Capítulo 15
Al cabo de las horas, la suave llovizna comenzó a caer más fuerte, las gotas gruesas resbalaban por mi rostro humedeciendo poco a poco mi cuerpo y adentrándose lentamente en cada poro de mi piel. El eco de la lluvia chocando contra las sólidas superficies de la piedra y las rígidas hojas, así como la amenizante melodía de los riachuelos que escapaban de los abundantes charcos de la iglesia, se convirtieron en los factores principales de este escenario.
Poco tiempo después, abrí los ojos deleitándome con este paisaje, que en pocas horas había cambiado a otro totalmente diferente. Me había pasado prácticamente dos horas sentada en uno de los rincones de la abandonada iglesia, dejando volar mi mente mientras me sentía como una niña.
Justo antes de que todo se fuera al traste con mi familia.
Con las piernas adormecidas y la creatividad a su máximo límite, me despedí hasta otra ocasión de mi pequeño rincón o, en otras palabras, hasta siempre. Posiblemente, y si todo salía como lo previsto, no volvería a verlo en mucho tiempo; ni al jardín, ni el conservatorio, ni las típicas calles de Londres. Todo este mítico paisaje sería un recuerdo más que albergar en mi memoria cuando mire por la ventana del avión en dirección a Moscú.
Con un agujero en mi pecho salí de allí y tras andar por varios minutos acabé sentada en una pequeña cafetería con un café humeante entre mis heladas manos. Sorprendentemente, en todo el tiempo que no estuve en casa no había recibido llamadas o mensajes, ni de los Hunter, ni de mis padres, y mucho menos de Rick.
Así que decidí silenciar el teléfono para el resto del día.
Las calles estaban decoradas con todos los adornos navideños de la época, se podía oler el ambiente y el espíritu que llenaba todos los corazones de los Británicos en estas fechas.
Muchos de ellos cruzaban la calle con montones de bolsas entre las manos, los niños jugaban con los charcos formados en mitad de la acera y otros exhibían su amor por la Navidad portando un divertido gorro de Santa Claus. Sin embargo, como todo cuento de invierno, el espíritu del Sr. Scrooge estaba presente en algunos de los ciudadanos, sus ceños fruncidos y la mueca de desagrado que se formaba ante cualquier villancico que escuchaban o adorno navideño que veían, eran de los gestos más comunes.
El resto del día lo pasé a la orilla del río, paseando por los alrededores y perdiéndome entre los infinitos puestos y casetas del mercadillo navideño del London Bridge City. Para finalizar, subí a lo alto del Sky Garden y me deleité contemplando desde la terraza de cristal cómo la sombra del sol entre las nubes se escondía entre el horizonte de Londres; después de que el último rayo de sol desapareciera, el cielo se oscureció lentamente para dar paso a la reina de la noche, la luna.
Regresé a casa después de un día entero lejos de ella y de todas las personas que forman mi vida y con una actitud más relajada después de haber pasado un tiempo a solas; solo yo y mis pensamientos. Ya en el taxi, el tráfico abarrotaba las calles principales y la llegada a casa se demoró hora y media a causa de las festividades.
A lo lejos se empezaron a escuchar las sirenas de policía que habíamos visto en innumerables ocasiones durante el trayecto y que parecía que esta noche no iban a parar de sonar aquellas estridentes sirenas.
—Seguro que habrá habido alguna fiesta ilegal— comentó el conductor, me miraba desde el el espejo retrovisor; tenía una grisácea casi de color blanco y podía percibir esa chispa de diversión en sus ojos envejecidos por la edad—. A estas alturas y en este barrio en concreto no me sorprende en absoluto que la chusma se presente por aquí.
Al emplear aquella palabra para referirse a la policía mis sospechas acerca de su procedencia se confirmaron de inmediato; aquel acento rasgado, casi afónico, me era inconfundible después de haber pasado un mes entero en la ciudad de Boston.
Según nos íbamos acercando, las sirenas comenzaban a sonar más y más fuerte. Algo totalmente extraño y que no di importancia, pero peculiarmente por mi cabeza se cruzó un pensamiento que no debería estar allí ahora.
Sería demasiada coincidencia.
Sin embargo, el corazón comenzó a palpitar más fuerte contra mi pecho, lo sentía como una manada de caballos salvajes atravesándolo y retumbando con sus brillantes cascos mi corazón desenfrenado. Contuve el aliento por microsegundos, ahora las brillantes luces emergían con su total esplendor al principio de mi calle, de igual modo que sus reflejos se propagaban por las fachadas y adoquines. No obstante, hasta que el taxi no giró a la izquierda y vi con mis propios ojos lo que estaba ocurriendo a pocos metros de nosotros, no lo creí.
Al girar hacia mi calle los destellos azules y rojos de los coches de policía iluminaron el interior del vehículo y nuestros rostros inquietos, los oídos me pitaban y todo parecía estar sucediendo a cámara lenta. El coche avanzaba lento y con precaución según se iba acercando al cordón policial que limitaba la zona y donde varias patrullas estaban desplegadas por el ancho y largo de la calle.
—Voy a parar a pocos metros, será mejor que se quede dentro del...— la voz del taxista se quedó perdida a mitad de camino hasta mis oídos. Solo tenía ojos para aquello que no debería de estar pasando y que lamentablemente así era.
Sin perder más el tiempo y con la impulsividad tomando las riendas de mis actos, abrí la puerta del taxi sin esperar a que este se hubiera detenido del todo. Por la ventanilla del conductor, escuché la voz preocupada del taxista y sus advertencias de que regresara de inmediato. Sentía mucho decirlo, pero ignoré todas y cada una de las voces que había a mi alrededor.
El sonido de las sirenas era mucho más fuerte fuera del vehículo, la piel me ardía por el miedo que recorría mis venas. Con la mirada perdida en las parpadeantes luces avance con pasos acelerados hacia el barullo de coches y agentes.
En pocos segundos, había llegado hasta la cinta amarilla que acordonaba la zona, con manos temblorosas la levanté y entré sin preocuparme de las miradas serias que me obsequiaron los policías de al lado. Mis botas resonaron contra el mojado pavimento mientras me abría paso torpemente entre los coches estacionados y sus brillantes luces cegándome por completo. Vi a una ambulancia aparcar en la puerta principal, las puertas se abrieron y varios paramédicos vestidos con sus trajes azules emergieron de su interior y se adentraron en el jardín portando con ellos todo el material necesario.
A lo lejos pude reconocer el coche de trabajo de mi padre siendo iluminado por los flashes de una fila entera de periodistas, cámaras de la tele y entre ellos, los insistentes paparazzis. Sin embargo, no vi el de mi madre y en aquel momento, el estómago se me cerró de imprevisto y se retorció repentinamente haciendo que me doblara en dos. Inmediatamente me llevé una mano allí donde el dolor irradiaba sin descanso, las rodillas se doblaron y aterricé sobre la mojada carretera, bajé la cabeza hacia el suelo incapacitada para reconocer lo que creía que acababa de suceder.
Inmediatamente pensé en mis padres y en lo que les hubiese pasado.
—¡Eh, no puedes estar aquí!— uno de los agentes se fijó en mi presencia y acudió a mí con intento de alejarme de aquel barullo, sus brazos me levantaron en volandas del suelo y me bloqueó el paso impidiendo que pudiera siquiera continuar. Sentía que mis ojos se iban a salir si no comprobaba que a mis padres no les había pasado nada, con mis manos busqué con desesperación el teléfono pero me olvidé de él en el asiento del taxi cuando salí apresurada del vehículo.
—¡Déjame, tengo que entrar!— con la voz rota me removí contra su fornido cuerpo, pero solo conseguí que apretara aún más su agarre a mi alrededor sacando el poco aire que mis pulmones eran capaces de almacenar.
—No puede entrar señorita— su varonil voz me habló en susurros contra mi oreja, la cabeza me dolía y todo parecía estar dando vueltas. Mis pulmones se estaban ahogando y me hacían boquear en busca de oxígeno que calmase el ardor que sentía en mi pecho.
—¡Esta es mi casa!— grité por encima de todo el barullo, en aquel momento aflojó su agarre dejándome vía libre para adentrarme en el recinto vallado y cubierto por altos setos. Para mi alivio, el coche en el que Rick y mi madre se fueron esta mañana, se encontraba aparcado en el camino de entrada al garaje.
La casa estaba encendida y la puerta de entrada se encontraba totalmente abierta; de ella, emergían agentes de policía, mientras que otros entraban en su lugar, todos los rostros de los presentes se veían teñidos por la seriedad y el asombro. En mis oídos se instalaron molestos hilos de conversaciones, pero sin poder prestar atención a ninguna subí rápido las escaleras y crucé el umbral esperando encontrar a mis padres vivos.
El amplio vestíbulo se encontraba abarrotado de gente vestida con uniformes yendo de aquí para allá con cámaras y pequeñas bolsas de plástico con insignificantes objetos en su interior. La majestuosa alfombra en tonalidades azules de la escalera blanca estaba destrozada, había arañados y un montón de cristales rotos pertenecientes a la lámpara de araña que ahora colgaba desigual sobre nuestras cabezas en el centro de la estancia.
Me asomé a la cocina y todos los muebles estaban abiertos, la vajilla tiritaba inerte contra el pálido suelo, la isla de mármol había resbalado contra el suelo haciendo añicos parte de las brillantes losas blancas. El salón tampoco estaba mucho mejor que la cocina, parecía que hubieran afilado cuchillos con los sillones y los sofás, estaban hechos trizas y el relleno esparcido por cada rincón como la nieve en invierno. La tele de plasma parecía un espejo negro resquebrajado y la antigua chimenea de piedra estaba destartalada mientras las miles de cenizas bailaban a su alrededor. Las cortinas se movían como fantasmas enjaulados y los cristales rotos brillaban con la luz mientras formaban un pequeño lago de vidrio debajo de donde estaban antes colocados.
Tragué saliva incapacitada aún sin creer lo que mis ojos estaban presenciando, los marcos y los cuadros con nuestras fotos estaban destrozados y casi ni parecía que en ellos había habido una familia en el lienzo horas atrás.
Los adornos de navidad que habíamos colocado antes de que mis padres se fueran habían desaparecido. El inmenso árbol que residía en el jardín trasero, y que todas las noches iluminaba el oscuro paisaje con sus brillantes guirnaldas de luces, había sido apagado y silenciado.
Con las incipientes lágrimas formándose en la comisura de mis ojos castaños subí rápidamente sorteando la cantidad de objetos rotos que estaban acumulados a cada escalón. Una gran mezcla de olores agrios me invadieron nada más pisar el rellano.
La planta de arriba estaba mucho peor que la de abajo. Las puertas blancas habían sido arrancadas y ahora yacían tiradas por los suelos de parquet; a su vez, un montón de plumas pertenecientes a los cojines estaban saliendo de las habitaciones con sus pequeños revoloteos hasta descansar plácidamente sobre el liso suelo.
A la derecha estaba el despacho de mi padre, o mejor dicho, lo que quedaba de él; se encontraba totalmente destrozado, el escritorio de caoba boca abajo, las estanterías arrinconadas en una de las esquinas junto con una montaña de libros, y el montón de papeles que guardaban en sus cajones estaban esparcidos por el resto del suelo tapando la moqueta beige de la habitación.
De seguido el resplandeciente baño que antes recordaba, ahora tenía luces parpadeantes y un suelo cubierto por una fina capa de agua que se iba extendiendo lentamente mojando las alfombras.
Sentía la garganta seca y afilada como la elegante hoja de un cuchillo.
La casa estaba destrozada, apenas quedaba alguna estancia libre de este presunto desastre y atrocidad. Sin embargo, un cosquilleo en la boca del estómago me advirtió de que esto no había acabado, y que algo peor estaría a la vuelta de la esquina.
Dirigí mi mirada acuosa al ala contraria, las habitaciones apenas se dejaban entrever más que el astillado marco blanco de las puertas. Mi habitación era la primera antes de que un largo pasillo te llevara directamente a la de mis padres; como era de suponer esta ala estaba igual que el resto de la casa.
Sin embargo, debajo de todo aquel desorden vi algo que me dejó la sangre helada. Justo en el umbral de mi habitación, brillando bajo la pálida luz fría del pasillo y desentonando con el mobiliario blanco, se encontraba una gran mancha de fuerte color escarlata yaciendo encima de la moqueta empapada por el líquido caliente.
Las manos comenzaron a temblar en cuanto me separé de la barandilla de la escalera, las piernas me pesaban y tiraban el peso de mi cuerpo entero hacia abajo. Quería gritar o maldecir, pero por mi boca no salió más que un ligero soplo de aire caliente de los restos que aún estaban retenidos en mis pulmones.
Dentro de la habitación había movimiento, por las sombras proyectadas en el suelo y la rapidez con la que se movían por la habitación supuse que en aquel lugar debía estar el verdadero ojo de la tormenta.
Según iba acortando la distancia el olor a óxido, característico de la sangre, arremetió contra mi cuerpo; las náuseas y los pequeños mareos sacudían mi cabeza. Me sujeté a la pared que tenía enfrente y lentamente, con la ayuda que me proporcionaba esa sujeción y el sentimiento de intriga que me removía por dentro, conseguí llegar hasta las astillas de madera blanca que se acumulaban a los lados del umbral.
Pocos pasos hicieron falta para confirmar mis sospechas, tenía miedo de que en realidad aquel oscuro lago granate fuese en realidad la sangre de una víctima inocente.
Uno de los forenses salió de la habitación, con su traje completamente blanco y portando diversos objetos para analizar pruebas, se agachó a la altura de la mancha rojiza, sin prestarme atención.El tubo de ensayo se llenó del líquido viscoso escarlata, recogió varias pruebas más; pero yo era incapaz de apartar la mirada del charco que inundaba la entrada a mi habitación.
El forense etiquetó los diversos botes con extrañas codificaciones numéricas; sin embargo, todas ellas llevaban la etiqueta de: sangre, laboratorio forense 84. El tejido sanguíneo no era reciente, los indicios que lo confirmaban eran bastante evidentes: el tono marrón rojizo, el fuerte olor y la sequedad.
Levanté la mirada y la alcé en dirección a la habitación de mis padres, no había movimiento, ni sombras, ni nada que nos indicase que allí hubiese algo más. Me palpé nerviosa los vaqueros en busca del teléfono, pero por segunda vez en esta noche recordé que lo había dejado solo en el asiento del taxi.
Un grito de agonía y frustración se escapó de entre mis labios y las lágrimas cayeron a raudales chocando contra la alfombra. Nadie reparaba en mi presencia, parecía un fantasma a sus ojos; sin embargo, conseguí avanzar poco a poco mientras sentía mis pies como el más pesado plomo.
El pulso martilleaba contra mis venas y el pensamiento de encontrar los cuerpos inertes de mis padres desgarrados se instaló en mí, me llevé una mano a los labios para callar esos sollozos impasibles que salían agonizantes a través de mis cuerdas vocales. Estaba a tan solo veinte centímetros del charco de sangre brillante, el olor a óxido comenzaba a ser más fuerte. En algunas zonas, donde la sangre seguía estando fresca, pude ver mi rostro asustado; los ojos desorbitados y con una expresión horrorizada en mi rostro.
No me reconocía.
Las ganas de vomitar se acumularon con efusivas arcadas en mi garganta; casi sentía que hasta los pulmones saldrían por mi boca debido al gran e intenso olor que estaba concentrado en esta zona de la casa. Mi cuerpo no había dejado de temblar desde que estaba aquí, pero al ver aquella sangre me descompuse; el llanto silencioso que emitían mis débiles cuerdas vocales, los nerviosos dedos recorriendo con desespero el contorno de mis manos y la presuntuosa ansiedad ahogándome mientras intentaba nadar entre las profundas aguas del oscuro destino.
Sin quererlo, dirigí la mirada al marco astillado en donde dos huellas teñidas con tinta rojiza eran las protagonistas de ese desastre; el color carmesí penetraba la madera y resbalaba por aquella superficie mientras sorteaba las angulosas astillas hasta acabar solidificadas en algún punto de su recorrido.
Podía imaginarme la escena, aquellos dedos aferrándose a la puerta posiblemente blancos de la fuerza ejercida y resbaladizos por la sangre caliente que se escurría entre ellos; podía imaginarme los gritos, el forcejeo,...
En mitad de aquel remolino de confusas e intensas imágenes fugaces, reuní el valor suficiente y me preparé mentalmente para lo que mis ojos verían cuando subiese unos centímetros la mirada.
Necesitaba quitarme ese miedo atroz que me carcomía por dentro lentamente.
Respiré hondo varias veces, mi corazón latía desbocado y la presión en mis oídos aumentó con creces; pero aún así, con las manos en puños y acuosas marcas de lágrimas atravesando mi rostro, despegué la vista del suelo rojizo.
No tenía palabras suficientes para trazar una descripción correcta de lo que se disponía ante mí. No se podía comparar con lo que había visto con anterioridad, el frío heló poco a poco mis venas y el corazón se me encogió hasta rozar la médula de mi alma. Mis piernas afloraron la sujeción de mi cuerpo, las manos cayeron inertes a mis costados y las ganas de mantenerme en pie fracasaron estrepitosamente.
Sangre.
Mi cuerpo se estremeció y convulsionó tras ver que aquel viscoso líquido carmesí se extendía más allá de la simple mancha del suelo.
Paredes, cortinas, suelo,... todo ello bañado en un único color: el rojo.
Las plumas de los cojines rajados se habían pegado a las gotas irregulares de sangre seca que había en el suelo. Desde la mancha grande que había en la entrada, le seguían muchas más pero en diferentes tamaños; al igual que en el marco de la puerta los arañazos dibujaban extraños patrones guiados por finísimos hilos de sangre. Todos los indicios que había daban a parar a un solo lugar de la habitación: la cama.
Parecía como si hubieran destripado a un ave ahí dentro, pero ese no era el caso; ya que aquellas plumas blancas no podían borrar ni la sangre, ni el olor putrefacto, ni el óxido cargado en el ambiente. El foco central de paramédicos, agentes de policía y forenses me ocultaban la respuesta a toda aquella carnicería.
Las telas vaporosas de lo que quedaba del dosel estaban rojas como la rabia, algunas rajadas incluso; pero lo que en realidad no podía ver, era lo que ocultaban bajo esa bella máscara sangrienta.
Lentamente una persona cubierta por traje blanco movió el tul hasta que pude ver lo que con inconmensurable misterio estaban ocultando.
Tanto los agentes como los paramédicos comenzaron a actuar de manera rápida, vi un montón de maletines llenos de material quirúrgico desplegados por el suelo e improvisadas mesas con el destrozo del mobiliario; había gasas, pequeñas bolsas de plástico transparente, una infinidad de tijeras de todo tipo de tamaño, diversas agujas,... entre otras cosas más que no llegué a ver.
Sin embargo, un saco grande de tela negra situado en una de las esquinas de la habitación captó mi atención.
En poco tiempo el desarrollo de la escena alrededor de la cama comenzó a ser de mayor interés; los forenses estaban manipulando aquello que había encima de la cama, los guantes y trajes blancos poco a poco se iban tiñendo de un color rosado hasta alcanzar el color de las hojas de la planta de la flor de pascua.
Hasta que no crucé el umbral y me detuve a pocos centímetros de esta, no pude ver lo que en realidad estaba pasando. Bajo un lío de telas y manos enguantadas en latex pude reconocer la espalda desnuda de un ser humano.
Las entrañas se removieron en mi interior, la piel se me puso como la escarpia, los ojos se abrieron por la impresión y esta vez me llevé una mano a la boca mientras el estómago se me contraía violentamente por la escena presenciada.
El olor era mucho más fuerte que en la entrada, el óxido tan solo era un leve toque que llenaba el ambiente; los antisépticos, el alcohol desinfectante, el fuerte aroma a casquería como el hígado o los riñones,... todo eso solo podía significar una cosa.
La muerte.
En aquella espalda desnuda estaba dibujado con patrones aleatorios el paso de la afilada hoja de un arma blanca. Podía ver cómo la sangre seguía saliendo fluidamente de los profundos cortes que presentaba aquella persona.
El cuerpo estaba desnudo a excepción de por los hilos de cortes que cubrían cada centímetro de su delicada y blanca piel. Tenía el cabello largo de color azabache y su cuerpo era tan delgado como una hoja de papel, era una mujer.
A decir verdad, con solo ver el cabello negro supe que no era mi madre. Un alivio serenó mi frenético corazón, pero lo volvió a poner a cien en cuanto identifiqué en su hombro derecho una refinada marca de nacimiento en forma de estrella de siete puntas.
La garganta se me secó de inmediato, pues solo conocía a una persona en mi vida que portara dicha marca.
Aunque de verdad quería negar lo que estaba viendo, algo me hizo girar la cabeza y cambiar el foco de atención hasta la pared de mi sangriento cuarto.
Debajo de todo el desorden, los arañazos en la puerta, las diversas manchas de sangre en el suelo y paredes, hubo algo que dejó que el corazón dejase de bombear sangre al resto de mi cuerpo, el reciente pitido agudo en mis oídos y los pulmones ardiéndome por la falta de aire, me sacaron de la realidad.
Justo encima del dibujo del cisne blanco y escrito con la misma tinta rojiza que llenaba el resto de la habitación, estaban escritas dos simples palabras.
Estoy vivo
Cada letra tenía un trazo irregular, de cada una de ellas brotaban hilos de sangre que acababan su recorrido en los cojines blancos de la cama. No sabía qué pensar de eso, pues las palabras habían muerto en mi interior.
—¡Edine!— no podía apartar la mirada de aquellas palabras, percibía por mis sentidos como los acontecimientos que ocurrían a mi alrededor se alborotaban. Había miles de voces girando descontroladamente a mi alrededor, las conversaciones deshilachadas, fragmentos sueltos de los diálogos por los walkies talkies de los agentes,... Pero en el fondo de todo aquel barullo, escuchaba una voz llamándome en la lejanía.
La cabeza me iba a estallar, los ojos estaban desorbitados viendo como aún la sangre fresca de la pared se iba deslizando pausadamente por las delicadas plumas del cisne pintado. Las manos temblaban constantemente y el peso de mi cuerpo batió a la resistencia puesta por mis rodillas; sentí los huesos chocar estruendosamente contra la moqueta, la vibración de la caída me sacudió a través de la espina dorsal.
Apoyé las manos en el suave y aterciopelado tejido que cubría el gélido suelo; pero debajo de todo esa calidez concentrada, noté como de entre los hilos entretejidos se desplazaba un líquido viscoso.
Por inercia despegué mis manos del suelo y las estiré de manera que pudiera ver las palmas; la escarlata recorría las líneas de las manos, manchándolas.
Todo a mi alrededor estaba cubierto en sangre, sentía la necesidad urgente de acudir a un baño en el cual encerrarme, pero las piernas me taladraban al suelo obligándome a presenciar la macabra escena de un asesinato.
~ ~ ~ ~
Hola! Ya estoy aquí de nuevo.
Os dejo este capítulo, algo largo, pero muy intenso. Espero que lo estéis disfrutando :)
¿Quién será la chica?
Nos vemos en otro capítulo!
Besos ♡
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro