Capítulo 8
Y ahí estaban, quietos en aquel lugar que se les hacía cada vez más lúgubre, con la espalda pegada a la de su camarada más cercano y sin saber que esperar exactamente.
A los pocos segundos el lugar se llenó de susurros ininteligibles que no provenían de ellos.
En medio de la confusión, y la alteración que esta producía en ellos, algunos de los humanos comenzaron a sentirse mareados y a caer arrodillados en el suelo, o desplomados entre convulsiones.
Sus ojos lucían desorbitados mientras de sus orificios comenzaba a manar sangre, sus extremidades comenzaban a lucir hinchadas y todos los que se encontraban bien, se apartaron sin entender nada.
—¿Qué demonios está ocurriendo? —preguntó en un grito desesperado uno de ellos, con la espada por delante suya y la mirada llena de terror.
Víctor y Sebastian se miraron entre sí, no tenían respuesta a esta pregunta y tampoco sabían lo que venía a continuación. Los afectados continuaron gritando y convulsionando un poco más antes de que, finalmente, sus cuerpos no aguantaran más la presión mientras se hinchaban.
Sangre, huesos y vísceras inundaron el lugar, los supervivientes se vieron bañados por estos y, algunos, acabaron siendo atravesados por los huesos astillados de sus compañeros.
Gritos salían descontrolados, tronando desde sus gargantas, en un momento había sucumbido más de un cuarto de la compañía. Ahora quedaban poco menos de sesenta hombres y, varios de ellos, heridos.
Habían visto batallas sangrientas, estado cubiertos de sangre en muchas ocasiones y, desde luego, se habían endurecido con cada experiencia, pero esto era diferente.
Nunca habían presenciado nada parecido, por lo que la conmoción era evidente en los rostros de todos. El capitán fue el primero en reaccionar, echó un rápido vistazo alrededor y dio una orden decidida.
—¡Atended a los heridos, curadles lo mejor posible y continuemos! Hay que salir de aquí cuanto antes —vociferó comenzando a moverse hacia los caídos.
Se arrodilló frente a lo poco que quedaba de ellos, pensando que, quizás, podría hallar una explicación entre sus restos. El rubio bajo su mando, se acercó tras él y arrodillándose a su lado, dijo:
—¿Creéis que esto tiene algo que ver con la huella extraña de antes?
—La verdad es que no lo tengo claro, he estado pensando en ello desde que la visteis —quedó en silencio, pensativo, un momento—. He leído sobre criaturas capaces de exterminar reinos enteros solo con el poder de su interior, pero no sé hasta qué punto podría ser este el caso —concluyó Víctor tras su reflexión dejando solo más dudas.
—¿Será buena idea seguir avanzando? Quizás esto ha sido una advertencia y aún podemos volver atrás.
Sebastian no acostumbraba a ser demasiado prudente al tomar sus decisiones, pero en este momento no estaba seguro de que sus habilidades fueran suficientes para sobrevivir.
—No, no volveremos atrás —sentenció el moreno capitán—. Tenemos una misión que cumplir y lo haremos.
Se puso en pie y comenzó a poner orden entre los soldados ruidosos. En pocos minutos reanudaron su marcha, sin dudar en dejar atrás al que no pudiera seguir adelante.
La moral estaba por los suelos, se respiraba el miedo que desprendían por los poros, pero nada mermaría la determinación de Víctor, a cumplir las órdenes de su majestad. Por no mencionar, el castigo que se les aplicaría por abandonarla...
Los soldados murmuraban entre ellos, era evidente su preocupación al continuar, «¿y si soy el próximo?», se preguntaban muchos de ellos a sí mismos mientras otros se giraban alerta a cada pequeño sonido.
No había defensa posible ante algo que ocurría sin saber por qué, por lo que, la sensación constante de peligro ya estaba grabada en su mente.
Una luz de color distinto fue detectada por el segundo al mando, deteniendo la marcha y señalando en la dirección de la que provenía. Un color rojizo se distinguía al fondo del cada vez más estrecho túnel.
—¡Vosotros dos! —Víctor llamó la atención de los hombres más adelantados —acercaos a comprobar de que se trata—señaló en la dirección a seguir.
Los soldados fueron a regañadientes, poca gracia les hacía ser la carnada, pero no tenían más remedio. Con la espada en mano y deseando que nada malo les ocurriera, se acercaron al lugar indicado.
El brillo provenía de la pared y, cuando estuvieron lo bastante cerca, distinguieron unas marcas rojas y brillantes. Necesitaron unos segundos para percatarse de que era una frase extraña, imposible de leer y escrita con lo que parecía sangre.
El por qué brillaba era algo que comprendían, aún menos que el mensaje que pretendía transmitir, pero, al no ocurrir nada, animaron a los demás a acercarse.
Al aproximarse, pudieron leer «Redra soodniecah sodot a eriurtsed so recedrata led setna iuqa ed silas on is». Sebastian miró a Víctor y, con una mueca de incertidumbre, dejó claro que de esto debía ocuparse el.
El capitán, no lo era solo por su habilidad en combate, si no, también, por su mente brillante a la hora de armar estrategias y resolver situaciones que parecen imposibles.
Muchas horas había pasado en la biblioteca del castillo, estudiando los libros de grandes estrategas y leyendo sobre criaturas míticas, combatidas por sus ancestros.
Si bien era cierto que nunca había oído hablar, ni leído, sobre un idioma parecido al escrito, algo no le cuadraba. Fue tras unos momentos de reflexión, que notó el patrón tras las letras.
—Si no salís de aquí antes del atardecer os destruiré a todos haciéndoos arder —recitó el capitán—. Está escrito del revés, como si de un espejo se tratase.
Otro murmullo se extendió a su alrededor, no solo por aquel amenazante mensaje, habían llegado hasta ahí y no había más camino por delante, solo el muro iluminado.
Sebastian, no entendía como era posible que se hubiera equivocado de camino, el rastro llevaba en esta dirección. Algo debía haber ocurrido antes de llegar hasta aquí, su orgullo no permitía que pudiera ser error suyo.
Quizás, había pasado por alto algún desvío antes de llegar aquí, pero no podría comprobarlo si se quedaba quieto sin hacer nada.
—Debemos regresar, quizás haya alguna otra salida, aquí claramente ya no se puede hacer nada más —comunicó el rubio a su capitán.
—Eso está claro, de igual manera, hagámoslo con apremio, a más pronto hallemos la salida mejor —confirmó Víctor olvidando brevemente su objetivo principal.
—Señor, con todo respeto, a estas alturas esperábamos haber capturado nuevamente a los prisioneros y parece que todo está tomando un rumbo inesperado. Creo que es hora de regresar, antes de acabar perdidos, o como el resto —intervino un soldado situado junto Frederick.
Una mirada asesina, cayó sobre el soldado por parte de su capitán, que se acercó con cara de pocos amigos a él. Su rostro se encontraba a milímetros del rostro del soldado, que tragó saliva intimidado y arrepintiéndose un poco de sus palabras.
—¿Tenéis algo más que decir soldado? Quizás, queráis ser vos quien nos guie, puesto que veis todo con tanta sencillez, seguro que podéis cumplir la tarea mejor que yo.
Tragando saliva, negó con la cabeza rápidamente, sin embargo, Víctor no toleraba la insubordinación, por lo que, al segundo siguiente, el soldado se desplomaba sin vida tras atravesarlo el capitán con su espada.
—¿Algo más que aportar? —preguntó al resto, limpiando su arma en la ropa del caído.
Nadie dijo una sola palabra y, asintiendo conforme, ordenó retomar el camino volviendo sobre sus pasos.
Cuando llegaron a la última bifurcación, el rubio se percató de que había otro camino semi oculto, que habían pasado por alto anteriormente.
Inspeccionó el lugar encontrando lo que parecía pelo, alguien debió haber pasado muy cerca de la pared, por la estrechez de esta, y acabó enganchado a uno de los salientes, en el muro de piedra.
Tras unos segundos, notó que el grosor y el tacto concordaban con los de un caballo, por lo que se aseguró comparándolo con el de uno de sus animales.
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Una nube de polvo se había levantado en aquel lugar, tras el inmenso estruendo provocado por la caída de las paredes que marcaban el camino. Toses resonaban alrededor de Tairon, acompañadas de algunos quejidos.
La dificultad para distinguir lo que ocurría delante de ellos, fue mermando a medida que el polvo se iba asentando, disipando la confusión ante la visión de lo que había ocurrido.
Delante suya solo había rocas que impedían el paso, aunque intentaran apartarlas, no había garantías de que eso no provocara otro derrumbamiento.
Tras unos segundos de estupefacción, el príncipe reaccionó al escuchar gritos de auxilio. Solo unos pasos por delante, Fircas se encontraba con medio cuerpo atrapado por las rocas.
El bravo guerrero, se removía desesperadamente tratando de liberarse del peso que ejercían sobre él sin éxito alguno. El peliazul corrió en su ayuda, tratando de mover la enorme roca que tenía encima, pero pesaba demasiado para el solo.
Fircas, tosía con cada movimiento que hacía y su respiración se dificultaba, tanto por el peso, como por la sangre que brotaba por la boca desde su interior
—Tranquilo, encontraremos la manera de sacarte de aquí —intentó tranquilizarlo Tairon, mientras miraba a su alrededor—. Carri, ven a ayudarme — dijo cuando vio que su primo corrió la misma suerte, de quedar separado de los demás.
El rubio, miró en su dirección y se acercó rápidamente, dejando a Blad continuar con lo que hacían. Observó un momento el montón de rocas que había encima del guerrero, e hizo un gesto de preocupación.
El que lo había llamado frunció el ceño sin entender del todo, instándolo a hacer un esfuerzo por sacarlo de esa situación.
—Tai... - Carri puso una mano en su hombro para detenerlo—. Aunque lográramos apartar las rocas, lo que veo sumamente difícil, no va a sobrevivir... Si tuviéramos a algún hechicero con capacidades sanadoras quizás, pero... No podemos hacer nada por recomponer sus órganos dañados...
—¡No podemos simplemente rendirnos! —lo interrumpió el príncipe enfadado—. Hay que intentarlo...
—Majestad —intervino Fircas, casi sin aliento—, vuestro primo tiene razón... Más, no os apenéis por mí... He vivido suficientes siglos y luchado en... —la tos, producida por la hemorragia interna, hizo que tuviera que hacer una breve pausa—. En suficientes batallas, para aceptar tal merecido descanso, así lo han dictado los dioses.
Una sonrisa de aceptación se observaba en la cara del viejo guerrero caído en desgracia, por lo que Tairon asintió, con pesar, como respuesta.
—Vuestra muerte no será en vano viejo, recuperaremos nuestro hogar y derrotaremos a quien se cruce en nuestro camino, por vos y el resto de los ancestrales caídos —dijo de forma solemne el príncipe, mientras trazaba un triángulo con sus dedos sobre su pecho, haciendo un gesto de promesa.
Carri imitó el gesto de su primo, adoptando una pose decidida, ese guerrero que casi les doblaba la edad, en muchas batallas les había salvado la vida y, ahora, ellos tenían las manos atadas para ayudarlo.
Tras pocos minutos, y algunas palabras de consuelo intercambiadas, el ancestral finalmente expulsó su último aliento.
Entre tanto Blad, que también había quedado a este lado del derrumbamiento, había revisado las rocas caídas, en busca de alguna apertura por la que deslizarse o poder ensanchar para pasar.
No había suerte, la única salida estaba por donde habían venido. Estaban agotados tras horas de caminata y días sin un descanso adecuado, por lo que este contratiempo había caldeado los ánimos.
Había nueve más con ellos y ninguno parecía estar muy contento. Todos eran ancestrales más jóvenes, que no parecían llegar a los doscientos años de edad, por lo que ninguno había experimentado las vicisitudes de la guerra.
—¡Escuchadme ancestrales! —Tairon alzó la voz, haciéndose oír—. No podremos reagruparnos con los demás por este camino, debemos retroceder y probar por otro...
—¿Retroceder? —intervino uno de los jóvenes—. Por favor, decidme que ninguno va a seguir las órdenes de un miembro de la realeza, precisamente su familia, tiene la culpa de nuestra situación.
Esta afirmación, levantó murmullos en acuerdo por parte de los jóvenes y generó un sentimiento de culpa en Tairon, por no haber sabido ver las intenciones de su hermano.
Carri y Blad, adoptaron una pose protectora, cada uno a un lado del príncipe, el cual había agachado la mirada apretando los puños ante la frustración provocada.
—¡Callad insolentes! —intervino Carri enérgicamente—. ¿A caso alguno tiene una solución mejor para nuestro problema? —ante la pregunta, todos se miraron y callaron—. Tal como suponía...
—Igualmente las decisiones no puede tomarlas solo el, ¿cómo sabemos que no va a traicionarnos como su hermano? —volvió a intervenir el que habló antes.
—¿Cuál es tu nombre soldado? —quiso saber Tairon.
El joven, quedó un momento en silencio sorprendido por la pregunta, nunca nadie de la realeza se había interesado por saber su nombre, ni el de ningún plebeyo que conociera.
—Mi nombre es Hamlin, y no soy soldado —respondió hablando de manera contrariada.
—Bien, pues entonces debo preguntar —continuó Tairon con calma—. ¿Tenéis conocimientos de estrategia de algún tipo? O quizás, ¿alguna experiencia de batalla?
El ancestral de pelo castaño bajó la mirada y pasó una mano por su nuca antes de contestar.
—Me temo, que la respuesta a ambas preguntas es negativa – dijo finalmente con frustración.
—Entonces, comprended que, teniendo más de cuatrocientos años de experiencia en batalla, y habiendo planeado miles de estrategias a lo largo de los siglos, soy, junto a Blad y Carri, el más adecuado para tomar decisiones en esta situación.
Hamlin no pudo rebatir tal afirmación y, a pesar de no querer seguir ordenes de la realeza, tuvo que aceptar los argumentos dados por el peliazul.
El de pelo castaño se mezcló con los otros ancestrales, evidentemente contrariado y con una mirada de furia, pero decidió no intervenir más de momento.
—Bien, supongo que no hay nada más que decir al respecto – intervino Blad, dando una mirada a cada uno de ellos—. Comprended, que podéis tener las inclinaciones políticas que os plazca, más en esta situación, la supervivencia depende de la experiencia de quien toma las decisiones —miró en dirección al príncipe, que estaba cruzado de brazos y continuó—. He examinado el muro formado por el derrumbe, no hay salida alguna, lo que propone Tai es la mejor solución y, seguramente, la única.
—Ahí tenéis una explicación, espero que sirva para que me confiéis las decisiones, al menos hasta salir de aquí —el príncipe habló decidido—. Regresemos, para encontrar otro camino, y procuremos que nada de esto haya sido en vano.
En su regreso se notaba que, aunque las palabras pronunciadas habían tenido efecto y ninguno se quejó más, los jóvenes no eran precisamente monárquicos.
Miraban a los tres mayores con recelo y sin demasiada confianza, lo que provocaba una visible incomodidad en Carri y Tairon.
Blad, por su parte, se mantenía atento a otras cosas, entre ellas, los ruidos que se escuchaban a lo lejos. Se detuvo bruscamente, haciendo una señal para que el resto hiciera lo mismo.
Carri iba a preguntar, pero el de ojos esmeralda lo impidió cubriéndole la boca con su mano derecha, mientras que con la izquierda llevaba su dedo índice a sus labios, pidiendo a todos que guardaran silencio.
Fue ahí cuando lograron identificar el sonido, cascos de caballo golpeando contra el suelo a cada paso, acompañados por ruidos de armaduras entrechocando por el movimiento.
Mil preguntas se pasaron por la cabeza de los tres con más experiencia, entre ellas «¿Cómo los enfrentamos?» «¿Y si retrocedemos?».
Finalmente, sabiendo que no tenían alternativas, pues no podían esconderse y volver atrás solo los dejaría con menor espacio para maniobrar, desenvainaron las espadas y se prepararon para defenderse.
Los tres antiguos compañeros de armas se habían situado al frente, con los nueve ancestrales restantes tras ellos. Se notaba que la falta de experiencia los hacía sentirse inseguros, lo que no jugaba precisamente a su favor y los que estaban al frente lo sabían.
Aun así, mantuvieron la calma, si no eran demasiados podían tener alguna posibilidad de salir de esta victoriosos.
Esa esperanza, se esfumó en el momento que vieron que eran seis veces más hombres que ellos, por lo que cuando cruzaron las primeras miradas y vieron cómo, todos los humanos, se ponían en posición de ataque, Tairon fue el primero en bajar el arma.
—Vaya, que grata sorpresa —manifestó Víctor al ver tal gesto—. Veo que sabes cuando rendirte, rata miserable —dijo dirigiéndose al príncipe.
Blad y Carri aun no bajaban sus armas, los ancestrales jóvenes titubeaban, sin saber cómo reaccionar y Tairon sabía, que debían rendirse si querían sobrevivir.
—Bajad las armas —dijo el príncipe finalmente dirigiéndose a los suyos.
—Sabía que no debimos confiar en vos —soltó Hamlin con enfado—, al final sois un cobarde como vuestro hermano...
—Luchad pues si deseáis morir, yo prefiero saber retirarme a tiempo para luchar más tarde —le respondió el peliazul por lo bajo.
—Dejaos de tanta charla y lanzad esas armas al suelo — intervino Sebastian—. Tú, miserable sabandija, devuélveme mi espada —continuó cuando reconoció a Blad frente a él.
Los ancestrales, fueron lanzando las armas en silencio lejos de ellos uno a uno, tanto esfuerzo, para acabar así por deseos del destino los hacía sentir una enorme frustración.
Los humanos los habían rodeado apuntándolos con sus armas y, una vez tuvieron la seguridad de haberlos desarmado por completo, los ataron con cuerdas por las muñecas y a la vez entre sí.
—¿Dónde está el resto? Soy consciente de que lograsteis la huida muchos más —comenzó a interrogar Víctor.
Todos quedaron en silencio sin querer responder, pero Tairon quería asegurarse de que la persecución acabara aquí y, finalmente, habló.
—Hubo un derrumbamiento y no sobrevivieron, podéis comprobarlo, ocurrió a unos mil pasos caminando desde aquí —dijo el príncipe cabizbajo y con angustia en su voz.
Sebastian y Víctor se miraron contrariados, no había tiempo de comprobar la veracidad de lo que afirmaba el ancestral, pues no se tomaban la advertencia recibida con anterioridad a la ligera después de lo ocurrido a sus hombres unas horas antes.
—No hay tiempo de comprobaciones, tendré que confiar en tu palabra esclavo —el capitán se giró hacia Sebastian y continuó—. No les debemos quitar el ojo de encima, ni podemos demorarnos, no sé qué hora es, ni cuánto tiempo nos queda para que, quien sea que dejara aquel mensaje, cumpla lo escrito.
—Démonos prisa pues y salgamos de aquí cuanto antes, no me gustaría estallar por los aires —afirmó Sebastian, con un escalofrío recorriendo su espina dorsal ante la perspectiva.
Dieron unas cuantas órdenes a los soldados, dejando muy claro que no debían descuidarse y volvieron por donde vinieron, esperando no tener nuevamente una mala experiencia.
N/A
Dato curioso del capítulo, Hamlin significa pequeño amante del hogar, y era un nombre común en la edad media.
No olvidéis dejarme vuestra opinión en comentarios, dejadme una estrellita si os gusta y si queréis que os ayude, en medida de mis posibilidades, a que vuestro libro sea más conocido contactadme por privado.
Hagamos posible que todos logremos nuestros sueños colaborando,
un gran abrazo,
Dani High Writer
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