Martes
No supo cuánto tiempo caminó; sin embargo, fueron horas y no sabía siquiera a dónde se dirigía. Solo se limitó a seguir un camino empedrado que, al parecer, no llegaba a ninguna parte y simplemente se vio rodeado de árboles; si seguía de esa forma, en unos minutos estaría en la ladera de las montañas. Pensó en salir del camino, pero no conocía el bosque y sería arriesgarse a perderse en aquel lugar desconocido.
Cuando revisó la hora, ya era medianoche y unos cuantos minutos.
Sus piernas comenzaban a reclamar por descanso; además, no estaba yendo a ningún lugar. No obstante, se alejó de los temores que su mente creaba y se salió del camino, tomando hacia su derecha; había varias posibilidades: que efectivamente se perdiera, que encontrara a alguien que lo ayudara a salir del bosque, que se encontrara con Darkman, o, que llegara a la ladera de las montañas.
Unos minutos más tarde, a pesar de haberse salido del camino, Thomás se encontró con una pequeña cabaña, y le alegraba ver algo así en medio de tanta naturaleza, sin duda, era una persona que llevaba una vida muy tranquila. Era un hecho que ya era muy tarde para devolverse sobre sus pasos y su salida nocturna había sido para encontrar respuestas, así que lo más sensato que podía hacer, era llevar a cabo una pequeña visita a quien viviese en esa cabaña.
No había timbre y seguramente vivía de una manera bastante rudimentaria, de cualquier forma, golpeó con sus nudillos a la puerta y esperó. Al otro lado, nadie habló y daba la sensación de que seguramente estaba deshabitada, pero había una débil luz en una de sus ventanas, así que esa idea quedaba descartada.
Una anciana salió por aquella puerta, tenía un rostro amable surcado por arrugas, unos diminutos ojos negros, nariz pequeña y labios finos, le recordaba a su difunta madre. Vestía un chal de lana y un vestido blanco con puntos azules, sus pies estaban cubiertos por calcetines altos y unas pantuflas que lucían bastante cómodas.
—Es muy tarde para estar en el bosque merodeando —dijo la mujer tan pronto abrió la puerta—. ¿En qué le puedo servir?
—Buenas noches —contestó Thomás—, lamento la molestia. Yo... —Dentro de su mente sonaba absurdo hablar sobre su descubrimiento y era posible que la mujer lo tomara como loco, pero debía arriesgarse y ver que sucedía—. Me estoy quedando en el Hotel Silberhorn, vi algo desde la ventana de mi habitación y..., quise verlo más cerca, creo que me he perdido, y..., tal vez, fue solo mi imaginación; además, ya es muy tarde para regresar...
—Por favor, pase —le contestó la anciana.
Thomás asintió y le sonrió mientras ingresaba a la cabaña.
—Lo que vio cerca del hotel, es parte de la historia de ese pueblo —comenzó a decir la mujer—, ¿gusta beber algo caliente?
—Sí, gracias —contestó Thomás—. Por favor, continúe con su relato.
—Hace un par de meses murió un hombre que residía en el pueblo —habló la mujer y se dirigió a la pequeña cocina—, falleció en el derrumbamiento de un edificio y nadie se dio cuenta, hasta que recogieron los escombros y descubrieron su cuerpo; nadie verificó el edificio antes de hacer el trabajo, después de todo, había sido abandonado y tenía un letrero enorme de «no entrar»; sin embargo, se trataba de alguien que había huido de su hogar y se había reportado como desaparecido, probablemente llevaba una vida de vagabundo, no se sabe con certeza. Alrededor de él surgieron muchos rumores, pero solo fue noticia pasajera, con el tiempo lo olvidaron.
Thomás escuchaba atentamente y se ubicó en una de las sillas del comedor mientras la mujer ponía en marcha a calentar una tetera.
—Su muerte fue injusta —continúo ella—, de eso no hay duda. Esa muerte se convirtió en la maldición del pueblo; apareció sin previo aviso; además, es cierto todo lo que dicen, pensar en él lo atrae, alguien lo hizo hace un par de meses y se convirtió en una forma de invocación, no hay forma de explicar por qué sucede, tal vez tenga que ver con eso de la "ley de atracción". —La mujer realizó comillas con sus dedos sin despegar sus ojos de la estufa—. Como sea, el hombre adoptó esa forma siniestra y comenzó su venganza, aquel que lo atrajera moría y, como sabe, si un rumor se expande, crece como el pan cuando se está horneando; solo se necesitó de una persona para que otros más quisieran comprobar que es cierto. Así se fue alimentando del temor de las personas y de la oscuridad, claro.
—Eso quiere decir que —le interrumpió Thomás—, el niño que desapareció en septiembre, ¿fue por él?
—Es probable y tal vez el niño le haya dicho a sus padres sobre haberlo visto, pero seguramente no le creerían, o, posiblemente no dijo nada, no quedó registro del tema, así que se llevó su secreto a la tumba —contestó la mujer y se acercó a la mesa donde Thomás esperaba y sirvió dos humeantes tazas de té.
—Y, ¿por qué solo de noche? —Quiso saber Thomás.
—Eso es sencillo, el hombre murió en la noche y lo que dicen de que se alimenta del temor, también es cierto, eso lo vuelve fuerte y hace que su existencia pase de una persona a otra como un círculo que nunca acaba, como mencioné, es la maldición del pueblo, o, de sus habitantes, más concretamente.
Con la información que le había dado la mujer, todo ello coincidía con la información que había recolectado, no obstante, la mujer adquirió un semblante muy siniestro.
—Debe irse después de beber el té —pidió la mujer—. Usted está bastante influenciado por esa criatura y, si ya ha aparecido, no dudo en que siga haciéndolo hasta reclamar su vida. Debe irse de aquí de inmediato.
Thomás titubeó, no sabía cómo responder a eso; pero tenía razón, no podía poner en peligro a la noble mujer, no después de todo lo que había dicho. Mientras pensaba en las palabras correctas para no alterarla, más de lo que ya estaba, bebió su té y ella volvió a hablar.
—Mi consejo es que vaya hasta Wengwald, es un camino de quince minutos caminando desde aquí, pase la noche allá y, cuando sea de día, márchese y regrese a su hogar, con su familia, antes de que sea demasiado tarde; le dibujaré un mapa.
—Muchas gracias por su tiempo y por su ayuda. —Sonrió Thomás, a pesar de la gravedad del asunto—. Era justo lo que necesitaba.
—Y algo más —agregó la anciana—. Tenga cuidado y dese prisa —concluyó entregándole el trozo de papel.
Él asintió, salió de la cabaña y verificó el lugar. Todo lucía demasiado tranquilo. Era una noche sin estrellas y con la luna en cuarto creciente, Thomás pensó en si la presencia de la luna le influenciaba, sacudió su cabeza y puso su mente en blanco, verificó la hoja y pudo entender por dónde debía ir.
Correr. Thomás pensó que la mejor opción era correr, pues la mujer no tenía ningún medio de transporte y en el pueblo no había taxis, salvo los que trabajaban con los hoteles; además, la hora no era la más conveniente. Corría como nunca lo había hecho, con el corazón amenazando con salirse de su pecho, a cada árbol que miraba, parecía que Darkman estaba ahí, acechándolo en la oscuridad. Un miedo indescriptible se apoderó de él, un miedo que no podía deshacer.
La sombra de los árboles le aterraba, su sombra, otro tanto. Y a su mente llegó Darkman, no debía pensar en él, pero era inevitable. Todo tenía una razón y todas las piezas del rompecabezas encajaban a la perfección.
Se sentía perseguido, que alguien estaba muy cerca de él; como esa sensación que sientes cuando alguien está detrás de ti y, cuando volteas a ver, ya no está. Thomás volteó a mirar hacia atrás, aparentemente estaba solo; sin embargo, al retomar su vista al frente, no se percató de una pequeña malformación en el suelo y cayó de bruces al suelo.
De pie nuevamente, un dolor se apoderó de su rodilla derecha, una sensación de que la piel le quemaba; un ardor espantoso se extendía de la rodilla al resto de la pierna.
—¡Maldición! —chilló en voz alta.
Comenzó a caminar con cojera, siguiendo las indicaciones de la anciana, y le faltaba poco para llegar a su destino; no obstante, sintió que alguien o algo le tomaba por los hombros, haciendo que cayera de espalda; después de ello, se vio arrastrado a lo profundo del bosque. Poco a poco, la luna desapareció y todo se volvió oscuridad, lo único que Thomás pudo hacer, fue soltar un grito estridente y esperar a por ese cruel destino que la anciana mencionó.
Darkman lo había atrapado y reclamó el alma de Thomás Maurer como suya.
*
Cuando salió el sol, el chico de la recepción le indicó a Lena que uno de los huéspedes no había regresado en toda la noche; se temía lo peor, para comprobar que aquello era cierto, subió hasta la habitación de Thomás Maurer, seguida por aquel viejo instinto. Tras unos cuantos golpes a la puerta, nadie abría al otro lado, lo que la obligó a abrir la habitación con su llave maestra.
Para su sorpresa, la habitación estaba desocupada, una computadora y una libreta reposaban sobre el pequeño escritorio, como señal de que había estado trabajando recientemente, y la cama estaba intacta.
Lena se acercó y revisó el escritorio, se aterró con el dibujo que estaba bajo la libreta y, tras curiosear el interior de ésta, una frase subrayada varias veces le hizo abrir los ojos de par en par.
El título será: Darkman, el hombre de la oscuridad.
¿A qué título se refería? ¿Acaso era periodista y estaba escribiendo una noticia o era un escritor en busca de inspiración? No tenía respuestas a sus preguntas, pero algo estaba tramando.
Aunque sus manos temblaban sin parar, tomó los objetos personales del señor Maurer y desocupó la habitación, llamaría al número registrado para saber cuál sería su paradero y, en caso de no tener noticia de él, llamaría al número de emergencia que había dejado registrado cuando reservó la habitación y avisaría sobre su desaparición.
Una parte de ella quería ocultar todo y hacer como que nunca llegó al hotel un hombre llamado Thomás Maurer. También, esperaba que, lo que su mente le planteaba, fueran simples suposiciones; de lo contrario, sería otra víctima que conocería de primera mano el rumor del pueblo y que comprobaría la existencia de esa enigmática criatura.
Una criatura que antes fue un nombre y se vio en la necesidad de maldecir al pueblo por un crimen atroz que nunca fue resuelto. Un extraño ente que, poco a poco, la gente lo llamaría por el nombre de Darkman.
FIN
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