Capítulo 16
Domingo 22 de Diciembre, Four Seasons Hotel, 02:38 am
Bajo la noche estrellada y la luz marfil de la luna proyectada sobre toda la ciudad, la fiesta de la gala del ballet continuaba en su pleno apogeo.
Algunos de los invitados habían abandonado la fiesta; sin embargo, otros disfrutaban de las copas de los que se habían ido y, por lo tanto, no habían podido catar.
No obstante, en lo más alto del edificio, en la azotea, había una persona que divertirse no estaba entre sus planes aquella noche. Apoyada con brazos cansados sobre la barandilla de metal y mirando al horizonte ensimismada en sus pensamientos, estaba Gwendolyn Gillian.
Para ella, en aquel momento lo más importante y reconfortante era la suave y gélida brisa invernal que chocaba grácilmente contra su pálido rostro y elevaba tras ella las vaporosas telas de tul verde del vestido.
Además del espectáculo que algunos de los presentes estaban dando después de arrasar con los chupitos de la barra, no había nada más interesante que ver. Aunque Gwen se hubiera apartado de todos ellos, disfrutaba de la buena compañía de sus pensamientos y por supuesto, de las cinco copas de Martini que había consumido hasta el momento.
Sin embargo, con la quinta copa vacía aún en sus manos, tenía ganas de más. Miró su reflejo en las pocas gotas que quedaban en el fondo de aquel recipiente en forma de cono invertido, y lo que vió fue a una chica con los ojos verdes brillantes e inyectados en un color carmesí, debido al alcohol que recorría su cuerpo, la piel blanca como la luna y el lacio cabello azabache cayendo como una cortina sobre sus hombros desnudos.
El elaborado y ostentoso maquillaje que cubría cada centímetro de su delicada piel, estaba empezando a estropearse después de varias horas. El rojo de sus labios estaba corrido en las comisuras y había perdido su fulgor tras haber dejado atrevidas marcas en el fino filo de las copas de cristal.
Después de tantas horas, aún no podía dejar de pensar en la conversación que había escuchado en el vestíbulo del hotel. Brix Crawford se había interesado por Edine Harford, una niñata consentida por sus padres multimillonarios, a la cual más tarde se enteró de que le había ofrecido una plaza en su compañía de baile en Moscú.
Este rumor había circulado por el evento al igual que otros muchos; es el caso de los solistas, que les habían ofrecido plazas durante dos años en la compañía de la Ópera de París. Parecía que para todo el mundo había sido su noche estelar, sus carreras despegarían y se olvidarían por completo de las personas que eran antes de saltar a la fama.
Pero para el caso de Gwen no era el mismo que el de los demás integrantes de la compañía; nadie había reparado en su presencia durante el ballet y para colmo, había perdido la oportunidad de ser el Hada Lila. Frustrando las expectativas de llegar a ser alguien en ese mundo de perfección estética.
Tras haber pasado años trabajando duro y a sus veintidós años de edad, no había podido igualar la asombrosa técnica de Edine. Y aquel dato la presionaba cada día que cruzaba las puertas del conservatorio y la veía cruzar hacia la sala con la última línea de ropa de ballet puesta. Sus oportunidades se acababan, ya estaba llegando a una edad en la que si no brillaba ahora, jamás lo haría. Cada año, las compañías reclutan a bailarines cada vez más jóvenes para exprimir al máximo su potencial; una bailarina cuando llega a los treinta y cinco ya no sirve de mucho, la belleza y la juventud no se puede comparar con las de una adolescente, la gracia y delicadeza de los movimientos comienza a ser más tosca y cansada,... Es por esa razón que los ballets más grandes del mundo solo se fijan en pequeñas joyas en bruto de las cuales más tarde pueden esculpir a base de roles principales en las obras de ballet.
Para el resto de las personas, si no cumplían un mínimo de requisitos: ser joven, tener potencial, compromiso al 100% y por supuesto dedicación máxima; jamás iban a poder llegar hasta lo alto de la cúspide y se quedarían perdidas en el camino.
Ser una bailarina frustrada o estar constantemente a la sombra de otras mucho mejores, era algo habitual de ver en los conservatorios. En este caso, Edine Harford acababa de arruinar la suya.
La rabia se aglomeraba en su interior haciendo hervir su sangre e incrementando la necesidad de sentir el alcohol resbalando por su garganta y dejando una estela de fuego enrabietado a su paso.
No tardó en abandonar su lugar y dirigirse al barman, que preparaba chupitos y cócteles a una velocidad asombrosa, con pasos torpes y tambaleándose sobre esos vertiginosos tacones, mientras la sensualidad se desplegaba tras ella.
Se acercó hasta la barra de cristal, donde servían en menos de un minuto más de diez cócteles. Varios pares de ojos repararon en su presencia y se alejaron poco a poco cuando escucharon las palabras arrastradas y anestesiadas de Gwendolyn.
—Ponme la sexta— la quinta copa que llevaba en la mano la dejó estrepitosamente contra el cristal, los señores que estaban al lado agarraron sus chupitos y se mezclaron con la gente que había en la improvisada pista de baile de la azotea—. Pero esta vez ponla bien cargadita— sus ojos brillaron intensamente cuando parpadeó repetidamente hacia el chico de las copas.
—Srta...— la voz del joven chico que se encontraba tras la barra sonó de advertencia hacia la chica, en su mirada podía verse la sensatez y la madurez suficiente como para brindarle esa advertencia al pedir una sexta copa.
—Gillian, Srta. Gillian. Aunque para usted podría llamarme solo Gwen— a medida que más palabras salían de su boca, la distancia entre ambos se acortaba. Gwendolyn pasó la lengua sutilmente sobre sus labios de forma tentadora, mientras se llevaba los restos de su carmín rojo y lo saboreaba con deseo.
La mirada de la chica era tan atrayente como la de una serpiente; por el contrario, el pobre chico parecía hipnotizado y perdido en algún lugar entre esas esmeraldas resplandecientes y la tentadora boca de Gwen.
—Lucas amigo, ponme un whisky— el chico de traje se asustó ante aquella ya conocida voz, salió del encantamiento de la joven mediante una sacudida de cabeza. A esas alturas de la noche, algunos podían estar cansados o a punto de quedarse dormidos encima de alguna mesa; sin embargo, a otros se les encendía la llama de la fiesta y la lujuria.
La mirada de Gwendolyn pasó de los ojos grisáceos del chico de la barra hasta el hombre que había interrumpido su animada conversación. Para su gran sorpresa no hacía falta más que mirar aquellos preciosos ojos ámbar para saber quién se encontraba a su lado.
El mismísimo Brix Crawford.
Portaba una sonrisa genuina de asombrosos dientes blancos y la aromatizante fragancia que su cuerpo desprendía hacía despertar el interés de la joven bailarina.
—Vaya, vaya. Mirad lo que ha traído el viento— Gwendolyn se apoyó en la barra con la espalda descubierta y puso sus brazos encima de la fría superficie. Los ojos de Brix brillaron por la sorpresa y se acercó aún más a ella.
—Buenas noches Srta. Gillian— el aliento a whisky le impactó directamente en sus ojos. El director del Bolshói era mucho más alto que ella, la superaba por una cabeza, lo que le hacía ver mucho más atractivo. Sus facciones marcadas por líneas rectas, el cabello oscuro moviéndose al son de la brisa,... Bajo todo aquel traje ajustado de color humo seguro que se encontraría un atlético cuerpo del que poder disfrutar.
—Sr. Crawford me alegra la vista con su presencia— los ojos esmeralda no paraban de moverse sobre la figura de aquel modelo de revista, sus pies estaban inquietos sobre sus imponentes tacones y mantenerla en pie cada vez le costaba más a su cuerpo—. ¿Y su querida Edine Harford ya se ha ido?— con un tono bastante desinteresado y burlón, Gwen se miró las uñas con interés, pero a la vez en su interior quería saber si de verdad aquellos rumores que tanto hablaban los invitados, eran ciertos.
—Sí, hará cosa de media hora que se fue con los Hunter— "bingo" pensó en su subconsciente. Ahora si su jugada saldría como lo planeado aquella noche, Edine Harford ya no sería un problema en el resto de su carrera.
—En ese caso, creo que tengo toda tu atención ahora mismo— con la yema de sus dedos recorrió el suave tejido del cuello de su camisa, lentamente trasladó poco a poco sus dedos hasta llegar al punto donde la incipiente piel caliente de su pecho se dejaba entrever.
—Le puedo asegurar, que desde que la he visto, no tenía otra cosa en mente— susurró en su oído. Sintió el ardor del tacto de sus calientes labios sobre la fina piel de su oído, ocasionando que miles de descargas recorrieran su cuerpo y se erizase su piel desnuda.
—En ese caso, ¿no te importaría invitarme a una copa?— con la uña del dedo índice presionó sobre la piel descubierta de su pecho y trazó líneas sin sentido alrededor de aquel punto. Notó como el latido del corazón de Brix se aceleraba de un momento a otro, el torso se elevó e inspiró aire llenando sus pulmones. Aquella chica sabía a la perfección cuáles eran sus intenciones, así que no dudaría ni un segundo en aceptar la tentadora oferta que el cuerpo de aquella chica gritaba.
—Lucas pon un Martini a la señorita, seguro que deberá de estar terriblemente sedienta— Gwendolyn se mordió el labio inferior sensualmente, sus manos traviesas abandonaron las telas de su camisa y fueron volando hasta parar en el cuello de Brix. Su cuerpo estaba quemándose por dentro y el sudor que se acumulaba en su nuca y adhería el cabello a la caliente piel, comenzaba a molestarla.
—Sr. Crawford, con todo el debido respeto, la señorita ya ha bebido demasiado— le advirtió amablemente el barman, los ojos del susodicho recorrieron el cuerpo de la joven. Fue allí cuando una sonrisa torcida dibujó su rostro y las intenciones por ayudar a la chica a librarse del alcohol que recorría sus venas de una manera bastante animada, aparecieron surcando por su mente.
—En ese caso, pediré una botella de Champagne para los dos— lentamente quitó las pegajosas manos de Gwen de su cuello y de seguido rodeó su estrecha cintura con sus fornidos brazos musculosos.
—Que sean dos— corrigió Gwen a Brix, el martilleo constante de su corazón latiendo desenfrenado y las oleadas de un calor intenso arremetían de lleno contra su cuerpo. El vestido comenzaba a molestarla, y la ropa interior poco a poco se iba clavando y hundiendo en su piel como las cuerdas de una mordaza.
—Ya has oído a la dama Lucas— una mano avanzó decidida por la espalda descubierta y a través de aquella mata de pelo negro que caía por su espalda. Acabó por instalarse en la zona lumbar de la chica por unos segundos, antes de bajar atrevidamente hasta llegar a posarla sobre una de sus nalgas y darlas un buen apretón.
La joven pegó un leve respingo por la sorpresa y enseguida la seducción, el deseo y el desenfreno poseyeron su mirada. Poco tiempo faltó para que Gwen plantara un beso húmedo en el hueco que formaba su mandíbula y la latente vena caliente de su cuello.
Fue en ese momento cuando la partida del juego de la excitación y la lujuria había comenzado.
Domingo 22 de Diciembre, Four Seasons Hotel, 04:07 am
El caos estaba presente en aquella lujosa habitación de hotel, que estaba sumida en el más glorioso silencio. Con la luz plateada de la luna entrando por los ventanales, se podía observar a una pareja enrollada en las sábanas blancas y sin ningún tipo de ropa de por medio que cubriera su desnudez.
Desde la puerta hasta el centro de la estancia había un cúmulo de ropas de los dos desperdigadas por todos los lados: los zapatos cerca de la puerta, una corbata olvidada encima de las hojas de una de las plantas que decoraba la esquina de la habitación, la lencería de encaje de Victoria Secret mezclada con las telas del vestido verde situado a pocos metros del lecho de la pareja,... y diversas otras prendas sobre la alfombra azul rey.
Sin embargo, no pasaban desapercibidas las dos copas de cristal tiradas por la mesita baja derramando aún aquel líquido dorado y las tiritantes botellas vacías de Champagne.
La fiesta poco a poco se acercaba a su culminación, la música había parado o al menos eso creían los huéspedes que estaban alojados en el hotel. Las siniestras figuras de los botones o los camareros con rostros cansados pululando entre la penumbra de los pasillos en la madrugada, daban crédito del agotamiento de esta noche.
Escapando de los reconfortantes hilos del sueño, Gwendolyn abrió los ojos en mitad de la oscuridad de la habitación. Tardó escasos minutos en saber dónde se encontraba y qué había pasado, aún podía sentir el burbujeo de la bebida dorada en su paladar y el mareo que la provocó al incorporarse repentinamente. Miró a ambos lados intentando encontrar alguna pista de cómo había acabado ahí, pero al ver que a su lado se encontraba el cuerpo desnudo de Brix Crawford relajó sus tensos músculos.
Tenía el cuerpo dolorido pero a la vez caliente, el pelo se le había pegado a la piel húmeda y finas gotas de sudor generadas por el ejercicio hecho escasas horas atrás y contenidas en la nuca, resbalaron por la espalda. En la cabeza se le instaló el constante martilleo causado por la gran variedad de bebidas que había tomado durante la velada.
Como pudo, se deshizo de aquel lío de brazos que la rodeaba. El frío entró en contacto con su cuerpo caliente, haciendo tiritar cada centímetro de su perfecta y pulida piel; Brix se movió cuando se apartó de él, quedando boca arriba, desnudo, y dormido profundamente.
Ella podía haber pensado que se encontraba ante un ángel de belleza incomparable: el cabello oscuro esparcido por la nívea tela de la almohada; su piel, perlada y nacarada, brillaba bajo el pálido fulgor de la luna plateada, mientras que el velo de las sombras, hacía resaltar su trabajado cuerpo.
Sin embargo, lo que tenía ante sus ojos era la belleza contenida de lo que momentos había sido el mismísimo fuego del infierno brotando de cada poro de su piel. Su candente cuerpo sobre el suyo, primitivo y desatado, hundiéndose en ella ferozmente con sus dedos clavándose en caderas, espalda y piernas; mientras las vibraciones se extendían por sus extremidades acompañado de sordos gemidos de placer, que finalizaron tras alcanzar el clímax.
Aquellos recuerdos solo hicieron avivar aquella llama que aún no se había extinguido pese haber quedado saciada de ese cuerpo horas antes. Brix se movió de nuevo e hizo que aquella sábana blanca se desplazara por sus caderas, desvelando algo más aparte de sus gloriosas piernas.
Aquel ardor la quemó por dentro incitándola a repetir aquella montaña rusa infernal; al fin y al cabo, había sido un juego entre dos personas deseosas sin compromisos ni ataduras.
Declinando aquella oferta, buscó entre la penumbra algo de ropa, alcanzó con la vista la camisa de Brix, que estaba hecha un ovillo cerca de sus pies, y no faltó mucho tiempo para que cubriera su desnudez.
Con los mareos, las náuseas y el alcohol recorriendo efervescente su organismo, se encaminó al baño en busca de una pastilla que pudiera retener por unas horas los diversos dolores que gritaba su cuerpo sudoroso.
Pero derrotada y cansada, se sentó en el suelo apoyando la espalda en la gélida pared color crema y se sujetó la cabeza entre los brazos para eliminar esa dolencia tan abrumadora que seguía estando; no había encontrado ni una mísera pastilla entre los cajones de aquel lujoso baño, por lo que el agua fría se había convertido en su mejor solución por el momento.
En mitad de aquella noche oscura e intensa, la vibración de un teléfono la sacó de su aparentemente desvanecimiento. Al principio fue incapaz de reconocer el dueño de aquel móvil y mucho menos poder localizarlo con las densas sombras.
Pasaron los minutos y aquella molesta vibración no remitió; por lo que, con mucho esfuerzo consiguió ponerse en pie y llegar a la habitación mientras tanteaba con sus dedos las paredes.
A lo lejos logró localizar el tenue brillo de lo que era la pantalla del móvil, según se iba acercando reconocí perfectamente aquella prenda de ropa masculina: la chaqueta de Brix.
Mientras pulsaba distintos botones para silenciarlo, una llamada entrante la hizo sobresaltar. El teléfono se resbaló de sus manos y acabó precipitándose al suelo con un sordo sonido, Gwen se llevó las manos a la boca para callar su violenta respiración y miró en dirección a Brix, pero seguía plácidamente dormido.
Al agacharse a recogerlo, la pantalla volvió a iluminarse solo que esta vez fue un mensaje. La tentación de querer mirarlo comenzó a susurrarle en el oído incitándola lentamente hasta que acabó pulsando sobre la notificación.
Sin embargo, la curiosidad mató al gato. Pero al menos, el gato murió sabiendo.
Solo era un simple mensaje que hacía cosa de un minuto que había sido mandado, el nombre de la persona yacía bajo un seudónimo conocido como "Sinner", alias Pecador.
Sinner
Tienes diez minutos para presentarte y pagar lo que debes hijo de puta. De lo contrario ya sabes las consecuencias.
04:13 AM
La mirada asustada de Gwen llegó hasta donde dormitaba un relajado Brix, apenas sabía qué hacer y mucho menos bajo la presión de una cuenta atrás de diez minutos. Aquel mensaje había cambiado por completo la visión que tenía de él, seguro que estaba metido hasta el cuello de trapos sucios y aquella persona apodada como Pecador le amenazaba.
Gwen solo tenía una cosa clara en ese momento: alejarse todo lo que podía de Brix Crawford y desaparecer como si nunca se hubiera acostado con él, ni entablado una simple conversación subida de tono.
Con los nervios a flor de piel, buscó en la penumbra sus pertenencias, pero un nuevo mensaje hizo que parara de inmediato. Con la garganta seca, leyó el nuevo mensaje.
Sinner
TIC TAC. Te quedan seis minutos.
04:17 AM
Se vistió como pudo con el traje de la noche anterior, dejó caer su larga melena oscura sobre la espalda, con los tacones en la mano y el pequeño bolso dirigió una última mirada al que había sido su amante por una noche. Ya no sentía ese deseo desenfrenado por volver a sentirlo al completo; ahora, había sido sustituido por el miedo.
Sin perder más tiempo, abrió la puerta y salió de aquella habitación con pasos apresurados.
El frío invernal y unas ligeras gotas gélidas rozando su rostro le dieron la bienvenida al salir a la calle. A esas horas no había ni un alma transitando Londres, por lo que no le quedaba más remedio que andar durante quince minutos hasta llegar a su casa.
Tras numerosos intentos por encender el móvil, que se había quedado sin batería al acabar la cena, soltó un grito inaudible de frustración y avanzó más rápido.
El sonido de sus tacones resonaban contra la húmeda acera, a esas horas no había ni un solo ruido en la calle y Gwendolyn comenzaba a alterarse debido a esto. La brisa movía las ramas desnudas de los árboles sin hojas y de vez en cuando, a lo lejos, se escuchaba el maullar de algún gato callejero. En mitad de la noche solo se oía su acelerada respiración y su desenfrenado corazón.
Solo quedaban escasamente tres calles para llegar; pero aun así, acercándose cada vez más y más a su destino, la preocupación invadió su cuerpo.
No podía negar lo que había visto en el teléfono de Brix, al igual que tampoco podía haber sido tan ingenua en caer en las tentadoras garras del alcohol y del sexo, otra vez.
Las gráciles y diminutas partículas del rocío se intensificaron hasta llegar a formar una llovizna sobre Gwen, las gotas casi desaparecían al entrar en contacto con su ardiente piel blanca. Sin embargo, en cuestión de segundos su vestido de telas vaporosas se había convertido en un arrastre para ella y se pegó a toda su figura como una segunda piel de color aparentemente negro por la lluvia; el cabello mojado y liso estaba adherido a su espalda y las puntas azabache finales se colaban entre la tela del vestido y su cintura. El abrigo se le había olvidado en el teatro y ahora su cuerpo asumía las consecuencias.
Dos calles era lo que la separaba de su destino, la lluvia comenzó a ser más densa y tuvo que correr los últimos metros para evitar que el frío se adentrara en sus huesos.
Bajo los efectos secundarios de los Martini, la botella de Champagne y los acontecimientos siguientes después de que la última gota del líquido dorado se deslizara entre sus labios, la dejaron completamente abatida. El cuerpo aún le dolía y se resignaba por no haber sido más consciente sobre sus pensamientos y actos impulsivos.
Con las mejillas tintadas en un color rosa y los carnosos labios entreabiertos, llegó a la calle de su casa. Los pies tenían rozaduras y podía asegurar que las ampollas generadas a partir de la presión ejercida en las puntas de ballet, habían estallado.
No obstante, aquella noche no había terminado para Gwendolyn Gillian.
Nada más girar a la derecha en dirección a su calle, un sofoco colapsó sus pulmones.
Situado al fondo de la avenida y parado justo debajo de la brillante luz de una farola, se podía distinguir a un ser encapuchado.
Apenas se le podía ver la cara, por las ropas negras que cubrían todo su cuerpo; pero Gwen podía asegurar que la estaba mirando fijamente.
Recorrió con la mirada la calle, pero no encontró a nadie más que a esa siniestra figura que perturbaba la paz de su cuerpo. Tragó saliva varias veces, pues la garganta la tenía seca al ver aquella presencia humana.
Llevaba viviendo toda la vida en el barrio con sus padres y nunca habían escuchado nada acerca de la presencia de un posible psicópata que rondara en la madrugada como un alma en pena. Sus dedos empezaron a tiritar por el frío y el nerviosismo; por un momento llegó a creer que lo que estaba viendo era producto de su imaginación.
Pero para su mala suerte, no lo era.
Los hechos que transcurrieron a continuación ocurrieron a la velocidad de la luz, tan pronto como ella quiso reaccionar y correr en dirección a su casa, la figura comenzó a caminar en su dirección con paso apresurado pero sereno. Los timpanos empezaron a emitir ciertas señales de alerta, pero para Gwen sabía que solo un milagro podía salvarla de esta situación. La figura había llegado a la altura de su casa, alzó la cabeza y miró hacia las ventanas, posiblemente a la habitación de sus padres, el temor sacudió su sistema. Después, una sonrisa de dientes blancos apareció entre las sombras de su rostro oculto.
La sonreía a ella.
Ya no había vuelta atrás, no podría refugiarse en su casa, pues sería como encerrarse en una ratonera; así que la única opción que quedaba era despistarlo. No dudó más y corrió en dirección contraria.
Su pecho se hinchada por cada bocanada de aire que daba, sus tacones chocaban tan fuerte contra el pavimento mojado, que amenazaban con romperse a cada zancada que daba, y sus ojos desorbitados bailaban en sus cuencas como una peonza atemorizada.
Durante unos cincuenta metros no escuchó venir a la extraña figura, por lo que se relajó creyendo que le había despistado. Apoyó las manos en sus rodillas y dejó que su pulso y el poco aliento que le quedaba recobrara su estado normal.
Pasados unos minutos, llevó la mirada al frente y recorrió la solitaria calle. La lluvia seguía cayendo a raudales y un rayo la iluminó entera con su luz azulada, la tormenta comenzaba a ser más fuerte a medida que los minutos pasaban.
Un trueno resonó enfadado sobre su cabeza y el miedo la hizo saltar por la impresión de la situación; todo parecía ir bien hasta el momento. Pero fue en ese instante en el que otro trueno, acompañado por la luz de los rayos y relámpagos que iluminaban un cielo cubierto de nubes, delató unas manos que se agarraron a su cuerpo.
Gwen gritó por el asombro y forcejeó con su contrincante, sabía que la persona que se hallaba detrás de ella era el encapuchado que había visto al final de la calle y la había perseguido hasta allí. A todo esto llegó a pensar que tal vez esta persona sabía que había leído el mensaje del teléfono de Brix y por eso se encontraba allí mismo.
—¡Suéltame!— el agónico grito que salió de entre las cuerdas vocales de la joven bailarina hicieron que aquellas manos enguantadas en gruesos guantes de cuero negro taparan su boca. Las lágrimas de dolor y temor caían por su rostro y se mezclaban con las gruesas gotas de lluvia que los envolvían a los dos.
Con un brazo rodeando su cintura y por la fuerza ejercida en él, se escuchó el rajar de las telas del vestido de Gwen; ahora sin telas de por medio, sus manos se adentraron y apretaron la blanca piel de su abdomen en un intento de mantener su nervioso cuerpo estable.
Las manos de Gwen se agarraron a la cabeza del encapuchado, pero como ya sabía una especie de máscara solo cubría la parte superior de su rostro. En aquella posición le era incapaz de ver quién se encontraba detrás de ella, pero eso daba igual, porque empezó a revolverse y a propinar inservibles patadas a las piernas del atacante.
—No te resistas preciosa, no podrás escapar— pronunció en su oído. La voz grave con matices vibrantes y ásperos, pertenecían sin duda a la voz de un hombre. Sus labios mojados por la lluvia que caía entre ellos y a su alrededor presionaron más cerca de su oído, sintiendo el calor y el frío a la vez.
Con la mano aún tapando su boca, Gwen no podía gritar sino más bien, emitir simples chillidos ahogados.
—Que delicia— al principio no sabía a lo que el encapuchado se refería, pues segundos más tarde, sintió su lengua recorriendo la piel de su oreja.
Gwendolyn empezaba a tener muchas posibilidades de escapar de él, por lo que aprovechó esa desagradable situación para golpearle con la cabeza en su rostro. De seguro aquel asqueroso sonido de cartílago y piel resquebrajándose provenía de su tabique nasal, pero aquello fue suficiente para confundir al encapuchado y salir corriendo en dirección a su casa.
Los gritos ya no le salían de la boca, seguía sintiendo la presencia de su brazo enfoscado en su cuello y otro en su abdomen. Continuaba notando aquellas manos recorriendo su piel, como si las tuviera de nuevo encima.
Efectivamente, así fue. El encapuchado la agarró desde atrás y pegó su cuerpo al suyo de nuevo inmovilizándola en el transcurso.
—Eres una zorra, te vas a pudrir en el sitio que te está esperando— notaba el olor a sangre proveniente de su nariz envolver el ambiente húmedo—. Pero ahora, ya no podrás escapar— sus ojos se abrieron como platos y el chillido que salió de su garganta fueron las respuestas al notar cómo los huesos de su tobillo se rompían tras el certero y seco golpe del atacante.
Había puesto su bota militar justo encima del maléolo y de seguido la presión ejercida conllevó a una rotura inmediata de articulaciones, músculos y huesos.
El llanto de Gwen, mezclado con el dolor, la angustia y el miedo, hizo que se despidiera de este mundo.
No volvería a verlo.
En cuestión de segundos, el encapuchado hizo amago de toda su fuerza para retener a Gwen y así poder alcanzar un húmedo trapo bañado en el cloroformo. En un solo movimiento lo apretó contra sus fosas nasales y la boca, la chica se resistía y le arañaba con las largas uñas, pero era delgada y su fuerza no llegaba ni por asomo a la del encapuchado.
—Dulces sueños mi princesa— pronunció las últimas palabras antes de que lo inevitable irrumpiera de lleno en su cuerpo maltratado.
Cinco minutos.
Escasamente fueron cinco simples minutos los que hicieron falta para que el cuerpo de la bailarina cayera inerte contra el suyo, sus manos dejaron de ofrecer resistencia y se desplomaron en sus costados, las piernas le fallaron y la arrastraron hasta el suelo mojado.
Allí, bajo la luz azul de los rayos que iluminaban el cielo oscuro y la estridente lluvia que asolaba la ciudad, el encapuchado había cumplido su primer objetivo de los muchos que figuraban aún en su lista.
Gwendolyn Gillian había caído.
~ ~ ~ ~
Hola!
Este capítulo es un poco raro, porque retrocedemos en el tiempo! Pero espero que os haya servido para aclarar las ideas respecto al capítulo anterior.
Contadme que os ha parecido!
Nos leemos pronto!
Besos ♡
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