el porqué Taehyung siempre se mostró interesado por él. El menor hizo hasta lo imposible por alejarlo, por no darle resguardo en su vida -y mucho menos en su corazón-. Kim no le agradaba; él prefería estar solo, tal vez leyendo o escuchando música debajo de la sombra de algún árbol. Prefería cerrar los ojos y adentrarse al mundo en su subconsciente. Mundo que, de alguna u otra forma, le daba esperanza.

Pero todo fue en vano. Taehyung luchó por tener un espacio -y no muy pequeño que digamos- en la vida de Kook, y lo consiguió. Aquel muchachito cayó rendido ante sus encantos y él no podía estar más encantado de poseer algo que nadie tuvo con anterioridad. Jungkook, a pesar de aquel pesimismo tan característico, lo era todo para él.

Y el más pequeño, si bien se conformaba con aquellos "buenos momentos" al lado del mayor, jamás los necesitó en realidad. Eran más los instantes en los que no quería a Taehyung en su vida; en los que quería obligarse a no sentir nada y volver a la rutina que tenía tan solo meses atrás. Una rutina que lo estaba hundiendo, pero que era como una zona de confort, la cual se negaba a abandonar. Eran más los instantes en los que quería estar solo, en lugar de estar escuchando las palabras de amor que Kim le susurraba al oído. Eran más los instantes en los que quería sentir congelarse, en lugar de ser envuelto con delicadeza y pasión por los brazos de Taehyung.

Podría quedarse enumerando las cosas que prefería en vez de a Kim Taehyung.

Mas estaba enamorado. No podía evitar que su corazón se acelerara en cuanto veía aquella sonrisa cuadrada, en cuanto escuchaba aquella risa, en cuanto esa piel se juntaba con la suya, en cuanto esos labios lo besaban como si se tratara de la blandura de una rosa. El tiempo parecía detenerse, su respiración parecía confundirse, sus acciones parecían volverse torpes, su cabeza parecía no querer funcionar bien.

Estaba enamorado de un chico maravilloso y eso, ante sus ojos, era asqueroso. Él no quería estar enamorado, y eso se lo confirmaba el ver a Taehyung ser amable con todos; el ver centenares de chicas y chicos atraídos por él. Taehyung era una persona, y ser una persona, en el diccionario de Jungkook, era sinónimo de ser inadecuado para su vida.

Las personas para él eran malas, y por eso no se apuró en crear vínculos importantes con ninguna de ellas.

Por tales motivos, un día llegó a la conclusión de que Taehyung no era bueno para él. No importaban los buenos momentos que hasta aquel entonces había tenido. No importaba el amor desmedido que pudiera sentir por ese chico. No importaba que Taehyung pintara su vida de color rosa. Él atesoraba el color negro y, junto con él, la miserable subsistencia que se encargó de crearse a sí mismo.

Su diestra acarició aquellas hebras marrones. La cabeza de Taehyung estaba recostada en su regazo, la taza de café que se había bebido se hallaba en uno de los costados, completamente rota. Espuma blanca salía de su boca y sus ojos se fueron apagando de poco en poco y para siempre. Jungkook sonrió, asegurándose de que sus toques fueran en todo momento suaves.

Había envenenado a su primero amor, ¿pero y qué? Estaba demasiado enamorado como para tan solo dar por terminada la relación y tener que verlo después con otra persona. Asimismo, él creía fielmente que, como su vida era un tormento, la de los demás también. En reducidas palabras: creyó que estaba salvando a Taehyung de una absurda y cansina existencia.

Taehyung, para Jungkook, era como el auto de carreras que haría feliz a una gran parte de la gente, y también como el vaso con agua que haría feliz a la otra mitad. Taehyung era su "felicidad" dependiendo de su necesidad, pero las cosas buenas se acababan y eso Kook lo tenía en cuenta mejor que nadie.

El auto de carreras se averió para siempre y el vaso con agua se acabó al ser bebido.

La satisfacción no perduraba para él. Por eso, aprendió a vivir y a conformarse con el vacío en su pecho.

Al menos ese vacío era fiel y duradero.

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