10
Nueva York, 12:00 am.
Adam abrió los ojos bruscamente tras escuchar un extraño golpecito en la ventana. En su ventana del segundo piso. Se levantó rápidamente y se deslizó hacia el borde de la ventana y entornó los ojos al ver el rostro de su padre casi estampado al cristal. Estaba a punto de abrir la ventana pero Egon negó la cabeza.
-Te espero abajo—le dijo en un susurro lo suficientemente alto para que le entendiera a través del cristal—despierta a Keren.
Adam asintió y corrió a ponerse la chaqueta y a calzarse los tenis en medio de la oscuridad.
Salió de puntillas de su pieza y se dirigió sigilosamente a la de su hermana. Abrió lentamente y asomó su cabeza al interior. Divisó a Beatrice profundamente dormida en la cama de su hermana y a su hermana en el colchón sobre el suelo. Irritado, rodó los ojos y se puso de cuclillas frente a ella.
-Cariño, despierta. Tienes que ver algo—murmuró suavemente y ella estiró la mano para acariciarle el cabello entre sueños—vamos, levántate, princesa. Es muy importante.
Sin embargo, Keren no despertó y él se impacientó. No quería que su padre se fuera sin antes verla.
-¿Qué estás haciendo aquí? Fuera—le oyó decir a Beatrice, quien lo miraba a través de la oscuridad y él gruñó. Volvió el rostro para verla pero solo vio una pequeña silueta entrecortada.
-Mira panterita—siseó, tratando de no perder la cabeza—esto no es asunto tuyo. Así que cierra la boca.
Y al ver que replicó, se las ingenió para sacar a su hermana de las sábanas y la cargó en sus brazos.
-¿A dónde la llevas?—Beatrice se levantó, horrorizada.
-Es mi hermana y jamás le haría daño. Así que deja de hacer preguntas y vuelve a la cama.
-Hablar con tus tíos, ahora—lo amenazó, y trató de correr a la puerta antes que él.
Adam, perdiendo la paciencia, volvió a recostar a su hermana en el colchón con sumo cuidado de no despertarla en ese momento, y se encargó de agarrar a Beatrice con rudeza. Le tapó la boca y le sujetó los brazos con una sola mano. La arrastró a su habitación y cerca de soltarla, la estampó de nuevo a la pared como cuando se conocieron pero esta vez no tenía deseos de soltarla, sino de quebrarle su frágil cuello.
-Beatrice, Beatrice—susurró, iracundo y con los ojos ardiendo en llamas—esta es mi casa. Es mi familia, es mi hermana y son mis tíos. Por lo tanto, son mis putas reglas y el que manda aquí soy yo; y si no puedes lidiar con ello, te aconsejo que te largues.
Entonces ella le mordió la mano y él gruñó. Apretó los puños y reaccionó sin pensar. El puñetazo estaba dirigido directamente a la femenina cara de Beatrice pero se incrustó en la pared, haciendo añicos parte de la estructura.
La respiración de Adam estaba agitada y estaba haciendo todo lo posible para no masacrarla a golpes. Nunca había golpeado a una chica y no deseaba que esa noche fuera su primera vez.
-No te metas conmigo—le susurró al oído y ella se encogió—no me conoces y no querrás conocerme jamás. Así que sé buena chica y vuelve a la cama, ahora.
Y era tanto el miedo que ella sintió, que comenzó a temblar y asintió mecánicamente cuando él la dejó ir.
Dio traspiés al entrar a la habitación de Keren y él fue por su hermana. La cargó de nuevo en sus brazos con una sábana encima, pero no se fue de ahí sin antes enviarle una mirada asesina a la pequeña pantera que aferraba una almohada en su pecho con fuerza.
Adam bajó lentamente las escaleras y peleó contra las llaves hasta que por fin logró abrir la puerta y salir al exterior.
Egon Peitz lo esperaba tranquilamente mirando la luna encima de la motocicleta.
-Hola, papá—lo saludó, esbozando una radiante sonrisa.
-Hola, hijo—se desmontó y lo besó en la frente. Adam jamás había aceptado un beso paterno por parte de Gabriel pero tratándose de su verdadero padre, se sintió muy orgulloso— ¿No lograste despertarla?
-No. Duerme como una roca—la cubrió con la sábana y ella hizo una mueca.
-Déjamelo a mí—le dijo y Adam la depositó en los brazos de su padre, quién sorprendentemente la cargó sin ningún esfuerzo.
Egon tenía a su bebita otra vez en sus brazos, solo que veinte años después.
Era tan bella.
Adam puso los brazos en jarras, observando la escena muy conmovido.
Estaban demasiado cerca para ser de nuevo una familia feliz.
Mientras tanto, Egon se tomó el tiempo necesario para admirar a su pequeña antes de despertarla. Verla dormir era uno de sus tantos pasatiempos y no quería despertarla porque pensaba que iba a desaparecer muy pronto.
Miró de vez en cuando a su otro hijo que lo miraba muy feliz y le sonría genuinamente. Quizás el instinto asesino había vuelto pero su instinto paternal seguía firmemente en pie e intacto.
Le rozó el contorno del delicado rostro de Keren con el dedo, haciendo que ella despertara por si sola y lo logró. Keren primero arrugó la nariz y después jadeó a causa del frío. Se hizo un ovillo para luego estirarse en los brazos de su papá. Abrió los ojos negros con extrañeza y barrió todo a su alrededor.
-¿Dónde estoy?—miró a su hermano que sonreía a unos pasos de distancia— ¿Adam?
Entonces Egon carraspeó y ella volteó el rostro fugazmente hacia su padre. Se quedó pasmada y sorprendida. No objetó nada durante unos segundos hasta que sus ojos se cristalizaron. Le echó los brazos encima y lo abrazó con todas sus fuerzas.
-Papá—susurró como niña pequeña—estás aquí conmigo.
-No podía dejarte ir a otro país sin antes verte—le dijo, aunque su voz sonó apagada gracias al cabello de su hija en su cara.
-¿Cómo es que estás aquí?—ella se deslizó hasta el suelo para ponerse sobre sus propios pies y se abrazó a sí misma con la sábana.
-Entremos, hace frío—sugirió Adam.
-No sé si sea buena idea. Gabriel puede verme—Egon se mostró nervioso.
-¿Te escapaste, papá?—Keren entornó los ojos.
-Es complicado decirlo.
-No interrogues a papá—la reprendió su hermano—insisto, hay que entrar. Está helando aquí.
Egon no tuvo otra opción más que obedecerle.
Y sí que estaba cálido en el interior. Decidieron no encender la luz para no levantar a alguien y los tres se sentaron a oscuras en el sofá y se abrazaron.
-¿Cómo lograste escapar?—insistió Keren con curiosidad.
Egon miró a su hijo y este lo miró a su vez.
-Ya sabes que desde que fuimos a verlo a ese sitio, pensé que ya era hora que fuese libre otra vez y lo saqué de ahí—respondió Adam, sin atreverse a mirar a su gemela.
Ella juntó las cejas y se cruzó de brazos. La expresión de su rostro era indescifrable y dura.
-¿Saben que esto nos traerá problemas? Admito que papá se merece todo pero la policía lo va a encontrar y será peor.
-Cariño mío—interpuso Egon, acariciándole la mejilla a Keren—en mi juventud nunca hubo una sola noche o un solo día en la que no me buscara el FBI. Y esto no es nuevo para mí, de hecho es lo que necesitaba para volver a sentirme vivo. Sé ocultarme a la perfección.
-No quiero que te lleven a prisión—chilló ella, asustada—nos has hecho falta, papá. Y no soportaría verte tras las rejas, Adam sabe cuántas veces he soñado en estar juntos los tres.
-No voy a ir a prisión. Estoy libre de nuevo y sabré aprovecharlo, además tengo un motivo para salir adelante y ese motivo son ustedes dos.
-¿Por qué nunca intentaste salir antes? Es decir, no ahora.
-La verdad es que no lo sé. Quizás se deba a que no tuve ningún estímulo.
-¿Y cuál fue el estímulo de ahora?—preguntó Adam, sabiendo la respuesta.
-Tú—Egon miró a Adam y después a Keren—y tú.
Keren sonrió entre lágrimas y se dejó abrazar por su papá y su hermano.
Hablaron durante un largo rato en susurros. Egon quedó fascinado por todas las anécdotas divertidas que ellos le contaron y alguna que otra travesura. Años atrás soñó con un momento como ese, pero no creyó que algún día se haría realidad.
La necesidad de tener a sus hijos era tan grande que sintió que aun tenerlos en ese momento a su lado, no le bastaba. Quería estar con ellos siempre.
Luego de hablar de un sinfín de cosas sin sentido, Egon pensó que sería buena idea tocar el tema del viaje de Keren.
-Hija—dijo, mordiéndose el interior de las mejillas.
-¿Sí, papá?—le respondió, risueña.
-¿Cuándo estarás de vuelta en tu viaje?
-Estará todo un año en Alemania—contestó Adam antes de que ella pudiera hacerlo—es ridículo, ¿no? Y en su lugar, ha venido una chica de allá que ha sido como un grano en el trasero.
-Que mentiroso eres, Adam—le riñó ella—me iré por solo un año, papá. Pasará rápido y no es verdad sobre la chica de intercambio. Beatrice es súper linda y no sé por qué a mi hermano le desagrada.
Egon arqueó ambas cejas.
-¿Hay una chica de intercambio aquí?—interrogó, extrañado.
-Sí. Mira, yo iré a Alemania y viviré en su casa. Así como ella vino y vivirá aquí el mismo tiempo que yo no esté—explicó, contrariada.
-Pues esa fémina ya lleva más tiempo aquí que tú allá—puntualizó su hermano con cara de pocos amigos.
-¿Y por qué te desagrada la chica?—preguntó Egon, riéndose entre dientes.
Adam rodó los ojos y a pesar de la oscuridad, Keren supuso que verdaderamente había hecho una mueca de fastidio.
-Es tonta. No habla bien y cree que tiene muchos derechos en la casa. Con decirte que tuve que amenazarla para que no fuera de chismosa con mis tíos cuando bajé a verte, papá.
-¿Qué? ¿La amenazaste?—Keren se sobresaltó.
-Quería acusarme y eso no lo iba a permitir. Además, lo que haga o no haga, es asunto mío.
-¿Qué le dijiste a la pobrecilla?
-Que se callara o si no la golpearía—resopló— ¿qué más da? No fue tan idiota como para desobedecerme.
Keren negó con la cabeza y se hundió en el sofá para reflexionar.
-Deberías conocer más a la chica antes de tratarla de esa manera—dijo Egon con seriedad—yo trataba igual o peor a tu madre y terminé enamorado de ella hasta el día de hoy.
Adam parpadeó, perplejo y Keren esbozó una sonrisita.
-Ay, pero contigo fue diferente. Mamá no era idiota como Beatrice.
-De hecho tu mamá era muy terca y solo ella podía soportar mi mal genio. Tuvo tantas oportunidades de denunciarme a la policía o pedir ayuda; pero sin embargo no lo hizo. Y si esa chica aún no ha abierto la boca, es por algo.
-Huy, hermanito. A lo mejor Beatrice sea tu media sandía.
-¿No se supone que sería mi media naranja?—graznó, ruborizado.
-Puede ser cualquier mitad de frutas, siempre y cuando se complementen—bromeó.
Y Egon rio.
-¿Acaso es fea esa chiquilla?—Egon lo presionó para ver hasta qué punto lograba sacar de quicio a su hijo, en complicidad de su hija.
-No es fea, en lo absoluto—Adam tuvo que reconocerlo con las mejillas encendidas pero gracias a la oscuridad, ninguno de ellos se dio cuenta—simplemente no me agrada. Es tan estresante. Y no la quiero aquí porque eso significa que no estará Keren.
-Aunque Keren no esté aquí, sabes que siempre seguirá siendo tu hermana y esa chiquilla Beatrice, solamente va a estar una temporada, luego se irá y todo volverá a la normalidad; claro, siempre y cuando no te enamores de ella, porque si eso pasa, harás lo posible para que no vuelva a Alemania.
Adam miró a su padre con los ojos desorbitados y Keren soltó una carcajada tan fuerte que tuvo que morderse la lengua.
-¡Jamás pondría mis ojos en esa chica alemana! Ni aunque fuese la única mujer en la tierra. Primero me vuelvo asexual que tener algo que ver con ella—bufó, molesto.
De repente, escucharon unas pisadas subiendo por las escaleras a toda velocidad. Egon palideció y se levantaron los tres de inmediato.
-De seguro es ella—bramó Adam—siempre tan metiche y tan desagradable.
-Será mejor que me vaya—anunció Egon—a lo mejor fue por Gabriel y no tardará en bajar—agarró a sus hijos de las manos—quiero que sepan que estaré muy cerca de ustedes. Conseguiré un lugar donde dormir y me mantendré en contacto.
-¿Necesitas dinero? No soportaría saber que vas a dormir en la calle—dijo Keren, abrazándolo.
-Tu hermano me dio algo de dinero.
-Pronto se te agotará—interpuso Adam—puedes venir a buscarme a esta hora cuando ya no tengas dinero, papá.
-Está bien—asintió y los besó a los dos en la frente—mañana te vas, ¿verdad, cariño?
-Sí. Mi vuelo sale a las 6 de la tarde.
-Entonces quiero que sepas que te quiero mucho y te deseo éxito en Alemania. A pesar de que no pueda despedirme de ti al momento que subas al avión, no olvides que me tienes aquí, esperándote.
-Ojalá hubieras escapado antes y así haber pasado más tiempo juntos—sollozó.
Adam, que había estado debatiéndose en no llorar, lloró. Y abrazó a su hermana y a su padre por un instante.
Cuando Egon se acercó a la puerta, Adam se quitó la playera que traía encima y se la dio.
-Mi chaqueta no te quitará el frío si no andas una playera debajo—le dijo al dársela.
-No es necesario—se negó.
-Insisto. Eres mi padre, joder. Acéptalo.
Egon arqueó una ceja y la aceptó. Se quitó la chaqueta, se puso la playera y volvió a ponerse la chaqueta con una sonrisa.
Vieron a su padre alejarse en la fría madrugada y volvieron a sus habitaciones a hurtadillas. Keren no podía pensar de tanta felicidad y Adam se sentía realizado.
Antes de que su hermana entrara a dormir, él la agarró de la mano y la atrajo hacia su pecho, envolviéndola en una abrazo.
-¿Estás feliz, cariño?—le susurró sobre su pelo.
-Mucho a decir verdad. Gracias por traer a papá antes de que me vaya.
-Él quería verte y yo no pude negárselo.
-¿Hubo problemas al sacarlo de ahí?
-¿Te refieres a que si nos persiguieron y esas cosas?—ella deshizo el abrazo para agarrarlo de las manos y mirarlo de frente, aunque era inútil porque todo estaba más oscuro que el alma de su profesora de cálculo.
-Sí.
-Pues—él soltó las manos de su hermana para rascarse el cuello y darle la espalda. Estaban hablando en medio del pasillo donde estaban las demás habitaciones, así que la instó a que entrara a su habitación para poder hablar, y una vez estando dentro, Adam encendió la luz y Keren se sentó en la cama—por supuesto que nos persiguieron. Un coche con varios hombres armados, pero papá se encargó de ellos.
-¿Los...los mató?—a Keren se le aceleró el corazón.
-En efecto, sí.
-¿Y tú mataste a alguien?
Adam desvió su amielada mirada a otra parte. Sabía que si miraba a su hermana, le diría que sí. Le diría la verdad.
-No—masculló.
-Mírame, Adam—le ordenó. Pero él se rehusó. Le dio la espalda y se aproximó a la puerta.
-Debes irte ya, mañana tengo que ir a la escuela—dijo mecánicamente.
-Mataste a alguien, ¿no es así?—se acercó a él con la mirada llena de decepción.
-¿Qué más da si maté a alguien o no?—le espetó, molesto.
-No quiero que seas como papá...
-¡Desearía poder ser como él!—exclamó.
-No sabes lo que dices.
-Ni tú. Ahora vete a la cama o la chismosa de tu best friend forever llamada Beatrice le dirá a nuestros tíos—siseó, esperando a que ella se fuera. Y al momento de verla entrar a su habitación, cerró rápidamente la puerta.
Varias horas después, el amanecer ya estaba en su mejor punto y Adam no tenía ningún deseo de levantarse e ir a la universidad; pero se levantó hecho un zombie. Se duchó casi dormido y se vistió bostezando cada dos segundos. El recuerdo de horas atrás fue lo que lo hizo sonreír a plenas horas de la mañana.
Bajó a desayunar y solamente sus tíos le hicieron compañía.
Escrutó el rostro de su tío Gabriel y el de su tía Caroline. Los dos tenían las facciones fúnebres y blancas como un papel.
-¿Qué ocurre? ¿Por qué tan serios?—quiso saber, mordiendo una tostada.
-Ayer fui a visitar a tu padre—repuso su tío y Adam dejó de masticar, poniéndose tenso.
-Y ha escapado—replicó su tía, apretando los labios—tu padre ha escapado, cariño y creo que mató a varias personas.
Adam fingió sorpresa y escupió el trozo de tostada al suelo como muestra de asombro.
-Oh por Dios, ¿pero, como pasó?—abrió mucho los ojos, haciendo que su tío estrechara los suyos—planeaba ir a verlo hoy y decirle sobre lo de Keren.
-¿No tienes algo que ver en su escape, verdad Adam?—preguntó Gabriel.
-Si tuviera algo que ver, créeme que me hubiera largado con él. No tengo nada que me ate a esta casa, ni si quiera mi hermana porque ella se va a ir un año y eso me daría mucho tiempo para viajar con mi padre en lo que Keren vuelve, ¿o no?—chasqueó la lengua y bebió un sorbo de café, dejando la tostada intacta—bueno, me voy a la escuela. Vendré lo antes posible para que vayamos a dejar a mi hermanita al aeropuerto.
-Llévate el coche—Gabriel le tendió las llaves con desenfado.
-¿En qué te irás a trabajar?
-Me las ingeniaré, vete.
Adam corrió a la calle, lanzó su mochila al asiento del copiloto y se deslizó tras el volante. Aseguró las puertas y acomodó los espejos.
Buscó en su mochila sus lentes de sol y se los puso. Se miraba realmente sexy y sensual pero eso él ya lo sabía.
Llegó derrapando al estacionamiento de la universidad, capturando las miradas de todas las chicas guapas del instituto, a pesar de que se había tirado a Regina Gil, la más ardiente de todas, se sentía mal por no saber nada de ella en todos esos días.
Pasó por alto ese detalle y se dirigió a su salón entre los pasillos.
No vio a Hunter por ningún sitio ni mucho menos a Carrick y a Nathan. Echaba de menos a su mejor amigo, sin embargo, tenía que esperar el tiempo necesario para tenerlo de vuelta y ser un desastre los dos juntos.
Entró a su primera clase de Cálculo, que tanto detestaba y se sentó en el último asiento donde había menos probabilidades que la profesora lo notara para que pasara a realizar un ejercicio. A pesar de que era muy popular y cotizado con las chicas, él no tenía más amigos aparte de Vince, Hunter y Mitchell. Era muy reservado y solitario. Se apresuró a quitarse los lentes y a guardarlos en su chaqueta cuando vio a la profesora entrar.
La profesora tenía alrededor de cien años de antigüedad y tenía siempre el rostro congestionado de amargura e ira. Pero ese día entró sonriendo, impactando a los presentes, a Adam le pareció más espeluznante verla sonreír que regañar.
-Hoy entra con nosotros una chica de intercambio—comenzó a decir y Adam se enderezó en su pupitre—ella es menor que todos ustedes pero es muy lista, por lo que no hubo problema en meterla en un grado avanzado.
Todos estiraban el cuello tratando de ver a la nueva chica y Adam solamente bostezó, y se dedicó a ver las cutículas de sus uñas con aburrimiento.
-Ella es Beatrice Rex, sean buenos—concluyó la profesora sonriendo.
A Adam se le cayó el alma a los pies y alzó la mirada a ella. La panterita le devolvió el gesto y también se quedó de piedra enfrente de todos.
-Siéntate, querida. Hay lugar en el fondo junto a tu compañero Peitz.
"Trágame tierra y escúpeme en Tokio"—pensó Adam.
"Dios mío, si me amas, mátame"—pensó Beatrice mientras se dirigía al pupitre que estaba justamente a su lado.
Tan pronto la chica se sentó, todos los chicos de la clase se volvieron para sonreírle y preguntarle acerca de donde era y por qué había ingresado a esa universidad habiendo muchas. Y aquella pregunta también Adam se la hizo mentalmente, ¿por qué habiendo demasiadas universidades, a la idiota se le ocurrió meterse en la que él estaba?
Ella contestó toda la lluvia de preguntas coquetamente y él no dejó de gruñir o de poner los ojos en blanco.
La clase comenzó y Adam no podía postrar sus ojos en ningún lado que no fuese ella.
La fulminó en todas las clases posibles y fulminó a los chicos que se dirigieron a ella.
-¿Podrían dejar de ser tan imbéciles? Es solo una chica alemana. Supérenlo—graznó cuando la campana sonó, avisando un receso de treinta minutos para comer algo y regresar lo antes posible al aula.
-Peitz, jamás has abierto la boca en clase y es un milagro que lo hagas ahora—se burló uno de sus compañeros que quería lucirse con Beatrice, pero ella solo bajó la mirada sin decir nada— ¿acaso te gusta la nueva?
-No digas estupideces. Mejor busca a alguien más a quién molestar, ¿okey? O simplemente molesten a la nueva muy lejos de mí porque es tedioso escucharlos parlotear.
-¿Y si no quiero irme de aquí, qué harás?—el chico sacó el pecho, retándolo.
Adam sonrió y meneó la cabeza de un lado a otro antes de levantarse de la silla. Enderezó los hombros y empujó al chico hacia atrás. La gran diferencia que le llevaba de estatura al sujeto era cómica. Adam le llevaba ventaja casi de una cabeza.
-¡Billy, no te atrevas a retarlo!—dijo Hunter desde la puerta.
El chico de nombre Billy hizo una mueca burlona y volteó a ver a Hunter.
-Oh, tranquilo Hunter. No lo mataré, tenlo por seguro—replicó Adam riéndose y empuñando su mano, golpeó al chico justo en la mandíbula, tirándolo al suelo con fuerza.
Beatrice gritó y se apartó rápidamente de ahí cuando vio a Billy ponerse de pie con facilidad. Le había tirado un diente y se sujetaba la boca con aspecto rabioso.
Los demás estudiantes se arremolinaron alrededor de ellos, gustosos de presenciar una pelea de Adam Peitz en vivo contra el más idiota del salón.
Hunter tiró su mochila al suelo y se situó junto a su amigo.
Billy trató de devolverle el golpe pero Adam en un ágil movimiento detuvo su puño y se lo apretó con fuerza, haciéndolo gemir de dolor.
-¡Para! ¡Romperás su brazo, Adam!—chilló Beatrice, agarrándolo de la espalda.
Adam parpadeó y soltó de inmediato al chico, pero después apretó la mandíbula, apartándose de ella.
-Si vas a estar de fácil, hazlo, pero muy lejos de mí. No soporto ver a niñatas fáciles coger frente a mí—le espetó, iracundo y muy molesto.
Recogió su mochila y pasando a patear a Billy en el suelo, salió del aula a paso decidido con Hunter pisándole los talones.
-¿Qué fue eso, Adam?—le preguntó.
-Nada que te importe Hunter—se frotó los nudillos, los cuales estaban rojos.
Iban caminando por los pasillos a paso acelerado y todos reparaban en ellos sin disimulo.
-¿Fue por esa chica nueva?—añadió su amigo con el ceño fruncido.
-Esa chica nueva vive en mi casa, Hunter. Ella es la de intercambio de la que te había contado y Keren se va hoy y en su lugar se queda esta chica—masculló entre dientes.
-Joder, hermano. Es muy guapa.
-Es insoportable—gruñó—la odio.
-No puedes odiar a alguien sin conocerla.
-Existe el odio a primera vista.
Adam no quería quedarse a las siguientes clases pero tuvo que quedarse porque el director de la universidad mandó a llamarlo a su oficina y a regañadientes obedeció. Se despidió de su amigo y entró a verlo.
-Siéntese, señor Peitz.
El director, bajo como un duende y gordo como un elefante, lo miró a través de sus gafas de aumento desde el otro lado del escritorio. Le faltaba mucho cabello en la cabeza y le sobraba en la cara.
-¿Para qué soy bueno?—bromeó Adam.
-Le sacaste un diente a uno de tus compañeros.
-Ah, pero no fue adrede. Él me provocó y tengo testigos.
-Muchos atestiguan que no hubo provocación y que de la nada lo atacaste—farfulló, apretando los labios debajo de su enorme bigote canoso.
Adam puso los ojos en blanco.
-Adelante, llame a mis tíos para que esta mierda se termine. Mi hermana se va a Alemania esta tarde y no tengo tiempo para estar aquí.
En eso, la puerta de la oficina se abrió y la subdirectora entró con alguien más a sus espaldas.
-Señor director, aquí hay una alumna que quiere aclarar las cosas.
-Que pase, que pase—eludió el director y Adam frunció el ceño.
Y entró Beatrice abrazando sus libros sobre su pecho y con sus ojos verdes puestos en el director. Sus mejillas estaban rojas y su cabello desaliñado.
-Y nada podía empeorar...-susurró él.
-¿Eres la de intercambio, verdad?—preguntó el director a Beatrice.
-Sí. Y quiero comentarle que Adam Peitz no tuvo culpa en lo que pasó—titubeó—fui yo la culpable.
A Adam se le desencajó la mandíbula. ¿Acaso estaba loca?
-¿En serio?—inquirió el director sin dar créditos a lo que oía—dime qué ocurrió realmente.
-Yo estaba haciendo alboroto con mis nuevos compañeros y Adam Peitz pidió silencio, pero no hicieron caso. Y un compañero llamado Billy lo desafió para que pelearan entre ellos y eso fue lo que sucedió. Deje libre de todo a él—señaló a Adam—yo asumir responsabilidad.
Los ojos del director se estrecharon y miró a Adam y después a Beatrice.
-Hablaré con el señor McDonald sobre esto. Ahora márchense de mi vista.
Adam salió disparado de la oficina, tratando de asimilar lo que había pasado ahí dentro.
-Adam, espera—oyó a Beatrice detrás de él, intentando alcanzarlo.
Él se detuvo a medias y la miró por encima del hombro.
-¿Qué?—le espetó, tajante.
-Tu tío dijo que me lleves a casa.
-¿Por qué yo?—hizo una mueca.
-Porque tienes su coche y así será hasta que tengas de nuevo tu motocicleta.
-¿Qué?
-Nos vendremos juntos y nos iremos de misma manera—se acomodó un mechón de cabello.
-Debes estar de joda...
Y no, no estaba de joda. Esa panterita lo iba a atormentar los próximos doce meses sin miramientos.
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