
Capítulo 4
Me dejé guiar por los familiares pasillos de la casa, los colores, los sonidos. Cada rincón de aquella casa había sido recorrido por mí. Inspiré captando la esencia de madera y menta que rebosaba de las paredes, aquel olor me traía tantos buenos recuerdos de mi infancia.
En la primera planta se encontraban las habitaciones de todos los miembros de la casa, cada una de ellas contaba con una terraza particular y bastantes metros cuadrados para ellos solos, un lujo, teniendo en cuenta que convivían con cuatro hermanos y aquello no era precisamente que la privacidad abundara en sus vidas. Pero a pesar de ello la primera impresión de aquellas habitaciones eran puertas cerradas, limitando mi visión a un espacio reducido y oscuro con ellas.
—Ethan y Eric están en sus habitaciones haciendo no sé qué trabajo para el instituto, y Elliot está durmiendo en su habitación, no me preguntes por qué— la sonrisa que dibujaron sus finos labios mostraba una mueca de picardía en ella. Evans siempre había sido muy espabilado pero casi siempre centraba su atención en dos cosas, jugar y molestar a sus hermanos para que jugasen con él. La diferencia de edad entre los mellizos y él era de cinco años; en ciertas ocasiones se notaba esa diferencia de edad, pero en otras no.
Las habitaciones de los mellizos eran las primeras e idénticas, el plano de esta casa me lo conocía tan bien como la palma de mi mano. ambas se encontraban una enfrente de la otra. Seguimos con la habitación de sus padres y en el lado opuesto estaba la de Evans y la más pequeña de los cuatro hermanos, y que precedía a un baño. Finalmente, la última puerta antes de sumirnos en el ascenso de la escalera estaba la de Elliot, la segunda habitación más grande de toda la planta; una habitación que tenía las mejores vistas de toda la casa y una terraza entera de cristal que te quitaba el aliento.
Por un momento un sentimiento de cosquilleo nació en el fondo de mi estómago anhelando que aquella puerta se abriese mostrando la figura del culpable de mis delirios internos.
En pocas palabras, quería verle.
Avanzamos por la primera planta en línea recta para acceder a otra gran escalera de madera que nos guiaba a una segunda planta de la casa. Dejando a un lado la habitación de Elliot en completo silencio. Nos dirigíamos al único sitio de inspiración que había en la casa.
La buhardilla.
Una pequeña sala de estar se encontraba ubicada en el rellano que dividía la planta en dos, mi habitación a la izquierda y la sala multiusos de los Hunter a la derecha. Las puertas eran de color blanco ribeteadas con dorado en pomos y remate, ambas tenían dos hojas al igual que las de los hoteles del centro, detrás de ellas ocultaban infinidad de recuerdos.
La habitación estaba tal y como la dejé meses atrás. Para que os hagáis una idea la casa de los Hunter, aunque ya a estas alturas ya lo sabréis, tenía más pinta de mansión que de otra cosa, simplemente mi habitación se encontraba en la zona más privada de la casa, lejos del ruido y la humanidad. Además ocupaba el tamaño de casi una sala de ensayo del conservatorio, prácticamente una suite nupcial para mí sola.
La famosa maleta de la que me habló Ethan en sus mensajes estaba situada a un lado de la cama de matrimonio y a la espera de ser abierta.
—Te dejo para que te instales— antes de que pudiese contestar ya había cerrado la puerta y podía escuchar cómo bajaba las escaleras corriendo.
Me senté en la cama, dejé la bolsa que llevaba a un lado y respiré paz. Ningún ruido se escuchaba en la habitación a salvo de unas finísimas gotas de lluvia que comenzaban a chocar en las ventanas de la habitación, el calor que emanaba de los radiadores calentaban completamente convirtiendo una estancia acogedora en una noche de invierno.
Tranquilamente abrí mi maleta en busca de un pijama o algo cómodo para dormir esta noche; sorprendida, tan solo encontré un fino pijama de dos partes en tonos azules, que pedía a gritos calentarse. Bufé, nunca me habían gustado aquellas ropas de seda o de otro tejido caro para dormir, sino que en su lugar me conformaba con el tradicional pijama de franela calentito.
Una vez vestida, deshice mi mochila y mi maleta, y lo coloqué todo en su lugar habitual de los armarios y cajones que había en el vestidor de la habitación.
Después de eso, el aburrimiento se hizo presente. Sin embargo, el recuerdo de las llamadas perdidas de mi madre me vino a la cabeza como una flecha y la pregunta que tanto había deseado poder responder anteriormente lució como la bombilla de Thomas Eddison al ser encendida.
¿Por qué me habrán dejado mis padres tan repentinamente?
Las preguntas siguientes asaltaron mi cabeza, nublando el significado de paz en mi mente. Todas ellas se cerraban alrededor de mí exprimiendo hasta la última gota de paz que había en mi interior. La sección era tan abrumadora como un día de rebajas en los centros comerciales, la presión accedía a pensamientos drásticos sobre su inesperada huida.
Para aclarar todas y cada una de mis inquietudes como hija, decidí llamarles.
Rebusqué en la bolsa hasta dar con el móvil, no había ninguna llamada perdida desde las siete de la tarde, ya habían pasado casi dos horas y media y no sabía nada sobre ellos. Decidí llamar a mi madre sin perder más tiempo con el debate que tenía en mi subconsciente.
Los tonos de llamada fueron varios, comenzaba a desesperarme ya que mi madre era la única de mi familia que cogía las llamadas a la primera, que esta vez no lo hiciese me extrañó bastante. Los tonos continuaban sonando sin ningún límite, después de los diez primeros decidí cortar y llamar de nuevo. Revisé que no me hubiese equivocado pero el nombre en letras negras de "Mamá" estaba escrito en la pantalla con su número de teléfono debajo y una infinidad de listas de llamadas tanto perdidas como cogidas de los pasados días.
Llamé de nuevo.
Finalmente a los dos primeros tonos cogieron la llamada.
—Edine hija, dime— la voz de mi madre parecía alterada y notaba como a través del micrófono se reproducían sus bocanadas de aire. Parecía que la hubiese pillado en mitad de un meeting político.
—¿Dónde estáis? No podéis iros así de cualquier manera y menos sin avisar, ni un simple mensaje en las pasadas dos horas— fui clara y concisa, quería saber sobre su paradero y el porqué de su ausencia tan repentina. Su voz dejó de escucharse, callándose por completo al otro lado, por el contrario apareció de fondo una serie de sonidos muy peculiares, el sonido de las puertas de un edificio en compañía de un ajetreo de voces a lo lejos—. ¿Mamá dónde estás? Apenas puedo escucharte— no hubo respuesta y aquello comenzaba a impacientarme, me levanté de la cama por inercia y comencé a andar por la habitación en estado de crisis nerviosa aun con el aparato pegado a la oreja y las esperanzas de volver a escuchar su voz. Miré el reloj de la mesita de noche y las diez era la hora marcada con sus números en blanco, era ya tarde por lo que me pareció extraño la situación de mi madre.
—Ahora no puedo hablar, estoy bastante ocupada— aquellas fueron las primeras palabras que pronunciaba después de un periodo largo en silencio—. Rick no dejes las maletas allí, llévalas al dormitorio principal— espera un momento y deja que recapacite. ¿Rick? ¿Qué narices hacía él allí?
—Mamá, ¿Por qué Rick está contigo?— mi ceño fruncido daba la señal de que había gato encerrado, algo me estaba ocultando.
—Espera, estoy segura de que es esa— se estaba estresando, porque cuando lo hacía tenía la costumbre de arrastrar las eses en cada frase que decía.
—¡Mamá, estás hablando conmigo!— a veces me exaspera, siempre hacía lo mismo, abarcar la mayor cantidad de tareas posibles a la vez.
—Edine, será mejor que cuelgue porque tenemos algo de lío— esto me olía a excusa barata de mercadillo.
—Cómo no. Primero, dejas a tu hija sin decir nada con los Hunter. Segundo, has pasado olímpicamente de escribir un simple mensaje acerca de vuestro paradero o dónde narices estáis. Tercero,...— las palabras salían por mi boca por su solas y era incapaz de controlarlas.
—¡Edine!— gritó, había colmado su vaso de la paciencia.
—Ya me estás dando una explicación— sinceramente parecía que hubiésemos cambiado de roles, yo la madre y ella la adolescente.
—Estoy bien, ¿vale?— noté el júbilo que cubría su voz, las manos comenzaron a sudarme y no precisamente por estrés—. Margaret ya tienes la maleta abierta sobre la cama, si quieres te ayudo con ella— la voz de Rick se coló en la conversación, mis orejas estaban que echaban humo. Por un momento me imaginé lo peor.
Pero a mi gran pesar decidí sacudir la cabeza intentando sacar aquellas remotas ideas de esta.
—¡No!— tanto mi madre como yo gritamos al mismo tiempo dando una respuesta a aquella sugerencia no tan habitual en él.
—¿Está papá contigo? Porque en ese caso puedo llamarle y...
—¡No!— de nuevo volvió a gritar en la línea telefónica que me dejó sin tímpano para el resto de la noche, de pronto aquel tedioso sonido de fondo que estaba en la conversación redujo su volumen. La manera de reaccionar de mi madre no me lo esperaba por lo que tan solo significaba una cosa.
Mi padre no estaba con ella.
—Escucha Edine, tu padre está reunido con unos agentes de bolsa que han requerido inmediatamente su asistencia en la junta que se está realizando en estos precisos instantes— la autoridad con la hablaba me hacía recordar que no siempre mi madre había sido como la gente la observaba por fuera—. Rick lleva conmigo desde entonces porque no se me ha permitido entrar pese a mis súplicas e incluso órdenes de tu padre.
Medité aquella respuesta por un rato, me obligué a mí misma pensar que aquellas palabras de mi madre eran la verdad y no lo que mi cabeza había deducido.
—Entonces dime donde estáis, porque no es normal que ahora esté en casa de los Hunter y sin saber absolutamente nada de vosotros— hablé con tirantez, no me creía que no se dignara a mostrar ningún signo de disculpa, sino que fue todo lo contrario.
—¡Tu padre ha tenido una emergencia por su trabajo y ahora mismo ¿lo que más te importa es dónde estamos...?!— a continuación noté cómo una serie de elementos interferían en la llamada y las palabras entrecortadas de mi madre seguían saliendo a cuenta gotas.
—Mamá no te escucho bien, así que deja el favor de parlotear y...— me acerqué a la ventana para captar algo de señal, sin embargo lo único que obtuve fue una mayor cantidad de interferencias.
—La llamada... se... por... lluvia... tengo... dejarte...— genial, así que yo no era la única que estaba siendo ocultada por una tormenta; las palabras sin sentido siguieron su curso como el niño pequeño que aprendía a hablar por primera vez.
Por otro motivo, se calló.
—¿Sigues ahí, mamá?— silencio. Las dudas comenzaban a aparecer de nuevo pero se apaciguaron cuando la escuché de nuevo.
—Ahora no puedo seguir hablando, mucha suerte en la gala cariño— habló rápido y sin pausas, pero lo último me dio tiempo a procesarlo y saber que no iban a estar el sábado.
—Mamá...— abrí los ojos por completo en un intento de reproche. Pero eso no fue de ayuda cuando los pitidos que indicaban el final de la llamada sonaron fuertemente en mi oído.
De nuevo me habían dejado al margen en sus vidas.
La cena fue amena y tranquila, salvo por la incómoda presencia de tener a Elliot en diagonal a mí, sin contar con la vergüenza que sentía en esos momentos al recordar la escena que había ocurrido la semana anterior.
Intentaba mantener la cabeza serena y elaborar una respuesta rápida en modo de disculpa. Suena penoso, lo sé, pero no se me ocurre otra cosa y ahora mismo esta es la única solución.
Mientras Evans nos contaba una anécdota sobre algo relacionado con el patinaje, de la cual posiblemente llegué a escuchar que mencionó a un dálmata disfrazado de unicornio. Observé a Elliot detenidamente, la manera en cómo sonreía a su pequeño hermano, me provocaba ternura. Pero no solo eso, sino que me fijé en todos y cada uno de los sencillos movimientos que hacía, cómo trinchaba el pescado y se lo llevaba a la boca, la breve risa que se produjo en él cuando escuchó el final del cuento de Evans, la sutileza con la que cogía su vaso y se lo llevaba los labios,...
Me estaba volviendo loca.
Sin embargo, de vez en cuando me pillaba mirándole y por inercia apartaba la mirada de la suya, sinceramente por mera vergüenza. Pero aquello no fue suficiente para que él la apartase, mantuvo una mirada fija en mí sin expresión alguna en sus ojos castaños y sin ningún indicio de querer apartarla. La incomodidad comenzó a inundarme y sabía que no iba aguantar mucho sintiendo cómo su mirada se centraba en mí y las mejillas se me encendían dando claras señales de mi imprevisto nerviosismo. Segundos más tarde eliminó todo contacto visual que tenían sus ojos de mí y la centró en su plato medio vacío removiendo el tenedor en círculos.
En seguida, se aisló completamente de la conversación.
Después de recoger los platos y por lo menos por mi parte ayudar a Nikki; los hermanos decidieron poner una película para amenizar el rato antes de irnos a dormir, exceptuando a sus padres que con muy a su duro parecer optaron por irse directamente a la cama ya que mañana sería un largo día para ambos.
Finalmente, cuando el silencio reinó en toda la casa; el pequeño Evans se acurrucó contra mi cuerpo rodeando mi torso con sus brazos y depositando su cabeza en el costado. Nos encontrábamos en el sofá en forma de L de tonos suaves que había en mitad del salón esperando a que el resto bajase, pero antes, no tardó mucho tiempo en unírsenos Nala que tranquilamente recostó su cabecita peluda en mi regazo y cerró los ojos.
Los mellizos bajaron de elegir una película y lo hicieron corriendo por las escaleras como unos energúmenos, en la mano de Eric llevaba un cuaderno de piel negro que agitaba enérgicamente en su mano. La pobre Nala levantó la cabeza y estiró un poco las orejas al intentar deducir quien la había robado el sueño, al comprobar que habían sido los mellizos volvió a recostarse.
—Evans, no te duermas que si no, nunca seremos capaces de ver una película entera— se quejó Eric, la verdad es que comprendía a la perfección al pobre Evans, yo siempre me dormía a la mitad de ellas y tardaba por lo menos varios días en conseguir terminarla.
—Estoy...— su boca se abrió con un bostezo como el del anuncio del león de la Metro Goldwyn Mayer de las pelis antiguas—. Despierto.
—En cualquier caso será mejor que nos acomodemos porque esto va para largo— Ethan se tiró literalmente sobre los suaves cojines rebotando a su paso.
—¿Qué llevas ahí, Eric?— me picó la curiosidad sobre el contenido de aquel cuaderno.
—Aquí está el registro de todas nuestras películas favoritas y que posiblemente sean las mejores de todos los tiempos— la voz ostentosa con la que hablaba liberó mi risa floja, Nala se levantó del sofá indignada y desapareció del salón en dirección a alguna de las habitaciones de los Hunter, al comprobar que no iba a poder relajarse aquella noche.
—Y se puede saber, ¿Cuál vais a poner?— esos dos se miraron como los cómplices de un robo, y con la cara que ambos pusieron ya sabía que iban a poner.
—¡El Rey León!— gritaron ambos, el brillo en sus ojos. Me di una bofetada mentalmente. Nunca iban a cambiar. Efectivamente tal y como dije antes la diferencia de edad entre Evans y los mellizos era imperceptible.
Estos dos han tenido un trauma con el Rey León y la muerte de Mufasa cuando eran pequeños y por ello ahora se la pasan viendo para intentar superarla y así conseguir no llorar en cada parte triste de la película, pero hasta el día de hoy es imposible no verlos sentados en el sofá uno al lado del otro y con gruesas lágrimas en los ojos.
Accedí a ello con una sonrisa.
Encendieron la tele de pantalla plana y mientras, el sonido envolvente del crepitar del fuego procedente de la chimenea de piedra se escuchaba poco a poco.
El logotipo de Disney Plus no tardó en aparecer en la pantalla y comenzar a reproducir la película. El mítico Nants' Ingonyama del principio me transportó de nuevo a la época donde una niña de seis años y de melena castaña miraba asombrada la tele esperando poder ir a conocer algún día esos maravillosos animales procedentes de África.
Según avanzaban las secuencias más importantes, el cansancio empezaba a atacarme poco a poco con las habilidosas garras que poseía. Los mellizos estaban al otro lado del sofá, Ethan tenía la cabeza colgando sobre el apoya-brazos y Eric sencillamente se había quedado dormido sentado con su cabeza echada hacia atrás; Evans se sumió en sueño profundo apenas comenzando la primera canción de la película y suspiraba en sueños de vez en cuando. Sin embargo mi cuerpo no tardó mucho resistir, concretamente en el momento de la película que se escuchó la voz de Mufasa procedente del cielo, caí junto el pequeño Hunter en un sueño profundo ambos acurrucados.
El mullido sofá y el calor que emanaba el cuerpo pequeño que se encontraba a mi lado hacía no sé cuánto tiempo, había desaparecido. Automáticamente el frío recorrió mi espina dorsal expandiéndose por mis extremidades provocando leves sacudidas en respuesta al calor que se ausentaba de mis músculos cada vez que el tiempo pasaba.
Unas pequeñas vibraciones movieron mi cuerpo en un balanceo al ritmo de ¿Unos pasos?. Me asusté de inmediato e intenté abrir los ojos pero estos no respondían a mis órdenes. Por primera vez, odié mi sentido del control sobre mi cuerpo.
Temblé.
—Shhh— la tranquilidad de aquella voz me hizo perder parte mi miedo, pero no quitó los temblores que hacían mi cuerpo tiritar. Allí fue entonces cuando noté las manos que tenía sobre mi cuerpo y que hasta ahora no me había dado cuenta de ellas. La sujeción de un brazo por debajo de mis piernas y otro alrededor de mi torso, me elevaban del suelo.
Pero aún así, la espesa niebla que impedía que despertara seguía atacándome para dejarme fuera de combate. Me removí presa de aquella sensación tan abrumadora y en cuestión de microsegundos mi cuerpo había sido movido a una superficie mucho más estable, un pecho firme y musculoso.
Escondí mi cara en el hueco que dejaba libre su cuello y respiré pesadamente al notar de nuevo el calor que emitía sus músculos a mi alrededor. Se detuvo abruptamente y como respuesta me quejé en mitad del sueño y la inconsciencia.
—Ya estamos...— su voz volvió a hablar de nuevo, era suave y melodiosa, hablaba en susurros y apenas podía reconocer aún de quién se trataba. Me pegué más a la persona para sentir el contacto de la piel de su cuello que quedaba expuesta, junto a la mía.
Su piel se erizó al sentir mi contacto.
De pronto sentí el acogedor mullido de una colcha en mi cuerpo y como me recostaba hasta mi cabeza dar con una almohada, pero aquello no me gustó cuando noté que sus manos se deslizaban por mi cuerpo hasta casi eliminar el contacto que había entre nosotros. Ahora mismo estaba dispuesta a saber quién era y pese a que mis capacidades mentales no eran bastante exactas, hice el esfuerzo e intenté abrir aunque sea solo uno.
Sentí que todavía su cuerpo seguía encima de mí a poca distancia, moví mi mano por inercia y toqué la suya con temor. Un simple movimiento bastó para que la mano que había rozado envolviese la mía en un abrazo y devolviese aquel sentimiento de emoción de nuevo.
Abrí los ojos de golpe cuando el aliento procedente de su boca chocó de lleno con el hueco que había entre mi hombro y la clavícula, los aleteé con dificultad para conseguir enfocar mi vista a la perfección. En eso se movió lentamente hasta que en mi panorámica aparecieron unos carnosos labios entreabiertos con un leve color rosado y la luz perteneciente de la lámpara, su lengua los rozó lentamente recorriendo cada tramo con esmero y tornándolos brillantes y deseosos.
Anhelando ser tocados.
Su cabeza bajó un poco ofreciéndome la vista idónea de sus ojos castaños, en su interior se formaban pequeños dibujos aleatorios, entre ellos los pétalos de una rosa en primavera; además concretamente poseían unas pequeñas motas en color caramelo cerca de la pupila oscura que bailaban a su alrededor como las llamas del vivo fuego.
Quedé hipnotizada por ellos.
Estábamos a milímetros el uno del otro y el calor que emanaban ambos cuerpos unidos comenzaba a elevar la temperatura que se había generado a nuestro alrededor. Sin embargo, esta se incrementó mucho más al ver que la persona que tenía a un centímetro de mis labios ardientes, era Elliot.
En aquel preciso instante el mundo, el tiempo,... todo a nuestro alrededor se había congelado. Mientras yo seguía perdida en sus maravillosos e impresionantes ojos, él acercó su cara, ante ese gesto me vi obligada a contener mi aliento y deducir que ahora mismo mi respiración no servía. Juntó su frente con la mía lentamente y respiró mi aroma bebiendo su ser del mío. Aquel glorioso gesto generó una intimidad entre nosotros dos, envolviendonos en una burbuja alejada del mundo real.
Por primera vez desde que nos conocimos comencé a sentir que en realidad jamás había experimentado un sentimiento tan potente como el de estar cerca de él.
Así que cerré los ojos y dejé que mi mente y mi cuerpo memorizase esta idílica y única ocasión.
~ ~ ~ ~
Hola! Después de haber estado una semana sin capítulo de DECB, os traigo dos esta semana!
Contadme qué os está pareciendo de momento la novela; ya sabéis que os leo siempre en comentarios :)
Besos♡
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