
Capítulo 17
Atención: Esta capítulo contiene violencia y escenas explícitas, se marcará su inicio y final con ⚠️.
Domingo 22 de Diciembre, En algún lugar de Londres, 11:18 am
Habían pasado horas o tal vez días desde el acontecimiento del encapuchado; apenas recordaba nada, pues en cuanto hacía memoria caía en las garras de la inconsciencia. Solo podía rescatar vagos recuerdos de lo que llevaba vivido hasta ahora.
Primero, despertó por unos escasos minutos en el maletero de lo que parecía ser un coche, el vaivén y la poca inmovilidad que poseía hizo que la claustrofobia se volviera real en mitad de aquella espesa negrura. En una de las veces en las que el coche arrancó abruptamente, su cuerpo impactó con algo sólido y afilado; sintió el escozor de la punta metálica adentrarse en su piel y hurgar dentro de ella, pero llevada por las oleadas de dolor que la invadían, cayó inconsciente poco tiempo después.
La segunda vez que recobró el sentido, fue mucho peor.
El frío desapareció del cuerpo de Gwendolyn, casi de forma inmediata en cuanto comenzó a despertar por segunda vez. La gélida temperatura a la que estaba sometida perdió su importancia cuando un ligero calor suavizó el hielo de su piel.
Apenas podía abrir los ojos, ya no tenía fuerzas para moverse o simplemente para hacer una cosa tan fácil como abrir los ojos, pero podía escuchar lo que pasaba a su alrededor.
Gotas de agua cayendo rítmicamente a su alrededor, el olor a tierra mojada invadiendo sus fosas nasales,...
Su cuerpo continuaba inmóvil y amarrado con esas gruesas cuerdas, mientras sus labios permanecían sellados. Apenas había cambiado mucho de la anterior posición; de nuevo se encontraba tumbada de lado como un trozo de carne. La dura superficie del maletero del coche había sido sustituida por una mucho más blanda, posiblemente una manta o algún colchón en desuso.
Había perdido la noción del tiempo, no sabía si era por la mañana, por la tarde o de noche. Pero podía asegurar que al menos solo había transcurrido un día desde que se encontró con el encapuchado.
Sus tripas rugían como nunca antes, podía completar la melodía junto a las gotas de agua. La garganta estaba rasposa y cada vez que tragaba saliva la arañaba por dentro.
El chirrido de una puerta oxidada interrumpió sus pensamientos. Sus sentidos se dispararon inmediatamente, el bombeo de su corazón se precipitó y no pudo hacer otra cosa, que quedarse quieta.
Una corriente de aire frío se coló e invadió la sala en la que se encontraba, su cuerpo mojado tembló inconscientemente; algo habitual en Gwen durante las horas que había pasado encerrada.
Los pasos eran lentos, serenos y pausados, escuchaba el sonido de las botas rozar contra la arena de aquel lugar y recorriendo la estancia. Expectante, tragó saliva y esperó a que se fuera, pero al parecer de nuevo su suerte estaba perdida.
—Sé que estás despierta preciosa— aquellas palabras roncas y graves hicieron saltar por los aires todo su autocontrol, que hasta el momento había logrado mantener—. Seguro que tendrás hambre, tus tripas no han dejado de rugir en las pasadas cuatro horas.
Gwendolyn se mantuvo inmóvil y respirando con normalidad, sus ojos aún se negaban a abrirse. Sin embargo, el miedo volvió a llenar su corazón cuando sintió la pesada respiración de aquel hombre en su oreja.
—Aquí estás a salvo, no tienes nada de qué preocuparte— el asqueroso roce de su mano por su cara la erizó la piel. Todo su cuerpo sentía repulsión hacia él, pero allí sometida no podía hacer otra cosa que aguantar.
Aguantar lo que le quedara de vida.
El silencio se hizo presente, con cierto escozor abrió sus ojos lentamente en mitad de aquella espesa negrura. Al principio su vista se nublaba por momentos, pero fue capaz de reconocer una figura que se hallaba junto a ella.
Poco a poco fue reconociéndolo: botas militares, vaqueros ceñidos y ajustados a sus caderas, una camiseta de manga corta en tonos oscuros, y aquellos gruesos guantes negros.
El encapuchado.
Sus imponentes brazos estaban cubiertos por cicatrices que la sorprendieron casi de inmediato. Aquellas marcas blancas iban desde finísimas líneas rectas hasta unas mucho más irregulares y de gran tamaño en comparación con las otras. Sin embargo, la pequeña mancha oscura en forma de Luna situada en la cara interna de su muñeca fue lo único bello que había en él.
Una marca de nacimiento.
Los ojos de su captor no habían dejado de observarla desde que puso sus manos sobre su delicado cuerpo y se dio cuenta de que esta chica apenas duraría una semana.
Tan frágil y bella, que con solo mirarla podía romperse en mil pedazos.
La lástima no era un sentimiento abundante en su vida, de hecho nunca lo había experimentado hasta que conoció a Gwen. Sin embargo, la sangre y su código estaban por encima de todo.
—Necesitas descansar, o por lo menos intenta mantenerte con vida hasta que vuelva— se irguió y gracias a la sombra que proyectaba sobre ella, pudo ser capaz de alzar la mirada y reconocer algo de su rostro envuelto en sombras y cubierto por una capucha.
Unos ojos azules tan intensos como el mar brillaban cuales dos zafiros en la oscura noche; cristalinos y perfectamente hipnotizadores eran las claves idóneas para describirlos.
Sostuvo su mirada por varios segundos para después alejarse y salir del campo de visión de Gwendolyn.
Lunes 23 de Diciembre, En algún lugar de Londres, 08:43 pm
Los minutos, las horas, los días,... apenas podían saberse. Gwen no sabía cuánto tiempo llevaba aquí encerrada en este sótano de mala muerte; al igual que tampoco sabía cuánto tiempo iba estar cautiva.
El encapuchado solo se había dejado entrever en circunstancias puntuales: cuando traía la comida o el agua, o en los momentos en los que las heridas de la joven necesitaban un cambio de vendaje. Sin embargo, Gwendolyn sabía que aquellas no eran las únicas veces que entraba por aquella puerta oxidada; por las noches, sentía su presencia mirándola fijamente desde la oscuridad.
Después de que le trajera su primer plato con un mejunje blanquecino, su captor liberó sus manos y sus pies para que pudiera comer con libertad, al igual que la mordaza, que también se la quitó, arrancando mechones oscuros de su larga cabellera negra; pero después de una hora sin esas grotescas ataduras, nuevamente volvía a ponerlas para desaparecer con el plato y el vaso vacíos en sus manos por la única entrada de aquel lugar.
Hasta el momento, Gwen no había dicho palabra alguna y no pensaba hacerlo por si las consecuencias por hablar fueran mucho peores que este destartalado sótano. Aparte del improvisado colchón donde dormía y las paredes desnudas de color negro debido al moho, en una esquina se encontraba un improvisado baño en el cual hacer sus necesidades; no había espejo, ni lavamanos, ni papel, tan solo la taza de porcelana mugrienta del retrete.
En definitiva, aquel sitio era totalmente inhumano.
Con sus rodillas encogidas hacia el pecho y colocada en posición fetal sobre el colchón, la puerta se abrió emitiendo sus característicos sonidos causados por el mal estado y el tiempo que llevaba ahí puesta. De esta emergió el encapuchado, ataviado en sus ropas de siempre: camiseta ajustada, vaqueros negros, botas militares, guates de cuero y una extraña casaca parecida a un chaleco del cual la capucha cubría totalmente su rostro.
Los nervios de Gwen se dispararon como en las otras ocasiones. Dejó el plato y el vaso en el suelo y lentamente se acercó hasta ella para quitarle las cuerdas de sus pies y manos; hasta la fecha sus muñecas y tobillos tenían marcas rojizas y en algunas zonas tintadas en sangre debido a la fuerza con la cual las amarraba.
—Buenas noches hermosura— aquella voz afilada y socarrona con la que hablaba le ponía los pelos de punta. Se acercó hasta ella como pasa sereno y hasta que no quedó a su altura no pudo percibir la vibración grave de su voz.
Sus manos actuaban con total lentitud, se detenían el tiempo necesario para deshacer los nudos con cuidado de sus pies. Gwendolyn estaba tumbada de lado y se dejó quitar las ataduras sin mediar palabra.
—Dentro de muy poco saldrás de aquí— fue la única frase que escuchó del encapuchado antes de que saliera por la puerta y la dejara sola en aquel sótano mugriento.
Martes 24 de Diciembre, En algún lugar de Londres, 05:06 pm
El chirrido procedente de la puerta la desveló de su sueño. Con la vista cansada consiguió enfocar lo suficiente como para ver entrar a toda prisa al encapuchado. Su cuerpo estaba adormecido e inmóvil sobre el colchón, la fina capa de sudor que lo cubría humedeció su ardiente piel al percatarse de que el encapuchado no llevaba el plato de comida en sus manos. En su lugar, portaba más cuerdas enrolladas y colgadas a lo largo de su brazo y hombro.
Intentó chillar o decir algo, pero la gruesa cinta que tapaba su boca no dejaba emitir sonido o protesta alguna. Comenzó a retorcerse y a magullarse aún más los tobillos y las muñecas debido a sus fuertes ataduras.
—Tranquila preciosa mía, nos vamos de aquí— dejó los montones de cuerdas apiladas en una de las esquinas del suelo. En aquel momento Gwendolyn entendió que podían haberlos encontrado y un atisbo de esperanza lució en su interior.
Si aquello era lo que estaba sucediendo, solo necesitaba tiempo para que el encapuchado no escapase con ella. Por eso movió frenéticamente las muñecas hasta sentir la sangre empapar el estriado material de las cuerdas en un intento de poder liberarse.
—Pequeña solo con eso te harás más daño y luego tendré que ir a curarte las heridas mientras lloras como un cachorro— el encapuchado se paró a un metro de distancia. Sin embargo, por si fuera poco, Gwendolyn aún no había podido observar el verdadero rostro de su secuestrador y saber con exactitud con quién convive.
Al consejo que le brindó su captor, Gwen hizo caso omiso; por lo que siguió revolcándose por el colchón con el objetivo de librarse de las ataduras que la mantenían cautiva en el sótano. Ante su conducta el encapuchado no tuvo más remedio que ir hacia ella y quitarla la mordaza improvisada de su boca con un fuerte tirón.
—Estate quieta— el tono socarrón de antes ya no estaba presente, ahora una voz seria, firme y autoritaria era lo único que había de extraño en su conducta. El dolor y el picor provenientes de su piel y cabello irradiaron en aquel momento; no obstante, la rabia concentrada y el miedo en su cuerpo disfrazaron aquel dolor en ira.
—¡No sé qué quieres de mí!— desesperación en la voz de la joven era bastante evidente, sus ojos esmeralda habían perdido su fulgor, al igual que el resto de su cuerpo—. Déjame irme— sollozó en voz baja.
—Eso no podrá ser hermosura— el encapuchado levantó la mano y acarició lentamente el perfil desaliñado de la bailarina, oleadas de estremecimiento surcaron la delicada piel blanca haciéndola tiritar—. Tengo grandes planes para ti en el futuro.
—¡¿Qué?!— fue la última palabra que salió de los temblorosos labios de la chica, pues en pocos segundos el encapuchado había tapado su nariz y boca con un trapo húmedo que tenía en el bolsillo.
De nuevo poco a poco la fuerza dejaba de fluir de la joven, sus ojos estaban pesados y lentamente su cuerpo se convirtió en una pluma. En pocos minutos la joven había caído rendida a los pies de su viejo y querido amigo, el cloroformo.
El encapuchado sabía las consecuencias de mover a la chica de sitio, pero tenían a la policía buscándola desde hacía ya más de 36 horas. Además, había sufrido un pequeño y fortuito problema, los Harford habían regresado de Escocia.
Esta noche podía matar dos pájaros de un tiro.
Martes 24 de Diciembre, Casa de los Harford, 07:05 pm
Las horas se volvieron eternas entre aquellas paredes; papeles, facturas, contratos,... todo desperdigado por el suelo pero no había encontrado el detonante pusiera fin al imperio de los Harford.
El encapuchado salió del despacho, dejando tras de sí el desmantelamiento de aquel impecable orden. Había recorrido al completo todo el terreno, pero la paciencia comenzaba a disiparse y la vena latente de furia en su cuello comenzaba a hincharse a medida que los minutos del reloj de su muñeca pasaban.
Antes de regresar a la planta baja, decidió echar un vistazo a Gwen.
No había tenido más remedio que subir su inconsciente cuerpo a la habitación de la hija de los Harford mientras rebuscaba en la casa; no había sido capaz de dejarla en aquel maletero gélido pues no se fiaba de las posibilidades que podrían desencadenarse si alguien descubriera a la joven desaparecida en el maletero mientras asaltaba la casa de una de las familias más ricas del país.
Se apoyó en el marco de la puerta y la observó detenidamente mientras dormía en un profundo sueño, parecía que un ángel y un demonio la habían concebido; su rostro inocente de blanca piel dignos de los seres celestiales, y finalmente su cabello oscuro como la noche en honor al rey de los infiernos. Sin embargo, ahí no se acababa la cosa, la joven poseía la marca de la protección, una estrella de siete puntas, plasmada en su hombro derecho.
Aquella chica se había convertido en su obsesión y comenzó a sentir cierta atracción hacia ella, era un sentimiento que desafiaba a las leyes de la física, mucho más potente que el mismísimo amor.
Sentía adoración.
Se acercó hasta ella y la liberó de esas ataduras que la mantenían cautiva, necesitaba deleitarse un segundo viendo su cuerpo desnudo de cuerdas enroscadas; por lo que, pausadamente, liberó cada una de sus ataduras.
Pasó su mano por todo su cuerpo, las mejillas, el cuello, la curva de sus pechos,... sentía un deseo desenfrenado de poseerla y al mismo tiempo de protegerla; incluso de sí mismo.
—Siento que esto sea así, pero ya verás que en poco tiempo todo será diferente para los dos— acunó su rostro con la palma de su mano y en la comisura de los labios del encapuchado se dibujó discretamente lo que era el principio de una sonrisa de ternura en ella.
Gracias a Gwen cobraría una gran suma de dinero por su rescate, pero él no era de esos que a la mínima que ve fajos de billetes se deja someter. Él disfrutaría de todos los placeres que aquella chica pudiera darle hasta que se desvaneciera con las últimas gotas agonizantes de su vida o hasta que el agotamiento y desinterés por Gwen lo ahogasen con el tiempo.
Será allí cuando no tenga más remedio que deshacerse de aquel cuerpo inservible.
Martes 24 de Diciembre, Casa de los Harford, 08:00 pm
Un profundo respiro sacudió el cuerpo de Gwen, haciéndola despertar de nuevo después de su largo descanso. Por consecuencia volvía a tener esa sensación de mareo y vértigo recorriendo las venas, pero todo aquello era fruto de los restos del cloroformo.
Al abrir los ojos se llevó una grata sorpresa, el sótano había desaparecido.
En su lugar un bello dormitorio la rodeaba, en aquel elegante y pacífico lugar desentonaba claramente, sobre su piel tenía polvo, tierra, magulladuras, heridas,... entre otras cosas. Se sorprendió al no sentir la presión ejercida de las cuerdas que la mantenían cautiva, de igual modo que tampoco tenía ninguna pista sobre su captor.
Alarmada y llevada por los actos impulsivos de su instinto, se levantó de la cama. Los mareos la atacaron de inmediato haciendo que su visión se tornara de un tono azulado y la impidiese ver con claridad por unos cuantos segundos. De seguido, sus desnudos pies tocaron el suelo enmoquetado y el áspero material de las cuerdas deshilachadas.
Su captor no estaba lejos, sentía esa sensación de miedo penetrando sus entrañas cuando él estaba lejos; pero, posiblemente esta sería la última oportunidad que tendría de escapar.
Se sujetó al marco de la puerta para evitar caer ante el inminente tropiezo que dio por su tobillo completamente roto e inflamado. Gwendolyn cerró los ojos momentáneamente e intentó reunir las fuerzas suficientes para intentar escapar de aquella pesadilla; realmente no podía describir la sensación tan fuerte que hacía latir su corazón, iba a conseguir salir de allí.
Unos sonidos de madera resquebrajándose procedentes de la planta de abajo llamaron su atención, el encapuchado estaba cerca. Por inercia intentó contener la respiración y hacer el menor ruido posible mientras bajaba de puntillas por la escalera blanca; sentía su acelerado pulso martilleando en sus oídos al igual que el dolor que le subía por la pierna desde el tobillo afectado. Mentalmente se preparó para lo que fuera que pudiera pasar, incluso barajó las posibilidades que tenía de escapar de ahí.
Agarrada con una mano temblorosa a la barandilla y soportando todo su peso sobre ella, terminó de bajar las escaleras. Tenía miedo y si no actuaba rápido probablemente esto podría acabar en desastre.
La puerta principal estaba justo enfrente de ella, a tan solo diez metros. Solo necesitaba correr y podría escapar de allí sin levantar sospechas de su captor; pero tal y como se presentaba su actual condición física, no iba a ser capaz ni de dar más de tres zancadas sin caer derribada al suelo retorciéndose de dolor.
Con una cuenta regresiva de 3 echó a correr estrepitosamente; para su suerte, tan sólo tropezó un par de veces, aunque recibió descargas exhaustivas de su pierna, pero solo le quedaban 7 metros para rozar el pomo de la puerta con sus dedos inquietos.
5 metros y aún no había rastro de su captor. Respiró con fuerza e intentó acelerar sus zancadas.
4 metros, sus pies descalzos chocaban contra la madera de aquel recibidor propagando el eco por la estancia.
3 metros. Lo estaba consiguiendo, una sonrisa de felicidad se dibujó en su rostro
2 metros. Casi podía sentir la emoción que iba a llenarla en cuanto cruzara las puertas de aquella casa.
1'5 metros. Apenas quedaba más que una triste distancia para salir. No obstante, el dolor a aquellas alturas de la carrera ya era demasiado fuerte; en cuestión de microsegundos dejó de sentir la pierna completa, la rodilla le falló y provocó que cayera al suelo abatida por el dolor.
Presa de la frustración, se puso de pie cuanto antes; el trastabilleo era demasiado para ella y los dolores punzantes que estaba recibiendo solo complicaban la situación. Miró a su alrededor con temor buscando entre las sombras al encapuchado, ya que a estas alturas ya habría notado su presencia.
⚠️
—¿A dónde te crees que vas preciosa?— la voz rasposa y ronca vino desde su derecha, lentamente se giró para encararlo con una expresión aterrorizada en su rostro. Todo su cuerpo temblaba como una hoja de papel, el miedo recorría sus venas y surcaba los recónditos lugares de su cuerpo causando el caos.
Entre las sombras estaba el encapuchado, aquella penetrante mirada azulada con destellos cristalinos que resplandecían entre la noche. La sonrisa de dientes blancos fue iluminada por el glorioso y amenazador filo de un cuchillo, concretamente como buen cazador que es, portaba un ka-bar, un cuchillo utilizado en los combates y para la supervivencia. Movió la fina hoja entre sus dedos mientras los reflejos de la luz en el filo de 18 centímetros cobraba vida entre sus manos.
—Pensaba que íbamos a divertirnos un rato más— el tono de indiferencia y ciertamente socarrón comenzaba a poner nerviosa a Gwendolyn, lentamente se fue acercando hasta salir por completo de entre las sombras—. Pero por lo visto no va a ser así, por lo que no tendré más remedio que volver a atarte— de nuevo llevaba aquella prenda que hacía alusión al apodo al que Gwen empleó para referirse a él, la capucha.
—Déjame irme— gritó con voz temblorosa y rota a causa del miedo en su cuerpo.
—Pídeme algo que sea posible de cumplir— sus sonoros pasos avanzaban hacia ella impasibles al temor de la chica, mientras tanto el cuchillo brillaba cada vez más al acercarse a ella. El encapuchado estaba disfrutando de su sufrimiento como en todas las ocasiones anteriores.
—¡Aléjate de mí, no te acerques!— Gwendolyn comenzó a retroceder como pudo, sus pies estaban doloridos y apenas podía pensar con tranquilidad teniendo enfrente al encapuchado.
—No tengas miedo mi pequeña— en susurros graves pronunció las palabras exactas para que Gwen saliera corriendo en dirección a la habitación en donde estaba—. No podrás esconderte por mucho tiempo preciosa, ya estás condenada.
Dicho esto, comenzó una persecución. La joven en mitad de esos gritos histéricos, había llegado hasta la mitad de la escalera y subía con torpeza trastabillando una y otra vez con los escalones de la escalera, el sentimiento macabro crecía por momentos en el corazón del encapuchado; pues no le excitaba más que una persecución.
Sus zancadas eran grandes y en pocos segundos ya la había alcanzado. La agilidad y la velocidad que poseía el encapuchado al moverse por el escenario destrozado de aquella casa eran dignos de un luchador de élite, su mirada frenéticamente, calculadora y sádica estaba reflejada en la hoja del cuchillo de combate. Su cuerpo impidió el paso a la joven que de su boca soltó un alarido de terror, la sonrisa que proyectó su atacante fue tan siniestra como la de un lobo. Gwen gritó estridentemente e intentó girarse de nuevo y correr escaleras abajo en dirección a la puerta; pero para hacerla callar, su atacante fue más rápido y de un solo y seco movimiento golpeó con la base del cuchillo la sien de la chica, que cayó desorientada golpeándose a su vez la cabeza contra la barandilla de madera blanca.
Su cuerpo débil cayó sobre los escalones mientras se llevaba una mano a la zona afectada por el golpe, de forma desorientada intentó moverse pero solo consiguió que su vista se nublara por completo; de su garganta dejaron de emitirse los agudos chillidos que quedaron perdidos en sus cuerdas vocales.
No obstante, las ganas de luchar por su vida sacudieron a Gwen, sus fuerzas se agruparon y unieron en una sola para oponer resistencia y arrastrarse por las escaleras.
—Te digo un secreto— las agónicas palabras de Gwen irrumpieron su discurso—. Las niñas malas siempre tienen su castigo— con una mirada inyectada en sangre y cólera alzó el cuchillo y con la gran hoja afilada la hundió en el sitio idóneo para hacerla sufrir, el bazo. La hoja se hundió en su piel con un corte fino y sin resistencia alguna, pues sabía exactamente el lugar y la zona en la que lo debía introducir.
El pánico inundó el rostro de la joven, un gemido de dolor salió de su boca en cuanto la hoja salió de su interior desgarrando los tejidos internos.
—No me has dejado otra elección querida— sin miramientos agarró por el cuello a Gwen y forcejeó hasta dejarla casi sin aire por el apretado brazo en torno a su esbelto cuello. Comienza a arrastrarla hasta la planta de arriba, concretamente hasta la habitación donde estaba antes retenida, mientras que la mancha de sangre continuaba creciendo y manchando de tonos rojizos el vestido verde de la joven bailarina.
Entre forcejeos entraron a la habitación dejando un rastro de destrozos allí donde van; en un segundo, el encapuchado dejó espacio suficiente en el cuello de Gwen para que diera una bocanada de aire y pudiera pegar un codazo a su captor. Debido a esto su captor aflojó el agarre y pudo escapar de él; sin embargo, su cuerpo terriblemente herido cayó sobre el tocador que había a su derecha, el espejo se rompió y las esquirlas de cristal se pegaron en sus palmas haciendo diminutas heridas.
—Deja de resistirte pequeña zorra— el encapuchado se lanzó sobre ella haciendo que las patas del tocador se doblaran y ambos cayeran al suelo. Gwen se levantó, y con una mano en la zona donde recibió la cuchillada avanzó hacia la puerta cojeando—. Eso, corre; corre como una puta.
Antes de que Gwen pudiera llegar siquiera a rozar el marco de la puerta, el encapuchado ya había alzado de nuevo el cuchillo con la hoja teñida de rojo y lo hundió de lleno en la espalda de la joven. Otro alarido y grito de desesperación emergió de la chica, estaba condenada a morir aquella noche y no iba a poder salvarse de esta. No fue un corte limpio esta vez, pues el encapuchado tuvo que tirar con fuerza para sacarlo de ella, agrandando la hendidura y provocando que miles de gotas de rojo carmesí salieran despedidas al conseguir sacar al completo la hoja afilada.
El encapuchado la lanza contra el marco de la puerta y su cuerpo moribundo choca provocando que más sangre pinte las paredes y puertas; sus manos por inercia se agarraron al marco de la puerta, los dedos ensangrentados se clavaron en la madera oponiendo resistencia a su atacante. El encapuchado tiró de ella y acabó arrastrando su cuerpo magullado por el suelo dejando marcas de uñas y lágrimas que se mezclaron con su propia sangre caliente.
El encapuchado se puso sobre ella y con la cólera y la ira refulgiendo sobre su cuerpo y mirada, empezó a hundir la hoja en su espalda repetidas veces, su cuerpo desfallecido se retorcía con cada puñalada, percibía el vaivén de lo órganos internos desplazarse, partirse, y romperse en su interior. Notaba las salpicaduras de sangre en su cara y sus ojos, pero no quiso limpiarse, pues su único objetivo era terminar lo que había empezado. Parecía un autómata, los cortes se iban acumulando y la sangre empezó a salir a borbotones encharcando su cuerpo y resbalando como abundantes ríos por su piel nacarada; también se podía distinguir trazos sólidos entre el inmenso charco de sangre generado, estos pertenecían a los tejidos internos y externos de los que se acumulaban tras cada cuchillada, haciendo que en seguida pareciera carne picada.
En la penúltima cuchilla acabó retorciendo el cuchillo dando varias vueltas haciendo un gran agujero que inmediatamente se convirtió en una laguna escarlata; su ataque de ira estaba culminando y ahora mismo solo faltaba el golpe final. Sostuvo el cuchillo con ambas manos, y segundos antes de clavarlo miró su rostro magullado; tenía la cara de lado, sus ojos estaban perdidos en algún lugar del suelo, de su boca entreabierta se escurrían finos hilos del líquido escarlata, indicando que sus pulmones y vías respiratorias estaban inundadas con el resto de órganos internos y de la sangre que los componían.
—Podías haber optado por un final mucho mejor querida, pero esto lo decidiste tú— la hoja cayó sobre su hombro izquierdo como la de la guillotina francesa, la zona quedó completamente destrozada. Aquella puñalada fue tan certera y agresiva que penetró por completo su hombro hasta conseguir traspasarlo casi de inmediato, mantuvo la hoja en su interior por varios minutos mientras terminaba de salir del todo, dando por finalizada su sangrienta obra maestra.
La joven Gwendolyn Gillian yacía muerta a manos del encapuchado, tras haber estado retenida en un sótano por dos días y haber recibido mucho después alrededor de veintidós puñaladas en su cuerpo en la víspera de Navidad.
—Despertaste en mí ternura, pero al final conseguiste que esa llama te acabara quemando preciosa mía— acarició su rostro con las manos enguantadas, mojando la tela que cubría la yema de sus dedos—. No te preocupes, ahora ya no sentirás dolor.
El encapuchado había pasado por esto mucho antes, muchas muertes y asesinatos estaban apuntados en su lista de vida; ella tan solo es una víctima más ahora. Tal y como ha estado haciendo en todo su vida, la perfección corría a raudales por sus venas; por lo que no tardó tanto tiempo en posicionar el cuerpo inerte de Gwen sobre las blancas colchas de la cama de Edine Harford. Quitó su destrozado y sangriento vestido y dejó que la desnudez se apoderara de ella, acarició su rostro nuevamente y la colocó en la posición de un cisne dormido: una de sus piernas encogida y debajo de su cuerpo y la otra estirada, sobre ella su cabeza y brazos, dejando perfectamente a la vista su estrecha espalda mutilada y chorreando aún la sangre caliente de su cuerpo.
Admiró la habitación al completo, estaba completamente desmantelada, el mobiliario roto y manchado por sangre. Decidió abrir las ventanas para que el olor a sangre, al que ya estaba acostumbrado, no se concentrara en aquella habitación. Finalmente, agarró varios cojines y los abrió, esparciendo su contenido de plumas blancas sobre las zonas donde la sangre aún estaba fresca.
Sin embargo, necesitaba dejar un pequeño mensaje para los Harford. Así que con dos dedos manchados de la sangre que emanaba del cuerpo de Gwen pintó sobre aquel cisne blanco dos simples palabras.
Estoy Vivo
—Edine Harford, sé bienvenida al verdadero mundo en el que naciste— dicho eso, el encapuchado recogió las cuerdas y la mordaza de Gwen y desapareció sin dejar rastro fundiéndose entre las sombras de los jardines.
Aquel 24 de Diciembre, Gwendolyn Gillian dio su último aliento siendo una de las innumerables víctimas del encapuchado.
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Hola!
Ya está aquí el nuevo capítulo, es un poco largo lo sé pero solo espero que os haya gustado pese a ello :)
Nos leemos ❤
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