iv. free rein
capítulo cuatro
RIENDA SUELTA
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El cuerpo de Dahlia se sentía como en llamas, el calor recorriendo cada vena mientras el fuego caliente que venía con el teletransporte de Calibán los hacía aterrizar en una feria antes de disolverse en el aire. La sensación de asfixia en la garganta tardó varios segundos en desaparecer y el aire volvió a ventilar sus pulmones. Sin embargo, casi al instante, la cicatriz de la espalda de Dahlia empezó a cosquillear de nuevo y un dolor ardiente la atravesó. Demasiado desconcertada por todo lo que estaba ocurriendo, Dahlia ignoró la ardiente sensación.
Con los ojos muy abiertos, Dahlia trató de asimilar la escena que tenía ante ella. Casi estuvo tentada de agarrarse al brazo de Calibán o esconderse detrás de él como si fuera un escudo. Permanecía de pie con tanta confianza, sin inmutarse, sin asustarse por la criatura que tenía delante... por nada, en realidad, a diferencia de Dahlia, que sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho y la respiración se le entrecortaba en la garganta cuando sus ojos se posaron en un gran hombre con aspecto de pantano. Su rostro, con forma de calavera, no era lo que más le asustaba; era la sangre negra, la suciedad, las sustancias parecidas a raíces y cortezas de árbol que lo cubrían... y el horrible olor que irradiaba... lo que hizo que la bilis le subiera por la garganta a Dahlia. Todo el lugar, pese a estar al aire libre, olía repugnante e insufrible, provocando lágrimas involuntarias en los ojos de la muchacha de pelo castaño. Las hermosas luces que la rodeaban, el dulce olor a palomitas de caramelo en el aire, la música que sonaba de fondo eran como nada, imperceptibles, en presencia del rey Herodes.
Cuando Dahlia miró hacia abajo, se sorprendió aún más al ver a Sabrina, tirada en el suelo, con la mano extendida para agarrarse a algo. Cuando Dahlia alteró su enfoque, se dio cuenta de que era la corona... y Calibán estaba de pie justo delante de esta.
—Calibán. ¡Ayúdame! —gritó Sabrina.
—Con lo guapa que eres, me tientas...
Dahlia observó al hombre alto, esperando a ver qué iba a hacer. Estaba casi esperanzada; una parte de ella creía o esperaba que no se quedara ahí de pie, condescendiente, mirando a Sabrina antes de recoger la corona y dejarla tirada.
Pero, él hizo justo eso.
Dahlia se quedó boquiabierta mirando entre la chica rubia, tendida indefensa en el suelo, y el hombre condescendiente que se inclinaba lentamente para recoger la corona. Como si fuera un gran premio, sostenía la corona en la mano, haciéndola girar para torturar aún más a Sabrina.
—Pero no, creo que no —dijo en voz baja, con una sonrisa arrogante en la cara.
Dahlia estaba a punto de intervenir, con la furia y la frustración llenándole el pecho por la forma en que había tratado a Sabrina y a su novio, que claramente necesitaban ayuda. Sin embargo, segundos después de abrir la boca para hablar, sintió los fríos y callosos dedos de él aferrándose a su brazo antes de que toda la escena se desdibujara y, segundos después, se encontrara a sí misma y a Calibán de vuelta en el Pandemónium.
Se tomó un momento para recuperar el aliento, pero en cuanto volvió a sentirse estable, giró sobre sí misma y miró a Calibán, clavando sus ojos en los de él.
Calibán apartó vacilante los ojos de su amada corona y miró a Dahlia.
—¿Qué?
—¡¿Cómo pudiste no ayudarles?! —bramó Dahlia, lanzando dagas a su frente mentalmente.
—Sabrina Morningstar puede arreglárselas ella sola.
—Ella te pidió ayuda, Calibán... —siseó Dahlia, pasándose una mano por el pelo—. Y... ¡tú la traicionaste! Le quitaste aquello por lo que luchaba y la dejaste allí a su suerte.
—Tú me ayudaste —Se encogió de hombros, completamente indiferente. Cuanto más hablaba, más se preguntaba Dahlia si habría estado mejor en su lámpara. Aquel hombre no tenía sentido de la moral, ni conciencia... pero ¿qué otra cosa podía esperar Dahlia de un Príncipe del Infierno, el potencial Rey del Infierno? Fue su propio error aceptar egoístamente su oferta sin considerar el precio que otros tendrían que pagar.
—Lo menos que podrías haber hecho es ayudarla. Podría estar gravemente herida, ¡si no muerta!
—Bueno, es demasiado tarde para eso, ¿no?
Dahlia resopló frustrada, con la sangre hirviéndole y las orejas calientes por la rabia que sentía hacia Calibán.
—No puedo creerte —Hizo una pausa—. No, en realidad, sí puedo. No eres diferente de lo que esperaba y no has tardado mucho en demostrarme que tenía razón.
La sonrisa de suficiencia en el rostro de Calibán vaciló ante sus palabras, sorprendiendo a Dahlia. Sin embargo, se guardó su sorpresa para sí misma, esperando a que Calibán hablara.
—Eso sí que hirió mis sentimientos —dijo justo antes de exagerar un puchero. Una vez más, Dahlia se sintió ingenua por haberle creído por un segundo.
—Ya me cansé —Comenzó a alejarse despacio.
—Por fin. Me preocupaba que siguieras despotricando.
Dahlia se detuvo en seco y respiró hondo para no estallar. Despacio, se dio la vuelta y miró a Calibán.
—No, quiero decir que ya me cansé de esto. Se acabó el trabajar para ti.
—Hicimos un trato. No puedes echarte atrás.
—Está claro que a ti no te importa romper las reglas, ¿por qué iba a importarme a mí? —replicó Dahlia.
—Vamos, Dahlia —Se puso de brazos cruzados, un aire de seriedad llenó la habitación por primera vez.
—No soy feliz sirviéndote, Calibán. Eres un egoísta y no soporto la idea de quedarme atrapada en el Infierno contigo —empezó—. No voy a seguir haciendo esto. Por mí, puedes volver a meterme en mi lámpara —Dahlia se quitó un peso de encima al decir por fin lo que sentía, y la rabia acumulada empezó a desvanecerse lentamente a medida que las palabras salían de su boca. Observó a Calibán en silencio, esperando a que dijera algo. Pero transcurrió un minuto y el hombre permaneció callado, erguido sobre ella con una expresión en blanco, como si le hubieran impactado o afectado profundamente sus "duras palabras", cosa que Dahlia dudaba. Ante la tardanza en responder, Dahlia puso los ojos en blanco y volvió a girar sobre sí misma para alejarse.
—¡Espera! Espera... —La fuerte voz de Calibán la siguió por el pasillo y, poco después, sintió que su mano rodeaba la parte superior de su brazo, haciéndola girar para quedar frente a él—. Te propongo un trato...
—Porque todos sabemos lo bien que salió el último trato —murmuró Dahlia con sarcasmo, cruzando divertida los brazos sobre el pecho.
—Porque todos sabemos lo bien que salió el último trato —murmuró Dahlia con sarcasmo, cruzando divertida los brazos sobre su pecho.
—¿Te quieres callar y dejarme hablar? —espetó Calibán. Burlona, Dahlia juntó los dedos índice y pulgar y se los pasó por los labios como una cremallera para indicar que su boca estaba cerrada—. Si cooperas, te doy rienda suelta. Puedes ir adonde quieras, explorar Greendale, pero puedo seguir invocándote siempre que quiera con tu lámpara.
Dahlia tardó un momento en procesar por completo la oferta de Calibán. Rienda suelta. Las palabras brillaban al salir de la boca de Calibán. Era lo que siempre había querido, antes y durante su encierro en la lámpara, y Calibán estaba dispuesto a dárselo tan fácilmente. Ella le había molestado tanto en tan sólo unos minutos que él iba a darle la libertad, por fin. Ni siquiera podía sentirse ofendida por el hecho de que fuera claramente una peste para él. Las palabras "rienda suelta" eran lo único que le importaba.
—Vale —Dahlia asintió, secándose las manos húmedas contra su ropa de seda. Miró atentamente a Calibán mientras este cerraba los ojos y murmuraba un hechizo en voz baja. Simultáneamente, se llevó la mano al pelo, y en el momento en que dejó de murmurar palabras incoherentes, los ojos de Dahlia se abrieron de par en par y se clavaron en la lámpara que apareció en su enorme mano.
Los labios entreabiertos de Dahlia se cerraron al ver su lámpara. Casi se sentía culpable por haberla olvidado por completo. La lámpara había sido una parte importante de su vida durante mucho tiempo, pero después de estar libre de ella durante unos días, ya se le había olvidado.
Sin embargo, verla le trajo una sensación de confort, y una parte de ella echaba de menos la suavidad de su cama, que le recordaba a los abrazos de su madre, y el aroma a madera de agar y oud de Oriente Medio que permanecía constantemente en el ambiente. Echaba de menos la sensación de hogar y confort, que durante mucho tiempo había sido lo que la lámpara había sido para ella.
Aquí, en el Infierno con Calibán, Dahlia se sentía no deseada y utilizada. Cada vez que pensaba en lo frío que era el Infierno, o en su familia... cada vez que sentía que necesitaba un abrazo, sentía que el corazón se le estrujaba, provocándole un ligero dolor en el pecho y lágrimas en los ojos. Cada vez que pensaba en Calibán y en lo frío que era, o en lo sola y perdida que se sentía en el Pandemónium, tenía esa sensación de dolor en el pecho y tenía que luchar contra las lágrimas, lo último que quería era que Calibán se diera cuenta de que la hacía sentir triste; eso no sería más que otro poder que él tenía sobre ella.
Le vio cerrar los ojos de nuevo, esta vez con la lámpara en la mano y murmurando otro hechizo. Segundos después, abrió los párpados y miró a la chica.
—Vale, tienes tu libertad. Pero... Puedo volver a invocarte siempre que quiera —Dahlia no pudo resistir la sonrisa que curvó sus labios cuando esas palabras salieron de la boca de Calibán.
Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, Dahlia cerró los ojos y deseó irse. No sabía adónde. Lo único que sabía era que no quería estar allí, donde su corazón se hacía pedazos y su alma era consumida por los fuegos implacables que ardían en el Infierno.
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