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Capítulo 2.

Borin recorrió los pasillos ahora oscuros de la fortaleza, los rastros de batalla se observaban por doquier.

Numerosos cuerpos estaban tirados, algunos en medio del pasillo, otros a los lados de su recorrido, la sangre impregnaba las paredes, goteando hasta alcanzar el suelo, pero a él eso solo le daba satisfacción. Su plan había salido a la perfección, bueno...

Con algunas contrariedades. Borin realmente quería a su hermano y tener que causarle este sufrimiento, por su "cabezonería", no le hacía gracia...

Pero sus palabras sellaron su destino, no estaba seguro de que fuera lo más adecuado haberlo dejado vivir, pero ya estaba hecho y ahora debía centrarse en gobernar su nuevo reino.

Cuando se reunió con el rey humano, tras tanta insistencia y con la curiosidad picando detrás de su oreja, solo pretendía acabar con la intriga, pero con cada reunión el rey humano iba dejando ver un poco más las diferencias que tenía con su progenitor y el resto de los ancestrales al mando.

Sopesando los argumentos y pensando en la situación con su padre, finalmente tomó una decisión.

Cereon fue llevándolo poco a poco a su terreno, haciéndolo participe de varias reuniones y con la excusa de mejorar la relación entre la realeza.

Las conversaciones fueron generando confianza entre ambos, llegando a comentar ciertas circunstancias de la corona ancestral.

Así, el rey, fue utilizando esa información para acercarse a él y, como necesitaba mano de obra para construir una nueva ciudad con su correspondiente castillo tras su última conquista, lo que significaba tener que invertir mucho dinero, acabó comentándole que podrían ayudarse mutuamente. 

Nuestro rey humano es un hombre calculador y lleno de objetivos para enriquecerse y llenar de gloria su reino.

Así que propuso a Borin un intercambio entre sus pueblos, en el que los ancestrales de más bajo rango le proporcionaran sus servicios, pero no sin comentar antes que la guerra lo había dejado algo escaso de riquezas.

El hechicero ancestral no pudo evitar soltar una fuerte carcajada ante esto.

—¿Como pretendéis que logre eso? —preguntó sabiendo que el rey humano estaba informado respecto a sus leyes y el temperamento de algunos de  ellos—. Los de nuestra especie también tienen que sacar algo si queréis sus servicios.

—Si si, se los impedimentos que hay, pero... ¿Qué pasaría si vos fuerais quien puede tomar todas las decisiones? Si no tuvieran más opción que acatar las órdenes que deis no habría tanta complicación —explicó el rey removiendo una copa de vino en el aire.

—Eso implicaría ser el que está al mando de todo, y sabéis que nosotros no decidimos sobre la suerte de la gente, aún menos yo, además no son... —razonó Borin pensativo—. Esclavos...

—Exacto, pero si vos reináis, tal vez podríais enviar hombres, me aseguraré de que son bien alimentados y tratados de forma adecuada durante su estancia, haciendo que vuelvan a casa al finalizar la construcción —el rey le dio media sonrisa al hechicero, intentando verse convincente ante la incredulidad de su conveniente  amigo—. Además, ¿no os parece injusto que nunca seáis intermediario entre nuestros continentes? Vuestro padre os desprecia, siempre os deja en último lugar y vuestro hermano ni si quiera parece darse cuenta y vive sumido en su propio ego.

—Eso implicaría organizar una rebelión, se podrían perder muchas vidas y que os haya confiado los problemas que hay entre mi familia y yo, no significa que podáis volverme contra ellos —Borin se levantó con su porte orgulloso y salió de allí sin mediar más palabras y con algo de enfado.

Después de ese día fue cuando Tairon regresó de Alta Siluas*, su padre sólo le mandó una carta sellada con indicaciones para él.

Nunca lo había tratado bien y siempre le reprochó que su madre falleciera durante su nacimiento, pero encima esta vez, mandó a decir que debía dejar el mando de los hechiceros y abandonar las tierras de cualquier ancestral.

En la carta también le daba la oportunidad de retirarse sin que nadie se enterara de sus acciones, tenía dos semana para hacerlo sin mayores consecuencias. 

El texto terminaba recalcándole que además estaba siendo muy generoso, pues debería castigarlo por el crimen como traidor tras ignorar de esas formas el estricto protocolo.

Los consejeros le habían hecho llegar un mensaje mágicamente a su padre, donde explicaban la situación, al no haber recibido ningún tipo de mensaje tras, supuestamente haber informado ya Borin sobre el asunto.

Su único logro reconocido era ser el mejor hechicero, querer quitarle el único reconocimiento que le había dado y encima llamarlo traidor provocó una inmediata reacción en él.

Tras esto y al ver que nadie más fuera del consejo sabía sobre ello se comunicó por vías mágicas con el rey Cereon.

En su mente no había vuelta atrás, tan harto como estaba de las humillaciones durante siglos, solo comunicó a su aliado que iban a proceder con lo que fuera necesario y montaron rápidamente un plan, Borin sabía bien en quien confiar y quienes estarían de su lado.

Inmerso en los recuerdos que lo llevaron a todo esto, llegó a la sala del trono, la entrada estaba custodiada por dos estatuas gigantes sin rostro, en representación de sus guerreros.

Al fondo se veía el espléndido y robusto trono, la sala circular, con grandes arcos adornando las paredes, también estaba ocupada por un par de arcones y una gran alfombra Azul que recorría el camino, desde la entrada, hasta el trono.

Se veía muy bien cuidada a pesar de que llevaba unos 250 años sin utilizarse, ya que era sobre todo para atender las peticiones del pueblo y recibimientos diplomáticos. 

Recordaba vagamente como se sentaba junto a Tairon cuando tenía alrededor de cincuenta años, el portavoz era su hermano mayor, pero tomaba en cuenta su opinión y eso era, para él, un gran honor.

Esas actividades se habían estado llevando a cabo en la sala del consejo, al menos hasta el día de hoy, con más de trescientos años iba a poder portar al fin la corona y ser la autoridad máxima.

Lentamente se acercó a un arcón de madera y talle fino que se encontraba tras el trono, al final de las imponentes escaleras.

Levantando su tapa, miró en su interior aterciopelado, con una pequeña sonrisa sacó la corona que reposaba en él, la miró unos segundos, observando los pequeños rubíes en forma de romboide y el diamante del centro, para después llevársela a la cabeza y colocársela.

Estaba como hecha para él, ni grande ni pequeña, esto lo llenó de satisfacción y se sentó en la silla del centro de la superficie, algo más elevada que el resto de la sala, meditando sobre los siguientes pasos.

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Carri fue despertando poco a poco, sumido en una gran desorientación, lentamente se percató de que estaba en una jaula, con las manos atadas y el espacio para moverse era minúsculo.

Sentado en la esquina en la que se encontraba no pudo evitar preguntarse por qué tenía que pasarle algo así dos veces en la misma noche.

Detestaba despertar desorientado, y más si esta desorientación venía acompañada de un dolor agudo de cabeza.

Se dio también cuenta, que había más carros con jaulas repletas de ancestrales alrededor

Los soldados humanos reían y hablaban entre sí repartidos por la superficie de tierra, entre la muralla principal y la secundaria, como si no hubiera habido una batalla encarnizada hasta unas horas antes, solo unos pocos estaban apartados con cara seria.

La contrariedad se observaba en sus caras por algún motivo, Carri los observaba, mientras pensaba en las formas de solucionar este tremendo lío.

—Carrie, ¿os encontráis bien? —Tairon lo llamó por lo bajo, desde el carro de al lado y vio como Carri asentía en respuesta—. Fíjaos en cómo se comportan los que están alrededor de la hoguera —continuó una vez estuvo seguro de que todo estaba correcto—, están muy tranquilos, la mayoría celebra y bebe de nuestro licor, en menos de una hora estarán tan borrachos, que no podrán sostenerse de pie.

—Sus guerreros apenas tienen entrenamiento, aún menos el talante para saber mantener las formas... —Carri hizo una pequeña pausa, observando otra vez a los guerreros que estaban serios—. Ellos son los únicos que parecen entender que esto no ha acabado aún.

—Esos son de los pocos que han tenido un entrenamiento desde niños, no son campesinos como los otros. El de la derecha es Víctor —señaló a un tipo alto, tendría unos veinticinco años, con el pelo negro atado en una cola de caballo—, el que está en el centro dándonos la espalda, es Sebastian —indicando a uno más bajo y joven, no llegaría a los veinte años y su pelo era rubio y corto— y el de la izquierda es Castle —este último parecía ser el más joven de los tres y tenía un porte más altanero, su pelo estaba recortado de una forma peculiar, dejando los lados y la parte trasera de su cabeza completamente rapados y la parte superior más    larga—. Normalmente se encargan de la seguridad del rey, es extraño que estén aquí y el no...

—Maldición Blad, ¿de dónde salís? —dijo Carri sorprendido por su repentina intervención.

—He estado aquí todo el rato —dijo Blad tranquilamente.

—Normal que no nos hayamos dado cuenta, cuando queréis parecéis invisible —bromeó Tairon, pues todo el que conocía bien a Blad, lo que no eran muchos, sabía que era un excelente espía y por tanto muy escurridizo.

—Y vos siempre tan bromista y relajado en estas situaciones —le devolvió Blad, pero con su habitual tono y expresión serios.

Nuestros amigos se quedaron observando lo que iba ocurriendo y pensando que podían hacer para evitar acabar como esclavos.

Tairon aún estaba totalmente confuso con la situación, sólo podía estar seguro de que ese ya no era el hermano que había conocido.

Se preguntaron donde estaría el resto del grupo con el que habían encontrado la brutal escena unas horas antes.

Podrían estar en cualquiera de los otros carros que estaban alejados o no estar allí, lo más probable era que ya hubieran emprendido la marcha algunos carros antes de su despertar.

Resultaba muy difícil de creer que hubiera tan pocos compatriotas en desacuerdo con Borin.

Las horas fueron pasando y comenzó a amanecer, vieron salir de la ciudad varios carros tapados durante ese tiempo, suponían que serían más de los suyos o riquezas, pero todo eran conjeturas.

Un soldado alto y ancho apareció, con dos caballos y su lento andar, disponiéndose a enganchar a ambos al carro. Los tres amigos observaron en silencio sus actos, cuando terminó su labor, el gigantón se dirigió hacia Víctor, Castle y Sebastian.

Por lo que habían ido viendo, esos tres tenían el mando. Los tres asintieron al comunicado del soldado, intercambiaron un par de palabras y se acercaron a comprobar las monturas y la seguridad de las jaulas.

Al cabo de un rato más, con el sol brillando ya en el cielo, un tipo con armadura se acercó hasta Víctor, mientras llegaba iba dándole bocados a una pata de pavo y lo que le dijera a este, lo hizo hablando con la boca llena.

Los soldados parecían nerviosos, habían empezado a moverse visiblemente alterados a su alrededor.

La alegría con la que bebían y celebraban la victoria alrededor de las fogatas, había desaparecido, aún algunos soldados recogían sus pertenencias, preparándose así para partir lo más rápido posible.

Otros que habían abusado un poco más de la bebida, se encontraban tirados por toda la extensión de tierra.

Había seis carros llenos y cuando los soldados se posicionaron alrededor, comenzaron a moverse.

Si, ya de por sí, los ancestrales cautivos estaban nerviosos con todo esto, ahora los murmullos se extendían entre ellos.

No sabían que esperar, ¿los venderían? ¿O tendrían algún otro plan más elaborado en mente?

Unos cuantos golpes a las jaulas y las amenazas de los soldados, que pincharon a algunos con las lanzas que portaban, bastó para que el silencio reinara entre los Ancestrales.

Los humanos reían y se burlaban desde sus monturas. Blad y Carri compartieron una mirada y el mensaje que transmitía era claro...

Se mantuvieron lo más tranquilos posible e intentaron difundir, silenciosamente, el mensaje de hacerlo, al menos en los carros donde viajaban Tairon, Carri y Blad.

Así parecerían inofensivos y los humanos se confiarían durante el viaje. Blad no les quitaba ojo a los tres conocidos guerreros, ellos eran su mayor preocupación.

Víctor iba hablando con sus dos compinches más habituales, ahora que su misión estaba cumplida, debían informar a su rey y entregar a los ancestrales.

Fueron la mayor parte del camino los tres a la cabeza, a excepción de las veces que alguno iba a echar un vistazo.

Para llegar hasta la ciudad, debían atravesar un bosque, este ocupaba varios kilómetros de extensión y querían llegar lo antes posible, por lo que, las paradas para comer y descansar se limitaron a una durante el día.

Llegaron a los límites del bosque bien entrada la tarde, pronto tendrían que parar y armar un campamento.

Carri maldijo por lo bajo, cuando vio que varios soldados más se unían a la comitiva.

Intentaban hallar la forma de escapar y, cuantos más soldados hubiera, más difícil sería. Aun así, mantuvieron la calma, debían tener paciencia y esperar, los soldados llevaban todo el día en movimiento y ya anochecía.

Cuando estuvieran descansando sería el momento perfecto.

Habían intentado descansar durante el camino, reservando fuerzas y prestando atención por si podían descubrir alguna debilidad.

Blad se puso alerta cuando sintió que el carro se detenía, los habían colocado en fila unos al lado de los otros, desengancharon a los caballos y la mayoría se alejó, dejando unos pocos vigilando cerca, las fogatas empezarían pronto a iluminar la parte del bosque en la que se encontraban.

Blad observó en silencio como los guardias reales daban órdenes de amontonar la leña en el lugar que habían preparado con piedras formando un amplio círculo.

Con una mirada de Blad, Carri supo que era el momento y debían prepararse.

—Despertad —le susurró Carri a un ancestral que se había quedado dormido cerca suya—, es la hora.

Se debe añadir que el trayecto fue bastante incómodo, teniendo que aguantar todas esas horas de viaje de pie por estar en un espacio tan reducido.

Tairon se encontraba a dos carros de distancia de sus amigos, por suerte, ya habían formulado un plan antes de separarse al partir.

Hizo lo mismo que sus amigos y alertó a los que se encontraban a su alrededor, diciendo que pasaran el mensaje de estar atentos a su señal.

Antes de partir, también habían calculado que eran aproximadamente noventa los que estaban en esta incómoda situación.

Incluso había algunos hechiceros entre ellos, al parecer no todos estuvieron de acuerdo con Borin...

Aun así, la mayoría eran guerreros, por tanto, tenían las de ganar en el cuerpo a cuerpo, de eso Tairon estaba convencido, ahora lo importante era defenderse y conseguir armas lo antes posible. 

Tras un rato de espera los soldados se veían relajados, parecían haberse confiado y algunos dormían, era el momento de actuar, comenzaron a murmurar entre ellos, llamando la atención de uno de los soldados que hacía guardia.

—¡Eh! ¡Silencio por ahí! —espetó el soldado golpeando fuertemente la jaula en la que estaba Tairon—. Malditos tuercebotas inquiet...

Tairon, al ver las llaves colgando de la cintura del soldado, no se lo pensó dos veces y, sacando las manos atadas por entre los barrotes, envolvió la garganta de aquel hombre con las mismas cuerdas que servían para aprisionarlo.

El cuerpo del guardia chocó contra las rejas y Tairon apretó fuertemente, cortando la respiración del soldado y evitando que pudiera lanzar un grito de alerta.

Miraron a su alrededor y, por suerte, nadie se había percatado de lo ocurrido.

También pudieron darse cuenta de que se veían menos soldados humanos cerca, algunos de los que veían, se encontraban alrededor de las hogueras, ya encendidas, charlando o descansando.

Había varios metros desde donde ellos se encontraban, esto les daría cierto margen.
Los que les vigilaban estaban más cerca, pero podían ver a unos diez nada más.

—Quitadle las llaves de la cintura, este tipo ya pesa —susurró Tairon sujetando el cuerpo, ya sin vida del soldado.

Una vez tuvieron las llaves lo soltó, con cuidado de que no hiciera ruido al caer, pero no sin antes pedir que le quitaran la espada y, silenciosamente, empezaron a cortar las cuerdas.

Había varias llaves, así que tardó un poco más de lo esperado en encontrar la correcta para abrir la celda, abriéndola y haciendo señas para salir con precaución en dirección al siguiente carro.

Tras eso, el príncipe solicitó inmediatamente la espada del soldado caído al ancestral que había cortado el último las ataduras y silenciosamente avanzaron hacia su objetivo aprovechando la oscuridad y cubriéndose tras los árboles cercanos.

Agarraron a un guardia por la espalda en el proceso y uno de ellos le partió el cuello.
Cuando estaban abriendo la puerta de la tercera jaula, alguien se percató del movimiento excesivo y se acercó un poco.
Entrecerró los ojos intentando ver mejor entre las sombras y, de pronto lo vio, eran los prisioneros.

—¡Alarma! ¡Están escapando! —gritó el hombre, alertando al resto mientras se preparaba para luchar.

Todos los que lo escucharon, dejaron lo que estaban haciendo y miraron en la dirección que señalaba su compañero.

Los ancestrales no tuvieron mucho tiempo para reaccionar, así que Tairon dejó la puerta abierta y entregó las llaves preparándose para lo que vendría.

—Cuando os soltéis, debéis intentar liberar a los demás, ¡daos prisa! —apuró Tairon.

Hicieron lo que les pidió, y uno de ellos corrió en dirección al siguiente carro con las llaves, mientras los demás intentaban parar a los hombres que se dirigían hacia ellos empuñando sus armas.

Tairon se dirigió con tranquilidad hacia uno de ellos, aprovechó los segundos que tardó este en acercarse, para posicionarse, golpeó en las costillas con la empuñadura, a la vez que esquivaba el tajo que dirigió su oponente hacia él, empujándolo para que cayera y a continuación unos cuantos ancestrales lo desarmaron y dejaron fuera de combate.

Lograron armarse dos de ellos con una espada y una daga respectivamente. 

Los soldados continuaban llegando y algunos ancestrales cayeron al no poder defenderse de las espadas que portaban.

Mientras, los que habían corrido a abrir las puertas de los carros, lograban abrir el último, esta vez simplemente habían corrido de uno a otro dejando salir a los suyos (por lo que muchos iban maniatados) uno abriendo las puertas y los otros evitando que se lo impidieran.

Ya todos en el campamento, y seguramente en los alrededores, se habían percatado de lo que ocurría y esto había generado una encarnizada batalla.

Algunos soldados humanos habían caído, pero los ancestrales desarmados lo tenían más difícil, esto ocasionó que varios de ellos perdieran la vida inevitablemente.

Soldados humanos, que habían montado a caballo, pisotearon con ellos a unos cuantos ancestrales caídos, la cosa se veía mal...

Blad se encontraba aún con las manos atadas, veía como uno de los enemigos se acercaba a caballo con intención de derribarlo.

Intentó esquivarlo y, justo cuando creyó que su mala suerte era definitiva, una flecha atravesó el hombro del guerrero a caballo, haciéndolo caer dolorido.

Al ver eso, el pelinegro no se lo pensó y, pegando una patada en su cara para desmayarlo antes de que pudiera reaccionar, se hizo con una daga que tenía el guerrero al cinto.

Cortando las cuerdas que aprisionaban sus muñecas y consiguiendo también la espada, se fue a luchar junto al de pelo azul que se encontraba en problemas.

Tairon luchaba contra dos guerreros, uno de ellos parecía indestructible, le había logrado propinar varios tajos, en brazos y piernas, pero el persistía en su empeño por derrotarlo.

A cada estocada que lanzaba su contrincante más difícil le era esquivarlo, más cuando también debía parar los incesantes ataques del otro contrincante con la espada.

En un momento dado, al esquivar una estocada, se llevó un tajo en la pierna, el otro guerrero había salido un segundo de su campo de visión, pero eso fue suficiente.

Cayó con una rodilla apoyada en el suelo y logró levantar la espada en el último segundo, parando así una arremetida con la espada que iba a abrirle la cabeza.

Blad llegó justo antes de que el otro lanzara otro ataque y lo derribó de una embestida, lo que hizo reaccionar a Tairon y, sacando fuerzas de flaqueza, empujó hacia delante con su espada, apartando a su atacante.

Aprovechando la fuerza de sus piernas avanzó un paso, atravesando el pecho del humano.

La espada cayó de su mano, el soldado cayó de rodillas y Tairon sacó la hoja del pecho del guerrero caído, empujando a este con el pie.

Blad había clavado la daga en un costado del guerrero que embistió, a pesar de eso, este intentó atacarlo, pero inmediatamente sacó la daga y cambió el objetivo, esquivando ágilmente el inútil intento y cortando su garganta.

Muchos de los ancestrales con armas se habían agrupado formando una barrera para proteger a los que estaban aún desarmados, y estos desataban a los últimos que aún estaban atados.

Carri se encontraba entre ellos, parecía que no paraban de aparecer guerreros humanos a saber de dónde...

Algunos de los ancestrales habían conseguido arco y flechas y disparaban contra aquellos que estaban al descubierto, evitando herir a los suyos.

Recién en ese momento pudieron ver a Castle, Sebastian y Víctor. Carri se percató que se aproximaban muy decididos y dio un grito avisando a los arqueros.

Los tres humanos lograron evitar su muerte por muy poco, si Víctor no hubiera escuchado la voz alarmada de Carri, ya serían historia.

Por suerte para ellos, pudo empujar a sus compañeros tras una roca, siguiéndolos en el proceso, las flechas pasaron cerca, arrancándole un trozo de tela de sus ropajes.

—¡Maldita sea! Esos perros estaban desarmados, ¿cómo diablos han logrado acabar con tantos de los nuestros? —se preguntó Sebastian mirando a los otros dos.

—Mejor pensad en dar las gracias por seguir vivo y acabemos con ellos, de lo contrario, sabéis que habrá consecuencias —dijo Víctor serio y sujetando con fuerza el arma.

—Vamos, por aquí los arqueros no nos alcanzarán —los cortó Castle, moviéndose ágilmente.

Mientras, Tairon y Blad habían llegado junto al resto y vieron como Carri intentaba avanzar y no podía, rápidamente le ayudaron y este les señaló hacia dónde se habían metido los tres guardias reales.

Varios soldados humanos continuaban avanzando con escudos en alto, evitando los impactos de las flechas. 

Una guerrera morena luchaba junto a un hechicero contra los que se acercaban, el hechicero se movía ágilmente esquivando a su contrincante, pero no estaba acostumbrado al cuerpo a cuerpo y casi logra alcanzarle una estocada.

Por suerte la guerrera se adelantó a este movimiento, salvándolo, mínimo de una buena herida. 

Con un grácil movimiento, tras esquivar a su propio contrincante, Taylor rebanó el brazo con el que el humano sujetaba la espada.

El hombre estalló en un chillido de dolor antes de caer de rodillas, mirando con los ojos desorbitados su miembro amputado de codo para abajo.

Taylor no tuvo tiempo de quedarse a terminar con su calvario, tenía que continuar luchando contra los que iban llegando.

El hechicero tragó en seco, al percatarse de lo cerca que había estado su final, tardó unos segundos en reaccionar ante el gran grito del mutilado, pero cuando lo hizo simplemente pateo al hombre en el pecho y continuó en la batalla.

La morena ya había acabado con el que la estaba atacando, lo que le dio un pequeño margen para observar sus alrededores.

Logró visualizar unos soldados galopando en su dirección, debían cubrirse, no era muy inteligente esperar a ser arrollados por ellos.

—¡Cuit, vamos tras las rocas, o acabaremos bajo sus herraduras! —grito Taylor al hechicero.

Primero se pusieron a salvo y entonces Cuit observó una roca que sobresalía por el camino que recorrían los caballos.

—Taylor, he tenido una idea, atraedlos en esa dirección, pero esperad que os haga una señal —Cuit terminó la frase y corrió a llevar a cabo su plan.

La guerrera se miró y evaluó su situación física para huir de unos jinetes, bueno, desde luego tenía más de un corte, pero aún podía continuar sin dificultades. Vamos allá, se dijo a sí misma esperando la señal.

Mientras esto ocurría, Blad, Carri y Tairon intentaban atrapar a los guardias reales, los cuales habían sabido escabullirse demasiado bien para evitar las flechas.

Lograron verlos y fueron tras ellos, los otros tres se percataron que el plan no iba a funcionar, se detuvieron y con espada en mano esperaron que recorrieran el trecho sobrante.

Las espadas finalmente chocaron, enfrentando a Carri con Castle, a Tairon con Víctor y a Blad con Sebastian.

Quedó clara la diferencia entre los guardias reales y los demás humanos que se encontraban en el campo de batalla, pues a Carri se le estaba haciendo difícil darle a su objetivo.

Tairon por otro lado parecía bastante relajado enfrentándose a Víctor, pues, con cada intento por parte del humano de herirlo, parecía que más gracia le hacía, lo que frustraba y enfurecía a su orgulloso contrincante.

Víctor, que no estaba acostumbrado a fallar tantas estocadas y, mucho menos a que se rieran de él, arremetió con fuerza contra el desconcentrado Tairon, este dio un paso atrás esquivando por muy poco la espada, la cual rozó su mejilla, dejando un pequeño corte. 

Víctor mostró una pequeña sonrisa satisfecha, dispuesto a continuar la lucha y Tairon se limpió la sangre de la mejilla con la manga de sus ropajes.

—Tal vez habéis conseguido rozarme, pero no os anotéis ninguna victoria, mejor mirad a vuestro alrededor —le dijo señalando al resto de los soldados, con un tono relajado—, vuestros hombres van cayendo, pronto no quedaréis ninguno.

Al mirar hacia dónde señalaba se percató que quedaban unos pocos de los suyos en pie, mientras los ancestrales estaban casi todos armados.

—Mierda... —susurró Víctor apretando la mandíbula—. ¡Retirada! —gritó después, atacando una vez más a Tairon, chocando sus Espadas con fuerza y quedando a pocos centímetros sólo separados por el acero—. Esta vez tuvisteis suerte, pero os encontraremos...

Sebastián, que había quedado algo desconcertado ante la orden, en mitad de su enfrentamiento con Blad, lo empujó de una patada en el pecho para ponerse en marcha y correr hacia su caballo junto al resto que se estaban retirando ya.








Anotaciones:

*alta siluas: bosques altos

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