43
Keren miraba a través de la puerta principal la calle, en espera de Set. Le preocupaba ver que él aun no regresaba y ya tenía alrededor de seis horas de haberse marchado.
Pero lo que más la tenía tensa y nerviosa era el estado en el que el señor Rex se hallaba. Se levantaba entre sueños y se volvía a dormir susurrando el nombre de su esposa. Y ella no podía hacer nada, solo vigilarlo hasta que su hijo volviera.
-Lola... Lola, ¿Dónde estás, cariño?—alcanzó a oír la voz de Trenton y volteó a verlo justo al tiempo en el que él se levantaba del sofá con los ojos entre abiertos y se aproximaba a la escalera, dando traspiés a su paso.
Asustada, corrió a interceptarlo antes de que comenzara a subir. Lo agarró del antebrazo y lo llevó de vuelta al sofá.
-No se mueva, señor Rex. Set pronto regresará—le dijo con tranquilidad.
Pero Trenton negó con la cabeza.
-Quiero de vuelta a Lola—susurró, agobiado. Sus ojos azules estaban sin brillo y se notaban lágrimas que atrapadas en ellos, que querían desbordarse a través de sus lagrimales sin miramientos.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que él consiguiera romper en llanto una vez más en el día.
Desolada, se limitó a consolarlo en silencio. El señor Rex era lo más parecido a un niño en esos momentos: sollozaba, gemía y balbuceaba. Su dolor era inmenso. Parecía como si su corazón se hubiese roto en miles de fragmentos y el viento se los hubiera arrebatado sin preguntarle.
Le lloraba a su esposa muerta. Le lloraba a la persona que juró cuidar con su vida. Le lloraba a la única mujer que logró darle sentido a su vida y que ahora ya no estaba.
Verlo en ese estado le provocó ganas de llorar a ella también.
Y se preguntó si su padre estuvo igual que ese hombre al momento de saber la muerte de su madre. Le era imposible recrear una escena en la que su padre estuviera llorando amargamente. Para Keren, su padre, Egon Peitz, era un hombre fuerte e inquebrantable, donde el dolor no era parte de su vida ni de su vocabulario.
Más tarde, cuando intentaba darle de comer al señor Rex, escuchó el motor del coche estacionarse fuera de la casa. Y una leve sonrisa de alivio apareció en sus labios.
Set había regresado.
Se levantó deseosa de verlo, pero no sin antes echarle un vistazo al señor Rex, quien miraba absorto a la nada con los cubiertos aferrados a sus manos empuñadas sobre la mesa.
Al momento en el que Keren abrió la puerta, la sonrisa de alivio se borró casi al instante. Sus ojos se abrieron como platos ante semejante escena: Set bañado en sangre de pies a cabeza. Notó que sus ojos tenían un brillo infernal y una sonrisa demoniaca en sus labios. En sus manos portaba un cuchillo carnicero y la miraba con desdén desde el otro lado del porche.
-Dios mío Set, ¿Qué te pasó?—titubeó, debatiéndose en salir a agarrarlo a quedarse estática en la puerta. Optó por la segunda opción y agarró la perilla de la puerta con fuerza.
-Necesito una ducha—replicó él con vaguedad y comenzó a avanzar a ella.
No obstante, Keren le impidió el paso, sujetándolo del pecho y haciéndolo retroceder lentamente.
-No. Primero dime de quién es esa sangre y de dónde vienes—repuso.
-¿Acaso importa?—inquirió él, alzando las cejas, las cuales estaban salpicadas de sangre seca.
-Sí. Importa mucho.
-Te lo diré si me dejas entrar a mi casa—gruñó, haciendo énfasis en la última palabra.
Keren se hizo a un lado y cerró la puerta cuando Set entró.
Lo vio dirigirse a su padre y se sentó a la mesa con él.
-No quiere comer—le informó a Set.
-Déjalo. Comerá cuando tenga hambre—dijo y colocó el cuchillo sangriento sobre la mesa—lávalo, por favor. Y trata de no dejar residuos.
-¿De dónde sacaste el cuchillo? ¿Mataste a un animal en el camino?—preguntó Keren inocentemente.
Entonces él le regaló una sonrisa peculiar y extraña, más parecida a una mueca que una verdadera sonrisa. Ella frunció el ceño ante su reacción.
-No cariño. Era más que un animal al que maté—sentenció con satisfacción.
-¿Más que un animal?—repitió ella, ladeando la cabeza sin comprender.
Y Set se levantó de la mesa, la agarró de la mano—dejando una huella rojiza entorno a la muñeca de ella—y la llevó a la cocina.
-¿Recuerdas que tengo...o más bien, tenía un grupo de colegas que venían mucho a casa?
-Sí. Eran muy desagradables—corroboró ella, arrugando la nariz y él asintió complacido.
-Maté a uno de ellos con mis propias manos—le confesó por fin, como si se tratara de un secreto minúsculo, como coleccionar estampas de ositos y tuviera un poco de pena al respecto—y no sabes cuan bien se sintió eso.
-¿Qué tú qué?—balbuceó Keren con los ojos desorbitados y ahogó un gritito, pero Set se encargó de taparle la boca con sus manos sucias.
-Cállate—le espetó—o tú serás mi siguiente víctima, preciosa.
Keren le mordió la palma y lo empujó con todas sus fuerzas. Estaba enrojecida de la cara y sus ojos encendidos de coraje.
-Tú me llegas a poner una mano encima y te mato, Set. Lo juro por Dios—le advirtió.
Al parecer, su advertencia divirtió al rubio, porque soltó una sonora carcajada y suspiró con tranquilidad.
-No es ningún chiste—masculló ella.
-Lo sé. Y por eso me encantas—le acarició la mejilla, manchándola de sangre pero a ella no le importó. Se había perdido en sus ojos aqua en tan solo unos segundos.
-Báñate—le aconsejó ella después de un momento de contemplarse el uno al otro en medio de la cocina—yo lavaré el cuchillo perfectamente y haré que no quede ninguna huella.
-Esa es mi chica—se acercó a ella y le besó la frente con calidez. Dicho eso, la dejó en la cocina y se dirigió a las escaleras corriendo.
Media hora después, Keren dejó el cuchillo carnicero impecable y brilloso. Lo acomodó en medio de los demás y se sentó a la mesa con la esperanza de que el señor Rex ya hubiese terminado de comer pero su plato continuaba intacto y él permanecía en otro mundo.
Le retiró la comida y la guardó en la nevera por si en caso tenía hambre más adelante. Le ayudó a sentarse en el sofá y encendió la televisión.
-El cuerpo de mi madre aun estará en la morgue hasta que terminen de hacer el papeleo—informó Set cuando estuvo bien duchado y perfumado. Hizo que Keren se sentara en sus piernas mientras miraba la televisión con su padre, quien se estaba quedando dormido.
-¿No tienes más familia a quién llamar, Set?—interrogó ella, acariciándole el cuello con dulzura.
-Supongo que tengo más familia, pero jamás he tenido contacto con ella—replicó—pero no necesito el pésame de gente desconocida. Era mi madre, no la de ellos y estar contigo, mi hermana y mi padre, es lo único que me basta. No deseo tener personas hipócritas a mi lado en estos momentos.
-Cuando venga Beatrice quiero que seas cariñoso con ella.
Set volteó a verla con cara de asco.
-¿Por qué?
-Porque es tu hermanita. Necesita de ti—Keren puso los ojos en blanco.
-No soy su niñera. Yo estoy afrontando la perdida de mi madre sin cariñitos por parte de ella, por lo tanto, Beatrice podrá hacerlo también—hizo una mueca.
-Yo te estoy dando cariñitos para hacerte sentir mejor—le plantó un beso en la comisura de su labio y él rio.
-Es diferente. Tú me gustas, me agradas y me encanta tu compañía.
-¿Y Beatrice?
-A ella no la soporto. Es tan infantil, tediosa, irritable y muy idiota. Yo debí ser hijo único pero mi madre decidió tener una hija con él—señaló a Trenton con la barbilla—y no pude opinar en nada.
-Y aunque hubieses dado tu opinión, era problema de ellos procrear una hija más. No te concernía de todas maneras.
-Me dices todo esto porque amas a tu hermano con toda tu alma.
-Es mi gemelo y es obvio que lo amo. Los dos somos uno mismo—se sintió realizada hablar de su hermano y suspiró.
-¿Y son parecidos entre sí?—quiso saber Set con mucha curiosidad—porque no me agradaría conocerlo y ver tu cara en él.
Keren rio y sacó su teléfono del bolsillo.
-Es él—le mostró una foto y Set alzó ambas cejas.
-Se parecen un poco, pese a que él tiene los ojos color ámbar y tú oscuros como la noche—dijo, revisando las demás imágenes—y por supuesto, eres hermosa y él es horrible.
-Ojalá algún día puedas conocerlo, es buena persona.
-Ajá. Claro que sí—replicó con sarcasmo—casi nos matamos por medio de la línea telefónica.
-Es muy sobreprotector—le recordó.
-Dile que eres mi novia—Set esbozó una sonrisita traviesa—díselo.
-¿Por qué?—Keren se ruborizó tenuemente—ni si quiera me lo has pedido para decir que ya somos novios.
-Estamos en pleno siglo veintiuno, corazón. Hemos compartido la cama y por ende, ya somos algo—le guiñó el ojo y ella meneó la cabeza de un lado a otro, sonriendo.
Estuvieron un rato más charlando y fingiendo ver la televisión hasta que vieron que por fin Trenton quedó profundamente dormido en el sofá.
-Voy a llevarlo a su habitación—anunció Set y Keren se levantó de su regazo para que él pudiera llevar a su padre—ahora mismo regreso.
Y sin dificultad alguna, tomó en brazos a Trenton y subió las escaleras tranquilamente. Ella logró escuchar un gemido y balbuceo de parte de su padre y se le estrujó el corazón.
Justamente un minuto después, Set ya se hallaba con ella otra vez. Ambos abrazados en el sofá y con la vista en la pantalla.
-¿Puedo preguntarte algo?
-Claro, corazón, pregunta lo que quieras.
-¿Cómo mataste al sujeto?
Esa pregunta Set jamás imaginó que ella se la plantearía, ni mucho menos en total calma y con muchísima curiosidad. Los ojos oscuros de Keren anhelaban saber cada íntimo detalle y él no se negó.
-No fue tan complicado como pensé que sería—comenzó a decir—lo asesiné no tanto por gusto sino por venganza.
-¿Por qué venganza?
-Sucede que Miles, Aaron y yo iríamos a reunirnos con ese tipo, Black—continuó diciendo pero la manera de pronunciar "Black" fue con asco y repugnancia, gesto que Keren interpretó como odio—Miles y yo fuimos al encuentro pero Aaron no fue. Él pudo habernos ayudado, Keren. Pero solo éramos dos contra dos bastardos armados.
-Pero ese tal Aaron ya lo pagó caro. Ya está pudriéndose en el infierno.
-Lo maté de la manera más sádica de la que te puedas imaginar—esbozó una sonrisa.
-Cuéntame como—le instó ella, interesada.
-Primero desaté mi furia sobre él a base de golpes secos y sordos en su rostro. Sus gritos de ayuda y piedad alimentaron más mi hambre de venganza y de homicidio—dijo. Sus pupilas se le dilataron y ella se mordió el labio al verlo excitado de tal manera—cuando vi que apenas respiraba, entré a su cocina y tomé un cuchillo.
-¿Lo acuchillaste?
-Mejor que eso—cerró los ojos y se relamió los labios con placer—lo hice pedazos. Lo destrocé. No dejé nada de él. Solo un montículo de carne ensangrentada y ropa desecha.
-¡¿Qué estás diciendo, Set Luther Rex?!—Vociferó Trenton Rex a la altura de las escaleras— ¡¿Has matado a una persona?!
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