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Domingo

Entró al baño con pasos perezosos. Se miró al espejo: sus rizos marrones tomaban formas graciosas y eso no le agradaba, a veces, se le aplanaba en los costados, otras veces, parecía que hubiese dormido de cabeza porque la parte de arriba amanecía aplastada; sea como fuere, su cabello era una maraña. Su nariz, un tanto alargada, tenía una coloración roja, en las mañanas frías así amanecía, era la rinitis que lo acompañaba a través de los años. Sus ojos verdes estaban adornados por una leve mancha café; aquellas ojeras eran señal de que no había tenido una buena noche, había pasado mucho tiempo leyendo sus notas y admirando su dibujo.

Tenía algo grande, de eso estaba seguro; sin embargo, sentía que hacía falta algo más. Tal vez había pasado por alto algún periódico o, seguramente, el señor Boris tenía alguna información valiosa; tal vez, había una ligera posibilidad de que alguien, así de apasionado como él, hubiese escrito un libro sobre aquellos sucesos; aunque, esta última idea le pareció demasiado irreal, ¿quién en sus cabales investigaría sobre una extraña criatura o un loco asesino que acechaba en el pueblo?

Él, solamente a él se le ocurría escarbar en la historia del pueblo; se sentía un tanto ridículo por seguir dándole vueltas a ese tema, ni siquiera vivía ahí, era un simple forastero; alguien que estaba de paso. No obstante, era un hombre caprichoso, cuando se le metía una idea en la cabeza, no había nada ni nadie que se la quitara y, si estaba deseoso de que su historia tuviese como protagonista a aquel que acechaba al pueblo, continuaría hasta las últimas consecuencias, así se llevara una gran decepción o llegase a un camino sin salida.

Efectivamente, ese suceso le invadía su mente y no pensaba dar marcha atrás, sobre todo, después de sentir que estaba avanzando demasiado.

Con los deseos palpitando dentro de sí, decidió acudir nuevamente a la biblioteca unos minutos antes del mediodía. Su plan era investigar un poco más y luego almorzar por fuera del hotel.

Sin embargo, para cuando llegó al lugar, lo encontró cerrado y con un letrero en la puerta que lo confirmaba. Bajo el mensaje de «cerrado», se podía leer el horario de atención: domingos y días festivos no atendía.

Resignado por tal situación, decidió caminar alrededor del pueblo mientras llegaba la hora de almorzar. La idea de entrevistar a más gente seguía dando vueltas en su cabeza, pero recayó en que, seguramente, muchos de ellos dirían lo mismo que le dijeron otras personas: que se trataba de rumores y que nadie lo había visto, excepto las victimas desaparecidas.

Sin embargo, no iba a dejar que esa idea lo agobiara; preguntó por la ubicación de la casa del desaparecido Tobby, siguió las instrucciones y hasta aquel lugar llegó. Golpeó la puerta un par de veces y esperó.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó una mujer que surcaba los treinta, aunque lucía un poco cansada.

—Me llamo Thomás Maurer, solo quiero charlar con usted sobre... —Por un momento pensó en que decir su nombre, era una tontería y que eso la alteraría, pero trató de manejar la situación de la mejor manera—, sobre su hijo desaparecido.

—¿Es usted policía? —cuestionó, entrecerrando los ojos un poco.

—No, pero... —titubeó Thomás, ya se encontraba con el primer obstáculo—. No lo soy, pero estoy interesado en hallar una explicación a esa situación.

La anfitriona analizó al hombre de pies a cabeza, soltó un pesado suspiró y abrió las puertas de par en par. Si «no es policía, seguro es un periodista o algo similar», pensó la mujer. 

—Por favor, pase —dijo finalmente, extendiendo una mano en forma de invitación.

Thomás entró, le dijo a la mujer que llevaba un par de días investigando las desapariciones y, aunque no era policía o detective, quería hallar una explicación a la situación y llegar a donde nadie lo había hecho. Cuando le hallara una razón, ya después pensaría en el paso siguiente, no quería apresurarse.

—La policía no sabe lo que me dijo Tobby antes de desaparecer —habló la mujer, mientras servía café en dos tazas—, me tomarían como loca o como parte de los rumores. Tobby era travieso, inquieto, dije que probablemente huyó de casa o alguien lo secuestró; no es que lo haya lastimado, nunca le levanté la mano o lo golpeé, pero..., fue lo único que se me ocurrió decir en ese momento; la realidad es otra.

—Es decir que Darkman se lo ha llevado —dijo su nombre sin tapujos, si la mujer había mentido y le acababa de corroborar que no quería ser parte de los rumores, esa era la razón de su desaparición.

—Ese es el nombre que le ha dado la gente del pueblo, y tiene sentido. —La mujer bajó la cabeza, se sentía destrozada por revelar tal información a alguien que ni era policía ni detective, poco le importaba sus razones, pero se sentía bien tratando de ayudarlo.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Thomás.

—Hace un par de días, Tobby mencionó que un hombre lo miraba por la ventana en las noches, pensé que se trataba de un pervertido, pero al comprobar lo que decía, en la ventana no veía nada. —Tomó un sorbo de café y continuó—: pensé que se trataba de su imaginación, pero él insistía y estaba aterrado, decía que debía mantener las luces encendidas o sino eso aparecía, incluso la noche que desapareció, nuevamente lo mencionó, pero yo no vi nada.

—Pero yo lo he visto —interrumpió Thomás—, lo he visto y creo lo que le pasó a Tobby.

—Dicen que pensar en él lo atrae —dijo la mujer y su voz sonaba quebrada—, lo he intentado, aunque creo que no lo hago bien y..., debo admitir que tengo miedo, pero si esa cosa se lo llevo, estoy dispuesta a recuperarlo...

—Yo lo haré por usted —agregó Thomás y tenía un semblante de seriedad—. No tengo nada que perder, sea lo que sea, traeré a Tobby de vuelta y a la esposa del señor Huber y al trabajador del hotel.

Era mentira. Tenía mucho que perder: su familia, sus lectores, ese renombre que comenzaba a ser parte de su vida y, donde sea que estuviesen los desaparecidos, vería qué tan viable es hacer todas esas proezas de las que hacía alarde.

—Creo que ya debe marcharse, tengo un compromiso y no quiero robarle más tiempo —concluyó la mujer—, y muchas gracias por escucharme y por su interés en ayudar.

Thomás asintió y se retiró del lugar. Pensaba en las palabras de la mujer, que en el afán de conseguir información no preguntó su nombre.

Con todo lo que tenía, entró a un restaurante muy cercano a la biblioteca local, se trataba de un lugar pequeño de aspecto campestre y muy acogedor, justo con ese aire que contaba muchos rincones del pueblo.

Su hora de almuerzo no fue muy pretenciosa, la comida local era deliciosa y eso le dejó una agradable sensación en su estómago; aunque en los restaurantes del hotel la comida era deliciosa, siempre optaba por probar cosas distintas y experimentar. Ese ejercicio se repetía en diversas actividades de su día a día, de ahí que fuese tan inquieto a la hora de realizar cualquier acción.

De vuelta en el hotel, sabía que aquella idea se estaba convirtiendo en obsesión, que en algún momento debía detenerse y, si bien había viajado por eso mismo —buscar inspiración—, también sabía que siempre había un límite. Con el ánimo de relajarse un poco y darle una pausa al suceso del pueblo, decidió pasar unos minutos en el spa; si iba a estar enfrascado en nuevas ideas para el libro, al menos debía dedicar un buen tiempo para otras actividades, además, el hotel contaba con muy buenas instalaciones; incluso, contaba con gimnasio, pero él no era un hombre deportista, el único ejercicio que hacía era caminar, y no lo realizaba tan seguido. De cualquier forma, relajarse en el spa era todo lo que necesitaba.

Cayó en la cuenta de que era domingo y era una posibilidad que no atendieran. Con esa idea en su mente, se acercó hasta el destinado lugar y, para su sorpresa, sí estaban atendiendo.

El lugar estaba invadido de luz y de color blanco en cada rincón, tanto en su techo como en sus paredes; los muebles, eran de madera; en la entrada, frente a la recepción, se podían vislumbrar unas sillas largas que correspondían a un salón de espera.

Una mujer que surcaba su veintena lo atendió, le dio plenas instrucciones sobre el funcionamiento del lugar. Cruzaron un pasillo en medio de aquella sala, el pasillo llevaba a diversas locaciones: una habitación de masajes, una habitación para tratamientos estéticos y una zona hídrica donde había duchas, un jacuzzi y un baño turco. Parecía un paraíso.

—Por allá se puede cambiar —le indicó la joven de la recepción—, puede estar seguro de que es un sitio seguro e higiénico.

—Estoy realmente sorprendido. —Fue lo único que pudo salir de su boca, porque así lo estaba, no cabía duda de que la última vez que acudió a un spa fue hace años; cuando era un hombre soltero.

Atendiendo a las indicaciones de la chica, dejó su ropa en un casillero. Se puso una prenda de tela que tenía un gran parecido a un taparrabos, aunque completamente cerrado, sin dejar piel al descubierto a los lados. Era completamente blanco y con un olor a lavanda. Después, tomó una toalla y se dirigió al jacuzzi.

El agua se sentía helada, pero eso poco le importó y prefirió enfocarse en las burbujas que le rodeaban; sin duda, estaba relajado. Su mente estaba en blanco, aunque amenazaba con darle forma a las palabras de la mamá del desaparecido Tobby, pero no lo hizo. Eso era justo lo que necesitaba: cero preocupaciones, sin ningún pensamiento intrusivo, era solo él percibiendo la quietud que le rodeaba; pero no era completo silencio, desde algún lugar llegaba música clásica y eso hacía más relajante su estadía.

Después de ello, se dirigió al baño turco; ante la poca actividad en aquel recinto, fue mucho más placentero que disfrutara de los diferentes servicios. Antes de ingresar al lugar, había un letrero que sugería beber una botella de agua para evitar inconvenientes en el interior, para lo cual, Thomás siguió aquella instrucción. Se respiraba paz en cada rincón.

Unos minutos más tarde, lleno de sudor y mucho más relajado, tomó una ducha, recogió su ropa, dejó aquella trusa  y la toalla en una canasta con un letrero que rezaba: «deje la prenda y la toalla que uso aquí, antes de retirarse». Así lo hizo. Hubiese optado por el masaje, pero a su juicio ya estaba demasiado relajado.

De vuelta en la habitación, llamó a su esposa para ponerla al tanto de sus avances, luego de ello, buscó en internet noticias sobre aquel suceso, aunque sin grandes descubrimientos, lo que aparecía allí era lo mismo que había visto en los periódicos: las desapariciones eran irregulares, no había un día concreto respecto a esos hechos y no había pistas, solo que las personas desaparecían de manera misteriosa. Buscó la noticia de Tobby y corroboró lo dicho por su mamá; no había hablado de aquel extraño suceso.

Frustrado, se levantó de la silla frente al escritorio y, para su sorpresa, ahí estaba él..., o eso, no sabía cómo referirse a la aparición. Estaba dentro de su habitación. El dibujo que había realizado coincidía con la criatura que tenía en frente, y, sí, criatura, tal vez, era la mención más acertada. No pudo moverse, la sorpresa le impedía hacer algo; sin embargo, con sus dedos temblorosos mandó la mano a un bolsillo del pantalón y sacó su teléfono celular, sin despegar los ojos de lo que tenía en frente, activó la cámara y tomó una foto, el flash se hizo presente y reveló una habitación vacía; cuando la luz alumbró el recinto, tanto la habitación como la foto, lucían normales.

Con pasos torpes se acercó hasta la ventana y ahí estaba eso nuevamente; en inmediaciones de la cancha de tenis. ¿Acaso el flash lo había espantado? Si se alimentaba de la oscuridad, era un hecho que la luz lo espantaba, o simplemente era su imaginación que poco a poco comenzaba a jugar sucio, haciendo ver cosas que desearía ver; no estaba seguro.

Con decisión, salió de su habitación y solo pensaba en salir del hotel para verlo más cerca, pero Lena lo detuvo al verlo tan acelerado.

—Es tarde, señor Maurer, ¿qué hará a estas horas? —preguntó ella.

—Lo vi, estuvo en mi habitación y, luego..., luego... —Thomás señaló hacia algún lugar y continuó—: está afuera, solo quiero cerciorarme de que no me estoy volviendo loco.

—No se está volviendo loco —aseguró la mujer, cruzándose de brazos—. Seguramente solo está cansado, regrese a dormir, es muy tarde y no quiero un escándalo que atraiga la atención de los demás huéspedes.

Sostuvo su mirada por unos instantes y luego soltó un leve gruñido.

—De acuerdo —contestó Thomás a regañadientes y regresó a su habitación.

Para cuando volvió a ver por la ventana, Darkman ya no estaba.

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