Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 11

Sus labios tibios se posaron sobre mi mano lentamente, el contacto que estábamos manteniendo con la mirada se prolongó todavía más entre nosotros. De repente, unos traviesos destellos de luz aparecieron en sus ojos ambarinos, cual diamante de joyería, y sinceramente, una tímida y tonta sonrisa se dibujó en mis labios.

—El placer es mío Sr. Crawford...— definitivamente, las palabras no me salían de los labios y estaba quedando en ridículo al quedarme embobada mirándolo.

—Por favor, dejemos las formalidades para otro momento— aturdida moví ligeramente la cabeza para prestar atención a lo que había dicho, alejó mi mano de sus labios, pero aun así la mantuvo sujeta entre las suyas—. Si no le importa, llámeme Brix; soy demasiado joven para ser tratado con tanta formalidad.

Así que se llamaba Brix, interesante. ¿Pero qué estás haciendo Edine? Concéntrate por el amor de Dios, es solo un chico de veinticinco años, que además es el director del Bolshói, y está delante de mí, hablando conmigo, y está genial...

Un momento, ¿he dicho yo eso? ¿Lo habré dicho en voz alta? ¿Dios qué pensará de mí?

—Srta. Harford...— qué labios tan perfectos tiene. Se acabó, ¿alguien puede encerrar a esa psicótica parte de mí fuera de mi mente?—. Srta. Harford...

—Sí, lo siento...— el cálido tacto de nuestras manos uniéndose hizo que las mariposas regresasen a mi estómago y pusieran el resto de mis hormonas saltando por todo mi organismo—. En ese caso, llámeme Edine.

Las puertas del salón se habían abierto a uno de los laterales del vestíbulo, inmediatamente todos y cada uno de los invitados comenzaron a ir a en su dirección como las polillas van a la luz. En menos de lo esperado ya apenas quedaba gente a nuestro alrededor. Nikki y Dom habían abandonado la sala, por lo que me dejaba acompañada de los tres hermanos restantes, la pija pelirroja y Brix.

—Edine, precioso nombre— que bien sonaba mi nombre con su voz, inconscientemente me mordí el labio inferior en busca de alguna piel seca la cual arrancar y evitar el nerviosismo que se extendía por mi cuerpo—. Señora de Edimburgo, ¿me equivoco?

—En absoluto, ¿cómo sabe eso?— casi nadie conocía el verdadero significado de mi nombre y escucharlo decir de su boca me hizo interesarme mucho más por Brix Crawford.

—No tiene importancia; ahora, si no es mucho pedir...— se situó a mi lado haciendo caso omiso de un Ethan con cara de pocos amigos, y ocupó su lugar a mi lado— ¿Querría acompañarme al salón?— dobló su brazo a la altura del mío y se mantuvo en su sitio esperando hasta que deslizara el mío.

Con mi mirada le recorrí de arriba a abajo, intentando saber si realmente aquella persona era real. El traje gris humo se le ajustaba perfectamente a su cuerpo, resaltando parte de sus músculos en los hombros y bíceps cuando dobló aquel brazo para mí. Su cabello negro revuelto en comparación con los dos cristales de luz que portaban sus ojos, me hizo darme cuenta de muchas cosas.

—Por supuesto Brix...— enrosqué mi mano alrededor de su brazo con total seguridad. No sabía quién era esa persona, pero desde la primera vez que conecté mis ojos con los suyos, supe que lo conocía de toda la vida.

—Edine para...— la mano de Ethan fue a parar a mi brazo, deteniéndolo, mientras que su voz de advertencia me hiciera encararle finalmente. Aún me superaba por unos centímetros, pero eso no fue nada comparado con aquella mirada asesina que tenían sus ojos y la mandíbula tensa como la cuerda de un violín.

—¿Qué?— no sé si fui borde o no, pero sus ojos se abrieron y el agarre alrededor de mi brazo se intensificó—. ¿Qué haces? Suéltame Ethan— pero no lo hizo.

—Joven Ethan, la señorita ha dicho...— Brix empezó a murmurar mientras ponía la mano sobre el hombro de Ethan de forma amistosa.

—No soy tu colega, ni un conocido tuyo, ni mucho menos alguien a quien quiera tener cerca ahora— con un movimiento arisco de hombros se deshizo de Brix con gran facilidad. Yo no dejaba de mirar a uno y a otro incrédula. El entrecejo de Ethan se arrugó y la respiración se hizo más profunda. Por el contrario, Brix permanecía impasible a la situación, con los hombros relajados y una mirada cálida sin indicios de violencia en su interior.

—Ethan...— con la mano que me quedaba libre intenté rozarle la mejilla izquierda, pero se apartó.

—Acompáñame, tengo que hablar contigo— ya no había ni rastro de aquella dulce voz que había elogiado mi vestido minutos antes—. Elliot, llévate a los demás al salón, no tardaremos en ir— por segunda vez en la noche me volví hacia el mayor de los Hunter. A su lado la chica había desaparecido; sin embargo, en su lugar, estaba el pequeño Evans; este se agarraba a su pierna con los brazos, mientras que en su rostro reflejaba miedo por Brix. Eric estaba a su lado con el móvil en la mano y tecleaba cosas a la velocidad de la luz, con esos dedos de pianista, a la vez que el nerviosismo corría por sus venas.

—Ni se te ocurra Ethan— todo mi cuerpo se erizó al oír la masculina y autoritaria voz de Elliot, había cogido a su hermano pequeño de ocho años en brazos, se lo había colocado en la cadera y nos miraba a ambos con seriedad.

Brix había abandonado nuestra tensa situación y se encaminaba con las manos unidas tras la espalda traspasando las puertas doradas del salón.

—Tranquilo— Ethan sonrió en un intento de tranquilizar la situación. En cambio, yo no entendía nada de lo que estaba pasando. Eric nos miró después de guardarse el móvil en el bolsillo de su pantalón y asentir con la cabeza en dirección a su mellizo.

—Ethan...— insistí nuevamente, me miró a los ojos antes de que estos se desviaran a donde su mano me agarraba.

—Vamos— sentenció finalmente. Dejé que tirara de mi cuerpo hacia él y juntos nos alejamos de aquel vacío que se instaló en el abarrotado vestíbulo segundos atrás.

Fuimos a parar detrás de unas columnas que había cerca de los ascensores, me vi reflejada en ellos mientras me recostaba contra la columna. Ethan estaba situado a unos metros de mí, pero se había desabrochado la chaqueta del traje y caminaba nervioso en círculos.

—Ethan, ¿qué te ocurre?— se frotó los ojos con una mano mientras respiraba forzosamente, me intenté acercar, pero lo único que conseguí fue que se alejara y me diese la espalda por completo—. Ethan...

—Déjame pensar un momento— su respuesta fue seria y sin ningún tipo de miramientos, me acerqué a él sigilosamente, aunque por el ruido de mis tacones al andar supo perfectamente que me estaba moviendo en su dirección.

—Si tan solo querías pensar, no hacía falta haberme agarrado de esa manera como si fuera un estúpido juguete— me crucé de brazos impaciente, no iba a consentir que encima Ethan y yo nos peleáramos esta noche—. Y mucho menos traerme aquí, para nada.

—Solo mantén tu preciosa boquita cerrada por unos minutos— no sé si sonó más como una advertencia o una regañina por su parte, de un modo u otro decidí guardar silencio.

Normalmente, cuando Ethan y yo tenemos una discusión de las grandes, no volvemos a dirigirnos la palabra hasta pasados dos días. Sin embargo, el agua vuelve a su cauce cuando nos damos cuenta de que no podemos estar evitándonos todos los días hasta que alguno de nosotros se canse de la paz fría que habíamos adquirido.

—No puedes irte así como así con cualquiera— por fin, minutos después, se volvió hacia mí y me agarró por los hombros; sorprendida ante ese gesto, retrocedí.

—Es el director del ballet más importante y...— comencé a decir indignada.

—Y prestigioso del mundo entero— terminó por mí con voz chillona en un intento de imitarme, los mechones rebeldes cayeron sobre su frente y con su mano los volvió a colocar en su sitio—. Lo sé, he estado ahí delante mientras ambos os comíais con la mirada.

—¿Perdona?— con que con esas vamos entonces Ethan Hunter, sus manos dejaron libre mi cuerpo.

—Estás perdonada— era un sarcástico como él solo.

—¡¿En serio Ethan?!— me estaba empezando a enfadar, ni siquiera la presencia de Elliot con la pija pelirroja había sido suficiente por hoy.

—Para tu información, yo no estaba comiendo con la mirada a nadie— intenté que mi voz sonase autoritaria y no como un batiburrillo de palabras sin verdad alguna en ellas.

—Eso tendrás que decírselo a la baba que se te escurría de la comisura de tu labio— con un dedo burlón lo acercó a mi cara.

—Basta ya Ethan— por si acaso era verdad, disimuladamente moví mi mano a mi boca y la froté en un intento de llevarme hasta mi piel incluso—. Tienes que aprender que ya no soy una niña y que por mucho que te empeñes, tendrás que asumir que necesito conocer a gente para salir de esta vida de "hija de los Harford" que llevo.

—Eso no te da derecho a lanzarte a los brazos de quien sea, todo porque el señorito pijo ya pronuncie que pertenece al Ballet que se encuentra en la otra punta del mundo...— su respiración se volvió agitada y las manos estaban inquietas revolviendo su pelo castaño.

—Ya lo pillo Ethan— sus ojos dejaron de girar desorientados y me prestaron su máxima atención—. O estás celoso, o eres un sobreprotector— sus ojos se abrieron de par en par y los labios dibujaron una fina línea en su boca.

—Créete lo que mejor te parezca, pero estate atenta a lo que voy a decir y luego no vengas diciendo que no te lo advertí— se colocó una mano en su cintura y la otra cubría su frente—. Céntrate solo en una cosa durante esta noche, ese tal Brix no es trigo limpio

—Que no te fíes tú, no significa que yo no lo haga— contraataqué, pero no le afectó.

—Escúchame bien, espero que esta noche no hagas ninguna tontería, ¿me entiendes?— de qué narices me estaba hablando—. No están tus padres aquí, así que lo menos que podrías hacer es no cometer una locura de esas tuyas.

—Yo no voy a cometer ninguna locura, ¿qué te crees, que soy una suicida?— la conversación me estaba agotando, y eso era justo lo que no quería sentir hoy.

—No estoy diciendo eso, me...— no lo dejé terminar, puesto que si me había alejado del mundo entero para que el señorito pensase con claridad, no lo iba a conseguir.

—¿Seguro?, ¿entonces, qué significa lo de «ni se te ocurra» de tu hermano?— por la cara lívida que se le quedó supuse que era algo retorcido que llevaban, ya de antaño, a hombros los hermanos Hunter.

—Simplemente me advirtió de que no montase un numerito en el vestíbulo— se encogió de hombros y rodó su mirada hasta pasarla en las extrañas macetas de metro y medio marrones que decoraban la entrada.

—Y yo voy, y me lo creo— mi mirada le escaneó meticulosamente, no sé qué esperaba averiguar, pero parecía una lunática mirándole de ese modo.

—Mira, dejemos la conversación aquí y vayamos al salón— me agarró de la mano al pasar por mi lado y, por inercia, me hizo sumarme a su desplazamiento.

—Esta conversación no ha acabado— pasé por su lado golpeando su hombro con el mío, observé como bufaba por lo bajo y movía la cabeza de un lado a otro.

El salón capitular era uno de los más amplios del hotel en el que se servían cenas de alta categoría. La decoración y el estilo predominante se basaba en una inspiración ,o mejor dicho, una notoria copia, de la sala de los espejos del Palacio de Versalles en Francia.

Las quince mesas estaban dispuestas en forma circular, con capacidad para 20 personas de los trescientos invitados que había. Tal y como dictaba el protocolo, las mesas estaban colocadas de manera jerárquica, por lo que no extrañó en absoluto que la nuestra se situara bastante cerca de la mesa presidencial.

Cuando crucé las puertas los camareros vestidos con frac ya estaban presentes en la sala formando una línea recta a lo largo de todo el salón, a la espera de empezar con su trabajo. Varias miradas se cruzaron con la mía mientras llegaba a mi correspondiente mesa; tal y como me enseñaron mis padres, asiente levemente con la cabeza y ofrece una ligera sonrisa no muy forzada.

—Srta. Harford— de la nada, delante de mí, apareció un matrimonio de edad avanzada ataviado con lujosas ropas de terciopelo. Juraría que los había visto en otros acontecimientos pero ahora mismo me siento incapacitada de hacer memoria, había conocido a tantas personas que ya le restaba importancia al asunto sobre quiénes se trataban. El cabello grisáceo, las facciones de la cara marcadas y unos potentes ojos azules, eran rasgos comunes en la pareja.

La mujer enlazaba su brazo con el de su marido y sonreía cálidamente en mi dirección, al contrario que este, que mantenía una expresión seria.

—Srs. ...— levanté mi mano para estrecharla, estaba quedando ridícula al no saber sus apellidos, mejor dicho no había día en mi vida en que no hiciese el ridículo.

—Srs. Darmond, hace mucho que no te vemos querida— el señor respondió mientras me miraba de arriba a abajo, sin duda alguna aquel gesto me incomodó bastante.

—Perdonen mi atrevimiento, ¿les conozco?— entrelacé mis manos para evitar mi nerviosismo, recorrí discretamente la sala en busca de ayuda pero parecía que todo el mundo estaba ocupado con otros asuntos.

—Oh querida, tan solo eras una niña en la foto que nos enseñó tu padre— mi piel se erizó y la sala comenzó a reducir su espacio sobre mí.

—Mi padre...

—Le conocimos en Edimburgo hará ya cinco años, ¿no, querido? Hacíamos muy buenos negocios juntos...— no se necesitaba tener un doctorado para saber que mi padre conoció a esa pareja durante su estancia en la capital de Escocia después de aquel accidente. Sin embargo, eso no le quitaba hierro al asunto; aún no podía sacarme de la cabeza todo lo ocurrido y aquello todavía me dejaba helada, el asco arremetió de lleno contra mi cuerpo. Así que, incapaz de seguir adelante con esa conversación, me escudé.

—Si me disculpan, debo retirarme— antes de que asimilara la noticia, yo ya les había sorteado y me dirigí a mi correspondiente sitio, llevé mi mano a la cabeza y la rocé ligeramente.

Apenas me di cuenta de lo apurada que llegaba a la mesa cuando la vi prácticamente llena, ni siquiera levanté la vista hacia los presentes que charlaban con grandes sonrisas y emitían sonoras carcajadas; en su lugar bordeé la mesa hasta llegar a mi sitio y corrí la silla, pero una mano enguantada en blanco me cortó la intención de sentarme.

—Srta. Harford— moví ligeramente mi vista hasta encontrarme con el impecable uniforme de gala de los camareros del hotel; al parecer uno de ellos había abandonado la fila que hacía junto a sus compañeros para acercarse y situarse a mi costado—. Si no le importa, déjeme que la ayude.

—No hace falta...— moví mi mano hacia la silla e intenté que cediera, pero ya saben cómo es el estricto protocolo, siempre tenían que acomodar a los comensales.

—Insisto Srta. — sus dedos se movieron hacia mi palma hasta llegar a rozarla a través de la delicada tela que cubría sus manos. Inmediatamente sentí una descarga, parecida a la de un calambre, recorrer mi brazo.

—Está bien—accedí a regañadientes, me deslicé sobre la mullida silla y el camarero me acercó hasta la mesa. Nadie pareció reparar en mi ausencia minutos atrás, así que me limité a cerrar los ojos y respirar profundamente.

Esta noche iba a ser muy pero que muy larga.

El eterno desfile de platos continuaba sin intenciones de remitir; ya iba por el segundo plato y al ver tanta comida encima de los platos de porcelana, mi estómago se negó a ingerir más. Había pasado la mayor parte de la cena hablando con varios matrimonios y parejas que habían asistido a la gala, y pese a tener que guardar la compostura, aquellas charlas ya comenzaban a agotarme física y mentalmente. A veces, la gente piensa que por pertenecer a una familia con gran poder adquisitivo y reconocida a nivel nacional tu vida tiene que ser necesariamente fascinante. Nunca te faltaría de nada, asistirías a las mejores fiestas y banquetes, tendrías un reconocimiento altamente social, una casa llena de lujos,... Dejadme que os diga que todo es puro teatro; es verdad que los lujos lo cambian todo pero, ¿a qué precio?

Nunca tienes amigos fieles, no puedes ir un día normal a comprar ropa si no es con alguien vigilándote desde la distancia, todos se creen que eres superficial,... La lista de las desventajas era infinita. La gente tiene que aprender a entender que nadie eligió ser así, y mucho menos yo; no escogí tener que vivir bajo una presión constante en cada paso que daba en mi vida; al contrario, a veces daría cualquier cosa por apartarme de todo y vivir en las sombras del anonimato como una londinense más.

—Srta. Harford, ¿le puedo retirar el plato?— la grave voz de un camarero a mis espaldas me hizo salir de la ensoñación que estaba teniendo en mi cabeza. Asentí con la cabeza, pese a no haber tocado ni un mísero trozo de aquel plato.

Las horas pasaban lentas y prácticamente la mesa estaba vacía a excepción de las esbeltas copas de cristal medio llenas; además las dos personas a mi lado estaban cansadas de que no les diese tema de conversación y habían optado por girarse y hablar literalmente a gritos con su otra compañera. Hice un repaso de la situación actual, la mayoría de los residentes de esa mesa los formaban matrimonios de edad avanzada, o incluso compañeros de trabajo que habían sido invitados por mis padres y que, al darles aquel plantazo, intentaban socializar con el resto de asistentes.

Los Hunter estaban justo enfrente de mí, todos parecían estar pasándolo bien, incluso hasta el pequeño Evans, que aunque el cansancio era bastante notorio en sus ojitos adormilados, era el que más sonreía de todos ellos. Los mellizos estaban sentados juntos y hablaban sobre algo que les hacía llorar de la risa; en cambio, Dom y Nikki eran partícipes de una conversación con los Relish, un matrimonio muy aficionado a las artes clásicas y cuya presencia siempre había estado presente en eventos como este.

Finalmente, aunque si fuera por mí no lo mencionaría, estaba Elliot. Pero claro, ¿quién no iba a reparar en la persona que tengo enfrente y que parece intentar ligarse a todo el salón con una simple mirada y una genuina sonrisa de dientes perfectos? Por supuesto que él sabía perfectamente de las habladurías de los presentes elogiando su físico y comportamiento; que si mira que guapo es, que si el traje que lleva es edición exclusiva, que si la tía pelirroja que estaba a su lado es su novia,...

Elliot había preferido dedicarle toda su atención a su querida acompañante, la tensión sexual entre esos dos se podía notar a leguas, y en ocasiones veía como ella se relamía y tiraba descaradamente de sus labios cuando Elliot se llevaba a la boca un trozo de tarta.

Tenían una postura bastante comprometedora: Elliot había deslizado su brazo por sus hombros y hablaba cerca de su oreja susurrándole cualquier tipo de comentarios subiditos de tono, mientras ella, se reía entrecortadamente y acariciaba sin descaro su pecho hasta que sus dedos curiosos acabaron deslizándose por debajo de la mesa e hicieron que Elliot rebotara sobre la silla antes de hundir la cara en su cuello y comenzar a mordisquear su piel.

—¿Quieres ir a dar un paseo fresquito para quitarte ese calentón de encima?— me sobresalté y di un pequeño respingo sobre mi silla ante el comentario—. En ese caso, si lo prefieres estaría encantado de acompañarte— concurrió socarronamente.

—Eric, no es buen momento— solté el aire que había retenido en mis pulmones inconscientemente cuando descubrí que se trataba de él. Al parecer el mellizo había abandonado su correspondiente sitio de la mesa y ahora se había colado como un intruso en mis pensamientos.

—No es buen momento para ti, querrás decir— los comensales hacía rato que estaban levantándose de las sillas y salían ordenadamente por las puertas de entrada; Eric se sentó en la silla libre que estaba a mi lado y me rodeo con su brazo mientras me estrechaba contra él de forma protectora, y susurró en mi oído, tal y como su hermano estaba haciendo con la pelirroja—. Seguro que te arden hasta las venas, la piel,... Menudo festín que te estás dando con la mirada, hasta yo mismo disfrutaría si no fuera mi hermano el que le está metiendo la lengua hasta la yugular.

—Menudo espectáculo está dando, te aseguro que en cuanto llegue a casa, le esperará la charla del siglo— reí socarronamente con Eric acompañándome.

—Eso si llega a casa querida Edine— ese comentario fue la gota que colmó el vaso de los buenos modales, ambos rompimos en carcajadas; la gente se nos quedó mirando con cara de pocos amigos mientras huían de nuestra pequeña fiesta particular, nos estábamos poniendo en ridículo, pero a estas alturas ya me daba igual—. Me lo imagino intentando abrir la puerta de casa con las copas de vino que lleva encima.

Este último comentario lo gritó a los cuatro vientos captando la atención del susodicho, que no daba crédito de lo que acababa de escuchar de su hermano pequeño.

Mi cara se enrojeció de la vergüenza cuando la pelirroja reparó en mi mirada y aprovechó para susurrarle no sé qué historias al oído de Elliot, que hizo que el susodicho abriese los ojos por la impresión y brillaran pícaramente

—Si tanto te interesa saber lo que pasa, respóndeme a una cuestión, ¿quién es la chica pelirroja?

—Cierra Bloom, un año mayor que nosotros; es conocida como la gran manipuladora, consigue todo lo que quiere y de momento nunca le han negado ninguna cosa. Por supuesto que viniendo de una familia que se baña con fajos de quinientas libras, no me sorprende en absoluto— se reclinó sobre el asiento llevándome consigo, estábamos agotados y nuestra apariencia física no decía lo contrario.

—Así que, esencialmente hablando, tu hermano ha sido otro de sus numerosos caprichos, ¿me equivoco?— su silencio me dio la respuesta a mi pregunta, por la forma en la que tragó saliva y cómo sus músculos endurecieron su rostro, supe que aquella chica no era de su agrado.

—Ese es otro tema— replicó finalmente, esta vez sí que giré mi rostro hacia él.

—Pues tanto que dices tú de mis secretos, estaría bien que me contases ese en particular, ¿de qué la conoce?, ¿acaso son pareja o algo?— Eric ni siquiera miraba en mi dirección, tenía el ceño fruncido y aquellos ojos caleidoscopio estaban frenéticos contemplando a la pareja que teníamos enfrente.

—Para el carro pequeño cisne— mis ojos conectaron con los suyos—. Eso es algo que debe contarte él, por algo es su vida privada; y ya que lo mencionas no me apetecería saber con quién se acuesta.

—No eres justo— concluí poniendo los ojos en blanco y cruzándome de brazos.

—¿Quién dijo que la vida fuera justa?— sin apenas dejarme tiempo a responder, agarró mi mano llevándome casi a rastras fuera de aquel salón—. Dejemos la conversación aquí porque al final veo que te vas a convertir en el tren de Hogwarts de tanto resoplar, además, tiene que darle el aire a esa cabecita tuya.

—Mellizos teníais que ser— sentencié al recordar las mismas maneras de arrastrarme de su hermano Ethan. Su cara se volvió hacia atrás y sonrió alzando los hombros.

~ ~ ~ ~

Hola!

Tengo que parar para deciros que os estaré eternamente agradecida por leer mi novela, nunca lo olvidaré!

Os quiero!

P.D: No olvidéis compartir, votar (en la estrellita) y comentar, no sabéis la ilusión que le hace a un escritor recibirlos.

Nos leemos pronto!

Besos♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro