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Miró una vez más a Regina Gil que yacía postrada en la cama de la habitación 69 del bar Freedoom con la sábana hasta la barbilla completamente desnuda y dormida gracias a un buen polvo de horas atrás. Habría querido vestirla y así evitar problemas vergonzosos pero no tenía tiempo que perder.
Eran las 4:30 de la mañana del viernes y si quería llegar a tiempo a casa e ir a clases, tenía que darse prisa.
Se vistió apresuradamente y se calzó las botas rudamente antes de dirigirse a la puerta. Le echó un último vistazo a la chica y sonrió lobunamente.
Se acomodó el cabello y se alisó la chaqueta ante de salir de ahí.
Las demás habitaciones estaban ocupadas y era obvio que Vince formaba parte de esas personas encerradas allí, por lo que se encaminó a la barra y le tendió las llaves al cantinero, quién le regaló una sonrisa morbosa.
Ya casi no había nadie en el bar, pero todavía continuaba la música y uno que otro grupo de idiotas se hallaban bebiendo o simplemente desmayados en las sillas, encima de otros.
Adam, por su parte, lucía más sobrio que nunca a pesar de que se había bebido casi toda la botella de tequila y se había fumado una cajetilla entera de cigarrillos.
-Luces fresco como una lechuga, Adam—le dijo Bratt riéndose y limpiando una copa de cristal con un pañuelo. La llave de la habitación 69 seguía en la barra.
-Tengo que estar así porque en menos de cuatro horas iré a la escuela—respondió, bostezando—cuando veas a Vince, dile que me fui a casa.
-De acuerdo. No te preocupes.
-Ah, y anótame la cuenta. Te pago en unos días.
-Va por la casa, amigo. Solo que ya no abandones este lugar o de verdad te voy a cobrar y con muchos intereses—bromeó.
Adam le palmeó el hombro y se deslizó fuera del lugar por la parte trasera.
Big Mike parecía a punto de quedarse dormido cuando él lo despertó dándole un golpecito en el brazo.
-¡Voy a matarte...!—balbuceó el sujeto y miró a todos lados con los ojos desorbitados y al verlo, rompió a reír.
-Big Mike, querido amigo, necesitas un descanso—le sugirió.
-Lo haré, chico, ya pronto me largo a casa, ¿y tú ya te vas?
-Ya.
-¿Pasaste buena noche?—le preguntó con las cejas elevadas.
-Muy buena—respondió Adam con un brillo malicioso en los ojos—bueno, me voy. Tengo escuela en unas horas.
-Regresa pronto.
Asintiendo, Adam salió a la calle y el frío aire nocturno le caló los huesos. Frotó sus manos entre sí para proporcionarse calor y su aliento cálido era como humo blanco. La madrugada estaba helada.
Caminó hasta su motocicleta y la encendió. El rugido del motor sobresaltó a Big Mike quien lo observaba a lo lejos, y acto seguido, Adam se puso en marcha y se introdujo a la oscuridad absoluta de la ciudad a toda velocidad.
Como no habían muchos automóviles de por medio, llegó pronto a casa. Aparcó detrás del Peugeot de su tío Gabriel y poniendo en neutral su motocicleta, la metió a la cochera sin hacer el menor ruido. En la cochera solo había espacio para su motocicleta, por lo que se las arregló para no tirar ningún palo de golf que estaban resguardados ahí desde hacía siglos.
A hurtadillas logró anexar al interior de la casa pero la puerta de la cochera hacia la casa estaba cerrada y le temblaban demasiado las manos a causa del frío, que las llaves se le cayeron al suelo un par de veces y maldijo entre dientes.
Tardó cinco minutos en abrir y darse cuenta que alguien lo estaba observando.
Resopló, decidiendo que no valía la pena tratar de huir, así que cuadró los hombros y giró sobre sus talones para enfrentarse a la mirada azul eléctrica de Gabriel McCall del otro lado de la puerta.
Estaba despeinado, tenía ojeras y sus ojos estaban rojos e inflamados por la falta de sueño.
-Adelante, regáñame—le instó en tono burlón—ya me sé de memoria tus sermones, así que date prisa porque quiero dormir al menos una hora antes de ir a la escuela.
-Dame las llaves de la motocicleta—le ladró Gabriel con la mandíbula apretada y los ojos envueltos en llamas y estiró una mano hacia él.
Adam lo miró de soslayo y arqueó una ceja con incredulidad.
-¿Por qué?—inquirió, incapaz de obedecer.
-Porque yo la compré y es mía.
-Me la regalaste cuando cumplí 17 años.
-Sí, pero los papeles están a mi nombre, por lo tanto me pertenece. Ahora dame las malditas llaves, Adam—siseó, de muy mal humor—me he controlado bastante, jovencito, sé bueno y entrégame las putas llaves en este momento.
Era la primera vez que él miraba a su tío así. Lo había visto enfadado, pero no hasta ese extremo, incluso le pareció haberle notado colmillos en lugar de dientes al momento de hablarle violentamente.
Y titubeante, un tanto intimidado, se sacó la llave de la chaqueta y se la entregó.
-Vete a tu alcoba—le ordenó Gabriel.
Pero Adam no se movió ni un centímetro. Se quedó mirándolo fijamente.
-¿Qué esperas? Muévete—le gritó, irritado.
Por consiguiente, Adam Peitz se vio obligado a marcharse a su habitación con los puños cerrados.
Se encerró dando un portazo con mucha fuerza, sin importarle despertar al resto de la familia.
Se lanzó a la cama y un musculo palpitó en su mandíbula. Estaba encolerizado.
Mascullando todo tipo de groserías, se quedó dormido poco después pero pareció haberse dormido solo cinco minutos cuando Keren llegó a despertarlo animadamente.
-Hermanito, levántate. Ya son las seis de la mañana y si tienes suerte, te darás una ducha rápida y beberás café antes de marcharte.
-¡Arg!—gruñó Adam— ¿Cómo puedes levantarte tan temprano, si no vas a ir a la escuela hasta dentro de una semana en Alemania?
-Tengo que cerciorarme de que vayas a la escuela en esta semana—le dijo, abriendo al mismo tiempo las cortinas y la ventana para que el aire fresco de la madrugada le ayudase a despertar. Pero Adam se negó a levantarse y su hermana le arrebató las sábanas de tajo.
-¡Deja de joder, Keren Natalie!
-Ni si quiera te quitaste la ropa de ayer. Apestas a alcohol y a tabaco, y a quién sabe qué más.
-No te importa. Vete.
-Claro que me importa. No quiero irme y saber que mi gemelo no está llevando su vida como debe de ser.
Entonces Adam abrió los ojos y miró a su hermana con desdén. Ella le devolvió la misma mirada.
-¿Y según tú, como debería ser mi vida?
Keren se mordió los labios antes de contestar. Hablar con su hermano era cada vez más complicado.
-Fuera de vicios. Vivir como un universitario de veinte años normal que desea ser alguien en la vida.
-¿Y tú eres un buen ejemplo para juzgarme?—musitó, dándose por vencido para continuar durmiendo. Se levantó sin darle tiempo a Keren de contestar—no me respondas. Tú vida es igual o más patética que la mía en muchos aspectos. Eres la típica chica que sueña con ser alguien que cambie el mundo o que haga algo para ser reconocida; pero no todo es un cuento de hadas. Abre los malditos ojos, Keren. No quiero ser grosero contigo porque te amo, pero no insistas en querer cambiarme. Somos distintos, preciosa. Seré tu hermano gemelo pero no tenemos los mismos objetivos, ahora por favor, déjame solo para que me vista y vaya a la escuela.
Keren sacudió la cabeza y él advirtió que le había comenzado a temblar el labio; señal de sentirse herida. Ella incorporó de inmediato y se dirigió rápidamente a la puerta.
-No, cariño. Espera...-Adam intentó detenerla pero su hermana lo empujó de un manotazo— ¡Qué idiota eres, Peitz! ¡Qué idiota eres!
Se maldijo entre dientes y se quitó la ropa para entrar a ducharse.
Mientras se bañaba, repitió varias veces la mejor disculpa posible para que Keren no lo odiara de por vida.
Adam podía dejar que miles de personas lo detestaran, excepto su hermana. Era su otra mitad. Si a ella le pasaba algo, él moriría. La quería demasiado y la idea de tener conflictos con ella antes de que partiera a Alemania le horrorizaba. Podía ser un hijo de puta con todas las personas del mundo, menos con Keren.
Eligió unos jeans de mezclilla deslavados y otra chaqueta pero color celeste. Se arregló el cabello, se perfumó y cogió su mochila, listo para largarse a la habitación de su hermana.
En el pasillo se cruzó con el pequeño Allen y lo saludó, despeinándolo.
-¿Has visto a Keren?—le preguntó.
-Está hablando con papá en la sala—respondió y se metió corriendo a la alcoba de sus padres.
Adam frunció el ceño y se frotó la barbilla.
Bajó las escaleras con cautela, mirando a todos lados y al llegar al comedor, se dejó caer en la silla.
Los platos con huevos revueltos y tocino ya estaban servidos pero no había nadie más en la mesa.
Ya se estaba levantando cuando apareció su tía Caroline a un costado, esbozando una sonrisa tierna. Se acomodó el cabello y se sentó junto a él.
-¿No piensan venir los demás a desayunar?—preguntó Adam, azorado.
-Desde luego—se retiró un mechón de cabello de la frente y suspiró—supongo que ya sabes que has actuado muy mal, ¿verdad, Adam?
Él aspiró hondo e hizo una mueca sin mirarla.
-Mírame, por favor.
Adam chasqueó la lengua y la miró furtivamente.
-¿Qué pasa? ¿Por qué te comportas así, cariño?
-No sé a qué te refieres, tía. Siempre he sido así.
-Sí. Pero ya te pasaste de los límites y necesito saber la razón.
Adam se quedó en silencio durante un largo rato. No tenía la menor intención de contestarle pero tampoco de quedarse callado.
¿Por qué no podían dejarlo en paz? No había matado a nadie. No aun. Así que era libre de hacer lo que quisiera.
-No hay razón aparente que justifique mis actos, tía Caroline—respondió, jugando con el tenedor y con la vista fija a su plato—simplemente amo ser así. Es mi carácter y no puedo cambiarlo, es como si tú dejaras de amar a Allen solo porque estuviese mal. Y sé que te negarías porque lo amas.
-Amar a una persona y amar ser rebelde es muy diferente.
-No soy rebelde, soy...
Ni si quiera sabía con exactitud qué demonios era. Solo quería ser totalmente libre de hacer lo que quisiera.
-¿Quieres ser igual que tu padre?—interrogó ella, tomándolo por sorpresa.
-¿Y si la respuesta fuera un "sí", qué pasaría?—la desafió.
Caroline parpadeó y trató de ocultar su temor con una sonrisa falsa.
-No pasaría nada. Tranquilo—dijo, pero no había ni una pizca de verdad en su voz.
-Bueno, si no hay nada más que añadir, me voy a la escuela—retiró la silla y se levantó con aire abrumado—nos vemos más tarde, tía Caroline.
-¿En qué te irás?
Él se encogió de hombros.
-Andando. Mi tío me ha quitado la motocicleta.
-Déjame hablar con él. No puedes irte caminando, está muy lejos—se levantó también de la silla y fue hacia la sala donde Gabbe y Keren hablaban en susurros.
Adam notó que su hermana había llorado y se odió por eso.
-¿Keren?—murmuró, tenso— ¿hermanita?
-Vete a la escuela, Adam—le ordenó Gabriel, sin mirarlo.
-No. Quiero hablar con mi hermana—sentenció.
-Gabriel, basta—interpuso Caroline al ver que su esposo se levantaba con ira y lo detuvo poniéndole las manos sobre el pecho—deja que hable con ella.
-¿Qué no ves? La trató mal y no voy a permitir que...
-Vamos—insistió ella, jalándolo del brazo—déjalos dialogar.
-Pero ella no quiere.
-No te preocupes tío—sollozó Keren, y se limpió la cara con una servilleta—estoy bien.
Gabriel le envió una mirada de advertencia a Adam antes de retirarse con Caroline pero este solamente puso los ojos en blanco y esperó a que sus tíos ya no estuvieran cerca para sentarse junto a su hermana en el sofá. Se acomodó la mochila en los hombros y se inclinó hacia adelante, recargando sus codos en las rodillas y juntó sus manos. Mantuvo los ojos fijos en el adorno de calabaza de Halloween que había sobre la mesita del centro y suspiró.
-Keren, yo...yo no quería hacerte sentir mal. Mi maldito genio es una mierda, ¿lo sabías? Digo cosas sin pensar y luego me arrepiento—se frotó la barbilla como gesto incómodo, ya que su hermana cerca de responderle, solamente lo miraba con el rostro inexpresivo y sonrojado por el llanto—no me odies, ¿okey? Soy un pésimo hermano que te ama con locura.
Pero ella en vez de decir algo al respecto, asintió.
-¿No vas a añadir nada? Me siento todo un imbécil hablándote y tú ignorándome. Por favor, di algo, cariño—se rascó el cuello, mirándola.
Y sin previo aviso, Keren lo abrazó fuertemente y él la estrujó cariñosamente.
-Me lastimas más que otras personas pero solo a ti te puedo perdonar, Adam. Eres mi hermano gemelo y no podría vivir sin ti.
-Y yo sin ti—le susurró él sobre su cabello.
Dejaron de abrazarse y se quedaron viendo a la nada. Siempre que ocurría alguna reconciliación entre ellos, no sabían que decir después y era muy cómico.
-Gracias a ti voy retrasado, gracias cariño—le dijo Adam con sarcasmo pero sin dejar de sonreír.
Ella rio y sus mejillas pegajosas de lágrimas provocaron ternura en su hermano, quién se dedicó a limpiárselas con los pulgares.
De un salto, él se levantó y se despidió de ella dándole un beso en la frente y corrió a la puerta donde se topó con su tío.
-Te quiero a las 3 en punto—le advirtió, tendiéndole la llave de su motocicleta—hoy no iré a trabajar, así que ni se te ocurra desviarte.
-¿Por qué me das la llave, si se supone que me la habías quitado?—las agarró y las guardó en su chaqueta.
-Porque sabes cómo pedir perdón y reconoces tus errores para con tu hermana. Ahora vamos, que se hace tarde—el fantasma de una sonrisa asomó a sus labios y Adam alzó las cejas.
Llegó a toda leche al estacionamiento de la universidad. Aparcó en el sitio especial de motocicletas y guardó la llave con elegancia en sus bolsillos, se acomodó las correas de la mochila sobre sus hombros y se encaminó a la puerta de la entrada.
No obstante, alguien lo interceptó en la entrada.
-Hola, Hunter—musitó Adam con los ojos estrechados.
Hunter era el otro miembro de su club de amistades con el que estaba claramente enojado por haberle arrebatado a su conquista hacía semanas pero al meditarlo en el lapso de ese tiempo, decidió que era una estupidez enfadarse por una chica, por lo que lo saludó un tanto distante.
-Hey, ¿supiste qué ocurrió anoche en Freedoom?
Adam juntó las cejas y metió las manos dentro de sus bolsillos de sus jeans.
-No, ¿qué?
-Alguien hirió a Vince de gravedad, viejo. Está en el hospital.
Adam entornó los ojos y tragó saliva.
-¿Qué?
-Nadie sabe nada al respecto. Mataron a Alexa. Pero a Thania y a Rosalie las dejaron en shock. Casi las violaron.
El semblante de Adam se tornó sombrío y apretó la mandíbula.
-Acompáñame al hospital, Hunter.
El chico asintió y ambos se montaron en sus motocicletas.
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